LA IMBECILIDAD DEL ALUMNO

domingo, 29 de octubre de 2023

 


No me gusta entrar en polémicas en el ámbito educativo. No soy dado a añadir levadura a los que gustan de engordar los males de la escuela despotricando de su materia prima. Pero ciertas valoraciones profesionales, que además son aplaudidas por colegas, no debieran tener cabida en la escuela. Corremos el riesgo de disculpar o apoyar cualquier acción u opinión que vertemos como docentes si la situación nos sobrepasa o no encaja con nuestras expectativas. Valorar al alumnado adolescente, de forma tan negativa, resulta desolador: «Veo estupidez allá donde mire. Ya no comprendo ni soporto nada de lo que hacen. No soporto tanta ignorancia. Casi cada uno de ellos simboliza la imbecilidad»

 

Ni corporativismo ni falta de crítica a un sistema educativa que no aporta los recursos materiales y humanos necesarios. No es ese el asunto. Reprobar este tipo de comentarios, públicos o privados, es una cuestión de ética profesional docente. Pese a que algunos aprovechen la dicotomía, entre el saber para ejercer la enseñanza y el saber quién soy para dedicarme a este oficio y no a otro (F. Altarejos, 2003), para decantarse por la primera opción. Como si ambos asuntos no tuvieran la misma importancia. Y ni es un tema de bandos ni estamos ante una cazas de brujas para desprestigiar a nadie.


Somos sabedores de la necesidad de una mirada que busque la comprensión de los alumnos, independientemente de cuestiones pedagógicas. La estulticia o cualquier otra problemática que arrastre el alumnado son inherentes a la profesión. No son motivo de reproche. Todo ello no quita que sigamos demandando recursos específicos para centros educativos de difícil desempeño, el apoyo del equipo directivo y una formación específica para mejorar la convivencia en las aulas. Los alumnos actuales, sus padres y madres, o nuestros compañeros, no admiten cambios ni devoluciones. Pongamos el acento en esos recursos no accesibles o en ese malgasto en partidas accesorias para poder ejercer con competencia nuestra docencia.

 

El gran defecto de los profesores sería su incapacidad para imaginarse sin saber lo que saben. Sean cuales sean las dificultades que han debido superar para adquirirlos, en cuanto los adquieren sus conocimientos se les vuelven consustanciales, los perciben como si fueran evidencia («¡Pero es evidente, vamos!»), y no pueden imaginar que sean por completo ajenos a quienes, en ese campo preciso, viven en estado de ignorancia.  Pennac, Daniel. "Mal de escuela"

 

Porque hacemos un flaco favor a nuestra profesión, de la que reclamamos justamente un mayor aprecio, cuando pataleamos por los estudiantes que nos tocan en gracia o nos atrevemos a descalificarlos como si fuéramos meros aficionados al aula. Mi límite, a la hora de dirigirme a un alumno o hablar acerca de él, me lo pongo en cómo me gustaría que fuera tratado un hijo mío. Por mucho que haga el imbécil o insista en seguir acomodado en la ignorancia ante una vaga promesa de un futuro mejor a cambio de un esfuerzo que considera poco ventajoso. Es cuestión de profesionalidad y ética.


LA RUTA A LA EVALUACIÓN FORMATIVA

martes, 24 de octubre de 2023

 

EVALUACIÓN FORMATIVA FP

 

Hace unos días me topé con un certero artículo de Pablo Felip al respecto de la evaluación competencial, las calificaciones, las rúbricas y todo ese maravilloso mundo por el que transitamos los docentes para, supuestamente, evidenciar y favorecer el aprendizaje de nuestro alumnado. Pablo, al igual que otros muchos docentes, creíamos que con los años de experiencia nos iríamos acercando a esa Ítaca donde compartiríamos saberes y competencias a una concurrencia entregada. Llegamos a fantasear que, estos veinte años de aula, nos darían el bagaje suficiente para fondear y ser recibidos con expectación por los jóvenes habitantes del aula. No contamos con las inclemencias legislativas y laborales, los rigores de la nueva FP y ese guirigay de herramientas que nos debían encauzar a unas calificaciones y un título superado. No nos paramos a pensar en que todos esos puertos nos tenían destinado un aprendizaje inagotable. Y que nada es concluyente. 


De este modo, gracias a todos los sitios transitados, comenzamos a vislumbrar el destino final al que arribaremos a la fuerza con el retiro obligado de una pensión contributiva. No nos queda otra, como reza el poema de Cavafis, que disfrutar ahora de este viaje plagado de competencias, contenidos, resultados de aprendizaje y criterios de evaluación. Sin obsesionarse con este pasaje incómodo. Son muchos los cursos donde nos hemos peleado con exámenes de todo tipo, enredadas hojas de cálculo o rúbricas indiscriminadas. La confusión evaluadora, donde la nota final era un arte combinado de ojímetro y pruebas objetivas, nos ha ido llevando a un concepto de evaluación formativa que pretende centrarse más en el trayecto que en el paradero final. Comenzamos a entender que es necesario evaluar a lo largo de todo el curso a través de distintas artes: el feedback, las listas de comprobación (checklists), la práctica intercalada y espaciada, la posibilidad de reentregas, etc. Instrumentos que nos pueden llevar a atrapar esa evaluación auténtica pretendida. De igual modo, tampoco es preciso obsesionarse con abarcar los temarios quilométricos y desfasados que van en detrimento de la autonomía e interés del alumno por el aprendizaje. Un equipaje justo, sin demasiadas complicaciones, también nos facilita recursos para otros menesteres: elaboración de materiales, diseño de proyectos o la personalización esperada de la enseñanza. No nos compliquemos la vida. Soltemos lastre.


Personalmente, este viaje ha ido cambiando mi modo de ver la evaluación, pasando de ser un instrumento amenazador para convertirse en una ocasión donde el estudiante es consciente de lo que está aprendiendo, es capaz de conservar los conocimientos y las competencias adquiridas, y percibe el curso como un continuo perfeccionamiento. Sin embargo, la odisea es más llevadera si contamos con todo el equipo docente como tripulación para este periplo evaluador con un mismo objetivo final: enseñar. ¡Nos vemos durante el camino!


Cuando emprendas tu viaje a Ítaca,
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras,
lleno de experiencias.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de
verano en que llegues -¡con qué placer y
alegría!- a puertos nunca vistos antes.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino. Más no
apresures nunca el viaje.

[…]
y atracar, […], en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el
camino sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el
camino. Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha
engañado. Así, sabio como te has vuelto,
con tanta experiencia,entenderás ya qué
significan las Ítacas.

Constantino Cavafis, 1911.
Antología poética. Alianza Editorial, Madrid 1999. Edición y traducción, Pedro Bádenas de la Peña.

Gracias, Nuccio Ordine. Discurso póstumo.

sábado, 21 de octubre de 2023

Me permito publicar íntegramente, en esta nueva entrada de mi blog personal, el discurso que Nuccio Ordine estaba preparando para recibir el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades de este año. Con la finalidad de que su mensaje no se pierda entre la maraña que la actualidad y las redes tejen para mantenernos distraídos. Un discurso que condensa su visión humanista y social de la escuela frente a la deriva de una educación centrada en la competitividad y utilidad del conocimiento. 


Lamentablemente, ya no está entre nosotros para seguir dando luz a esa travesía sin fin por donde vagamos los educadores. Al menos, aunque no podamos seguir escuchando su apasionada, experta y afectuosa voz, nos quedan todos sus libros publicados en España por la editorial Acantilado. Sigamos leyendo y recomendando sus libros a cualquier compañero o compañera; no solo como homenaje a su memoria sino como recordatorio de nuestras prioridades profesionales.

 

Gracias, Nuccio Ordine.



Majestades, Altezas:

En primer lugar, quisiera felicitar a los ilustres galardonados y agradecer sinceramente a los miembros del jurado la generosidad con que me han otorgado este prestigioso premio. Un galardón que para mí es un honor y que me hace especialmente feliz también por una razón afectiva ya que, en la categoría de Comunicación y Humanidades, tres distinguidos maestros de la cultura europea, además de tres grandes amigos míos que a lo largo de los años fueron desempeñando un papel muy importante en mi vida y en mi formación intelectual, ya recibieron este premio: me refiero a Umberto Eco, Emilio Lledó y George Steiner. Tres ilustres eruditos, pero sobre todo tres grandes maestros, queridos por sus alumnos a los que cautivaban no sólo por sus conocimientos, sino también por su enciclopédica curiositas y su auténtica pasión por el saber y la transmisión del conocimiento.

En una época en la que el papel del profesor ya no tiene la dignidad económica y social que tuvo antaño, pensé inmediatamente en dedicar el Premio Princesa de Asturias a esos maestros que, en silencio y lejos del foco mediático, especialmente en los países más pobres del mundo, cambian la vida de sus alumnos. De hecho, cada día, en una lejana choza africana o en una necesitada población iberoamericana o en un colegio situado en la periferia de alguna ciudad de Calabria, se produce un pequeño milagro: gracias a sus maestros, a millones de niños se les brinda la inestimable oportunidad de educarse, de aprender, de adquirir aquellas herramientas necesarias para transformarse en mujeres y hombres libres y dar ese salto cultural y social haciendo nuestra sociedad más humana, más solidaria y más igualitaria.

En abril, al haber sido invitado a la Feria del Libro de Bogotá, tuve la oportunidad de visitar los míticos lugares de la infancia de Gabriel García Márquez: en Aracataca, en Cartagena de Indias, en Barranquilla y en las fincas bananeras de Prado Sevilla redescubrí muchas piezas que ayudaron a componer el rompecabezas de las mágicas Macondo relatadas por Gabo en sus extraordinarias novelas. Allí viví una experiencia humana e intelectual inolvidable: con la ayuda de mis colegas de la Universidad del Magdalena en Santa Marta, visité un pequeño pueblo palafito en la laguna de Ciénaga. A dos horas en barco de tierra firme, muchas familias de pescadores viven en Buenavista. Entre las casas coloridas, suspendidas sobre el agua, se encuentra también la escuela pública.

El encuentro con los niños en esas aulas austeras y soleadas, pero rebosantes de vida, me resultó especialmente conmovedor. Vi en los destellos de sus miradas y en sus sonrisas festivas las esperanzas y los miedos, los sueños y las dificultades de quienes se preparan para afrontar la aventura de la vida. Me trajeron a la memoria mis primeros años en la escuela primaria cuando, en mi pueblo natal, al no haberse construido aún la escuela, unos maestros habían convertido unas habitaciones de sus propias casas en improvisadas aulas.

Desde 1964 hasta 1967, la escuela pública se reducía a una habitación en la vivienda de mi maestra Ofelia Brancati. Aquellos escasos metros cuadrados encerraban casi toda mi vida: mi profesora, mis libros, mi compañero de pupitre y mis compañeros de clase. Fue allí donde, por primera vez, experimenté la alegría de aprender, la pasión de mis primeros amores, el misterio y el carácter indispensable de la amistad. Allí empecé a cultivar mis sueños: a planificar mis primeros viajes físicos e imaginarios y a pensar en una vida más allá de los estrechos confines de mi lugar de nacimiento. Al haber nacido en un pueblo sin librerías ni bibliotecas, en una casa sin libros y de padres que no habían tenido la oportunidad de cursar estudios de secundaria, sin la escuela pública, sin la Universidad pública y sin mis profesores, seguramente no habría llegado a ser lo que soy hoy en día.

La fundación en la década de 1970 de la Universidad de Calabria en una de las regiones más pobres de Italia permitió a miles de jóvenes estudiantes locales acceder a una educación superior de la que nunca habrían podido disfrutar. Por eso, tras décadas de neoliberalismo en las que los continuos recortes en la financiación de escuelas y universidades han hecho peligrar gravemente el papel y el futuro de la educación pública, he dedicado gran parte de mis energías humanas e intelectuales a defender la función esencial de la educación para el futuro de la humanidad. No puede haber ni mérito ni justicia en una sociedad que no brinde a todos una educación digna del nombre de Don Milani, quien, tras dedicar gran parte de su vida a la educación de los niños pobres, escribió que "no hay nada más injusto que hacer partes iguales entre desiguales". 

En una sociedad en la que se les dice a nuestros jóvenes que deben estudiar para aprender un oficio y ganar dinero, en una sociedad en la que el desprecio por el saber se alimenta de la peligrosa creencia de que sólo el dinero garantiza la dignidad humana, la función de una enseñanza auténtica adquiere un papel aún más esencial. Desde hace más de veinte años, leo a mis alumnos la famosa carta en la que Albert Camus, pocos días después de haber sido galardonado con el premio Nobel, le da las gracias a su maestro en la escuela municipal de Argel, Louis Germain: sin él, sin la mano tendida del maestro hacia el pobre niño, Camus nunca se habría convertido en el escritor que amamos y admiramos:

Querido señor Germain:

Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero me ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.

Un abrazo con todas mis fuerzas.

Albert Camus


Los médicos y los profesores no desempeñan una profesión, sino que ejercen una vocación que tiene un valor civil y social extraordinario, ya que su aventura intelectual afecta decididamente a los dos pilares fundamentales en que se sustenta la dignidad humana: el derecho a la salud y el derecho al conocimiento. Pero hay más. Las políticas neoliberales llevadas a cabo durante décadas han promovido unas reformas nefastas que han contribuido a convertir ya escuelas, universidades y hospitales en todo el mundo en corporaciones
y a supeditar cada vez más la investigación científica y la educación a las necesidades del lucro. A estas alturas, a nadie le sorprende que en los hospitales y en las instituciones educativas se considere a los pacientes y a los estudiantes, e incluso se les llame, sin avergonzarse, clientes.

Carl Gustav Jacob Jacobi, uno de los matemáticos más ilustres del siglo XIX, conocido por la brillantez de sus descubrimientos, en una carta enviada el 2 de julio de 1830 al matemático francés Adrien-Marie Legendre reitera que la ciencia sólo puede tener un sentido noble si está libre de toda presión mercantilista y utilitarista: En esta hermosa expresión, "el honor del espíritu humano", podría cifrarse la difícil tarea que incumbe hoy a quienes enseñamos en escuelas y universidades: hacer comprender a nuestros alumnos que uno no estudia para ganar dinero, que uno no investiga con ánimo de lucro, y que la aventura del conocimiento sólo adquiere su más noble función cuando se pone, gratuita y desinteresadamente, exclusivamente al servicio del "honor del espíritu humano".

("Es cierto que Fourier pensaba que el objeto principal de las matemáticas era la utilidad pública y la explicación de los fenómenos naturales; pero un filósofo como él debería haber sabido que el único objetivo de la ciencia es el honor del espíritu humano").

Se trata indudablemente de una tarea difícil en una sociedad en la que cada gesto, cada acción, cada palabra se considera sensata sólo si produce beneficios. En una sociedad en la que se considera cada vez más que el tiempo está al servicio de la producción y la ganancia, leer un poema de Rilke, escuchar un concierto de Mozart, admirar un cuadro de Caravaggio significa "perder el tiempo". Dicho de otro modo, dedicarse a actividades "improductivas" significa malgastar los días cultivando conocimientos y placeres "inútiles". Se trata de una lógica perversa que encuentra su máxima expresión en el neoliberalismo voraz, en la ideología de un productivismo exasperado al servicio exclusivo del beneficio. Se trata de una tendencia que está haciendo peligrar el futuro de los saberes humanísticos (literatura, música, filosofía, arte y ciencia básica) y de las instituciones (escuelas, universidades, centros de investigación básica, museos y excavaciones arqueológicas) que fueron creadas ante todo para defender el valor en sí del conocimiento y de la cultura, con independencia de toda lógica mercantil y de lucro.

Aplicar modelos de negocio al mundo de la educación, del patrimonio artístico, de la investigación científica y de la cultura en general entraña un riesgo cada vez más evidente, es decir, convertir en negocio unas actividades que por naturaleza encuentran su vocación más noble en la búsqueda de lo gratuito y lo desinteresado, por tanto, lo que los utilitaristas identifican injustamente con "lo inútil". A lo largo de una década, algunos periodistas y muchos lectores me han ido preguntando cómo se podían defender esos valores tan "a contracorriente" en una sociedad que se mueve de forma vertiginosa en dirección contraria. Una forma educada de señalar mi ingenuidad y mi anacrónico papel de defensor de causas perdidas. Me gustaría responderles con las mismas palabras que Joyce, en su Ulises, pone en boca del profesor Mach Hugh: Siempre fuimos fieles a causas perdidas. El éxito para nosotros es la muerte del intelecto y de la imaginación".

No es posible imaginar un futuro si "el punto más alto de la mentalidad coincide con la expresión ‘el tiempo es oro’". Defender causas perdidas significa defender una visión del mundo noble e ideal que se considera irrealizable. Sin los defensores de causas perdidas, la humanidad no habría alcanzado esos importantes logros que la han hecho más humana. El proyecto político de Nelson Mandela y de Martin Luther King nunca podría haberse hecho realidad si no hubiesen alimentado sus sueños arriesgando sus vidas y su libertad. Así es como dos soñadores fueron capaces de hacer posible lo imposible. Promover una lucha en defensa de los derechos humanos y civiles de los afroamericanos,
a ojos de muchos en una sociedad envenenada por el racismo, podría haber parecido una pretensión ilusoria.

Al igual que hoy, la lucha contra la desigualdad en un mundo en el que sólo el 1% de la población acapara el 82% de la riqueza puede parecer ilusoria. Muchos clásicos nos han dejado grandes ejemplos de personajes catalogados como idiotas o locos por el simple hecho de defender ideales y valores considerados inalcanzables. Precisamente las "gloriosas derrotas" del Quijote nos enseñan que a través de la pasión por los ideales podemos dar un sentido noble a nuestra vida.

De la misma manera, Fiódor Mijáilovich Dostoyevski dibujó uno de los personajes más conmovedores de la literatura universal: el idiota, que da título a la famosa novela, encarna en su sencillez humana unos valores que contrastan marcadamente con la sociedad rusa de la época, con una burguesía impregnada de feudalismo. El príncipe Myshkin hubiese
querido salvar al mundo con la belleza ("La belleza salvará al mundo" [III, 5] es la expresión que le atribuye Rogožin), con su "compasión", con su ética dotada de una fuerte carga utópica. Las humillaciones y las derrotas no le desaniman. Al contrario, al hacer que su "alejamiento" de los valores imperantes sea cada vez más "subversivo", le confieren —al
margen de su capacidad para influir concretamente en la realidad— un aura aún más noble y humana a ojos de aquellos —pocos o poquísimos— que saben apreciarlo: "¡Adiós, príncipe! Por primera vez he visto a un hombre" [I, XVI], exclama Nastasya Filíppovna.

Así, cuando pronunciamos la palabra "idiota" podemos señalar, como ocurre en casi todas las circunstancias, a un tonto o, por el contrario, a un "ser especial", capaz de testimoniar a contracorriente con palabras y acciones subversivas, los límites de una sociedad basada en el egoísmo. Dicho de otro modo: sólo cuando "vivimos para los demás", cuando asumimos el dolor y el sufrimiento de la humanidad sacrificando "el [nuestro] yo a los hombres", vivimos auténticamente para nosotros mismos. Son estos mismos sentimientos los que despierta también otro célebre personaje, Pierre Bezukhov en Guerra y Paz de Tolstói, cuyo idealismo, unido a su generosidad, lo hizo pasar por un idiota inepto en los salones aristocráticos de la época.

Por eso en las escuelas y universidades necesitamos a profesores-salmón que, navegando a contracorriente, conviertan las aulas en laboratorios donde se critiquen los falsos valores dominantes en nuestra sociedad. La escuela y la universidad no se crearon para formar soldaditos al servicio de la producción y el consumismo, sino que se crearon sobre todo para combatir el pensamiento único y desarrollar el pensamiento crítico. Las escuelas y las universidades deberían formar a ciudadanos heréticos, capaces de pensar por sí mismos y de rebelarse contra el egoísmo rampante, el racismo y el antisemitismo, contra un capitalismo voraz que hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres y a la clase media y que, en nombre del beneficio, está destruyendo también nuestro planeta.

Tras la hermosa ceremonia de esta tarde y respaldado por el prestigioso Premio Princesa de Asturias, estoy seguro de que entre los lectores iberoamericanos y españoles (gracias también a los esfuerzos de la editorial Acantilado, de Sandra Ollo, y de mi querido amigo y traductor Jordi Bayod), los defensores de las causas perdidas irán aumentando. Y espero que también tengamos nuevos adeptos entre los distinguidos invitados reunidos en este teatro. Tenía razón Oscar Wilde al escribir que "un mapa del mundo que no contenga el país de la Utopía no merece ni siquiera que le echemos un vistazo".

 


 

UNA FP REAL

No tardaremos mucho en apreciar la autenticidad en la enseñanza. Disfrutar de una buena clase, junto a tus compañeros, en una aula mejor o peor amueblada, de la mano de un o una docente entusiasmado con su materia es siempre una apuesta segura. La Formación Profesional, antes del estallido de su oferta y demanda actuales, apostó por la realidad en el aprendizaje. Conectar con el entorno y la actualidad laboral, junto a una cercanía hacia el estudiante, son claves para ese éxito frente a otras etapas educativas más áridas o menos gratificantes. La motivación del alumnado, pese al desprestigio ya en horas bajas de esta etapa, era el acicate hacia la FP de muchos jóvenes desnortados. 

 

Desde hace años, con la irrupción del marketing educativo, comenzaron a brillar imágenes edulcoradas de aulas y talleres de FP donde todo eran parabienes. La exigencia comunicativa nos llevó a acumular y mostrar todo tipo de experiencias en multitud de formatos; el continente antes que el contenido. Cualquier proyecto parece validarse cuando editabas un vídeo contando una experiencia sin atisbos de fracaso y donde todo son cumplidos. Sin embargo, hoy en día seguimos huérfanos de un extenso repertorio de buenas prácticas que sean públicas y reproducibles en otros centros educativos, otros ciclos formativos o en otros módulos. Poco queda más allá de un titular y una descripción poco detallada. Y las experiencias reales publicadas, en cualquiera de las familias profesionales, desarrolladas y evaluadas son ciertamente escasas.


Los centros de formación del profesorado o el INTEF ofrecen pocos recursos en abierto o sin una actualización permanente. No sería mala idea comenzar a articular espacios con experiencias contrastadas para cada uno de los ciclo formativos que se ofrecen oficialmente. Los libros de texto son siempre una ayuda, pero no pueden sustituir la actualización que requieren los títulos, las demandas del sector y otras formas de aprender que casan perfectamente con las explicaciones y el trabajo en el aula o taller. Una FP auténtica exige materiales didácticos bien elaborados y un trabajo del equipo docente para su programación durante el curso. Sin embargo, no se puede exigir al profesorado un trabajo extra como creadores y curadores de contenidos a tiempo completo. Afortunadamente, la Inteligencia Artificial (IA) se vislumbra como una herramienta capaz de suplir esa tarea incompleta de nuestros administradores educativos; donde encontrar refugio para idear proyectos, estructurar retos, implantar metodologías y evaluar para incrementar el aprendizaje.


Por otro lado, corremos el riego de producir materiales de escasa calidad o de cara a la galería. Así como ahora comenzamos a ver imágenes creadas con IA, no será raro el día en que nos planteemos la veracidad o autenticidad de las experiencias relatadas a través de textos, imágenes o vídeos generados por esa IA. Dentro de nada las imágenes de alumnos en las redes sociales, mientras se forman o trabajan, serán irreales; los programas formativos se adaptarán a lo que queremos escuchar y no a lo que realmente importa, para vender más; o los estudiantes, con ayuda de estas herramientas, disentirán de la formación ofrecida y pondrán en entredicho al profesorado. Si es que no está ya ocurriendo. Las herramientas digitales al servicio del espectador sin contar con la necesidad de conocimientos técnicos y duraderos de sus actores. 


La FP real acabará poniéndose de moda. Ya hay estudiantes que comienzan a exigir un mayor aprovechamiento del tiempo disponible y menos malgasto en ocurrencias o experimentos sin poso. Una exigencia que es imprescindible para continuar dando valor a la FP sobre otras etapas educativas. Debemos incluso mantener esa autenticidad sobre los estudios universitarios. No podemos caer en convertirnos en centros-máquinas expedidores de títulos y certificados; donde la distancia es una excusa para facilitar matrículas. Nuestros alumnos, los más jóvenes y desocupados al menos, necesitan ese contacto directo y sin filtros, de sus docentes. Y los docentes, dejando de lado las bondades de las competencias digitales educativas, mejoramos nuestra enseñanza cuando trabajamos codo con codo junto a los estudiantes. Y es ardua y agotadora la tarea. Las nuevas generaciones tienen distintas formas de ver el mundo, a nivel de trato, otras prioridades. Saber conectar de un modo genuino con los alumnos no se aprenden en ningún máster. Aunque quizás, quién sabe, tendremos en el futuro nuestra propia Samantha (de la película Her) como docente inspiradora que nos hará desear el aprendizaje. Crucemos los dedos.


Luego, si nos queda tiempo, seguiremos jugando con esa imágenes fake con las que pasar el rato. De momento, sigamos preguntándolos cómo aprende mejor nuestro alumnado y cómo mejorar sus competencias personales y profesionales. Sin apariencias. El momento educativo actual es muy desafiante y ojalá mantengamos ese espíritu de una FP artesana pulida con herramientas digitales y artificiales bien empleadas.

 


UN MUNDO EDUCATIVO FRÁGIL, ANSIOSO, NO LINEAL E INCOMPRENSIBLE

jueves, 19 de octubre de 2023

Aquello de menos es más hace tiempo que dejó de aplicarse al mundo educativo. El minimalismo aplicado a la docencia no está de moda; más bien la tendencia en la enseñanza apunta desde hace tiempo al barroquismo. Nos hemos dejado liar por los excesos de ese mundo cambiante que gustábamos de etiquetar como VUCA (de sus siglas en inglés: volátil, incierto, complejo y ambiguo) y que ha pasado a ser un mundo BANI (también del inglés: frágil, ansioso, no lineal e incomprensible). Ciertamente, este nuevo acrónimo define bastante bien el momento educativo actual. 

 

La fragilidad de la educación se demuestra cada nuevo curso con crisis y desacuerdos constantes. Padecemos una normativa educativa cambiante y un clima turbio que, entre otras causas, es culpa del escaso consenso y una conflictividad creciente entre distintas formas de ver la educación. Hay demasiados aspectos de la enseñanza en entredicho, así como son amplios los recelos acerca de la aplicabilidad de distintas metodologías o el modo de introducir cambios que transformen y solventen los eternos problemas de la escuela. Además, la profesión docente se percibe como poco valorada (ver estudio "El profesorado en España 2023")  y en duda constante por gran parte de la sociedad. A lo que añadimos mucho personaje ajeno a la educación opinando y timoneando el barco.


La ansiedad es una nueva constante con la que nos hemos acostumbrado a lidiar. En el mismo estudio se apunta a que dos de cada cinco docentes sufren ansiedad, agotamiento y depresión. No movemos entre una maraña de información donde difícilmente encontramos los recursos valiosos que necesitamos; una deficiente formación continua e inicial docente, un exceso de burocracia en unos sistemas de calidad que rozan lo kafkiano y un entorno complejo que nos conmina a dar esa atención personalizada que los alumnos requieren a pesar de nuestras carencias profesionales. No hay reposo ni reflexión ante unas programaciones donde queremos abarcar demasiado a la par que se nos demanda inclusión. Luego sufrimos el alto precio por la búsqueda de la competitividad mientras tratamos de ser flexibles y adaptables a esas competencias que nos marean.


El avance de la educación también está en duda permanente. La no linealidad se ha vuelto perenne. Vivimos una época donde no tenemos claro si se prospera o retrocede a nivel de aprendizaje; tanto por el lado de los conocimientos y competencias como respecto a los valores. Son multitud los que recelan del progreso de la escuela. Arrecian las opiniones conservadoras que demandan una vuelta a esa escolaridad idealizada. La adopción de la tecnología sufre vaivenes y comienzan a desandarse ciertos caminos que, tal vez, se tomaron con demasiada ligereza o desconocimiento. Estamos constantemente en la cuerda floja: no queremos perder de vista la modernidad ni caer en lo trasnochado; mantener lo clásico sin ser tildados de inútiles.

 

Todo se ha vuelto más incomprensible. El ruido que nos envuelve (las redes, las modas, las leyes...) ayudan poco a serenar la toma de decisiones. Hay más estudios e investigación educativa que nunca, y, a pesar de ello, seguimos dando tumbos en nuestra práctica docente, el modo de abordar las distintas problemáticas inherentes al alumnado y la forma de mejorar el aprendizaje sin dejar a nadie detrás. Y hacemos lo que podemos y lo que nos dejan en un clima escolar que no destaca por la ilusión. ¿Era esto lo que habíamos soñado?


En cualquier caso, y para evitar el alarmismo, no podemos obviar la cada vez mayor inversión educativa del estado y los gobiernos autonómicos, pese a que en gasto por alumno seguimos por debajo de la media de la Unión Europea y a gran distancia de los países que más invierten en educación (ver Sistema estatal de indicadores de la educación 2023).  Tampoco podemos dejar de celebrar las posibilidades formativas que ofrecen las distintas administraciones o el sistema de becas que permite continuar con la educación postobligatoria a muchos jóvenes estudiantes. Quizás, este mundo BANI nos exige una sensatez mayor en las inversiones acometidas ante la falta de certidumbres. Son millones los euros desaprovechados en inversiones y proyectos irrelevantes a través de vaporosas formaciones o dispositivos arrinconados. 

 

Como docentes en esta realidad BANI no nos queda otra que buscar el apoyo mutuo para afrontar el estrés y centrarnos en lo que más nos debiera preocupar: el alumno. No son tiempos para medrar a costa de los demás ni buscar la autocomplacencia. Otras cuestiones formales siempre deben ser secundarias y es ahí donde debemos ser realmente flexibles. La incomprensión también puede combatirse centrando la mirada en las prácticas que sabemos son realmente útiles en nuestra docencia. Nos toca ir al grano y dejar los fuegos de artificio para los momentos de ocio. Ojalá seamos capaces de debatir las distintas formas de ver la educación sin causar retrocesos ni una devaluación del sistema educativo. Luego veremos si las nuevas tecnologías, a través de una inteligencia artificial soñada, nos permite un mayor confort profesional para preparar mejor las clases y dar una atención óptima a los estudiantes. Deseo que todo ese ruido educativo se acalle con la esperanza de seguir transformado vidas. A pesar de todos los acrónimos que están por venir. 

 

EDUCACIÓN BANI


UNA INTELIGENCIA ARTIFICIAL EN FP PARA TODOS

lunes, 16 de octubre de 2023

 

LA IA EN FP

 

Probablemente la Inteligencia Artificial (IA), al igual que ocurre ya con el acceso a Internet, se irá extendiendo y facilitando su acceso a toda la población. Y así como hay quien tiene una conectividad a Internet con velocidad 5G o dispone de datos ilimitados en sus dispositivos móviles; ya existen diferencias entre aquellos que pueden permitirse una IA de pago y los que solo acceden a una versión limitada y gratuita. Como casi todo, el acceso a una IA superior o premium dependerá de los recursos económicos de sus usuarios. 

 

Sufrimos una fiebre artificial, al igual que la que padecimos con gusto durante la expansión de Internet, los buscadores, las redes sociales y los cientos de herramientas que nos prometían el edén educativo. Empiezan a oírse todo tipo de voces que nos alertan por un lado de las amenazas de toda clase sobre el aprendizaje y los conflictos éticos que ocasiona su uso, mientras que, por otra parte, tenemos a los esperanzados e ilusionados por una tecnología incipiente que vaticina una transformación en nuestro modo de enseñar y el logro de ese aprendizaje autónomo codiciado. 

 

Las buenas noticias, para los optimistas y creyentes en la especie humana, radica en la oportunidad que tenemos de transformar la educación a través de herramientas que nos aporten esa dosis de conocimiento, creatividad y motivación necesarias para seducir a un alumnado en riesgo de dispersión permanente. También anhelamos, además de producir artefactos digitales más o menos vistosos, ganar tiempo para esas tareas inherentes a la docencia que nos ocupan un tiempo siempre escaso: evaluar convenientemente y de forma personalizada, adaptar las tareas del aula al grupo de clase o crear materiales innovadores más allá del un libro de texto. En estas o en otras muchas ocupaciones podríamos ser más eficientes para, de paso, ganar tiempo en esa atención que requiere nuestro alumnado. 

 

En cualquier caso, la base pedagógica para acometer la impredecible Inteligencia Artificial va a ser tan necesaria como una elevada competencia lectora de nuestros estudiantes. El conocimiento de la didáctica de nuestra materia sigue siendo un requisito fundamental para introducir unas herramientas que condicionan enormemente la enseñanza y la evaluación del aprendizaje. Los críticos del pedagogismo (o lo que eso signifique) tienen también una excusa perfecta para desechar una tecnología que, inevitablemente, tendremos todos al alcance de la mano. Deberíamos seguir, o tal vez comenzar, tratando de combinar en su justa medida y según la etapa educativa ese fomento por la lectura con el uso adecuado de unas herramientas digitales que pronto sobrepasarán nuestro entendimiento. Sería sensato comenzar a visibilizar buenas prácticas o debatir sobre las posibilidades formativas de la IA a través de profesorado con cierta experiencia en el aula o en los talleres; no solo a través de tecnólogos o comerciales del sector educativo. 


A nivel de la Formación Profesional ya se vislumbran y conocen distintos usos para todas las familias profesionales y sus consiguientes ciclos formativos. La labor digitalizadora, todavía en proceso en gran parte de los centros de FP, está abocada a introducir las herramientas de IA tanto para la mejora del aprendizaje como para la actualización de las competencias técnicas y personales del alumnado (y, por tanto, del profesorado). No importa el nivel de artesanía o trabajo manual de las titulaciones; cualquier ciclo estará de una u otra manera afectado por el uso de la IA en sus puestos de trabajo. ¿Cómo? Lo iremos viendo. Pero, sin ser agoreros, el mercado laboral exigirá el conocimiento y control de estas herramientas, además de aquellas competencias que difícilmente pueden ser sustituidas por la IA. Actualmente, esto significa que las tareas concretas de aprendizaje y de trabajo deben centrarse en la resolución de problemas en un mundo laboral digitalizado más que en herramientas digitales (por ejemplo, gafas de realidad virtual o impresoras 3D) o medios de comunicación digitales (por ejemplo, tabletas o pizarras); como así se afirma en "Artificial Intelligence and Assistance Systems for Technical Vocational Education and Training – Opportunities and Risks".

También, como nos cuenta ChatGPT (versión 25 de septiembre de 2023), la propia IA nos ofrece algunas ideas de por donde van los tiros en FP. El cómo abordar estas tendencias nos debería ocupar más tiempo:



La inteligencia artificial (IA) está transformando muchos sectores, y los empleos de los titulados de Formación Profesional (FP) no son una excepción. La forma en que la IA afectará a estos empleos dependerá de la especialidad y el sector en el que se encuentren. A continuación, se detallan algunas de las posibles implicaciones para algunos empleos de titulados de FP:

Automatización y Robótica: Aquellos titulados en especialidades relacionadas con la mecatrónica, automatización industrial y robótica tendrán oportunidades para trabajar en el diseño, mantenimiento y operación de sistemas automatizados, ya que la demanda de robots y sistemas autónomos probablemente aumentará.

Salud: En áreas como la enfermería o auxiliares de clínica, la IA puede ser utilizada para tareas administrativas, diagnósticos preliminares y monitorización de pacientes. Sin embargo, la necesidad de cuidado humano y empatía en muchos aspectos de la salud significa que estas profesiones no desaparecerán, pero sí pueden evolucionar en sus funciones.

Tecnologías de la Información: Aquellos con formación en sistemas informáticos y redes tendrán que adaptarse a entornos donde la IA juegue un papel importante en el análisis de datos, la seguridad y el mantenimiento preventivo.

Construcción: Si bien es probable que las máquinas y la IA asuman tareas repetitivas y peligrosas, todavía habrá una necesidad de habilidades manuales y de expertos en distintas áreas de la construcción.

Electricidad y Electrónica: La demanda de profesionales capacitados en la instalación, mantenimiento y reparación de sistemas eléctricos y electrónicos no desaparecerá, pero es probable que se integren herramientas de IA para diagnosticar fallos o para optimizar sistemas.

Diseño y Artes Gráficas: Aunque la IA puede generar diseños básicos, la creatividad humana y el sentido estético seguirán siendo esenciales. Sin embargo, herramientas basadas en IA pueden facilitar la creación y edición.

Hostelería y Turismo: La IA puede ser utilizada para la gestión de reservas, atención al cliente básica y tareas administrativas, pero la experiencia personalizada y el toque humano seguirán siendo esenciales en estas industrias.

Administración y Gestión: La IA puede automatizar tareas administrativas, como la entrada de datos, la contabilidad básica y el análisis de grandes volúmenes de información. Sin embargo, la toma de decisiones estratégicas, la gestión de recursos humanos y la interpretación de datos complejos seguirán requiriendo intervención humana.

Agricultura y Jardinería: Drones y sistemas automatizados pueden realizar tareas como la siembra, el riego y el monitoreo de cultivos. La IA también puede ayudar en la detección temprana de plagas o enfermedades.

Comercio y Marketing: Las soluciones de IA pueden personalizar la experiencia del cliente, gestionar inventarios y analizar tendencias de mercado. Sin embargo, la venta directa, el asesoramiento personalizado y el diseño de estrategias de marketing seguirán requiriendo habilidades humanas.

Imagen Personal: Si bien es difícil imaginar que robots realicen cortes de pelo o servicios estéticos personalizados, la IA puede ayudar en la gestión de citas, recomendaciones personalizadas basadas en estilos anteriores o tendencias, y la administración de negocios relacionados.

Mantenimiento y Servicios a la Producción: Aunque la IA puede ser útil para diagnosticar fallos y predecir cuándo será necesario el mantenimiento, las tareas de reparación, ajuste y calibración a menudo requerirán intervención humana, especialmente en sistemas complejos o entornos inusuales.

Transporte y Mantenimiento de Vehículos: Con la llegada de los vehículos autónomos, la industria del transporte está en plena transformación. Sin embargo, el mantenimiento, reparación y personalización de vehículos seguirán requiriendo habilidades técnicas humanas. Además, la comprensión de los sistemas de IA y electrónica en vehículos modernos será esencial.

Seguridad y Medio Ambiente: La IA puede ayudar en la monitorización y respuesta a situaciones de emergencia, en la predicción de desastres naturales o en la detección de contaminantes. Sin embargo, la intervención en terreno, la gestión de crisis y las decisiones estratégicas en relación con la seguridad y el medio ambiente seguirán siendo predominantemente humanas.

 


Queda mucho camino por recorrer y otras muchas equivocaciones a la hora de plantear e implantar la IA en el mundo educativo. Con una mayor sencillez en su uso vendrán nuevas oportunidades sin necesidad de una excesiva formación técnica ni sin ocuparnos demasiado en un sinfín de herramientas que el mercado, como es habitual, busca colocar entre los potenciales usuarios. No caer en la trampa de la dependencia a la multinacionales del sector tecnológico va a ser realmente complicado. Ojalá tengamos la lucidez necesaria para evitar los errores del pasado a la hora de invertir en dispositivos o un software inadecuados. Espero que, además de una democratización y acceso a una IA avanzada con la ayuda de las instituciones públicas, se nos pase la calentura y tengamos la visión suficiente para otear con claridad ese paisaje educativo y laboral que tanto nos inquieta. Sigamos formando personas que piensen, decidan y emprendan sus propias acciones. Eso sí, con ayuda de los datos y conocimiento que la IA nos aporta.

LA DERIVA DE UNA ESCUELA INDIVIDUALISTA

sábado, 14 de octubre de 2023

 

escuela individualista

 

A lo bueno todos nos acostumbramos y lo damos por sentado con ligereza; mientras, las amarguras tendemos a olvidarlas y buscamos pasar la página rápidamente. Nos hartamos a hablar sobre la empatía y la resiliencia pero mirando siempre de reojo. No sea que perdamos algún privilegio. Nos encantan las buenas obras y las películas con tintes solidarios pero al final acabamos defendiendo implacablemente una mísera parcela de nuestra tribu y territorio común. Si nos descuidamos acabamos siendo más animales que humanos. Y la educación nos diferencia además de por el nivel de escasez o abundancia personal que poseemos en un mundo que siempre ha girado bajo las mismas leyes. 

 

Aún así, la escuela sigue transformando. Pese al discurso de que la educación la dan los padres y las escuelas solo debieran ofrecer lecciones; continúan siendo un espacio único de pluralidad y valores, además de conocimientos. Porque, indudablemente, la bondad o la maldad no forman parte del currículo escolar pero si tenemos como sociedad la obligación de proteger la igualdad y unos derechos humanos frente a las olas de inquina que se generan cuando crece la salvaje marea. Y no hablo de buenismo estéril sino de formar ciudadanos sensibles en un entorno donde las prioridades educativas se nos están quedando en lo secundario: una fiebre calificadora para acceder a otros estudios, una mal entendida digitalización, un infructuoso bilingüismo y esa nostalgia escolar de algunos. Lo que no quita que trabajemos las competencias debidas ni ese objetivo prioritario, a menudo olvidado, que pretende espolear la curiosidad de nuestro alumnado por el aprendizaje.


Para muestra, esa pandemia que nos haría mejores. O esos temores sobre unos vecinos que no queremos comprender y que avivan la inquina en las redes y en las calles. Luego recortaremos lazos y palomas de la paz mientras ayer insultábamos al protagonista de un titular de prensa. Y todo se transmite, en casa y en la escuela. El currículum oculto constructivo tiende a desaparecer entre tanta fachada y temor a ser considerado un adoctrinador perverso. Los valores y derechos en el aula pueden ser vistos como una pérdida de tiempo o unos principios a evitar. Los jóvenes de hoy son fruto de los adultos de ahora y de una sociedad que lleva tiempo evitando incomodidades para conservar estatus. Porque es molesto nadar contracorriente; cuesta enseñar mientras desapruebas las injusticias que otros padecen y despiertas conciencias; pero eso también es educar. Y la congruencia y honestidad profesional son imprescindibles pese a los desaciertos y los inoperantes que nos conducen. Tal vez, y viendo el paisaje político y social actual, nos deberíamos centrar más en esos ideales que nos unen y que corren el riesgo de diluirse entre programaciones, intereses económicos, partidismos o simple individualismo. 

 

Cine con valores, lecturas sugestivas, debates reflexivos y una trabajada acción tutorial con recursos son buenos elementos para educar y acercarse a ese pensamiento crítico tan publicitado pero tan poco corriente en el día a día escolar. Y no vale quitarse las responsabilidades de encima o delegar en otros colegas y etapas educativas. Todos construimos personas buenas.

BUENOS O MALOS PROFESORES DEL SIGLO XXI

miércoles, 4 de octubre de 2023

 

buenos o malos docentes del siglo xxi

 

Es oír hablar sobre los cambios de la educación del siglo XXI y se me cortocircuitan las neuronas que me quedan. Si a su vez se menciona el pensamiento crítico o nuevas pedagogías, ya empiezo con la sudoración. Pero si además se alude a una enseñanza competencial y a una evaluación diferente, me pongo en situación de alerta máxima. Y no porque no crea en una programación por competencias, en una evaluación formativa, ni en la necesidad de fomentar el espíritu crítico del alumnado o en aplicar metodologías que busquen abrir el apetito por el conocimiento de nuestros jóvenes. No.

 

Me pongo en guardia por las incoherencias que todavía seguimos arrastrando en ciertos discursos educativos. Y ya van unos cuantos años con la misma cantinela; los fieles amantes del método tradicional (o aquellos que no buscan complicarse la vida docente) lo tienen fácil con esta política de lavado de cara. Tan solo hace falta añadir un par de frases a la programación y aludir a esa supuesta modernidad educativa en la que se va a sumergir nuestro centro para ilusionar a colegas o familiares de alumnos. Pero la realidad es luego más tozuda. Un cursillo de supuestas nuevas metodologías no provoca esa transformación deseada y a la altura de lo que requieren los estudiantes. Adolecemos de autoexigencia pese a las carencias y a esa ratio adecuada que solo llegará con la oportunidad del problema demográfico. Y la política educativa ofrece metas pero no renueva más allá del articulado bienintencionado del BOE. Todo acaba descansando sobre las espaldas de los docentes implicados y de la fortuna de toparte con uno o una de ellos. No obstante, lograr la etiqueta de buena profesora o buen profesor, no debiera depender únicamente de esa implicación personal. La mejora profesional tiene más recorrido del que creemos.


Podemos haber avanzado en algunos aspectos, sobre todo a nivel de sensibilización sobre la necesidad de la inclusión, una buena orientación o las causas y consecuencias del fracaso escolar. Sin embargo, pese a la cantinela sobre la nueva educación que acompaña a los tiempos actuales, no dejamos atrás muchas prácticas heredadas. Tal vez, todo se reduciría a preguntarnos más constantemente: ¿cómo pueden aprender mejor nuestros alumnos? Quizás, a la vez que nos hacemos esta pregunta, debiéramos de tratar de responderla con conocimientos y formación específica; más allá de lo que nos dicta la experiencia o el amimefuncionismo. Hay quien se jubila, haciendo prácticamente lo mismo, tras décadas de docencia. Y aquí, la investigación educativa y una pedagogía rigurosa, como no puede ser de otra manera, son las que pueden ofrecer resultados. Porque, aunque el camino sea largo y sinuoso; una digitalización adecuada, la evaluación formativa, la practica espaciada, la evocación o un trabajo cooperativo bien diseñado; son buenos compañeros de viaje. ¿Los tenemos en nuestra agenda escolar?

 

La prueba de una educación exitosa no es la cantidad de conocimiento que el alumno se lleva de la escuela, sino su apetito por saber y su capacidad de aprender. Si los alumnos salen del liceo con un deseo de conocimiento y alguna idea de cómo adquirirlo y usarlo, la escuela habrá hecho un buen trabajo. Muchos egresan de la educación secundaria con su apetito asesinado y la mente cargada de trozos no digeridos de información. Un buen director se reconoce por el número de asignaturas valiosas que se niega a incorporar en la malla. (Sir Richard Livingstone, 1941)

Una mirada desdeñosa sobre el alumno, por su edad o inmadurez lógica, no ayuda tampoco para nada. En este caso, más que innovación educativa, necesitamos generosidad docente. Podemos echar balones fuera y seguir mentando a esos progenitores ausentes o a una sociedad disoluta de la que también formamos parte. Pero luego, en el aula, somos nosotros la autoridad legal (y supuestamente moral); permitimos o maleducamos a conveniencia y según queramos mayores o menores enredos (salvando las graves excepciones). La omisión es una excelente fábrica de ineducados. Ya cansa el discurso de las felices épocas pretéritas donde reinaban supuestamente los modales y la erudición. Sin eliminar, de ningún modo, las exigencias debidas a una administración educativa a menudo ineficiente e injusta con sus presupuestos.


En definitiva, si tuviéramos más competencias sobre cómo enseñar y mejorar el aprendizaje de nuestros alumnos, y a su vez modificáramos esa mirada a veces derrotista acerca del panorama actual, podríamos cambiar más velozmente y de forma sustancial nuestra docencia. La profefobia, la desmotivación del profesorado y esa poca valoración que percibimos de la sociedad (ver Educo Barómetro 2023) requieren buenas herramientas que nos ayuden a afrontar la complejidad inherente a la educación y a los tiempos que nos han tocado vivir. Seamos fieles a nuestra época y saquemos provecho a esa ciencia, cultura y experiencia que atesoramos en la enseñanza. No se trata de ser buenos o malos docentes, sino de ser mejores. Sin duda, podemos cambiar el guion.

Con la tecnología de Blogger.

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