Cuando llevas años en esto de la enseñanza y has podido observar o hablar con muchos alumnos, así como eres conocedor de las experiencias de tus propios hijos u otros compañeros, sabes ya cuáles son algunas de las actitudes de los docentes que los alumnos destacan como valiosas.
Ojalá me hubieran enumerado estas actitudes, conductas o hábitos en el desaparecido Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP), que se centraba poco en la aptitud y menos aún en la pedagogía. Ahora, con el Máster de Formación del Profesorado, parece que los tiros apuntan hacia las herramientas digitales junto a muchas horas de prácticas que, si están bien planteadas y tienes un tutor/a con experiencia e implicación, pueden desequilibrar la balanza hacia una buena o mala formación inicial.
Porque los alumnos lo que solicitan es atención. Una atención permanente que, a causa de la ratio o de la diversidad en las aulas, es difícil de ofrecer. Sin embargo no es raro hacer dejación de esta atención, al igual que se lo recriminamos al alumnado, dedicando tiempo en el aula a otros menesteres: correcciones, correos, navegando en la web o incluso apoltronados haciendo uso de ese maldito despistador o manipulador que es el móvil.
Los alumnos valoran que les atiendas y no les dejes con una retahíla de ejercicios o tareas pendientes; aprecian las explicaciones orales y la resolución personalizada de dudas; necesitan un refuerzo positivo cuando hay un esfuerzo o un logro en su aprendizaje o resultados académicos. Al fin y al cabo, como todos, precisan una figura de referencia que sea congruente con lo que dice y les sirva de estímulo; la mayoría estamos cansados de embaucadores aficionados o profesionales que no ofrecen lo mejor de sí mismos. Más allá de buenas palabras, jueguecitos, melodías o colegueo; los alumnos necesitan esa referencia o ese mentor que los oriente y se interese por ellos, despreocupado por quedar mejor o peor de cara a la galería o tener más o menos gracia.
Los estudiantes, jóvenes o mayores, quieren (incluso sin saberlo) profesores actualizados; pero creo que valoran aún más, a ese docente que se interesa por su aprendizaje, en cómo están; maestros que no tiene tiempo para sentarse en el aula. Desean, aunque a menudo no lo parezca, un docente que les escuche a la par que les explica y pretende activar unas cabezas saturadas de asuntos personales y aturdidas por los inputs del entretenimiento continuo.
Saber estar en el aula es también un aprendizaje para el docente. Ser capaz de tener una narrativa, sin pretender embaucar a los más ingenuos, corrigiendo, explicando, valorando positiva o negativamente los aprendizajes y desde la honestidad con la escuela que representas, es crucial en nuestro ejercicio profesional. Admiro a esos profesores y profesoras que no paran en toda la hora, que no se sientan ni un minuto, que se desgañitan, cuentan y explican, siempre solícitos, en ese pequeño cosmos poblado por alumnos.