CONDUCTISMO, ARITMOMANÍA Y EVALUACIÓN DEL ALUMNO

miércoles, 29 de marzo de 2023

Lo del palo y la zanahoria es una práctica que debe tener un origen prehistórico. A nivel educativo probablemente no habrá docente que en algún momento no haya ejercido tan socorrida estrategia. El problema con esto del conductismo, normalmente utilizado con poca ciencia, es hacer de su práctica una herramienta habitual para con los alumnos. La ahora denostada (por algunos) pedagogía, o su hermana la psicopedagogía, hace tiempo que nos muestran distintas opciones más allá de los premios, los castigos, los positivos, los negativos, los ceros o los dieces... como norma general a cualquier edad y en cualquier etapa educativa. 

 

Es fácil hablar de ello cuando delante de nosotros tenemos estudiantes inapetentes de conocimiento o que muestran desgana y desatención sea cual sea la temática de la clase. Quitar puntos, bajar la nota final y registrar mil y una anotaciones de cada momento disruptivo suele servir para poco más que lavar nuestra conciencia ante un problema que parece irresoluble. Sin embargo, atajar estas eternas y crecientes dificultades que encontramos con los alumnos, debiera decidirse justificadamente desde el conocimiento  de cómo funciona el aprendizaje y cómo debiéramos evaluar para enseñar mejor. Y, hasta la fecha, poco hemos hecho al respecto; más allá de protestar por cada ley educativa promulgada y poco leída. Leyes que interesan, mayoritariamente, para saber cuándo se repite curso, cómo se ponen las notas, cómo se recupera y qué contenidos o competencias se añaden o eliminan. Queremos saber qué burocracia de cifras y datos nos va a incordiar en cada ocasión.

 

A la postre, por mucho ruido distractor que se origina en estos debates sobre la nueva o clásica educación, acabamos con un libro de texto o apuntes propios, ordenando actividades a peso, sobrevalorando las cuestiones formales y evaluando como se ha hecho "toda la vida". Algunos se aventurarán a diseñar proyectos o retos educativos, con mayor o menor éxito, pero también evaluando como casi siempre y tratando de conducir al estudiante por el buen camino. Porque hemos hecho que la nota sea lo que importe desde la infancia y a cierta edad es difícil la marcha atrás. Seguimos con el conductismo simplón al que nos han (hemos) acostumbrado. 


Para más inri, la llegada de las hojas de cálculo nos permiten operar con infinidad de calificaciones para obtener con fórmulas, más o menos sencillas, esa nota final temida por el alumno. Los cuadernos impresos del profesor van pasando a mejor vida y la aritmomanía del Conde Draco crece entre los docentes. Toda para que el alumno se acabe preocupando tan solo de ese número entero final que nuestra habilidad numérica ha sido capaz de obtener. ¿El resto de datos para qué importa? Alguno incluso se autocuestiona... Aunque seguramente, con ayuda del ojímetro, nuestro margen de error hubiera sido mínimo. ¿Y qué hacemos?

 

En primer lugar, entiendo que conviene una reflexión sosegada sobre el asunto y buscando alternativas que justifiquen cualquier decisión. La formación de calidad al respecto suele escasear. Sin embargo, tenemos mucha literatura para ir avanzando (aconsejo este libro sobre la evaluación formativa) en un cambio que destierre el conductismo omnipresente y desarrollemos la significatividad. Podemos hacer entender al alumno de que su día a día, sus tareas entregadas, sus lecturas, sus correcciones... no están programadas para que dependan de una nota final; que todo el trabajo que se hace en el aula se hace con el fin de su aprendizaje; que habrá temáticas sobre las que no verán su utilidad o encontrarán incomprensibles, a la vez que sin interés para su edad; que deben esforzarse no solo para no repetir curso sino para conocer y desarrollarse; que el favor se lo hacen a sí mismos y que las notas tienen su relevancia pero no son el objetivo cuando uno comienza su escolarización. Pero eso se respira desde bien pequeños en una escuela que cuida a sus docentes para que cuiden y quieran a sus alumnos.

 

No voy a discutir la complejidad o la necesidad de unas calificaciones finales, más aún en etapas postobligatorias. Los dichos numerus clausus son la consecuencia de una limitación de plazas que tiene mal arreglo más allá de la ampliación de vacantes. En la Formación Profesional ya hace tiempo que comenzamos a sufrir las consecuencias de un aumento de demanda al igual que lo sufren los estudiantes que se dirigen a la universidad. Todo ello sigue acelerando esa espiral inflacionista de notas donde los sospechosos mediocres de los cincos o seises han ampliado su espectro a los sietes y ochos. La bolsa de valores académicos sufre el acoso de madres, padres y alumnos en busca de esa fatídica o esperanzadora nota media de acceso. Todo gira en torno a los números. Cualquier décima es apelable. Y el que puede acaba pagando otras salidas por las notas no alcanzadas.


Si, como parece ser, las trampas se democratizan con el uso de la inteligencia artificial (se acaban los encargos bajo pago), ahora los trabajos y tareas con ayuda del ChatGPT se tornarán un factor adicional para acentuar esa escalada de notas donde solo importa figurar con una nota excelente. Tal vez acabemos en aulas con únicamente estudiantes sobresalientes... Ojalá estas nuevas tecnologías nos obliguen a replantearnos los deberes escolares, las correcciones, las entregas, la importancia de la lectura, la necesidad del razonamiento, el debate,  la ética, la atención y una escuela donde vayamos a aprender y no solo a pasar de curso u obtener esa nota media para unos estudios futuros y un empleo incierto. Ojalá. 

 

conductismo, aritmomanía y evaluación del alumno


Todo para lo que NO sirve la Inteligencia Artificial en educación

domingo, 26 de marzo de 2023

Ante el maremagnum que ya se avista sobre el uso de la Inteligencia Artificial en la educación, valdría la pena poner (para variar) algo de cordura antes de tratar de implementarla o atosigar al profesorado sobre su uso. No sea que nos ocurra lo mismo que con la fiebre de implementación de tabletas, pizarras digitales interactivas o cualquier otra formación digital que caduca al poco tiempo de ser implementada. Pero, ante todo, tener claro todo lo que NO será capaz de llevar a cabo ese ente, denominado Inteligencia Artificial (IA), en nuestras aulas y con nuestros alumnos. Al menos hasta que nos tornemos cíborgs o evolucionemos como especie. 

 

La IA nunca será capaz de alternar estrategias de enseñanza según el día, la hora, la motivación de los estudiantes o la materia de cada clase. Adaptarse y flexibilizar la hora de clase, midiendo el ambiente de clase, está solo al alcance de docentes humanos. Por no hablar de captar la atención, promover el diálogo y escuchar con verdadero interés las preocupaciones de los estudiantes. Dudo que podamos disponer de una inteligencia artificial que evite la disrupción, los conflictos, el desapego a la escuela o la pesada mochila (no solo física) que porta cada alumno. 


La IA no debería tampoco ser decisiva en la evaluación y promoción de un alumno. Hay ciertos imponderables que, tan solo el docente, su tutor o tutora, son capaces de valorar pese a la ayuda que puedan ofrecernos los datos cocinados por algún software de inteligencia artificial. Los peligros que conllevan estos programas pueden perpetuar los sesgos sociales de origen como un efecto secundario de esa eficiencia a la que aspiramos con el uso de algoritmos.


La IA, al igual que los buscadores actuales, ofrece respuestas y soluciones a (casi) todo aquellos que le planteamos. Sin embargo, todo el razonamiento que hay detrás de cada aportación, no puede ser asimilado sin lecturas o un estudio previo. La IA es eficiente solo si deseamos formar autómatas como mano de obra principal. La distopía puede estar más cerca que nunca con una reducida franja de la población bien educada, en las artes y la ciencias, sin un uso intensivo de la tecnología; y una mayoría ofuscada con una formación exclusiva en el uso de herramientas digitales para colaborar en el mantenimiento de esa automatización imperante que nos acecha. 

 

La IA no educa o deseduca. Poner la responsabilidad de la educación en unos algoritmos diseñados por corporaciones empresariales no parece una buena idea. Y la moral importa. En tiempos de desinformación, donde es fácil creernos cualquier tipo de publicación manipulada, es necesario ese nuevo realismo que combate las estupideces de las redes gracias a la filosofía o el arte. Si permitimos programar con IA, evaluar solo con IA o segregar con IA, acabaremos embruteciendo a la población. La originalidad y la autenticidad en la creación de contenidos acabará siendo algo extraordinario.  

 

La IA no ofrece el afecto que se merecen los alumnos. Nada sustituye el aliento o el consuelo del docente. Sin el apoyo personal y la compañía del profesorado perpetuaríamos un modelo basado únicamente en la eficiencia donde la inclusión pasa a un segundo plano. Los cientos de datos (muchas veces inútiles) de nuestras hojas de cálculo calificadoras serán poca cosa en comparación a los millones de datos que cada estudiante producirá a lo largo de su trayectoria educativa. Citando a Freire, en sus "Cartas a quien pretende enseñar", las cualidades de un docente son insustituibles por máquina alguna: la humildad, la amorosidad, la valentía, la tolerancia, la competencia, la capacidad de decidir, la seguridad, la ética, la justicia, la tensión entre la paciencia y la impaciencia, la parsimonia verbal... 

 

La IA solo será fructífera si nos permite eliminar esa burocracia educativa que nos impide atender mejor al alumnado. Si nos echa una mano para crear o diseñar tareas que son costosas en cuanto al tiempo que precisan: elaboración de exámenes, tests, comunicados, ejercicios, prácticas, etc. Solo si la inteligencia artificial nos aporta ese tiempo insuficiente del que ahora disponemos para atender a cada alumno y alumna, será realmente transformadora la IA a nivel educativo. La ilusión o el asombro por estas nuevas tecnologías no pueden empañar el sentido último de la educación: la humanización de las personas. 

 

Todo para lo que NO sirve la Inteligencia Artificial en educación

Los jóvenes son más sensatos (que los adultos) con las redes sociales

jueves, 23 de marzo de 2023

Puede que ha llegado el momento en que las nuevas generaciones hacen un uso más sensato de las redes sociales, o al menos más comedido, que sus progenitores. El desatado uso que hacen algunos adultos de sus redes parece confirmarlo. Mientras, los más jóvenes, adolescentes incluidos, muestran reparo a la hora de publicar (fuera de sus círculos) cada paso que dan o cada suceso, de mayor o menor importancia, que acaece en sus vidas. Pese a las excepciones y disparates a cualquier edad.

 

Tienen claro que no es necesario publicar cada momento de asueto con sus amigos, cada fiesta a la que acuden, cada aniversario que celebran o cada visita instagrameable. Algunos ya optan por cerrarse las cuentas de algunas redes sociales, una vez sufrida la toxicidad de las mismas, o por convertirse en meros espectadores de las simplezas que subimos el resto de mortales. Ven incluso con malos ojos la publicación de las imágenes de menores por parte de sus padres, o la crónica habitual de las efemérides privadas. ¿Para qué? Se preguntan con cordura. 

 

Ya sabemos del peligro de robo sobre nuestras viviendas cuando publicamos dónde nos encontramos en cada momento; las amenazas de los depredadores sexuales de menores que pululan por las redes; las consecuencias nefastas en la empleabilidad por un perfil "descuidado"; o las secuelas mentales por el abuso en la conexión a las redes. Pero ahí seguimos, cada día, metiendo la pata para el gozo de extraños o la vergüenza ajena de los propios. No es raro el hecho de que aumenten las cuentas falsas o anónimas por muy distintos motivos. 

 

La parte positiva de las redes sociales, a nivel profesional, es la que hace aguas. Son minoría los que cuidan y alimentan un buen perfil digital con fines meramente laborales. Crear contenidos útiles en tu área técnica, compartir recursos valiosos para otros colegas o comentar con mesura las publicaciones de compañeros de profesión, son campos con mucha posibilidad de crecimiento. Pocos son los jóvenes estudiantes o recién titulados que miman su identidad digital haciendo un uso profesional de redes como LinkedIn o sacan partido a su presencia en Twitter, Instagram o TikTok. 

 

Prevenir el robo de tiempo que nos ocasionan las redes sociales no debería ir reñido con la utilidad profesional por hacer un buen uso de las mismas. Los más jóvenes deben ser formados y sensibilizados al respecto como una herramienta diferenciadora más a su alcance. Pese a que ya puedan darnos lecciones de un uso discreto de las redes sociales personales.

 

Los jóvenes son más sensatos (que los adultos) con las redes sociales

¿Curación de contenidos, creatividad o autonomía en el diseño de proyectos para el aprendizaje?

lunes, 20 de marzo de 2023

Es algo tramposa la pregunta que da título a esta entrada. Realmente, ni la creatividad, ni la autonomía debieran ir reñidas con el aprendizaje del estudiante. Todo lo contrario. Tal vez equivocamos conceptos cuando pretendemos formar alumnos creativos y capaces de resolver cualquier reto que les propongamos sin tener en cuenta su mucho o poco bagaje técnico o académico. Incluso podemos pecar de optimistas pretendiendo que cualquier joven alumno puede, de forma totalmente autónoma, resolver una tarea determinada sobre la que no ha trabajado previamente, gracias a la curación de contenidos, a través de lecturas, clases, prácticas, talleres...


Muy reveladoras las ideas de Ron Berger al respecto del trabajo por proyectos; explicadas estupendamente en un artículo del blog de Juan G. Fernández: Todos (los proyectos) incluyen mucho tiempo de lectura y escritura, además de la investigación. La idea es que puedan dar sentido a ese material, aprendiendo nuevo vocabulario y a través de diversos formatos. (...) Necesitamos dedicar tiempo a admirar modelos, encontrar inspiración en ellos, y analizar sus fortalezas y debilidades.  

 

En resumidas cuentas, ya debiéramos de tener claro que cualquier tarea o proyecto que lanzamos a nuestros alumnos, necesita de esa famosa curación de contenidos que todo docente realiza para enriquecer y favorecer el aprendizaje del estudiante. Más allá del libro de texto, tenemos una gran variedad de recursos imprescindibles para que el alumno o su equipo de trabajo resuelvan de un modo óptimo el desafío planteado: materiales digitales, invitar a otros profesionales, visitas fuera del aula, etc. Algo ideal en cualquier ciclo formativo de FP, pero seguro que también indispensable esa curación en otras etapas educativas: ESO, bachillerato, universidad... Lo de exigir una investigación, sin ese andamiaje que procura el docente, suele resultar en un producto (y proceso) muy mejorable.


Todo este diseño de tareas, además del acompañamiento en el aula, es una tarea del profesorado esencial y tremendamente valiosa para favorecer ese aprendizaje deseado. Para ello, al igual que pedimos creatividad a los alumnos, debemos entrenarnos y dedicar tiempo para armar esas situaciones de aprendizaje donde se trabajen adecuadamente las competencias que aspiramos adquieran. Así como fomentamos el trabajo en equipo de los alumnos, y los docentes precisamos asimismo trabajar en equipo habiendo preparado previamente los materiales necesarios; es imprescindible, para alimentar la creatividad y autonomía del estudiante, mucha investigación y trabajo previo del docente. Sobrevivir a base de ocurrencias, sin añadir reflexión, experiencias ajenas o lecturas de todo tipo, asegura la mediocridad de las actividades planificadas. 

 

El profesorado, como el alumno, necesita además un ingrediente extra que va más allá de la obligación de realizar un trabajo y calificarlo para cumplir con el currículo. Este elemento nos lo facilita el convencimiento de que podemos trabajar de un modo distinto en el aula; a través de proyectos o tareas que conectan con la realidad del estudiante y nos ofrecen la oportunidad de ser creativos eliminando los límites que nos autoimponemos en la programación habitual. La mala noticia es que requiere un trabajo previo exigente. Sin embargo, nos da la oportunidad de aprender gracias a esa investigación previa del equipo docente y merced a esos recursos materiales y personales que seleccionamos para enriquecer unos proyectos excelentes. Disfrutar de todo el proceso del diseño y ejecución de un proyecto, pese a los obstáculos y derrotistas, es un estímulo para seguir enseñando. 


¿Curación de contenidos, creatividad o autonomía en el diseño de proyectos para el aprendizaje?

¿QUÉ PODEMOS MEJORAR COMO DOCENTES?

lunes, 13 de marzo de 2023

La educación es compleja y no admite simplezas. La mejora de la enseñanza no solo requiere de años de experiencia, pese a algunos discursos. Enseñar con los mismos recursos de siempre sin replantearse constantemente la propia labor es un camino seguro hacia la mediocridad. Y mira que nos gusta criticar las prácticas ajenas sin pararnos a meditar sobre las propias. Y esa crítica solo debiera venir desde el conocimiento y atesorando una experiencia rica de esfuerzo y preocupación por enriquecer el aprendizaje de nuestros alumnos. Las ocurrencias son una losa.

 

Ya son muchos años en el aula, y muchas las correcciones, pruebas, errores y replanteamientos de la propia docencia. Hemos vivido muchos vaivenes en los últimos lustros, y ahora, parece que todo es culpa de una mala ley educativa (que parte de la disensión, como es habitual) y nosotros solo somos títeres descabezados sin posibilidad de réplica ni progreso profesional. Son multitud los que esperan, y no con la boca pequeña, una jubilación merecida; e incluso crecen los desencantados con la enseñanza como modo de vida. Y voy al grano, que me desvío. 

 

¿Qué podríamos mejorar cómo docentes? Más allá de la falta de recursos, tanto personales como materiales, y de la consabida inequidad que sufren muchos estudiantes, entiendo que el margen de mejora personal siguen siendo muy amplio. Pese al desaliento que nos intimida. Un buen plan de formación permanente (sin experimentos ni veleidades) podría remediar muchas de las carencias que arrastramos, así como rebajar ese fracaso escolar, desatención en las aulas y aversión a la escuela. Y aprendiendo más, lo que no es tarea fácil. De momento, me atrevo a enumerar algunos de esos elementos o acciones que, como docentes, podemos reconsiderar para evolucionar en nuestro trabajo diario; así como añado algunos enlaces con recursos que me parecen de interés:

 

  • La importancia de la lectura. La sitúo en primer lugar y no aleatoriamente. Entiendo que, todos y cada unos de los miembros del claustro, debieran dar hoy día una relevancia especial a la lectura en el aula y fuera de ella. Si la escuela no se erige como el promotor de esta actividad, estamos perdidos ante un mundo digital que irremediablemente copa nuestras vida en todas las etapas. Son demasiados los estudios que confirman la importancia de la lectura para el progreso académico y esa falta de pensamiento crítico que tanto nos gusta pregonar. Sin embargo, ¿es una prioridad de nuestros centros y de la política educativa? ¿Podemos enseñar a amar los libros? Y, de paso, cumplir las leyes educativas e incentivar posibles pactos al respecto. Quizás así nos quejaríamos menos de las pantallitas...
  • Metodologías. El guirigay metodológico, pese a los desaciertos o su mala adecuación, sigue siendo vital para afrontar la enseñanza. Todos debiéramos tener claro que la enseñanza no es un mundo de extremos. Nos puede gustar la instrucción directa y alternar la misma con métodos donde el estudiante participe y se responsabilice de su aprendizaje teniendo en cuenta su etapa educativa. Implicar al estudiante a través del diseño de actividades que conecten con su entorno y las motivaciones propias de su edad debiera es una oportunidad que no debemos desaprovechar. Salir más del aula, y del libro de texto, es esencial para conectar con ese alumno que tiende a la desatención continua. La significatividad del aprendizaje es posible, a pesar de las dificultades, a través de esas llamadas metodologías activas que no pueden ser algo residual en la escuela. Y la exigencia no tiene que ir reñida con esa diversidad. 
  • Aprender a estudiar. Saber cómo se aprende mejor y cómo debe afrontar el estudio el alumnado debiera ser una tarea continua a lo largo de, al menos, toda la educación obligatoria. Seguimos encontrándonos con los atracones de estudio la última semana, la lectura compulsiva y repetitiva de libros de texto y apuntes, así como la ineficacia en la organización y gestión del tiempo de preparación de exámenes. La evocación, la práctica espaciada y la comprensión de lo estudiado, son elementos valiosos que pueden ser enseñados si los conocemos adecuadamente. Lo de aprender a aprender no es tan solo un lema manido y malinterpretado.
  • La evaluación. Dichoso y conflictivo asunto. La evaluación a través de infinidad de tareas e ítems obteniendo una calificación final y numérica mediante el uso de una media aritmética y ponderada es el pan nuestro de cada día. La transformación de la evaluación sumativa hacia un modelo formativo donde el alumno aprenda de sus errores, sea capaz de mejorar las entregas (permitiendo las reentregas), disponga de modelos de los que aprender y el número obtenido no sea el único y último objeto de la materia, no debiera ser una panacea ni un tema a ventilar por la idea tradicional que tenemos del aprendizaje. 
  • La disciplina. La sensación de descontrol en la aulas parece ir en aumento. Los niños, adolescentes y jóvenes tienen, como es natural, inquietudes y comportamientos distintos a los de los adultos; tratar de dirigir o solventarlos con medidas (o castigos) que rozan la ocurrencia o heredadas desde hace décadas, sin el asesoramiento de los orientadores o psicólogos escolares, es un desatino. Simplificar el diagnóstico y el tratamiento entre endurecer o no las medidas, hace un flaco favor a nuestros alumnos y, por consiguiente, al ambiente escolar que anhelamos. Podemos ser más positivos
  • Escuchar. La empatía, la comprensión y el interés por nuestros alumnos es un útil básico del docente. No somos psicólogos, pero tenemos la capacidad de entender a ese joven o niña que un día fuimos. La paciencia (infinita) es agotadora y necesaria para establecer ese diálogo necesario con jóvenes con ideales, afectos e inclinaciones muy distintas a las nuestras. Conocerlas significa llevárnoslos un poco a nuestro bando. Luego ya están esos otros problemas, más complejos, a los cuales solo podemos aportar comprensión y escucha. Humanidad a fin de cuentas
  • Digitalización. Es innegable la necesidad de ser competente a nivel digital, tanto para poder preparar a nuestros alumnos como para saber aprovechar las ventajas que nos ofrece la tecnología. Tenemos claro que las herramientas TIC son un medio sobre el que ya no debemos gastar mucho tiempo; las curvas de aprendizaje son cada vez más bajas y nuestra preocupación debiera recaer más en cuestiones relativas a la seguridad de los datos, las amenazas informáticas, el buen uso de los dispositivos o el filtrado de información. Didáctica y digitalización deben ir de la mano, sin duda; aunque diferenciando siempre por edades y niveles educativos. Los proyectos educativos con la colaboración calculada de recursos digitales son una oportunidad. 
  • Referentes. Buscar, leer y escuchar atentamente a esos colegas que tenemos dentro y fuera de los centros educativos, y que pueden aportarnos otras perspectivas y modos de hacer. Acercarse a los que proponen y no están instalados en el reproche u ocupados solamente en las trivialidades de la vida escolar. La amargura es contagiosa, al igual que la esperanza y las ganas de trabajar por un proyecto común capaz de mejorar o cambiar la vida de cada uno de los que ocupan un pupitre escolar. La ósmosis funciona en los centros educativos y es un motivo importante para acudir cada día a nuestro centro de trabajo.


Seguir haciendo lo de siempre es ayudar a perpetuar el error. El inmovilismo y la crítica gratuita hacia nuevas prácticas docentes o hacia las conclusiones que aporta la investigación educativa no transforma ni ayuda en nada al aprendizaje. Desde luego que hay experiencias valiosas de los docentes que nos preceden y de las que podemos seguir aprendiendo; pero no situarse en el contexto actual y no aprovechar el conocimiento nuevo que nos ofrecen los datos e investigaciones, dentro de una realidad cambiante, supone un desperdicio que no podemos permitirnos. Quizás la mirada es lo que más debiéramos fijar, sin importar la época. Mirar a cada alumno y alumna como una persona con capacidades por descubrir y desarrollar; con cualidades personales por madurar; y con necesidades distintas que contemplar.

 

mejorar como docente

Foto de Redd F en Unsplash

LOS PROFESORES NO LEEMOS

lunes, 6 de marzo de 2023

Esto no es clickbait. Porque realmente los docentes no leemos o leemos muy poco. Que no se enfade nadie. Y no hablo de novelas de ficción, cómics o revistas. Raros son los profesores que tienen como hábito lecturas sobre educación. Ya ni siquiera pueden llamarse lecturas pedagógicas; no sea que acabes enfrentado con algún compañero alérgico a esa disciplina. El tiempo, las leyes y ese futuro líquido que nos derraman en el rostro no ayudan a la ocupación lectora y de reflexión profesional que debiera acompañarnos a lo largo de nuestra carrera. 

 

¿Cuántos libros recomendamos o nos recomiendan otros colegas? ¿Cuántas lecturas de reflexión educativa aparecen en nuestros buzones de correo? La normativa, los cara a la galería, las quejas sobre los alumnos, las prisas recurrentes... son las noticias de nuestro particular día de la marmota. Eso sí, que si los alumnos ya no leen, ni piensan, ni razonan. Como si los adultos no tuviéramos nada que ver al respecto. Como si todo fuera culpa de unos padres y madres enfrascados en pagar facturas o lidiar con unos hijos que no saben lo que quieren ni a lo que pueden llegar. ¡Viva la competición! Como si nosotros, los docentes, fuéramos perfectos y tuviéramos una venda en los ojos que nos impide ver a uno de nuestros hijos o hermanos en ese chaval problemático o ensimismado en el aula. Cuidado que me molestan. ¿Y yo no estoy para eso? 

 

Y vendrá el aula del futuro, el pupitre del siglo XXII y la última tecnología para distraernos de lo que realmente importa. Y todo sin reflexión ni lecturas. Mucho TikTok, likes y cientos de tareas en ese Teams o Classroom que aletarga a propios y extraños. A docentes y a estudiantes. Trabajo cumplido y en septiembre más, pero no mejor. Y los másteres y la formación del profesorado parecen seguir el mismo atajo. Todo es innovación manida. ¿Dónde quedan las lecturas de referentes educativos? ¿Dónde andan los debates y la crítica a intelectuales, filósofos, sociólogos, maestros o pedagogos de distintas cuerdas? Con suerte, la humanidad y sensibilidad de algunos acaba completando ese vacío de pensamiento o falta de profesionalidad. O, como mucho, en algunas redes sociales te tropiezas con alguna rara avis que comparte escritos sustanciosos (y no comerciales) sobre nuestro rico mundo educativo. 


Podemos echar la culpa de todo a la ley educativa del momento; a la falta de presupuesto; al compañero; a la dirección o al articulista del momento. E incluso a nosotros mismos (poco habitual). Pero leer ayuda a cambiar la mirada. Leer ayuda a no solo mirar de reojo el calendario en búsqueda de festivos o vivir cada día esperando salir de clase. Y en eso nos parecemos a los alumnos. Coincidimos en el drama de una obra que se representa en un aulario donde, en lugar de sentirnos protagonistas, parecemos figurantes que cobran por horas. Y así se nos pasa la vida; contando días cotizados y lecciones superadas; esperando una mejora que nunca llega a pesar de esos jóvenes que cada curso tenemos la oportunidad de acompañar. 

 

Cuidad a esos chalados que quieren leer en los claustros. Defended los espacios de lectura y reflexión que ayudan a renovar las miradas. Perdamos más el tiempo leyendo, pensando y compartiendo textos. Recomendemos ensayos, experiencias educativas e incluso novelas, cine o podcasts que nos ayuden a frenar esa abulia a la que tendemos. Filtremos y critiquemos las modas educativas con el poso del conocimiento clásico y actual. Busquemos tiempos para escribir de lo que leemos. Seamos raros aunque no vendamos. Pero leamos y, sobre todo, compartamos lecturas. La vida docente no es el BOE. 

 

Con la tecnología de Blogger.

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