El sistema educativo actual parece querer contagiarse del afán de productividad predominante en la estructura social y económica. Seguimos centrándonos en unos contenidos demasiado departamentalizados donde prima la cantidad de epígrafes "aprendidos" en lugar de un aprendizaje significativo. Más horas, más contenidos y más pruebas.
Por otro lado, caemos también en modas, más o menos autoimpuestas, que nos hacen cautivos de ciertos dispositivos tecnológicos o nos obsesionan en la adquisición de unas competencias concretas (véase idiomas o nuevas reválidas). Un consumismo poco educativo que puede ocasionar una obsolescencia continua.
Afortunadamente, hay en marcha propuestas que priorizan las metodologías activas y una organización escolar diferente a la tradicional. Aún así, la estructura horaria, los exámenes y las sesiones de evaluación, los libros de texto, los deberes por norma, un espacio físico rígido o el excesivo dirigismo académico que sufre el alumno, no permite llevar a cabo un proceso de enseñanza-aprendizaje sosegado y paulatino.
Echo de menos más tiempo para digerir los aprendizajes. Tiempo para centrarse en lo importante: los alumnos. Tiempo para disfrutar de contenidos y competencias sin necesidad de terminar una programación. Tiempo dedicado a reflexionar y llevar a cabo proyectos con diferentes metodologías. Es un sinsentido dedicar más tiempo a la burocracia o a nuevos planes educativos que disponen cambios de forma pero no de fondo. Y en estos menesteres la política educativa tiene mucho que decir al respecto.
Necesitamos una slow education que prime la cercanía al alumno, la exigencia desde la particularidad de cada uno de ellos y una evaluación reposada. El resto, puede esperar.
photo credit: n192_w1150 via photopin (license)
Por otro lado, caemos también en modas, más o menos autoimpuestas, que nos hacen cautivos de ciertos dispositivos tecnológicos o nos obsesionan en la adquisición de unas competencias concretas (véase idiomas o nuevas reválidas). Un consumismo poco educativo que puede ocasionar una obsolescencia continua.
Afortunadamente, hay en marcha propuestas que priorizan las metodologías activas y una organización escolar diferente a la tradicional. Aún así, la estructura horaria, los exámenes y las sesiones de evaluación, los libros de texto, los deberes por norma, un espacio físico rígido o el excesivo dirigismo académico que sufre el alumno, no permite llevar a cabo un proceso de enseñanza-aprendizaje sosegado y paulatino.
Echo de menos más tiempo para digerir los aprendizajes. Tiempo para centrarse en lo importante: los alumnos. Tiempo para disfrutar de contenidos y competencias sin necesidad de terminar una programación. Tiempo dedicado a reflexionar y llevar a cabo proyectos con diferentes metodologías. Es un sinsentido dedicar más tiempo a la burocracia o a nuevos planes educativos que disponen cambios de forma pero no de fondo. Y en estos menesteres la política educativa tiene mucho que decir al respecto.
Necesitamos una slow education que prime la cercanía al alumno, la exigencia desde la particularidad de cada uno de ellos y una evaluación reposada. El resto, puede esperar.
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