La evaluación del alumno, desafortunadamente, suele basarse en las calificaciones obtenidas en unos exámenes escritos. Exámenes parciales, finales, de recuperación. Medias aritméticas o ponderadas. Al final, muchos profesores basan sus notas en la valoración de la capacidad memorística del alumno.
Un sinsentido. Aún más en Formación Profesional, donde las capacidades profesionales de un estudiante tienen escasa relación con la cantidad de contenidos que vomitan y olvidan después de cada examen. En artículos anteriores ya hago referencia a la necesidad de un cambio en la evaluación del alumno:
Pese a los argumentos recién esgrimidos, sigo encontrando cierta utilidad a los exámenes escritos. A continuación enumero una serie de razones que justifican estos indeseados exámenes:
Siempre hay contenidos menos motivadores o lecturas que recomendamos que no lee ni el apuntador. Una forma de "incentivar" a su lectura es a través de algún examen tipo test o con preguntas abiertas que exijan un estudio previo para comentar estos textos. Por desgracia, si no hay cierta presión u obligación, no buscamos tiempo para la lectura de escritos académicos. No viene mal una visita a la biblioteca o tiempos de silencio en el aula para desconectar y leer con concentración.
Elaboración de sus propios apuntes. Con la exigencia de un examen, el alumno, se ve obligado a editar sus propios materiales para el estudio. Eso sí, para ello debemos ser menos esclavos del libro de texto. Cuando no utilizamos un libro de texto, podemos recomendar enlaces o unos recursos mínimos que el alumno necesite. Esta edición de sus apuntes va a requerir una mayor comprensión de los materiales, así como un esfuerzo en la escritura.
Exámenes con materiales. Son una alternativa al examen clásico. Exámenes con ayuda de un ordenador con conexión a Internet. Reales como la vida misma. Con tiempo limitado y que exijan una preparación para terminarlos convenientemente.
En mi caso, pese a la dificultad que conlleva, prefiero la evaluación continua a través de trabajos en grupo y de la observación diaria. Aún así, suelo otorgar un 30% de la calificación final a un examen final escrito tipo test o con acceso a Internet. Hay que calificar, y siempre algo se nos escapa cuando valoramos a cada alumno. Independientemente de ello, hay que insistir en la retroalimentación profesor-alumno promoviendo a su vez la autonomía del estudiante.
La clave no está en ese examen final, sino en el día a día, en esa mezcla de motivación y esfuerzo del alumno. Una mezcla de la que todos somos corresponsables: profesores y estudiantes.