Acertar a la hora de elegir un formador/a de docentes, no es tarea fácil. Al igual que ocurre con la elección de un centro educativo, no suele ser oro todo lo que reluce. El marketing, las modas o una buena tarjeta de presentación pueden confundir nuestra decisión. Antes que nada, se sobreentiende, que tenemos claros los objetivos de la formación que necesitamos para mejorar nuestras competencias profesionales a nivel técnico, didáctico, digital... o en cualquier otra habilidad que sabemos puede ser útil para nuestro desempeño. Dejarse llevar solo por lo que está en boga es una pésima estrategia.
Y, ¿qué formación podemos necesitar el profesorado de Formación Profesional? Evidentemente, una formación técnica actualizada debiera ser uno de los propósitos principales. A pesar de que este tipo de formación, adecuada a los módulos, no parece tener tanta demanda y suele ser difícil de encontrar por su especificidad o por el coste que supone. Incentiva las estancias formativas en empresas del sector también sería una acción relevante. Luego tenemos la formación didáctica. En este sentido, sería interesante saber diferenciar entre pedagogía, educación, enseñanza y didáctica. El saber cómo enseñar para que aprendan mejor los estudiantes no es poca cosa. Y revisar nuestra práctica, desde luego.También son importantes los recursos del profesorado para llevar mejor a cabo la labor tutorial, la orientación personal, la conflictividad en el aula, etc. Sin perder de vista que no somos especialistas en psicología, ni sanitarios, ni nos podemos responsabilizar de ciertas problemáticas que requieren profesionales adecuados.
En los últimos años, en mi opinión, hemos querido abarcar demasiadas áreas a nivel de formación docente. Nos hemos complicado la vida con formaciones efectistas pero poco realistas a la hora de aplicar en el aula. O, tal vez, hemos caído en acciones formativas demasiado puntuales con escaso recorrido y una implantación anecdótica o esporádica. Nos han dado gato por liebre en más de una ocasión. La escasa rigurosidad de la temática, o la capacidad de convicción del comercial, pueden hacernos perder unas valiosas horas de trabajo en los centros educativos. Poco nos paramos a pensar en el coste de tener bloqueados a más de veinte docentes durante unas horas.
Y, ¿qué tipo formación contratar? Muchos cursos se anuncian sin saber quién es el formador/a responsable. Es imprescindible conocer su perfil profesional, su contacto con la etapa formativa en la que nosotros trabajamos, su experiencia profesional docente o sectorial, las referencias que tiene, etc. Un buen título de una acción formativa, una buena web de presentación o un vídeo más o menos atractivo, no pueden ser decisivos para llevar a cabo la formación. Desafortunadamente, mucha de la oferta formativa que se ofrecen a través de entidades públicas o privadas, centralizadas en algún responsable, profundizan poco en relación al perfil del formador contratado o colaborador; son necesarias las referencias y un estudio más exhaustivo de esos perfiles que van a suponer un esfuerzo del equipo docente que no es solo económico.
En FP las inquietudes son muchas. Cada curso tenemos más frentes abiertos. No es difícil marearse ante la vorágine de demandas que requieren los nuevos títulos, nuevos módulos, nuevas competencias, nuevas metodologías, nuevas tecnologías... Centrar la mirada y la visión de lo que creemos que es realmente importante para mejorar la Formación Profesional que ofrecemos, es una tarea complicada. Enseñar mejor siempre debe ser una de las prioridades. Actualizar nuestros conocimientos técnicos, a menudo desfasados, también es trascendental. Tratar de adaptarse a los nuevos tiempos, sin perder el rumbo ni la experiencia acumulada, buscando soluciones sustentadas en evidencias y en un trabajo riguroso, sin experimentos, es además vital para no errar en la formación elegida. Los más de 57.000 profesores y profesoras de FP que hay en España, requieren indudablemente de mayores habilidades para un entorno digital y los cambios que provocan la transición energética y demográfica que vivimos.
La innovación educativa ha pecado de superficialidad en demasiadas ocasiones; la buena pedagogía ha sufrido las consecuencias de esta innovación volátil. Nos preguntamos cada vez menos por el proyecto pedagógico, sobre el por qué y a quién educamos. Tratar de acompasar esta reflexión con el tipo de formación docente que buscamos, es algo fundamental para un proyecto educativo. Ciertamente, no siempre atinaremos con la formación seleccionada. Pero, al menos, debemos tener claro el enfoque, la profesionalidad y la trascendencia de una formación que no es fácil que encaje en cada uno de los docentes de un claustro o departamento.
Aconsejo buscar formadores que nos hagan pensar y replantearnos nuestra labor; que nos provoquen y den motivos para embarcarnos en nuevas prácticas; que conozcan bien su área, comuniquen y conecten con un público que suele ser crítico; que, sin soberbia, aporten conocimientos, técnicas, lecturas y pasión por enseñar a los que enseñan.