El afán curricular, ya sea con presente o anterior legislación educativa, continúa siendo la tapadera perfecta que esconde la falta de actualidad de la escuela en muchos asuntos. Ahora, con la cacareada prohibición de los móviles (¿no lo estaban ya?) en la escuela, cerramos de nuevo los ojos ante muchos de los desafíos sobre los que la evolución tecnológica lleva años advirtiéndonos. Seguiremos con medidas desiguales según la filosofía educativa de cada centro o según las intenciones e ideas que parte del profesorado más influyente pudiera tener.
Como docente que recibe estudiantes recién graduados en la Educación Secundaria Obligatoria o titulados en un ciclo formativo de grado medio o superior, o aquellos que han finalizado hace poco sus estudios de bachillerato, sigo encontrándome con similares carencias digitales y personales que otras generaciones también padecíamos. Tengo la impresión que unos por otros, los docentes de las etapas educativas que nos preceden y los que nos continúan, damos por sentados una serie de competencias y saberes que en la sociedad actual de la información y el conocimiento no debieran ser de difícil adquisición. Pero la realidad, a mi parecer, me sugiere que pasamos de puntillas por muchos asuntos relevantes para el crecimiento personal de los alumnos.
Nos llenamos la boca con la necesidad de un pensamiento crítico por parte de nuestros jóvenes, pero, ¿nos paramos a reflexionar con ellos sobre su significado?, ¿sobre cómo pueden desarrollarlo?, ¿cómo podrían buscar mejor, analizar las fuentes, cribar contenidos o mencionar la autoría? Muchos desconocen las herramientas avanzadas de los buscadores, y ahora, con la Inteligencia Artificial, me temo que pasaremos a una nueva etapa donde el copio y pego seguirá siendo habitual pero más difícil de detectar cuando se espabilen en estas artes. Al respecto de la desinformación tampoco observo mayores avances. Adultos y jóvenes somos carne de cañón ante bulos y falsedades viralizadas por propios y extraños. La dedicación a estos menesteres no parece ser muy intensa y generalizada entre los escolares. El extremismo, la discriminación, la xenofobia, la violencia, la homofobia, el machismo, etc. pueden ser también consecuencia de esa falta de espíritu crítico y filtro personal.
Luego viene la educación sexual y la conocida y temprana sobreexposición de los menores a contenidos inadecuados. Más allá de las charlas policiales, que hacen su papel avisando sobre las amenazas de los ciberdelincuentes, el descontrol sobre el consumo de estos contenidos y la insuficiente educación afectivo-sexual son el abono perfecto para todo tipo de agresiones sexuales. ¿Educamos al respecto suficientemente?, ¿controlamos a los menores y enseñamos a las familias a establecer medidas de seguridad efectivas? Por no mencionar los casos de bullying y su relación con el descontrol en el uso de las pantallas; pese a que es un tema al que ahora se dedica más atención y recursos.
La escuela, a pesar de la opinión contraria de algunos, también es responsable de la educación y formación en todos estos aspectos que sobrepasan a muchas familias; tanto por falta de conocimientos tecnológicos como por la inacción o dejación parental. La escuela puede ser la única tabla de salvación de muchos jóvenes que continuarán en la inopia tecnológica si no somos capaces de darles los recursos necesarios. Debemos ser capaces de vertebrar medidas eficaces y pragmáticas en el sistema educativo; conocemos de sobra el famoso marco de competencias digitales pero nos falta imprimir agilidad en lo que realmente importa para la educación del alumnado, más allá de certificados u otras cuestiones formales que solo nos despistan.
Dediquemos más tiempo a estas cuestiones que son transversales, más allá de los contenidos y competencias de nuestras materias; asuntos donde nos jugamos el futuro de la sociedad que nos gustaría tener. Centremos el debate no solo en las prohibiciones sino en el aprendizaje y en los valores que todo joven debiera respetar dentro de ese magnífico y desatendido marco que es la Declaración Universal de los Derechos Humanos.