CÓMO CONTROLAR EL ABUSO DEL MÓVIL

martes, 27 de septiembre de 2022
No hace faltan muchos estudios para percibir y sufrir la falta de atención que hemos ido perdiendo los adultos y los más jóvenes a raíz de la introducción del smartphone en nuestras vidas. El adjetivo smart (inteligente) que compone el vocablo de este intrusivo dispositivo parece que no lo desarrollamos proporcionalmente al uso que hacemos del mismo. Las horas perdidas en likes adictivos, mensajes insustanciales, juegos online o notificaciones varias, son ya incontables. Pero, ¿podemos hacer algo al respecto?
 

Está demostrada la eficacia de los ingenieros a la hora de diseñar las redes sociales. Algunos estudios comparan su consumo excesivo al de la cocaína en lo relativo a cambios en el estado de ánimo, conflictividad o síntomas de abstinencia. Estamos por tanto ante una lucha desigual cuando nos enfrentamos a un sistema efectivo donde perdemos el control sobre el consumo de nuestros dispositivos móviles y esas aplicaciones que producen una gratificación constante e infinita. El remedio es difícil. Más aún si dejamos esos móviles en manos de niños, aún inmaduros, con escasa conciencia del tiempo que pierden ensismiados con la aplicación del momento. Nosotros los adultos tampoco somos un ejemplo de sensatez en su uso. Supongo que acabará pasando como con el consumo de tabaco: con los años se prohibirá o limitará severamente el uso de teléfono móviles y la descarga de ciertas aplicaciones a los menores de edad. Al igual que estará muy mal visto su uso cuando estemos con los hijos o en presencia de niños. 

 

Espero que en la escuela también reaccionemos finalmente. No tiene sentido alguno promover el uso escolar de aplicaciones que sabemos son peligrosas para los menores y que ofrecen contenidos poco o nada adecuados a su edad. El (mal) ejemplo de los TeachTokers es un tema para reflexionar. Así como el uso artificial y poco reflexivo de aplicaciones que, pese a su carácter lúdico, podrían utilizarse para aprender y no solo como un entretenimiento idiotizador más. La distracción que suponen los móviles es algo inevitable que solo se puede afrontar con la desconexión del dispositivo o su almacenamiento fuera de la vista del usuario. La prohibición del uso de lo móviles en el entorno escolar tiene cada vez menos detractores. Podemos educar sobre su uso, pero nos enfrentamos a una lucha desigual donde el ganador está decidido de antemano por muchas lecciones que ofrezcamos. Por no hablar del poco ejemplo que ofrecemos en las aulas, reuniones o cursos donde no es raro encontrar adultos inmersos en su pantallita a tiempo completo.

 

Con los estudiantes de mayor edad es aún más difícil la disuasión. Llamar la atención para que usen con sensatez sus portátiles o móviles es una tarea agotadora. Mantener el interés en un discurso, que te escuchen, lean, reflexionen y se concentren para llevar a cabo unas tareas, requiere mucho entrenamiento y desconexiones temporales alejadas de internet, sus redes sociales o aplicaciones para el entretenimiento. Lo tenemos bien difícil. Concienciarse del uso diario que hacen con el móvil no es tan difícil. Todos los dispositivos ofrecen herramientas de bienestar digital como tenemos en Android o en Apple con las que podemos observar y controlar nuestro tiempo de uso, establecer temporizadores de ciertas aplicaciones o incluso gestionar el uso que hacen los menores en casa (totalmente recomendable la aplicación Family Link de Google para estos menesteres). 

 

Tristemente puede que acabemos innovando a través de la oferta de desconexión en las aulas. De cualquier modo, siendo optimistas, podemos ya detectar en muchos jóvenes una sensación de hartazgo con las memeces personales e íntimas que se publican por las redes, una mayor incredulidad de lo que se difunde desde las distintas plataformas digitales y una percepción mayor de la pérdida de tiempo que supone estar constantemente atento a esa pantalla que nos aleja de los más cercanos o de otras formas de ocio más sugestivas. La vergüenza ajena y propia tal vez vuelve a estilarse entre la juventud.


cómo controlar el abuso del móvil

HACERSE VIEJO COMO PROFESOR

domingo, 25 de septiembre de 2022
Haciendo cálculos a ojo, y si ninguna calamidad lo impide, sobre el año 2040 debiera poder acceder a la jubilación. Aunque con los tiempos que corren, la baja natalidad, las nuevas generaciones hastiadas con el sistema laboral, el cambio climático y una polarización política que esperemos no sea causa de conflictos más graves, veremos si alcanzo la sesentena hecho una birria o nos obligan a morir con las botas puestas en la tarima del metaverso educativo. 

 

Lo que no ofrece duda alguna es que los años desgastan mental y físicamente. La juventud se consume como el gas de un mechero que matiene la piedra intacta pero que con el tiempo cada vez cuesta más enceder. Esa llama fogosa que te ayuda a conectar con los jóvenes, entender su lenguaje y hacer el esfuerzo por no quedarte desactualizado, va adquiriendo con el tiempo una tonalidad azulona y fría por el desgaste que cada curso te vuelve más viejo a los ojos de los alumnos mientras ellos siguen en una eterna juventud. 

 

Antes o después notas ese agotamiento. Pasan los cursos, un lustro, una década, otra década... Fue ayer cuando estabas ahí nervioso ante unas caras expectantes; inseguro y repitiendo un modelo heredado pero buscando esa sintonía personal que no era lo normal en otra época. Buscando un trabajo estable y unas condiciones laborales decentes. Había tiempo para todo, sin obligaciones familiares, con ganas de aprender y enseñar pese a la poca conexión de la carrera con lo que luego encontrabas en el aula. La arrogancia y la inmadurez profesional también te llevaban a meter la pata. No saber lo realmente importante. No recordar que hacía poco estabas ahí sentado. Aguantando. Con ganas de que sonara el timbre. 

 

La paciencia se te acaba o la cultivas. Depende de ti. Al igual que entiendes que hay que ser congruente con lo que exiges. Te comparas con otros compañeros y aprendes cómo quieres o no ser: ¿cumplidor, feriante, vanidoso, correcto, farsante, original, afectuoso, odioso, estirado, sensato, malhumorado, honesto, ilusionante, natural, interesante...? Los mejores te ayudan a ello, pero los eternos protestones y egoístas ensimismados también te ayudan a no equivocar el camino. Y cada curso tomas una nueva lección. Aquello del aprendizaje continuo debe ser cierto. 

 

Cada septiembre se repite la misma escena. Nuevos nombres por aprender, pero tú algo más mayor; con menos vista y audición, y con alguna analítica bordeando los límites óptimos. Y los alumnos ya se acercan a la edad de tus hijos. Adolescentes y jóvenes con mucha vida, sus preocupaciones, disparates y afectos sin las dobleces que luego arrastramos. Y hace falta mucha predisposición para atenderlos y quererlos. Las clases son intensas y quieres enseñar pese a los que no quieren ni saben que lo necesitan. Y cada año cuesta más mantener ese ánimo adicional que necesitas para dar una buena clase y atender a unos y a otros. Pero lo sobrellevas. ¡Qué bien nos vendría profesionalmente una excedencia para renovar el aliento!

 

Finalmente todos resistimos por necesidad, mirando ese reloj vital donde la jubilación es una meta que tiene su trampa. Pasamos la vida personal y profesional comparándonos: habitualmente con los que parece mejor están y poco con los indefensos. Siempre acabamos encontrando motivos para estar descontentos, con o sin razón. Sin embargo, no hablamos de las bondades que tiene nuestra profesión: de la suerte de envejecer siempre con jóvenes a nuestro lado y no convertirnos en viejos aislados y criticones de las generaciones que vienen; de la fortuna de poder cambiar de rumbo cada día en una nueva clase; de seguir aprendiendo y haciendo mella en los demás. 

 

 Sin sueño y sin utopía, sin denuncia y sin anuncio, lo único que queda es el entrenamiento técnico al que la educación es reducida” Paulo Freire

Pero mañana es un nuevo día. Una nueva clase que al final das según como te levantas y la mirada que ofreces. No importa la ley del momento. El optimismo es un buen bálsamo para seguir cada día sin amargarte por las fuerzas que te faltan, las impertinencias habituales o esa nimiedad que crees mejoraría tu confort vital. Trabajar con jóvenes es lo que tiene. Pero el saldo es siempre acreedor.   

 

 

LOS MEJORES CENTROS DE FP

miércoles, 21 de septiembre de 2022

Valorar un centro de Formación Profesional, como futuro estudiante de FP, no es tarea fácil. Aún más supongo si lo tenemos que apreciar como docentes. Las valoraciones o esas dichosas reseñas que se publican en Internet son siempre muy subjetivas. Como padres o como alumnos es fácil verse deslumbrado por unas buenas instalaciones y medios para el trabajo; o ver fotografías y vídeos bien producidos donde se muestra lo mejor de cada centro de FP. 

 

Pero, ¿cómo acertar en la elección? La pregunta tiene mala respuesta para aquellos que buscan una solución fácil. Lo mejor de cada centro, más allá de los equipamientos técnicos y materiales, está en su equipo docente. Sin dejar de lado, por supuesto, al equipo directivo, administración o resto de personal de servicios. Pero, el profesorado es, al fin y al cabo, el factor diferencial de una buena escuela de Formación Profesional. Además de la cultura organizativa, su implicación, coordinación, formación permanente y motivación personal hacia la docencia y el trabajo con los más jóvenes. Y esto no se puede descifrar en ningún folleto.

 

Ser buen docente, como en cualquier otra profesión, implica una capacitación técnica y una actitud para con tus estudiantes y compañeros. La competencia técnica y los saberes se nos suponen con las titulaciones de acceso; pero el resto de competencias blandas, que tanto predicamos ahora entre el alumnado, no vienen siempre de serie. Por no hablar de las diferencias que tenemos a la hora de afrontar la profesión en función de nuestro momento vital: años de experiencia, edad, conciliación familiar, salud, etc. Por eso, hacer una foto donde se muestren las fortalezas y debilidades de la plantilla de un centro es una tarea compleja, variable, según el momento en que la tomemos, y de difícil arreglo si aparecen defectos en la misma. 

 

Volviendo de nuevo a cuáles son los mejores centros de FP, no hay mejor respuesta que rebotar la pregunta a los alumnos que nos sufren o disfrutan. Los jóvenes suelen saber si somos condescencientes y permisivos, si regalamos los aprobados, si controlamos nuestra materia, si nos organizamos o coordinamos con los compañeros o si tenemos una preocupación verdadera por su aprendizaje y procuramos entender su situación personal. Podemos engañarlos durante un tiempo, pero nos terminan calando. La profesionalidad y el buen hacer no se esconden tras un americana o una ristra de títulos oficiales. Como alumnos que somos esporádicamente, valoramos bien la honestidad frente al humo, pese a que también picamos de tanto en tanto. 

 

Por todo ello, no hay mayor activo en un centro educativo de Formación Profesional que un profesorado con talento y con motivos para ejercer su trabajo (suena mejor que motivado). Y aquí, como muy bien ilustra Yoriento en este artículo: no importa la edad; es necesaria la colaboración de los viejennials con los millenials; compartir el conocimiento y colaborar;  fomentar la autonomía y la diversidad cognitiva; y valorar por igual las distintas competencias profesionales del docente: técnicas, sociales y organizativas.

 

En los próximos años seguirá avanzando la digitalización, parece que habrá más problemas para contratar y retener talento (¿también del profesorado?) y las políticas educativas continuarán fomentando la FP con el consiguiente aumento de la demanda de los ciclos formativos. O comenzamos a cuidar el mayor activo de los centros de FP o moriremos de éxito con mejores o peores instalaciones pero sin haber puesto el foco en la necesidad de mantener un buen nivel del profesorado en un futuro que se antoja inseguro. 

 

COMPETENCIAS E IDENTIDAD DIGITAL DESEABLES

lunes, 19 de septiembre de 2022

Siguiendo con la temática del último post, la identidad digital, y a raíz de una entrevista al psicológo José María Peiró, publicada en el diario El país el pasado sábado 17 de septiembre, me han parecido relevantes sus consejos en relación a las habilidades y actitudes que debieran valorar los responsables de los recursos humanos de las empresas a la hora de contratar nuevos empleados. Unas competencias digitales y una presencia en las redes que debiera juzgarse en su justa medida y que afecta a nuestros alumnos en su futura búsqueda de empleo; aspectos que seguro tiene en cuenta el profesorado de Formación y Orientación Laboral (FOL). 

 

La mayoría de empresas tratan de buscar información de sus candidatos a través de sus redes sociales o en cualquier otro espacio donde el posible empleado haya dejado alguna huella: "Casi 6 de cada 10 empresas consultan las redes sociales de una persona antes de contratarla." Es innegable el valor añadido que ofrece tener un buen perfil (profesional) en las distintas redes sociales, pero también parece injusto e incluso contraproducente -tal y como afirma Peiró- discriminar ciertos candidatos por su "inacertada" visibilidad pública en internet. Pese a todo, seguiremos insistiendo en la necesaria sensatez a la hora de publicar contenido en las redes y en las que ya se advierte cierta contención por los más jóvenes, hartos tal vez de ver escrutadas sus vidas en comparación con la impostura de los usuarios más presuntuosos. 

 

Peiró también resalta la necesidad de unas habilidades digitales más allá de las pantallas; competencias comunicativas que, a través de videollamadas o un simple teléfono, pueden resultar determinantes para una buena comunicación. Tras la pandemia ha quedado clara la necesidad de saber combinar los distintos formatos, presenciales y virtuales, siendo necesario saber manejarse en un modo de trabajo híbrido que conlleva necesariamente ciertas competencias digitales así como comunicativas. Saber hablar correctamente, mantener una conversación o utilizar un vocabulario adecuado, tanto oralmente como por escrito, siempre es algo valioso profesionalmente.


En los últimos años se han dado muchos pasos para favorecer las competencias digitales de docentes y alumnos; hemos pasado de una competencias basadas en la ofimática a otras basadas en el uso de plataformas educativas (LMS) donde el estudiante se dedica a enviar tareas y comunicarse vía online con el profesorado. Un avance que facilita las correcciones y la gestión de alumnos que, sin embargo, evita al estudiante saber gestionarse sus recursos más allá de esa plataforma. Además, ser creativo y resolutivo a nivel digital, no es algo en lo que se insista a nivel educativo pero sí se aprecia a nivel laboral; no es raro encontrar compañeros o alumnos estancados ante un leve problema informático. Tal vez estamos cometiendo el error de enviar demasiadas tareas con fechas de entrega que luego difícilmente son valoradas para su mejora. Una mala copia de lo que siempre hemos hecho con los libros de texto y las actividades propuestas. 

 

Franquear el modelo digital actual, más allá de las herramientas digitales de moda, es dificíl si no nos hacemos unas preguntas básicas: ¿aprenden más?, ¿adquieren competencias digitales útiles y transferibles a cualquier empleo?, ¿favorecen otras habilidades no exclusivamente digitales? Si nos dedicamos simplemente a usar herramientas lúdicas (hemos convertido en odiosa la melodía del Kahoot), enviar archivos con escaso trabajo detrás o utilizamos las redes sociales como adolescentes, difícilmente habrá un progreso significativo en las competencias digitales de nuestros estudiantes. Aportará poco más que el recorte y pego de esas cartulinas escolares que alimentan papeleras cada trimestre.


No perdamos la costumbre de que los alumnos -con medios digitales-  escriban, utilicen distintos formatos, lean artículos, creen contenidos multimedia y aprendan a resolver de forma autónoma los problemas técnicos que surjan. Luego ya vendrá toda esa identidad digital deseable o desaparecer de las redes motu proprio

 


CUIDADO CON LA IDENTIDAD DIGITAL

martes, 13 de septiembre de 2022

La identidad digital personal o la corporativa penden de un frágil hilo. Un hilo fino que se (de)forma con esa endeble rueca que tejen las redes sociales, las reseñas o cualquier foro abierto a comentarios ajenos. Hoy no hay nadie a salvo de ver perjudicada su imagen u honor con o sin motivo. Todos conocemos casos de empresas perjudicadas por un mal comentario que se viraliza o personas que padecen el escarnio público por algún comentario desafortunado o políticamente incorrecto. 


Los juicios populares nunca fueron un buen modelo para la justicia. Menos aún, cuando, agazapados bajo el anonimato, cualquier malasombra puede mencionarte con nombre y apellidos o señalar a tu empresa si le viene en gana. Repito, con o sin motivo alguno. Luego, purgar tu identidad digital, resulta tarea difícil, si no imposible. Eliminar esos comentarios negativos o esas ofensas no está siempre en nuestras manos. Lo del "derecho al olvido" está por recordar... Al menos las redes sociales si nos permiten bloquear indeseables o suprimir comentarios dejados en nuestro espacio personal; aunque no ocurre lo mismo con una reseña cualquiera dejada en Google o en algún otra web de opiniones donde nos puede puntuar cualquier fulano. Por no mencionar el sistema de puntos, niveles e insignias virtuales que ofrece Google a los comentaristas locales más productivos.

 

Valorar a tu jefa, a tus compañeros, al camarero, al dependiente, a tu propia empresa, a tu centro educativo, a los profesores de tus hijos o a cualquier vendedor o prestador de un servicio, es la tarea más fácil del mundo: con un clic iluminaremos más o menos estrellas según nuestro ánimo o irritación momentánea. Para más inri, resulta que ahora hay muchas reseñas falsas o comentarios efectuados bajo pago con el fin de ensalzar las virtudes del artículo o establecimiento de turno: "Hay empresas comerciando con reseñas positivas de productos."


Desde los centros educativos podemos hacer algo, no demasiado, con el fin de sensibilizar a los más jóvenes sobre la sensatez del uso de las redes o acerca de la conveniencia o inconveniencia de publicar ciertas opiniones, imágenes o valoraciones demasiado improvisadas. La marca personal, para bien o para mal, puede influir en una futura búsqueda de empleo. Es preciso educar sobre lo inoportuno que es verse conminado a valorar a un empleado a través de un botón verde y sonriente, porque, en su defecto, como recientemente me soltó un auxiliar: "me puedo ir a la calle". 


Me parece que con el metaverso que viene todo puede ir a peor con un despendole generalizado. A no ser que decidamos disfrazarnos en esa maraña virtual que viene donde nadie responde a un DNI ni a una fecha de nacimiento verdadera. De momento, nos queda tener cierta empatía con aquellos a los que valoramos, ser discretos, respetuosos y mostrar un perfil público donde no cometamos los atropellos que en la vida presencial no cabrían en nuestra cabeza. Al igual que una gran mayoría no insulta ni vocifera, ni se mete con las ideas de los demás, no entiendo ese libertinaje que se acomoda en las redes.

 

Por ahora, cuidemos mucho cada tecla que presionemos y recemos por no cruzarnos con algún desalmado sediento de identidades.  

 

DOCENTES SIN PRESTIGIO

domingo, 11 de septiembre de 2022

La devaluación de la figura del profesor no es nada nuevo, o al menos la percepción que sobre ello tenemos los docentes. Aquello de "pasas más hambre que un maestro" ya pasó a mejor vida, afortunadamente, aunque una inflación vertiginosa haya mermado parte de unos salarios venidos a menos. Pero, cuestiones económicas aparte, tengo la impresión que los docentes de educación secundaria, hablando como profesor de Formación Profesional, seguimos sin tener ese prestigio que al menos ahora comienzan a recibir los jovenes demandantes de ciclos formativos y próximos técnicos. Una falta de reconocimiento que parece venir de la mano de ciertos medios de comunicación y amplificada por las redes sociales e instantáneas; pese que no estamos nada mal en España según ciertos estudios (Ipsos Global Trustworthiness Index 2022).

 

La posesión de una titulación universitaria ya no parece gran cosa. Tras la reforma de Bolonia han proliferado los másteres como algo obligado si quieres demostrar tu competencia y acceder a un empleo. La titulitis de siempre. Encima, no son pocos los que se embarcan en doctorados para suplir esa supuesta falta de prestigio donde cualquiera es ya graduado universitario. También el elitismo intelectual de siempre de aquellos que acompañan sus firmas con honores académicos.  

 

El máster del profesorado, un grado universitario, aprobar unas oposiciones y atesorar distintos certificados B2 o C1 en otras lenguas, no parece suficiente para demostrar conocimientos en un sistema donde, paradojicamente, se critica la obtención de unos títulos que parecen devaluados por el elevado número de graduados que los han obtenido. Desconozco si el nivel es mayor o menor que antaño, pero supongo que quien desea estudiar y aprender tiene hoy día aún más oportunidades de elevar sus estudios y compartirlos con otros interesados. Otra cosa es si sabemos enseñar o tenemos disposición para que todos, sin excepción, aprendan de nuestra docencia. Porque de la pedagogía ni hablemos, ahora que dicen es causa de toda la ignorancia de nuestra muchachada.

 

No es raro oir hablar mal de profesores o maestros, con mayor o menor razón, pero con más saña que si hablamos de las pifias de otros profesionales con los que nos topamos diariamente. El corporativismo no es tampoco una seña que distinga al profesorado; son muchos los sectores profesionales donde sus integrantes se tapan entre sí o que culpan de sus males a otros técnicos de distintas áreas. Lo que no excusa ni una galopante falta de autocrítica profesional ni una inmerecida defensa de aquellos colegas que no respetan los principios mínimos de cualquier enseñante (por mucho que sepan). Aunque sean minoría.


Pero todo esto venía al cuento de esa falta de aprecio que se respira por los docentes. Puede que acabemos vistos como políticos mediocres de turno o  esos trabajadores aprovechados con tres meses de vacaciones que debieran dedicar más tiempo al cuidado de los retoños ajenos; indispensables pero necesarios para que la rueda vital siga sustituyendo a unas generaciones por otras y el mito de la meritocracia no se desmonte. Así, cada nueva quinta seguirá mirando con ojeriza a unos educadores que demasiado cobran por lo que hacen y que cada vez parece que enseñan menos a unos estudiantes que supuestamente lo tienen todo para triunfar. O eso dicen algunos. 

 

Al menos, pese a la falta de sintonía del momento, no desaprovechemos las limitadas oportunidades que cada curso tenemos para ofrecer nuestros conocimientos y ese acompañamiento que todos los jóvenes merecen pero no siempre reciben. Sigamos, pese a todo(s). 

 

docentes sin prestigio

Foto de Matthew Henry en Unsplash

Con la tecnología de Blogger.

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