LA FP QUE VACILA

miércoles, 26 de junio de 2024


 

El nuevo sistema de Formación Profesional es muy ambicioso. Tanto es así que, sin unos recursos y una organización académica suficientes, pueden resultar estériles los esfuerzos en su puesta en marcha. Nos podemos llenar la boca con la digitalización o el emprendimiento, o con esa necesaria evaluación formativa a través también de un trabajo intermodular mediante retos y proyectos. Pero, sin los materiales y la formación adecuada, me temo que el viaje hacia el cambio puede ser fugaz. 

 

No tiene sentido que hayan todavía centros de FP sin una conectividad a Internet suficiente, o que sean escasos los dispositivos utilizables por los alumnos, o que no se contemple una formación pedagógica dirigida a todo el profesorado con el fin de incorporar mejoras en la enseñanza. Me temo igualmente que, se trabaja de forma demasiado aislada, tanto a nivel de centro como junto a otros centros educativos; se ha avanzado al respecto pero sigo detectando un trabajo solitario donde cada uno termina haciendo lo que mejor sabe o puede. Luego vemos publicadas buenas prácticas o premios educativos que debieran ser inspiradores para otros docentes; pero sospecho también que son estrellas fugaces de un espacio inmenso. A pesar del enorme trabajo y el voluntarismo del cuerpo docente en progresar de algún modo. Un cuerpo que no quiere perder la motivación pero que solo encuentra baches en la desinformación o el desconocimiento que surgen con tantos cambios.  


Que si ahora hay que programar de un modo, que si la ley dice una cosa o la contraria, que si ahora necesitamos este u otro certificado académico, que si las competencias o los contenidos, evaluar como siempre o como nunca, que si la IA o manuscribir, etc. Parece que nos tiramos piedras contra nuestro propio tejado mientras sobrevienen los cambios. Unos cuantos leemos la nueva normativa impacientemente, mientras que otros (creo que la mayoría) solo esperan verla venir como esa invitada inoportuna a la que recibimos por cortesía. Ya se acabará marchando, piensan algunos. Yo, a lo mío. 


Con imaginación y buen criterio se puede avanzar mucho, pero luego, en el aula, sin esos recursos antes mencionados (técnicos, organizativos y pedagógicos) terminamos buscando la opción más práctica o ese cómodo espacio donde nadie pueda interpelarme por mi trabajo. A estas alturas del curso, con las vacaciones casi en ciernes, solo nos queda cerrar los ojos como si anduviéramos subidos a una montaña rusa sobre la que buscamos no marearnos. Ya llegará el vagón. Aunque sea vacilando. Cerraremos los libros, plegaremos las nubes y las reuniones engrosarán nuestra desmemoria. Pasará el verano y, de nuevo, casi todo dependerá de esa actitud, aspiraciones y esfuerzo (sobre los que tanto sermoneamos al alumnado) de cada uno de nosotros. Con suerte, la red wifi habrá mejorado o nuestra aula tendrá dispositivos renovados; mientras, los nuevos estudiantes, no tendrán ni idea de leyes actuales o del incordio que nos provoca una deficiente aplicación de la ley. 


Foto de Elle Edwards en Unsplash

EVALUACIÓN FORMATIVA Y... JUSTA

sábado, 22 de junio de 2024

 

evaluación formativa y justa

¿Los alumnos aprenden a pesar nuestro? Entiendo que sí. Lo que no quita importancia a la labor del profesorado a la hora de estimular el aprendizaje o facilitar la comprensión de la materia abordada. Luego viene nuestra tarea evaluadora donde, supuestamente, con los instrumentos de evaluación seleccionados nos centraremos en medir de un modo objetivo el aprendizaje alentando el progreso personal del estudiante. La confusión viene cuando centramos nuestros esfuerzos en el cálculo de esa calificación final que conlleva una evaluación sumativa al uso y nos dejamos en el camino esa competencia de ser curioso y buscar el aprendizaje a lo largo de la vida. Quizás sea esta última la competencia clave en el desarrollo personal y profesional de cualquier alumno. 


Los imponderables que brotan como setas a lo largo de un curso son numerosos. Y, el propósito de objetividad y aliento antes aludidos, no siempre encuentra su horma en la práctica docente. Podemos programar e incluir decenas de instrumentos evaluadores, o diseñar extensas interminables hojas de cálculo, pero, de nuevo, todo ello no garantiza el aprendizaje de los estudiantes. Incluso, a menudo, obstaculizan nuestra práctica docente con innumerables cálculos de escasa utilidad y nula trascendencia en el comportamiento del estudiante. Ese desglose pormenorizado de criterios de evaluación, con decenas de subapartados y porcentajes, poco significan para un alumno que, al fin y al cabo, suele acabar fijándose únicamente en su calificación final. La fuerza de la costumbre de nuestro sistema escolar. ¿La alternativa? Diseñar menor numero de actividades de aprendizaje pero con una mayor profundidad y ofreciendo siempre la oportunidad de revisión y reentrega por parte del alumnado. Hablamos de la famosa y discreta evaluación formativa que sigue lidiando en las aulas para hacerse un hueco en ellas: checklists, rúbricas, revisiones entre pares, buenas preguntas en clase, feedback efectivo, etc. 

 

Luego, en cada etapa educativa, la evaluación de las competencias a las que aluden las distintas normativas la lleva a cabo el profesorado decidiendo si se han logrado los objetivos y en qué grado se han adquirido. El problema o el error vienen cuando confundimos evaluación con calificación; siendo esta solo una parte y centramos nuestras prácticas en la nota final (muy típico en el Bachillerato). Además, podemos incurrir en prácticas injustas cuando planteamos nuestra evaluación basada en unas pruebas finales que, si luego son superadas con éxito, tenemos la obligación de reflejar la nota obtenida en el boletín correspondiente. Incluso, en lugar de ser objetivos con los logros alcanzados, minoramos esa calificación en función al esfuerzo que atribuimos al estudiante o nos atrevemos a valorar su actitud a lo largo del curso como parte de esa calificación "objetiva". Por no mencionar las minoraciones de las calificaciones por cuestiones formales, ortográficas o gramaticales (eso debiera evaluarse aparte y nunca de modo que reste en la puntuación final) o esos exámenes que se archivan sin haber sido corregidos y revisados junto a los alumnos (¡qué oportunidad perdida!). Incluso damos importancia a cuándo se han adquirido las competencias, parece que importa más el momento que el cómo y en qué grado, y nos atrevemos a minorar la nota obtenida hasta el suficiente si se realizan las pruebas durante las convocatorias extraordinarias. 


Por tanto, para ser justos y no caer en esas valoraciones subjetivas y sin fundamento pedagógico, los distintos tipos de pruebas escritas u orales así como las actividades de enseñanza-aprendizaje, deben diseñarse para reflejar el grado de adquisición de las competencias perseguidas. Si basamos la evaluación (y la calificación) en una única prueba escrita, luego no podemos aducir ningún otro motivo para no aplicar la nota obtenida en el expediente del alumno. Como antes mencionaba, quizás el problema sea que no vemos la evaluación como un proceso de mejora continua, y tenemos solo como referente esa imagen ideal del estudiante que trabaja desde el primer día, no molesta en el aula y resuelve bien sus exámenes. Nada nuevo bajo el sol. Los impertinentes, inquietos, despistados, impacientes, nerviosos... son presa fácil de nuestro afán devaluador, a pesar de que sean buenos resolviendo exámenes. Y así ocurre al contrario, dentro de nuestro conductismo heredado, con los sosegados, dóciles, silenciosos o reservados; son víctimas de nuestra complacencia calificadora mientras no molesten. 


Concluyendo, entiendo que el complejo proceso evaluador debiera ir diseñado desde el primer día hacia la autonomía del estudiante y la valoración objetiva de la adquisición de las competencias descritas; más allá de una serie de notas finales obtenidas principalmente de la mano de pruebas escritas o de esas incidencias donde solemos únicamente reflejar problemas de comportamiento para justificar una reducción de la calificación final. En las etapas diferentes al Bachillerato, como en la FP o en la ESO, las notas no suelen tener tanta trascendencia; es por ello que no tiene sentido incidir y hacer el eje de nuestra docencia desde el principio en unos múltiples porcentajes para su cálculo. Centrar nuestros esfuerzos en un aprendizaje significativo y conectado con el estudiante, además de la empatía que se nos supone según la edad del alumno o alumna, son la mayor garantía de unos buenos resultados académicos. 


Foto de Ashkan Forouzani en Unsplash

DOS LIBROS EDUCATIVOS RECOMENDADOS PARA APRENDER

miércoles, 19 de junio de 2024

 


 

Si la implantación del nuevo sistema de FP lo permite, en nada arrancamos el periodo estival donde solemos disponer de mayor tiempo para esas lecturas pendientes más allá de normativas o las dichosas programaciones de aula. En este artículo paso a recomendaros dos libros que he leído este año relacionados con la educación, pero de temática bien diferente. Me gusta recomendar lecturas de ensayos porque son una de las principales herramientas que tenemos, como docentes, para basar y justificar parte de nuestros comportamientos de nuestra enseñanza. Apelar a la experiencia es un argumento de peso, pero no lo entiendo como suficiente para tomar ciertas decisiones sobre las que a menudo caemos en la ocurrencia y el gato al agua se lo lleva el opinante más persuasivo (y no el que lleva la razón). 

 

Indudablemente, la lectura de mayor o menor cantidad de literatura sobre la educación no es sinónimo de acierto en las medidas tomadas; pero, el conocimiento de otros profesionales y la evidencia educativa, son siempre buenos aliados a la hora de introducir cambios o enfrentarse a la complejidad del alumnado. Podemos hacer probaturas o alternar con las modas educativas del momento, sin desdeñar la ciencia y la sabiduría acumulada. Aún más ahora cuando tenemos la tentación de interpelar a esa IA presuntamente magnificiente ante cualquier desvarío o duda profesional. No es todo oro el algoritmo. Y, por supuesto, teniendo clara cuál es la misión de la educación (aquí que cada cual complete su espacio en blanco) y las prioridades de la etapa educativa correspondiente. 

 

Voy al grano. El primer libro que recomiendo es de la autora Fátima García Doval (la podéis seguir en "X" como @mininacheshire): "La educación es otra historia". Su ensayo me ha recordado al afamado ensayo de Irene Vallejo sobre la historia del libro; pero en este caso acerca de la historia de la educación. Su libro, "La educación es otra historia", es un magnífico relato donde se rastrea el origen de la escuela desde el Antiguo Egipto hasta la actualidad. Quizás su valor, en mi opinión, no está en el formidable documento histórico que muestra, sino en la teoría que subyace en el ensayo a partir de la segunda parte del libro: la escuela actual es fruto de una evolución constante, gracias principalmente a su profesorado, y así debemos seguir contemplándola; mirando de reojo al pasado sin caer en la complacencia ni en los mantras que predican que cualquier tiempo pasado fue mejor. Perdonad la brevedad de la síntesis.

 

Lo mismo ocurre con todo aquello que afecta a los métodos y recursos educativos. No son independientes de las circunstancias vitales en las que actúan enseñantes y aprendices. Aquello que funcionó en el pasado tal vez no sea útil hoy en día en el mismo entorno, aunque puede que sí en otro diferente o en un momento posterior. Todo esto es verdad también para los miedos y temores que retornan periódicamente a las aulas, en ocasiones con trajes nuevos, pero con el mismo cuerpo interior. Es lo que ocurre en la actualidad con el miedo a lo que puede suponer la Inteligencia Artificial en la educación. En el fondo, no es más que un trasunto del recelo que ha mostrado la educación a la práctica totalidad de las tecnologías que han ido surgiendo a lo largo de los siglos.

 

En definitiva, un buen libro para echar la vista atrás y plantearse la educación sin ese prisma actual que tiende a denostar prácticas actuales, únicamente por parecer modernas, sin saber de su larga tradición pedagógica o de su valor aplicadas a la escuela contemporánea.  


El otro libro que sugiero, escrito por Juan G. Fernández, se titula: "En blanco: Cómo focalizar la atención, la memoria y la motivación para aprender." Un nuevo ensayo de este autor (con un blog muy recomendable) que, de un modo sencillo nos introduce en los distintos estudios que evidencian la necesidad de focalizar la atención, aprovechar la capacidad de la memoria para un estudio más eficiente, la importancia para el estudiante de los distintos tipos de motivación, o aprender a autorregularse con el fin de tener un mayor éxito académico. Fernández, al igual que en otros libros anteriores suyos, maneja una extensa bibliografía que acerca recomendaciones provechosas en asuntos donde a menudo solo tenemos en cuenta la intuición. 

 

En definitiva, el procesamiento profundo implica entender un nuevo concepto en términos de conceptos ya conocidos y de conexiones entre ellos. Por eso, una buena forma de empezar a trabajar sobre cualquier idea es sacar una hoja en blanco y preguntarnos: ¿qué cosas conozco ya sobre esta idea? ¿Cómo se relaciona esta nueva idea con lo que ya conocía? De esta manera las ideas relacionadas se procesarán en la memoria de trabajo y estarán listas para conectar con lo nuevo que se vaya a aprender.

 

Habría mucho más que reseñar sobre estos dos libros. Os animo en cualquier caso a su lectura completa si la nueva normativa y la gestión académica lo consienten... Siempre nos quedará un rato, junto a la orilla o en el monte, para libros tan sugerentes y con tanto conocimiento detrás.


Foto de Rhema Kallianpur en Unsplash

EL PROPÓSITO DEL VIAJE HACIA LA NUEVA FP

sábado, 15 de junio de 2024

 


Vienen curvas. Y la velocidad que nos obliga a tomarlas no parece la más adecuada: perderemos algunos puntos del carnet antes de llegar al consabido destino. Sin embargo, más nos valdría tomar las precauciones debidas, organizar bien el viaje y conducirnos con atención durante este cambiante viaje hacia un nuevo sistema de Formación Profesional.

 

Poco podemos hacer respecto a los baches, las cuestas empinadas o los viajeros molestos que puedan hacer poco placentero esta travesía. A pesar de que arranquemos esta odisea con poco convencimiento o sin el acompañamiento ideal, no es menos cierto que el destino merece cierto optimismo (que no buenismo). Probablemente, una gran mayoría del profesorado de FP aprecia con cierta ojeriza la imposición de la dualidad a nuestros ciclos; por no hablar de cierta antipatía ante los nuevos módulos o el desasosiego que conllevará la reorganización académica. Sin obviar las dificultades que supondrán las nuevas programaciones, el replanteamiento de los resultados de aprendizaje o el sinfín de certificaciones y acreditaciones que deberemos contemplar durante la migración hacia el nuevo sistema.


Ahora, con los ánimos caldeados, y en busca del pragmatismo docente, podemos caer en la misma trampa que suelen perpetrar legisladores y responsables de la política educativa: la toma de atajos. Ante la escasez de información y tiempo, junto al recelo hacia una normativa que desmonta un sistema que casi rodaba solo, no debiéramos maquillar nuestras acciones para quedarnos igual que estábamos. No nos arrojemos al simulacro. En mi opinión, no debiéramos ahora perder la oportunidad de transformar aquellas rutinas que impedían el progreso del actual sistema de Formación Profesional. ¿A qué rutinas o prácticas me refiero? Estoy hablando de programaciones ficticias, exiguo trabajo del equipo docente, insuficiente actualización técnica o escaso contacto con las empresas, insignificante uso de la investigación educativa, formación del profesorado estéril o no estratégica, organización académica bajo criterios no pedagógicos, incompetencia digital relacionada con el sector o la ciudadanía, evaluaciones intrascendentes, falta de reflexión metodológica y con bases teóricas fundamentadas, etc. Todas estas áreas, en mayor o menor medida, según centros educativos o en función de cada docente, tienen un gran recorrido de mejora y pueden suponer un avance en la formación profesional que ofrecemos. Mirando de reojo, eso sí, las lecciones del pasado en la Formación Profesional.


Las deficiencias de una normativa, que sigue sin desarrollarse en ciertas regiones, no puede ser la excusa para seguir caminando a cámara lenta hacia un mercado laboral que precisa unos titulados realmente preparados con las competencias que se requieren y, sobre todo, mentalizados en la necesidad de seguir aprendiendo durante toda la vida. Hasta ahora se han avanzado en muchos aspectos, pero ello no es óbice para desechar malas prácticas o buscar la sustitución de aquellos cometidos efectuados de cara a la galería y que poco o nada aportan. Entiendo que el espíritu del nuevo sistema anda por esos derroteros: flexibilizar la FP para salvar las excusas de los inmovilistas. Cuando finalmente esté todo bien atado a nivel normativo, y pese a esas indeseadas y desiguales versiones autonómicas que deforman ese espíritu en aras de un pragmatismo mal entendido, deberemos replantearnos todas esas áreas (in)conscientes donde reconocemos carencias. El DAFO lo solemos tener claro. Y, evidentemente, todo es a costa de discusiones, trabajo en equipo, tiempo empleado, lecturas y mucha mano izquierda. 

 

La mayoría, podemos coincidir en la búsqueda de una FP que ofrezca oportunidades a todos con los recursos necesarios para su implementación, con una organización académica donde prime el aprendizaje del alumnado, con espacios y tiempos para el profesorado que nos permitan ser congruentes con esas soft skills que pregonamos, y donde se faciliten herramientas pedagógicas contrastadas para afrontar la enseñanza con las mejores garantías ante la diversidad creciente de los estudiantes. Para ello hace falta que todos adoptemos el papel de maquinista en algún momento y no solo rodar por la FP como interventores en un convoy fiable que también requiere mejoras, tecnológicas y personales, para atender como corresponde a los viajeros camino a una educación deseable. El viaje va a ser muy largo.


Foto de Ronaldo de Oliveira en Unsplash

APRENDER A CRITICAR EN EL ENTORNO DIGITAL

miércoles, 12 de junio de 2024

 


 

En la escuela solemos llegar tarde a los problemas que nos plantea la sociedad moderna. Aunque el adjetivo moderno pueda resultar algo vago en el mundillo educativo. En cuanto a las cuestiones tecnológicas, pese a los vertiginosos avances de las últimos lustros, no hay duda de que la escuela, con mayor o menor acierto, se sumado al carro de los dispositivos digitales y el uso de Internet es extenso. Sin embargo, andamos ahora en un momento de cuestionamiento de la introducción de la tecnología digital en las aulas. Paradojas del mundo contemporáneo. 

 

Las contradicciones al respecto del uso de pantallas contemplan una amplia gama de contrastes. Las diferencias no solo vienen avaladas o desautorizadas por estudios científicos sino que también hay factores (sociales, económicos, culturales...) que favorecen esa apuesta por el despantallamiento digital. Aunque siempre debiéramos tener en cuenta que: "La ausencia de evidencia no significa que se haya hecho la prueba de la ausencia de riesgos".¹ Sin duda, también es relevante considerar la edad y la etapa educativa de los estudiantes, y no caer en ese maremágnum que a menudo inunda los titulares en las redes o en los medios de comunicación. Nada tiene que ver un alumno de educación infantil con un estudiante de Formación Profesional. A pesar de que todos, incluidos los adultos, sufrimos las contingencias sobrevenidas por el apabullante mundo digital que todo lo absorbe. 

 

Como educadores, además de docentes, independientemente de nuestras opiniones; mayor o menor permisividad con el uso de las pantallas e Internet; o el distinto nivel de tecnofobia que arrastremos; deberíamos considerar los impactos que la digitalización ocasionan en la enseñanza. No es deseable que, por inercia o por la moda del momento (ahora vende la prohibición), diseñemos nuestras políticas educativas a nivel de centro o en clave legislativa. Evidentemente, una de las prácticas más oportunas y me temo que no demasiado extendidas, vendría de la mano de la medición del alcance de la introducción de la tecnología en la enseñanza: ¿mejora el aprendizaje? ¿resulta motivadora para el estudiante? ¿las herramientas utilizadas son realmente educativas? ¿estamos dejando de lado otras competencias básicas? ²

 

Sin embargo, y de nuevo paradójicamente, los datos de PISA (2018) confirman que solo alrededor del 10% de los alumnos de 15 años de más de 50 sistemas educativos participantes utilizaron dispositivos digitales una media de más de una hora a la semana en las clases de matemáticas y ciencias. ¿No estaban todo el día los estudiantes empantallados? ¿o será que el empantallamiento ocurre en mayor medida en el hogar? Todavía no es raro encontrar centros educativos (habitualmente públicos) con escasez de dispositivos o deficiencias en su conectividad a Internet. A pesar de que ahora, la inmensa mayoría de hogares, disponen de conexión en sus casas (96,4% según el INE) o la posesión de dispositivos móviles con datos es muy elevada entre los más jóvenes.

 

Por otro lado, ahora, tras años insistiendo en la necesidad de ser competentes digitalmente, parecemos haber caído del guindo en cuanto a la desinformación que acampa por Internet y, principalmente, en las redes sociales. Al igual que ocurre con las prohibiciones antitabaco, parece no haber más remedio que legislar al respecto, como así pretende el Anteproyecto de Ley Orgánica para la protección de las personas menores de edad en los entornos digitales donde se reconoce, entre otros asuntos: "el papel fundamental del profesorado en el proceso de adquisición de las competencias digitales por parte del alumnado y en la detección de riesgos, y por ello se dispone que la planificación de la formación continua del profesorado incorpore actividades formativas que faciliten a los docentes estrategias para el tratamiento, entre otros aspectos, de la seguridad y de los elementos relacionados con la ciudadanía digital, la privacidad y la propiedad intelectual, tomando para ello como referencia las áreas y competencias establecidas en el Marco de Referencia de la Competencia Digital Docente y la regulación existente en materia de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia, protección de datos personales y
garantía de los derechos digitales." Ya vamos tarde. 


Las mentiras, los disparates, los bulos malintencionados, el oportunismo... son ingredientes habituales del menú digital de nuestros dispositivos. No es extraño que abunden teorías conspirativas, creencias sin fundamento, o pensamientos esotéricos donde cualquier dato científico u oficial se cuestiona sin una argumentación racional. Somos carne de influencers que a mayor número de seguidores mayor es su autoridad. Y actualmente, por miedo a no ser acusados de adoctrinamiento, dejamos pasar la oportunidad de educar al respecto en las aulas. Por no mencionar la validez que atribuimos a los contenidos generados por la Inteligencia Artificial donde las fuentes suelen brillar por su ausencia. Luego no nos quejemos de si la juventud o aquellos que están en plena madurez andan con falta de atención, despistados o son crédulos ante cualquier enredo difundido a través de sus pequeñas pero desmesuradas pantallas. 

 

No estaría mal, como docentes, replantearnos la programación del aula e incluir actividades, prácticas, contenidos o esas famosas situaciones de aprendizaje, donde trabajemos las competencias necesarias para ser críticos con ese entorno digital donde habitamos una gran parte de nuestro tiempo.



¹ María Angustias Salmerón-Ruiz, Irene Montiel, Catherine L’Ecuyer,
Llamada a la prudencia en el uso de las pantallas: ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia,
Anales de Pediatría, 2024, ISSN 1695-4033, https://doi.org/10.1016/j.anpedi.2024.03.009.
(https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1695403324000742)

 ² UNESCO. 2023. Global Education Monitoring Report 2023: Technology in education – A tool on whose terms?  https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000385723/PDF/385723eng.pdf.multi
 

MI FORTUNA PERSONAL

lunes, 10 de junio de 2024

 


 

La educación se forja con el ejemplo. Tanto para bien como para mal todos somos fruto de la educación que recibimos; a pesar de las miserias o virtudes innatas que no hemos merecido pero que nos han sido concedidas. Evidentemente, desde casa vamos recibiendo varias capas de pintura que luego mediatizarán nuestro trato con los demás e incluso nuestra inserción en un empleo. Sin embargo, algunos necesitan recibir ese color desde la escuela cuando en casa no sobran pinceles o tintura; pese a que todos también resultamos salpicados por el conocimiento y los valores que nos transmiten docentes y compañeros de pupitre. Y aquí el destino también entra en juego. A pesar también de la erosión de toda una vida.


Mi fortuna personal, hasta ahora, ha sido ese ejemplo recibido que incluso me empequeñece cuando razono sobre mis carencias en comparación a la entrega de mis padres. Desgraciadamente, mi padre nos ha dejado hace poco tiempo. Los creemos eternos, pero hay que pensarlos cada día. Aún así, puedo dar gracias por haberlo disfrutado casi ochenta años. Me quedo con ese tiempo ganado y con ese ejemplo y desprendimiento generoso recibido como hijo. No soy dado a publicar nada acerca de mi vida personal ni detallar aventuras o desventuras familiares. Ni en ese espacio ni en otras redes sociales. El pudor también lo he heredado y validado como una virtud en un mundo donde la ostentación de experiencias, amores o labores, parece de obligado cumplimiento. Pero hago aquí la excepción por que la ocasión lo merece. Un modesto homenaje a la figura de mi padre así lo requiere.


Con el tiempo, los desengaños vitales suelen ir in crescendo. No ocurre tanto con la figura paterna o materna que comienzas a entender y valorar en su justa medida. Cuando eres padre cambias el filtro de tu perspectiva. Si además eres profesora o maestro, aún te das más cuenta de la diversidad que puebla este mundo donde no todos partimos con las mismas cartas ni los mismos afectos. Sin embargo, el paso del tiempo también nos hace olvidar esa fortuna o infortunio padecido, o aquellos valores e ideales que nos movían cuando todavía estábamos creciendo. Para bien y para mal.

 

Mi fortuna inmaterial, aunque también la tangible, viene de él. Probablemente no encuentre a nadie tan íntegro y preocupado por el bienestar de su familia; pese a que ello le conllevara una ocupación excesiva y un desgaste personal. El cuidado y la atención, el esfuerzo por ser justo y prudente para evitar riesgos, o esa necesidad de no perder el control también han sido una enseñanza en cuanto a no ser un insensato despreocupado por los demás o carecer de escrúpulos con tal de medrar. Ayudar sin buscar el reconocimiento o dar sin esperar rendimientos. Su ética seguro que nos ha marcado a todos sus hijos, familia e incluso a aquellos amigos que le querían. A pesar de los errores y fallos que contemplan toda una vida. De eso no hay quien se libre. 

 

Por fortuna, ahora la vida no se contempla alrededor de un empleo que todo lo monopoliza. Los más jóvenes, no tanto los que merodean mi generación de boomers, han sido más inteligentes a la hora de buscar ese disfrute. Aún así, ese legado de esfuerzo, implicación, autonomía y perseverancia, siguen siendo valores que te diferenciaban antes y que ahora lo continúan haciendo en cualquier contexto. El ejemplo educa y te da esa capa necesaria para aguantar las inclemencias e impactos no previstos. La cultura del esfuerzo parece hoy día un constructo, pero no es más que un eslogan para vendernos que, si no eres un desahogado rentista, te toca pencar inevitablemente. Y eso, si tienes suerte, también lo comienzas a intuir en casa. No hace falta marketing. Aunque demasiados factores incontrolables sobrepasen esa cultura y ese esfuerzo a los menos afortunados. 

 

La buena ventura también me ha permitido estar junto a él hasta su último suspiro. La entereza y el buen ánimo espero que también se hereden. Al igual que el deseo de ser ecuánime y pedir disculpas por esos errores que a todos nos pesan. Has cumplido hasta el fínal. ¡Qué suerte la mía! Yo no seré capaz de igualarlo, aunque el modelo lo tengo claro, ya que la mejora a veces nos viene grande pese a las buenas intenciones. Mi queridísimo padre, Juan Boluda, me deja un vacío que solo podré llenar con anhelos hacia mis propios hijos. Incluso con esa ética que, sin quererlo o poderlo evitar, también acabas trasladando al aula. Hay vidas que no se entienden sin ese desprendimiento y amor por los demás. Y mi sino me concedió una de ellas. Ahora, sin consuelo ante la ausencia, me toca a mí hacer los deberes: cuidar de los otros como conmigo lo hicieron. Gracias por leer hasta el final y perdonad la desnudez sentimental.

Con la tecnología de Blogger.

.

Back to Top