No pretendo en este artículo enumerar las innumerables ventajas que tiene cursar un ciclo de Formación Profesional. Afortunadamente, el impulso de las administraciones públicas junto a la colaboración con otras entidades privadas, sigue favoreciendo la demanda de una FP tanto por parte de los jóvenes (y sus familias) como por el lado de las empresas. Sin embargo, el éxito de nuestra etapa educativa se ha venido gestando desde hace muchos cursos. Desde la antigua FP1 y FP2, extinta hace más de veinte años, se contemplaba una formación integral del alumnado dirigida a su inserción en el mundo laboral. Aunque fue con la LOGSE (1990), y luego con la LOE (2006), cuando verdaderamente se modernizó un sistema de FP con los ciclos formativos de grado medio y superior actuales. Pese a la falta de actualización de algunos títulos aún con esas normativas vigentes. Pero eso es otra historia.
¿Y dónde está el éxito de la FP actual?
Sin ningún lugar a dudas, la FP se distingue de otras etapas educativas en el tratamiento que se le da al estudiante. Los alumnos, en los centros de Formación Profesional, son recibidos como adultos que deben ser formados, teniendo en cuenta su madurez personal, para ejercer profesionalmente en un entorno laboral. A diferencia de la ESO, el Bachillerato, e incluso ciertas universidades, se busca la autonomía del alumnado confiando en su crecimiento personal y en que aprendan a gestionar las exigencias propias de un empleo. Los jóvenes valoran ese tratamiento. La infantilización de la educación o una actitud intransigente hacia el alumno son deméritos que a menudo se extienden por otras etapas educativas donde ni todo son parques de atracciones ni abunda esa educación exquisita y humanista que nos venden fácilmente.
La FP suele sorprender a los estudiantes que acceden a ella por primera vez. Es habitual dialogar con los alumnos, tratar de entender sus necesidades y conciliar en caso de conflicto. Los castigos o premios escolares no son moneda corriente. Aunque los perfiles de alumnado suelen ser muy distintos, por razón de edad y maduración personal, entre ciclos de FP Básica, grados medios o superiores; lo que también provoca diferentes complicaciones. Bien lo saben quienes se ocupan en esas etapas. Además, en la FP comienzan a dejar de preguntar aquello de "¿eso para qué me sirve?". Y su grado de satisfacción es muy elevado, pese a unas tasas de abandono que debieran preocuparnos más.
A la larga, la FP funciona porque el estudiante se acostumbra a trabajar durante el horario lectivo, con un menor peso de clases expositivas, y se promueve la actividad y aprovechamiento del tiempo en el aula. Al igual que en una jornada laboral. Pese a las sempiternas quejas proferidas desde los pupitres. Los deberes y exámenes cobran menor peso frente a las entregas de las tareas programadas y la resolución de problemas. Otra forma de trabajar. El libro de texto ya no es el rey y debemos aprender y enseñar a convivir con unos dispositivos permanentemente conectados. Y saber también cuando desconectarlos. Unos y otros.
La nueva FP, o lo que busca esa nueva ley de Formación Profesional, incide en el acercamiento al mundo de la empresa. Pero no podemos obviar esa cercanía al alumno, con una ratio adecuada, que ayude al docente a mantener ese trato cordial y fructífero que repercute en un buen ambiente del aula. La tipología de los alumnos de FP varía con los años, al igual que lo hace la sociedad, y ser capaces de adaptarnos, al igual que lo hacemos con las competencias que demandan las empresas, sigue siendo la variable diferencial para el éxito de la Formación Profesional. No cejemos en el empeño. Entender a una juventud desubicada y sin motivos es también parte de nuestra responsabilidad docente. Luego podemos debatir, indignarnos o patalear junto a los compañeros. Pero los alumnos no se eligen. Las protestas y reclamaciones debieran ir dirigidas a quienes pueden ofrecernos recursos, en tiempo y dinero, para mejorar nuestra formación, gestionar mejor la carga horaria y reorganizar y actualizar unos ciclos formativos acordes a los momentos que vivimos. Añadir más ingredientes (erasmus, inclusión, innovación, digitalización...) a la receta educativa, si no disponemos de más cacharros y ayudantes, no aseguran un plato equilibrado para todos los comensales. O nos tocará conformarnos con quitar el hambre.
Sigamos con una FP donde se atienda y comprenda al alumno o alumna; donde se les exija y requiera la responsabilidad que luego necesitarán en su futuro empleo; siendo sabedores que están en FP para alcanzar unas competencias que son el producto de tiempo y trabajo. Que no son innatas. Ni fruto de unas pocas semanas. Sigamos enseñando desde el diálogo, en una escuela democrática, sin perder de vista los compromisos que todos tenemos con la sociedad.