LA RAZÓN DEL ÉXITO DE LA FP

jueves, 23 de febrero de 2023

No pretendo en este artículo enumerar las innumerables ventajas que tiene cursar un ciclo de Formación Profesional. Afortunadamente, el impulso de las administraciones públicas junto a la colaboración con otras entidades privadas, sigue favoreciendo la demanda de una FP tanto por parte de los jóvenes (y sus familias) como por el lado de las empresas. Sin embargo, el éxito de nuestra etapa educativa se ha venido gestando desde hace muchos cursos. Desde la antigua FP1 y FP2, extinta hace más de veinte años, se contemplaba una formación integral del alumnado dirigida a su inserción en el mundo laboral. Aunque fue con la LOGSE (1990), y luego con la LOE (2006), cuando verdaderamente se modernizó un sistema de FP con los ciclos formativos de grado medio y superior actuales. Pese a la falta de actualización de algunos títulos aún con esas normativas vigentes. Pero eso es otra historia. 

 

¿Y dónde está el éxito de la FP actual?

Sin ningún lugar a dudas, la FP se distingue de otras etapas educativas en el tratamiento que se le da al estudiante. Los alumnos, en los centros de Formación Profesional, son recibidos como adultos que deben ser formados, teniendo en cuenta su madurez personal, para ejercer profesionalmente en un entorno laboral. A diferencia de la ESO, el Bachillerato, e incluso ciertas universidades, se busca la autonomía del alumnado confiando en su crecimiento personal y en que aprendan a gestionar las exigencias propias de un empleo. Los jóvenes valoran ese tratamiento. La infantilización de la educación o una actitud intransigente hacia el alumno son deméritos que a menudo se extienden por otras etapas educativas donde ni todo son parques de atracciones ni abunda esa educación exquisita y humanista que nos venden fácilmente. 


La FP suele sorprender a los estudiantes que acceden a ella por primera vez. Es habitual dialogar con los alumnos, tratar de entender sus necesidades y conciliar en caso de conflicto. Los castigos o premios escolares no son moneda corriente. Aunque los perfiles de alumnado suelen ser muy distintos, por razón de edad y maduración personal, entre ciclos de FP Básica, grados medios o superiores; lo que también provoca diferentes complicaciones. Bien lo saben quienes se ocupan en esas etapas. Además, en la FP comienzan a dejar de preguntar aquello de "¿eso para qué me sirve?". Y su grado de satisfacción es muy elevado, pese a unas tasas de abandono que debieran preocuparnos más.


A la larga, la FP funciona porque el estudiante se acostumbra a trabajar durante el horario lectivo, con un menor peso de clases expositivas, y se promueve la actividad y aprovechamiento del tiempo en el aula. Al igual que en una jornada laboral. Pese a las sempiternas quejas proferidas desde los pupitres. Los deberes y exámenes cobran menor peso frente a las entregas de las tareas programadas y la resolución de problemas. Otra forma de trabajar. El libro de texto ya no es el rey y debemos aprender y enseñar a convivir con unos dispositivos permanentemente conectados. Y saber también cuando desconectarlos. Unos y otros. 


La nueva FP, o lo que busca esa nueva ley de Formación Profesional, incide en el acercamiento al mundo de la empresa. Pero no podemos obviar esa cercanía al alumno, con una ratio adecuada, que ayude al docente a mantener ese trato cordial y fructífero que repercute en un buen ambiente del aula. La tipología de los alumnos de FP varía con los años, al igual que lo hace la sociedad, y ser capaces de adaptarnos, al igual que lo hacemos con las competencias que demandan las empresas, sigue siendo la variable diferencial para el éxito de la Formación Profesional. No cejemos en el empeño. Entender a una juventud desubicada y sin motivos es también parte de nuestra responsabilidad docente. Luego podemos debatir, indignarnos o patalear junto a los compañeros. Pero los alumnos no se eligen. Las protestas y reclamaciones debieran ir dirigidas a quienes pueden ofrecernos recursos, en tiempo y dinero, para mejorar nuestra formación, gestionar mejor la carga horaria y reorganizar y actualizar unos ciclos formativos acordes a los momentos que vivimos. Añadir más ingredientes (erasmus, inclusión, innovación, digitalización...) a la receta educativa, si no disponemos de más cacharros y ayudantes, no aseguran un plato equilibrado para todos los comensales. O nos tocará conformarnos con quitar el hambre.

 

Sigamos con una FP donde se atienda y comprenda al alumno o alumna; donde se les exija y requiera la responsabilidad que luego necesitarán en su futuro empleo; siendo sabedores que están en FP para alcanzar unas competencias que son el producto de tiempo y trabajo. Que no son innatas. Ni fruto de unas pocas semanas. Sigamos enseñando desde el diálogo, en una escuela democrática, sin perder de vista los compromisos que todos tenemos con la sociedad. 

 

CÓMO ESTUDIAR Y APRENDER MEJOR SEGÚN LA CIENCIA

domingo, 19 de febrero de 2023

Parece mentira, pero tengo la sensación de que no se dedica el tiempo suficiente para que los alumnos desde bien pequeños sepan cómo estudiar mejor, cómo aprender de un modo competente y rumiando, más que regurgitando, los conocimientos. Más allá de hacer resúmenes, subrayar o hacer esquemas, parece que no hemos avanzado mucho en la escuela al respecto, salvando las excepciones. El "a mí me funciona" sigue imperando y muchos estudiantes acaban buscando clases de refuerzo extraescolares o un apoyo personal para su organización académica. Y eso quienes se lo pueden pagar. 

 

Las técnicas de estudio siempre han sido ese grial que cualquier chaval escolarizado ha deseado poseer para mejorar sus calificaciones o simplemente aprobar más fácilmente. Son multitud los que no ven recompensadas sus horas de estudio por no saber enfocar un examen o ignorar cómo se aprende mejor. Por no mencionar la cantidad de exámenes realizados que acaban archivados y no se revisan ni rehacen por los estudiantes. O los esquemas y resúmenes coloreados, algunos con maravillosas y laboriosas caligrafías exigidas, que no cuentan con el pertinente feedback.Y así curso tras curso, durante al menos los diez años de la educación obligatoria. 

 

Los más talentosos suelen mejorar su eficacia en el aprendizaje, no solo por una mayor capacidad memorística, sino también por ese prueba y error que les convierte en estudiantes productivos a la hora de examinarse. Otros incluso tienen esa ayuda externa, por parte de docentes o familiares, que les transmiten los métodos que dan resultados. Pero una gran mayoría de escolares sigue arrastrando inercias inútiles y frustraciones con su desempeño. El fracaso escolar también se nutre de los que no saben estudiar y no encuentran el apoyo para enderezar su vida académica. Y aprender a estudiar mejor puede ser sin duda uno de esos puntales.


Utilizar la evocación, la práctica espaciada, la necesidad de olvidar y volver a recordar los conceptos, relacionar contenidos, ayudarse de materiales externos, colaborar para estudiar, dormir bien para retener mejor... son magníficos consejos que, avalados por distintas investigaciones nos ofrece Héctor Ruiz Martín en su libro "Conoce tu cerebro para aprender a aprender". Esclarecedoras estrategias para que nuestro cerebro retenga mejor esa información que tendemos a olvidar y que necesitamos recuperar en esos siempre temidos exámenes. Una indudable ayuda para mejorar la autoestima de los alumnos y obtener esos resultados que motivan a seguir estudiando. 

 

En cualquier caso, espero que desde los centros educativos se apoyen y difundan más este tipo de materiales, que se incluyan en las programaciones anuales, y se forme a los alumnos y alumnas a formas de aprender a aprender efectivas y eficaces. 

 


LOS PROFESORES NO SIEMPRE TENEMOS RAZÓN

jueves, 16 de febrero de 2023

Voy a lanzar una buena piedra a mi propio tejado. El malentendido corporativismo hace que nos mordamos la lengua con demasiada frecuencia. Somos poco dados tanto a la autocrítica personal como a la crítica pública sobre el trabajo de otros docentes. No queremos cogernos los dedos, herir sensibilidades o, peor aún, dar motivos a los alumnos para quejarse con razón. Pero no somos infalibles (aunque haya quien así lo crea). 

 

Algunos educamos a nuestros hijos e hijas a que sepan encajar la crítica hacia sus mayores (profesorado incluido) y respondan desde la educación y el respeto a cualquier conflicto o desacuerdo. Quizás seamos los últimos de Filipinas que tragamos sapos con tal de mantener la concordia y evitar consecuencias en el boletín de notas de nuestros descendientes. Actualmente, la percepción mayoritaria parece derivar hacia una falta de consideración de las familias sobre el trabajo docente. Sí es cierto que la censura pública se ha vuelto una afición que trasciende de los campos de fútbol. La gente no se corta. La sinceridad mal entendida es un plus mal adoptado de los realities televisivos. Pero, ¿esa falta de apoyo familiar o crítica endémica hacia la escuela es una sensación infundada o realmente estamos haciendo algo mal a nivel comunicacional y en nuestra docencia? 

 

Lo cierto es que todos nos confundimos, metemos la pata, hablamos más de la cuenta o reaccionamos con falta de acierto en más de una ocasión. Es fácil errar, tras cientos de horas lectivas al año, en muchas de las decisiones o acciones que tomamos en un curso que a menudo se hace largo. El problema, en mi opinión, radica en lo que nos cuesta disculparnos, en privado y a nivel personal o públicamente en el aula, y reconocer sin rubor esa equivocación cualquiera que todo profesional comete. Podemos refunfuñar sobre lo mal que nos ha atendido un dependiente, reclamar la falta de atención de nuestra oficina bancaria, protestar sobre el corte de nuestro peluquero o lamentarnos por el trato recibido en un restaurante; sin embargo, ¿somos ajenos, o consideramos del mismo modo en el sector educativo, las decepciones o disgustos de nuestros estimados usuarios para con nosotros? ¿tienen alguna razón cuando protestan sobre nuestros ademanes, correcciones, métodos o negligencias?


Más aún cuando somos sabedores de la falta de madurez, la ineducación o la carencia de referentes personales que acusan muchos de nuestros alumnos. Y no estoy tratando de justificar lo que en ocasiones entendemos injustificable. Me refiero a comprender y empatizar con el alumno, buscando esa formación integral de la que presumimos, siendo conscientes de que también patinamos y que nos honra reconocerlo. No siempre tenemos razón. No lo sabemos todo al respecto de nuestra materia. No siempre cumplimos todos con lo que se nos exige en nuestro puesto. Al final y al cabo somos humanos y el despotismo es un seguro para perder la estima del alumno. La generosidad, la falta de rencor, la tolerancia y el saber disculparse con nuestros alumnos nos diferencian como docentes. Perdonad mi atrevimiento. 

 

LOS PROFESORES NO SIEMPRE TENEMOS RAZÓN

Foto de CHUTTERSNAP en Unsplash

¿CUÁL ES EL FACTOR IMPRESCINDIBLE DE UN BUEN PROYECTO O ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE EN FP?

martes, 14 de febrero de 2023

Cuando diseñamos cualquier tipo de actividad, tarea o proyecto para la Formación Profesional de nuestros estudiantes, podemos plantearnos multitud de factores: la programación, su temporalización, los recursos que precisamos, las metodologías adecuadas, los tipos de evaluación, las competencias deseadas, los resultados de aprendizaje, la organización y cooperación de los equipos, su difusión, etc. No es raro comenzar a idear a partir de algún evento habitual del centro educativo o gracias a alguna colaboración externa que nos permita ese valor añadido que adquiere aquello que trasciende del aula y de ese horario lectivo que tiende a la monotonía. Pero hay un factor todavía más diferencial que veremos en las siguientes líneas.


Tal vez, nos falta ese tiempo para darle rienda suelta a la creatividad que todos tenemos. Una creatividad que acaba surgiendo cuando tenemos interés por lo que hacemos y dedicación hacia nuestra materia o módulo. Normalmente, podemos acabar aunando intereses personales y vocacionales con los aspectos técnicos y profesionales del proyecto que tenemos en mente; desde el diseño de una actividad de duración corta hasta el planteamiento de un proyecto que englobe todo un curso. Y esos tiempos para pensar, coordinar, planear, discutir y valorar las distintas herramientas y opciones para los alumnos, son indispensables para su éxito. Demasiada celeridad para una educación que debiera ser sinónimo de sosiego y reflexión. El refrán aquel de "el que mucho abarca poco aprieta" podría ser un buen lema para nuestros responsables educativos. 


Por no hablar de la necesidad de establecer tiempos para dar ese feedback imprescindible para progresar en el aprendizaje y que no se convierta todo en una serie de entregables sin posibilidad de rectificación. Una tendencia, la de pedir innumerables tareas, que solo actúa en detrimento de nuestro trabajo (con demasiadas correcciones) y en una menor calidad de ese producto final que demandamos a nuestros alumnos. Aquí de nuevo vienen las prisas y ese gusto docente por acumular unas tareas que serán archivadas en ese limbo de los trabajos escolares. También podríamos entrar en la necesidad de un trabajo docente en equipo y coordinado donde todos nos impliquemos por igual; así como demandamos a los equipos formados por alumnos y alumnas.


Sin embargo, volviendo a ese factor diferencial, estoy seguro que hay una variable todavía más decisiva a la hora de diseñar, emprender, concluir y evaluar un buen proyecto o actividad de aprendizaje en FP. Estoy hablando de un factor intangible que no se puede cuantificar pero que su inclusión repercute en gran medida. Sin un mínimo de cariño y mimo hacia los proyectos que planeamos no hay excelencia posible. La disposición y el interés personal, además de la consabida profesionalidad, son las que generan proyectos sobresalientes frente a planes mediocres para salir del paso. Buscar los motivos para esa necesaria implicación y apego del profesorado (y sus alumnos), es más que necesario en un proyecto educativo transformador. Luego ya hablaremos de herramientas, instrumentos, metodologías y recursos necesarios para una FP que requiere creatividad, reflexión, tiempo, retroalimentación y mucha estima por lo que se hace. 

 

factor imprescindible para proyectos o actividades aprendizaje en FP

MARCA PERSONAL O NO TIENES ABUELA

sábado, 11 de febrero de 2023

La marca personal y el narcisismo son la pareja ideal que sin embargo sufre una relación tóxica. La burbuja inflacionaria de las redes sociales hace mella con esa agonía personal por el número de seguidores, interacciones y likes en detrimento de otros valores. La titulitis imperante también hace imposible un buen cartel personal si no detentas másteres, premios o doctorados en tu carta de presentación. Olvídate de ser concejal de festejos de tu pueblo si en esa ristra de títulos oficiales. Todo ello nos lleva a esa vanidad que causa vergüenza ajena donde un ponente es capaz de hablar más de sí mismo que del tema que le debiera ocupar. No hacen falta los presentadores de eventos.


Los anglicismos en las credenciales profesionales ya nos adelantaba esta ola de afectación. En educación el profesor de economía debía ser un teacherpreneur o cualquier autónomo es ya el CEO de su propia ferretería de barrio. Ahora incluso nos asaltan los latinajos para diferenciarnos gracias a la sabiduría de los clásicos (que se torna incongruente cuando rascas un poco). Cicerones digitales que presumen de vidas personales y profesionales para obtener clics, aplausos y contratos en una sociedad que carece de pudor ante la imagen privada. Todo vale para enunciar una frase supuestamente motivadora que caerá en el saco roto de las redes. El elogio a la superficialidad pública de una posadolescencia que se alarga.

 

Y en España, para más inri, el trabajo más soñado o buscado es el de influencer. Somos la excepción en una Europa donde ser escritor, piloto o desarrollador es más popular. Nos llega y somos los recaderos de un mensaje de éxito digital donde cualquiera puede hacerse famoso creando contenidos en las redes sociales, editando fotos personales o creando vídeos. Un mensaje que ha terminado calando en los más jóvenes a pesar de que sus prescriptores más avezados hace tiempo que no optan al carnet joven. 

 

La marca personal o esa identidad digital que algunos pretendemos trabajar con los estudiantes no tiene nada que ver con esa tendencia a la presunción. Es importante enseñar a preservar la intimidad, cuidar lo que uno publica sin caer en incongruencia o en la inmodestia; saber comunicar los logros profesionales, sin necesidad de embaucar ni tratando de deslumbrar a la audiencia es un valor a distinguir en el entorno laboral y educativo. Las carreras profesionales de éxito hablan por sí solas. No necesitamos diapositivas deslumbrantes con fotos de estudio ni multitud de títulos compulsados para apreciar el trabajo, la dedicación y la experiencia de los que hacen (normalmente por los demás) más que hablan. 

 

No tener redes sociales es ya cosa de perros verdes o dinosaurios. Una opción respetable, por supuesto. Como también lo es la exposición pública de nuestra imagen y reflexiones personales (entono el mea culpa). Mantener el equilibrio en nuestras publicaciones y dejar para las abuelas las alabanzas me parece una buena política de marca personal. La autoadulación siempre ha sido un mal distintivo individual tanto en el mundo digital como en el terrenal. Enseñemos a nuestros alumnos, hijas e hijos, que la marca personal no es un medio para forrarse ni vender humo; que es tan solo un medio para comunicar adecuada y convenientemente lo que sabemos hacer. Sin lecciones ni grandilocuencia. 

 

marca personal digital

¿EDUCAMOS CON URBANIDAD Y CORTESÍA?

miércoles, 8 de febrero de 2023

Hay quienes afirman que uno debe venir a la escuela educado de casa; que los centros educativos debieran ser únicamente transmisores de conocimientos; que para dar valores y normas de comportamiento ya están las familias de los estudiantes. Pero la realidad nos dice otra cosa. El laissez faire educativo, por distintos motivos, nos ha llevado a una situación en las aulas que parece se complica. Tal vez la pospandemia, un exceso de condescendencia con los menores, la compleja situación laboral de los padres y madres, y la falta de recursos pedagógicos para abordar estos conflictos crecientes a nivel de comportamiento y esfuerzo académico, están agravando el problema.

 

Una de las acepciones según la RAE del verbo educar hace referencia a: "Enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía". Esos dos usos que parecen ser cosa del pasado o de vejestorios trasnochados. Palabras casi en desuso tanto por su significante como por su significado. Y no hablo de vestir trajeado, hablar de usted o andar estirado. Puede que algunos lo vinculen con tiempos anteriores a la democracia o con motivos arbitrarios. Aquí también podríamos debatir acerca de esa otra acepción de educar, incluida en la RAE, relativa al desarrollo de las facultades morales de los más jóvenes. Muchos de ellos, no sé bien por qué, poco dispuestos a ser aleccionados, corregidos e instruidos por personas de mayor edad y experiencia; donde la autocrítica es escasa mientras abunda el juicio sobre los demás.


Aquí ya podríamos comenzar a polemizar sobre ciertas actitudes que hoy día nos parecen de lo más normal. Y no solo con los jóvenes. Hablo siempre desde dentro del aula. Conductas que chocan, no solo por la incorrección, sino también por la falta de respeto que suponen para docentes y compañeros estudiantes. Hoy no es raro ver a un alumno calentando su bocadillo de tortilla de habas en clase y pegarle mordiscos sin esconderse, servirse una infusión de mejunjes con su termo, wasapear con los colegas desde el portátil, atender llamadas supuestamente urgentes, alimentarse con frutos secos para recuperar la energía del gimnasio, dormitar sin disimulo abrazado al mobiliario, levantarse sin medida, montar partidas grupales online con los móviles, no quitarse los airpods, etc. Tal vez deba volver a ver esa película antigua, "Rebelión en las aulas", para no caer en la desesperanza y en el cualquier tiempo pasado fue mejor. Aunque el problema, como apuntaba en mi penúltimo artículo sobre el uso del móvil, lo encontramos cuando este tipo de actitudes se prorrogan con los años y por esa juventud que parece se alarga hoy día hasta bien entrada la treintena.

 

El exceso de velocidad al que tenemos malacostumbrados a los jóvenes, al que no llegamos ni los docentes ni las conexiones de internet de los centros educativos, provocan también esa apatía continua con cualquier actividad propuesta o lección presentada. Una pasividad o rechazo que supone un esfuerzo constante para un profesorado que, por un lado, debe ser capaz de gestionar el aula y, por otro, debe saber programar un curso atendiendo a las particularidades de la juventud actual. Todo ello sin claudicar en cuanto a las competencias y saberes que pretendemos que alcancen nuestros alumnos. Ser cercano, sin caer en esa falta de urbanidad, se hace más necesario que nunca. Enseñar esas actitudes y normas de cortesía es actualmente una obligación que debiera ser compartida con el resto de adultos con los que se relacionan. Pese a los ofendidos, progenitores y vástagos, con los que chocaremos inevitablemente. Ese será el precio de tener nuevas generaciones más educadas (y posiblemente más esforzadas). 

 

¿EDUCAMOS CON URBANIDAD Y CORTESÍA?

Foto de Tom Pumford en Unsplash

CARTA A UN JOVEN CON MÓVIL

lunes, 6 de febrero de 2023

 Estimado/a joven:

 

Puede parecer ventajista dar lecciones de vida a toro pasado. Como joven que eres, los consejos o recomendaciones de las generaciones que te preceden pueden sonarte a monsergas anticuadas, además de poco congruentes en el asunto que ocupa esta carta: el mal uso del móvil. Somos todos, mayores y jóvenes, los que a diario estamos enfrascados en ese dispositivo con acceso a internet que llevamos permanentemente pegado al cuerpo: al despertar, en el desayuno, durante las clases, en el transporte urbano, en casa, para comer, a la hora de dormir y de nuevo para conectar la alarma del día siguiente. Así día tras día, semana tras semana, año tras año. 

 

Y realmente lo disfrutas, lo disfrutamos. Es nuestra droga legal y corriente. Otras generaciones tuvimos también nuestras particulares actividades entonces demonizadas cuando se nos limitaba la televisión, los videojuegos o esos lugares (decían de perdición) donde jugábamos al billar, al futbolín o al petaco. Fuimos malgastadores habituales de nuestro tiempo en ocupaciones donde la diversión era una de nuestras aspiraciones principales. Nada nuevo bajo el sol. Aún así, muchas de esas actividades solo podían disfrutarse con los colegas y fuera de casa; aunque luego en el piso siempre nos quedaba ver la televisión a deshora, alquilar películas en el videoclub (el Netflix de antaño) y usar las primeras consolas con juegos sencillos pero adictivos. Es decir, no todo era literatura rusa, música clásica ni gimnasia a raudales. 

 

Ahora, con la perspectiva que dan los años, podemos ver que todo sigue igual. Algunos dicen que peor. Tal vez porque los más pequeños se olvidan de jugar, idear y buscar amigos con tal de seguir al lado de esa cuidadora de niños que tiene forma de pantalla digital (véase la tableta, el smartphone o cualquier dispositivo conectado a internet). Porque ahora tienes con tu móvil acceso permanente a chats, juegos online, música y vídeos en streaming, y un sinfín de recursos digitales. Todo maravilloso. Sin embargo, dejas de ocuparte de muchas otras cosas: hacer deporte, salir, quedar con amigos, ir al cine... En este informe reciente tienes muchos datos sobre el tema. Y el problema se eterniza aunque cumplas años.

 

En mi opinión, lo más sombrío de este asunto radica en quiénes provocan esta situación y qué motivos tienen para ello; cómo han conseguido atraparnos para malgastar nuestro precioso tiempo y las ilimitadas consecuencias de esta hiperconectividad de la que casi todos somos conscientes. Las aplicaciones más populares del móvil están diseñadas para hacernos dependientes y consumir el mayor número de impactos publicitarios posibles; es fácil pasar varias horas visualizando tiktoks, reels o partidas de juegos online en lugar de ocuparte verdaderamente de ti mismo o relacionarte de un modo auténtico con los que te rodean. Y así como aquellas cosas de jóvenes tenían un fin cuando llegaba la vida adulta ahora muchas personas siguen, a una edad avanzada, dilapidando gran parte de su tiempo y autoestima en que hagan caja las empresas propietarias de las redes sociales u otras aplicaciones que nos fascinan. Y ya nos avisaba Pepe Mujica en uno de sus brillantes discursos dirigido a los más jóvenes: "La vida se te escapa, se te va. Minuto a minuto. Y no puedes ir al supermercado a comprar vida". 

 

Te escribo para que seas consciente de ello. Los años te dan esa lección que en estos tiempos se hace más necesaria que nunca. Somos miles de millones los que podemos acabar idiotizados delante de un móvil o, por el contrario, podemos dejar de ser manipulados por la supuesta vida maravillosa de los otros y esa necesidad de transmitir cualquier paso para sentirnos queridos y satisfechos con nuestras vidas. El uso del móvil se ha vuelto ineludible y, ciertamente, podemos optar a aprender o pasar el rato con nuestro dispositivo personal; pero no debiera ser necesario que alterara nuestro comportamiento. Podemos apagarlo, desinstalar las apps que nos distraen o dejarlo en casa para estar más atentos a nuestros amigos, parejas e incluso profesores... ¡No seamos cautivos de aquello que estamos pagando con nuestros años! 

 

Probablemente, aunque te quede lejos, tu discurso futuro sobre el (mal)uso del móvil será más radical que estas líneas. Puede que veamos incluso como acaban siendo limitadas ciertas herramientas perjudiciales para nuestra salud mental o valores democráticos. Tu generación ya habrá percibido las luces y las sombras de esas pequeñas pantallas que iluminan u oscurecen existencias según sea nuestra capacidad de desconexión. No hipoteques tu futuro a esos likes o filtros capaces de empañar tus intereses, tu valía personal y de aquellos que te acompañan en una vida a la que puedes dar el sentido que tu decidas. 

 

Con todo el afecto y mis mejores deseos. 

Óscar Boluda

 

CARTA A UN JOVEN CON MÓVIL

POR UNA FP SATISFACTORIA Y REFLEXIVA

domingo, 5 de febrero de 2023

Como gusta adjetivar hoy en día los más jóvenes: dar clases en FP es satisfactorio. No debiera hacer falta escuchar sonidos adormecedores o ver vídeos placenteros para trabajar con cierta complacencia. Sentir que trabajamos con personas que te escuchan y que sabes que comienzan a saber lo poco que saben (perdón por el trabalenguas) es inestimable. O priceless. Como diría ese anuncio de tarjetas de crédito. Pero también abundan los insatisfechos. Y ambos estamos faltos de reflexión. 


Muchos son los que se queman en esta profesión; sufren un burnout que por distintas razones prende en algunos docentes sin visos de querer sofocarse. Por mi experiencia, a pesar de ciertos perfiles que prefieren pasar por la docencia de refilón y sin mojarse, la gran mayoría se implica con sus estudiantes. Otra cosa es si aprovechamos, o nos dejan aprovechar, la capacidad de mejora que tienen nuestra enseñanza. Y aquí es donde cabe la reflexión, o la necesidad de la misma.

 

A pesar de las múltiples formaciones que se ofertan, los recursos que con cuentagotas nos caen en algunos centros, las normativas bienintencionadas o esa prestigiación social de la FP: hace falta mucha mayor reflexión conjunta. La mejora y la transformación de nuestra enseñanza no llega solo con formaciones puntuales, charlas motivadoras o deseos ilusionados. El día a día nos va comiendo, ya estamos calentando motores y enseguida se acaba un curso nuevo, comienzan las actuales prácticas y en breve nos volvemos a dedicar a la organización horaria y modular de un repetido septiembre. El día de la marmota. Y con escasa reflexión.

 

Sin reflexión acabamos consumidos por los detalles insignificantes de la enseñanza: las incidencias banales de un adolescente, la burocracia disfrazada de calidad forzosa, el yoísmo de mi materia o el qué dirá esa comunidad educativa cada día más incomunicada. Y la reflexión no es una prioridad. Y es necesaria esa reflexión donde cundan las lecturas, la diversidad de opiniones, la experiencia acumulada, los ideales de los principiantes, la política educativa, la investigación educativa, la pedagogía, el conocimiento de la norma, etc. Nos planteamos con exceso de velocidad el qué queremos enseñar, cómo hacerlo mejor y quiénes lo necesitan más. Y bien pagamos la multa con estrés y una ilusión menguante. Arrastramos inercias heredadas que nos impiden replantearnos nuestra docencia a la vez que escasean los enseñantes ejemplares a los que igualarnos.

 

La satisfacción de la FP puede acabar consumida entre cuantiosas iniciativas que solo añaden más tareas a los docentes a través de unas supuestas competencias adquiridas que en teoría deben mejorar nuestra oferta educativa. El papel del profesor, tutor, orientador, mediador, tecnólogo, comunicador, evaluador, innovador, especialista, adaptador... se torna verídico solo sobre el papel. Papeles sin reflexión ni recursos y alejados de las aulas. Impresos que camuflan la falta de tiempo y la escasa prioridad que concedemos a una reflexión educativa habitual capaz de transformar aprendizajes y mantener esa FP satisfactoria para todas las partes. Reflexionemos.


POR UNA FP SATISFACTORIA Y REFLEXIVA
Foto de Qijin Xu en Unsplash
Con la tecnología de Blogger.

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