OJALÁ NO ME JUBILARA COMO DOCENTE

domingo, 4 de junio de 2023

 

OJALÁ NO ME JUBILARA COMO DOCENTE

Estamos acostumbramos a oír a compañeros ansiosos por llegar a esa fecha que calcula el INSS sujeta a los vaivenes de nuestros políticos. Colegas deseosos de llegar a ese día señalado tras el cual no volverán a pisar un aula. Docentes, con distinto grado de agotamiento o ánimo, que llevan mejor o peor el intenso trabajo que supone ocuparse de decenas de chavales a los que al menos triplicas la edad. 

 

Porque la docencia, aún siendo elegida por vocación, agota cuando curso tras curso, un año detrás de otro, supone lidiar con novedades de todo tipo, y con esos alumnos que merecen un trato singular con vistas a que su aprendizaje y sus oportunidades académicas y profesionales no se vean comprometidos. Y cuando se acerca la hora del júbilo, algunos tienden a ver el presente y futuro de los educandos cada vez más negro, mientras otros mantienen la esperanza en una juventud que siempre ha sido distinta a la de sus predecesores. Cuestión de carácter, supongo. 

 

Dejar alguna huella, en esos miles de alumnos que han pasado por tu pizarra, no es tarea fácil. Damos lecciones a largo plazo y solo en ocasiones sabemos de la repercusión de las mismas. Con los años te das cuenta de lo que realmente importa; de que detrás de cada chico o chica hay una persona con sus preocupaciones, desequilibrios, posibles y distintos grados de madurez. Que está muy bien eso de llegar a la excelencia, pero que muchos necesitan de ese impulso que les ayude a caer del árbol de las inseguridades. 

 

Y la docencia, pese a que no hay máster alguno ni marco de competencia que lo certifique, es una labor para optimistas. La enseñanza necesita entusiasmo y una mirada ilusionante. Bastante fatalismo y crispación supuran las redes sociales, los medios de comunicación o la política, para pisar el aula con esa misma amargura.  Como diría Karl Popper, es obligatorio ser un docente optimista. O como explica Juan Luis Arsuaga, sobre este mismo filósofo: "no tenemos derecho a decir a nuestros hijos que han nacido en un mundo horrible cuando hay tanta gente que merece y podría ser ayudada". Y los alumnos merecen de nuestro optimismo al menos hasta el día que nos toque ser pensionistas. 

 

Otro tema, no menos importante, es si tenemos las fuerzas suficientes para llevar a cabo esta profesión a una edad avanzada. Ocupar veinticinco horas lectivas semanales a cierta edad con la energía requerida no es una tarea siempre asequible. El retraso creciente de la edad de la jubilación debiera contemplarse con alternativas a lo que supone la intensidad del aula: labores de acompañamiento a docentes noveles, tutorización de alumnos, formación del profesorado, orientación, etc. La antigüedad puede aportar activos muy valiosos en los centros educativos.


En cualquier caso, y volviendo al tramposo título de esta entrada, ojalá no me jubile todavía. Esperamos con ansia un día lejano, que se acerca inexorablemente, pero no disfrutamos de lo que nos ofrece una profesión compleja a la par que rejuvenecedora. Tener cada año a un montón de jóvenes dispuestos a escucharte es también un privilegio. Mantener sus oídos abiertos es nuestra misión. Ahora mismo, solo pienso que, cuanto más lejos tenga la jubilación, supuestamente más años de vida y profesión me quedan por delante. Disfrutémoslos. Sigamos dando buenas lecciones. Ya llegará el merecido descanso.


Foto de Giorgio Trovato en Unsplash

LA INCLUSIÓN EDUCATIVA ES RENTABLE

martes, 30 de mayo de 2023

 

LA INCLUSIÓN EDUCATIVA ES RENTABLE

Cuando hablamos de incluir al alumno supuestamente debiéramos referirnos al significado que la RAE otorga al término: Poner a alguien dentro de un conjunto, o dentro de sus límites. Ese alguien que engloba a todos y cada uno de los alumnos que tenemos en clase, nuestro conjunto, y dentro de esos límites que marcan una ratio, una forma de acceso, una etapa educativa, una localidad o una edad determinada.

 

Y la inclusión nunca ha sido una moda. Todos conocemos escuelas que invitaban (e invitan) a sus jóvenes estudiantes a darse de baja de colegios o institutos por falta de nivel o a causa de un comportamiento inadecuado. Ahora, al igual que está pasando con el feminismo, hemos llegado a caricaturizar un término, la inclusión, que simplemente nos recuerda que la escuela no debe dejar nadie atrás. El buenismo sin herramientas específicas, los mensajes simplistas, la polarización en todos los ámbitos o la adoración del pasado, pueden haber influido en una malentendida inclusión. El esfuerzo por incluir siempre ha sido una opción necesaria y adoptada por educadores y docentes aún cuando no figuraba en las leyes educativas. 


Evidentemente, requerimos recursos específicos para atender muchas de esas necesidades especiales que conlleva una aula diversa donde cuando no fallan las capacidades cognitivas de uno, la salud mental de otros se desmorona, o la inmadurez de otra se refleja en comportamientos disruptivos. Y la mayoría hacemos lo que podemos, mejor o peor, a pesar de esos medios escasos o inexistentes. Sin embargo, la intención cuenta, y, a pesar de la ineficacia e ineficiencias del sistema educativo, la mirada que ponemos sobre cada uno de nuestros alumnos es vital. Lo que no quita que sigamos demandando servicios de orientación profesionales, atención psicológica y formación pedagógica para abordar determinadas problemáticas. 


Es fácil hablar de incluir cuando no tienes a un chaval incapaz de sentarse durante más de treinta minutos a una silla; o mientras no tienes a una chica totalmente abstraída a causa de problemas personales; o si no sufres una mayoría que solo piensa en terminar la jornada escolar, salir al patio y buscar el móvil para desconectar de la rutina escolar. Lo de (casi)siempre. Y la dureza de la docencia no está en reproducir nuestros conocimientos, sino en ser capaces de transmitirlos a todos y cada uno de los alumnos, sin perder la paciencia, desde el respeto y sin cejar en el empeño; pese a los fracasos, desagradecimientos, abandonos y conflictos que surgen. Empatía y profesionalidad deben ir de la mano. 


Pese a que hablar de inclusión rentable parezca un oxímoron, no podemos dejar de recordar todos esos chicos y chicas que, tras una trayectoria escolar complicada, consiguieron, gracias al acompañamiento de sus docentes, finalizar unos estudios y emplearse dignamente. Por no hablar de aquellos que encontraron motivos para seguir estudiando y regenerar sus expectativas personales y profesionales. No hay mayor rentabilidad que lograr, como decía Philippe Meirieu en "Carta a un joven profesor", convencer a nuestros alumnos contra toda fatalidad y subvertir su propia historia.


Foto de Justice Amoh en Unsplash

LOS BLOGS HACEN LOS LABIOS

martes, 23 de mayo de 2023
LOS BLOGS HACEN LOS LABIOS

 

Como diría Lola Flores, si me dieran un euro por cada visitante a este blog, podría alcanzar la jubilación antes de hora. Bromas aparte, ya son diez años pensando en voz alta desde este espacio, blogger mediante, que comenzó como un medio de reflejar preocupaciones, lecturas, opiniones, y forma de ver la educación y esa Formación Profesional que nos ocupa a muchos docentes.

 

Han pasado por aquí unos dos millones de visitantes, meras estadísticas, entre los que seguro habrá muchos bots, turistas pasajeros de ida y vuelta o simples curiosos despistados por Google... más algún que otro u otra interesados en una simple reflexión personal o en un recurso recomendado. Gracias a este blog he podido encontrar y conocer a gente diversa y espléndida; he ampliado mi formación profesional, y, sobre todo, sigue siendo un estímulo personal y terapia para canalizar ese vapor que exhala la sustanciosa olla a presión del día a día en la escuela.

 

Los tiempos cambian y los formatos de consumo digital o analógico también lo hacen. Aún así, estoy convencido de que la lectura y la escritura, pese a la desafiante inteligencia artificial, continuará siendo una alternativa interesante para aprender, comunicar, colaborar, indignarse, reclamar, criticar, trascender, crecer, o, simplemente, disfrutar. El blog es una opción más respecto a otros medios que crecen, con mayor o menor relevancia y poso: podcasts, redes sociales, canales de vídeo... En definitiva, el blog es un buen modo para seguir creciendo a pesar de la omnicanalidad actual. Parafraseando a Irene Vallejo en El infinito en un junco: "Los habitantes del mundo antiguo estaban convencidos de que no se puede pensar bien sin hablar bien: 'los libros hacen los labios', decía un refrán romano." Lo de siempre: escribir, leer. Supongo que ser bloguero volverá dentro de un tiempo a ser algo retro y se tornará moda en un mundo digital donde los autómatas se habrán merendado la originalidad y las imperfecciones personales.

 

No pierdo la ilusión y el convencimiento de que nuestra tarea de enseñantes continua transformando vidas; de que es vital hacer pensar, leer o escribir sin importar la herramienta utilizada. Y los blogs son una más. Un artefacto que podemos usar como docentes, como alumnos, como lectores, como comunidad educativa. Quizás, el reto, ahora que aumentan los índices de lectura entre los más jóvenes, esté en fomentar y crear blogs destinados a ese público. Aunque sea a contracorriente o con ayuda de otras plataformas y a pesar de que los señores de Google siguen sin estar por la labor de modernizar blogger. Cuestión de prioridades, supongo.

 

Mientras tanto, espero seguir por aquí muchos más años y sentir ese aliento digital que, con cuentagotas, anima a escribir con cierta asiduidad. Mil gracias por pasarte por estas líneas. Nos leemos.


 

P.D. Aún más agradecido estaré si recomiendas, abres o retomas un blog y dejas un comentario por aquí. :)



Foto de FotoFlo en Unsplash

¿LOS JÓVENES NO SALEN DE CASA?

viernes, 19 de mayo de 2023

 

LOS JÓVENES NO SALEN DE CASA

La efectos secundarios de la postpandemia o la creciente atracción por la vida hogareña pueden ser alguna de las causas del inmovilismo que atenaza a muchos jóvenes. El confort digital que conlleva que prácticamente todos los hogares con hijos tengan acceso a Internet puede ser otro motivo para atrincherarse en un dormitorio que necesita no mucho más que un ordenador personal. Empezamos a correr el riesgo de importar una especie de hikikomori donde jóvenes y no tan jóvenes opten por una vida envasada al vacío. 

 

Como docentes, y como escuela, tenemos mucho que decir al respecto. Animarles a perder el miedo a lo ignorado o a vencer la falsa comodidad de su cuarto o entorno inmediato puede no entrar dentro del currículo pero es seguro una buena enseñanza. Los tiempos en los que solo queríamos huir de casa han pasado a mejor vida. La conectividad disponible 24/7 no invita a salir ni obliga a desconectarse de una familia que solía ser vista como desfasada. Ya hemos normalizado que cada uno de los habitantes de una casa disponga de varios dispositivos de uso privativo en su dormitorio. Las casas se parcelan alrededor de puntos de conexión. ¿Para qué salir del cuarto si nadie me incordia ni agobia?


Como enseñantes o profesores tutores tenemos cierta obligación moral para que aprendan a abrir los ojos. El arte, la música, la literatura o el cine son buenas aliadas para encontrar una ocasión donde hablar de otras culturas, otros países,  gente aventurera, nuevos paisajes, etc. Son muchas las novelas que podemos recomendar para que sientan esa curiosidad necesaria para lanzarse a conocer otras realidades. Por no mencionar películas fascinantes o incluso cuentas en las redes sociales o canales en YouTube que incitan a explorar otras geografías: chavales como YoSoyPlex o las clásicas guías de Lonely Planet  y las expediciones de National Geographic. Afortunadamente, siempre les queda la opción de solicitar una plaza con un programa Erasmus+ o un voluntariado europeo para abrir la mente con nuevos proyectos fuera del domicilio habitual. Aunque no hace falta comenzar como un Shackleton...


La sensación de peligro permanente, en una sociedad no más insegura que hace décadas, también hace mella en unas familias que sobreprotegen con todos los medios a su alcance; de nuevo la hiperconexión nos limita los movimientos con geolocalizadores y aplicaciones para comunicar cualquier contratiempo insignificante. Un whatsapp sin responder puede ser un drama hoy en día. La tecnología nos ha facilitado infinidad de trámites que antes eran tediosos, así como nos permite organizar cualquier ruta dejando todo bien atado de antemano; la comodidad nos impide aventurarnos y la incertidumbre no se tolera como antaño. Cuestión aparte son las dificultades económicas propias de la edad que se solían suplir con menores miramientos hacia las incomodidades de salir de casa con un presupuesto ajustado.

Además, nuestra capacidad de asombro se ha ido reduciendo. ¡Qué importante es conocer las odiseas que han sufrido otros jóvenes viajeros o personajes históricos y contemporáneos! A la vuelta de cada andadura nos damos cuenta de que casi todo permanece como lo dejamos. Nos perdemos mucha vida anhelando continuidad.


El confort que nos ofrece lo conocido es una traba habitual para no plantearse los enredos que ocasionan viajes y nuevas aventuras personales. Es necesario darles un empujón, si las circunstancias lo permiten, para emprender esas andanzas de las que seguro no se arrepentirán. La juventud y el atrevimiento deben seguir yendo de la mano. Todo no pueden ser peripecias virtuales o en realidad aumentada y bajo techo. Las experiencias vitales que reciben estudiando o trabajando en el extranjero son tan valiosas como cualquier acción formativa. Sigamos animándoles a conectar con lecturas, aventureros, migrantes y planes que les aporten mundología.


Foto de Mantas Hesthaven en Unsplash

ES LA LECTURA, ESTÚPIDO

martes, 16 de mayo de 2023

 

ES LA LECTURA, ESTÚPIDO

El asesor de Bill Clinton, James Carville, logró triunfar en su camino hacia la Casa Blanca con el famoso eslogan: "¡La economía, estúpido!". Puede que nos falte uno de esos asesores para que, el Ministerio de Educación y FP o cada una de las respectivas consejerías, establezcan como una prioridad la lectura en las aulas. Puede que necesitemos de un Pepito Grillo hispánico que aconseje al respecto a los responsables educativos de modo que estos estimulen el hábito de leer en todas y cada una de las etapas de nuestro sistema.

 

Porque, definitivamente, pese a no estar de moda la lectura ni ser un gancho de marketing para los estudiantes y sus familias: es la lectura, estúpidos. No toda la educación debe pasar por las tendencias que marca el mercado de las empresas tecnológicas. Lo de GAFAM se está pasando de castaño oscuro con la aquiescencia de (casi)todos y con escasas alternativas para frenar este oligopolio. Si a esto le unimos ciertas aplicaciones de redes sociales que controlan gobiernos extranjeros con escaso o nulo nivel democrático, los deepfakes que acelerarán los engaños masivos, o el empantallamiento digital al que nos sometemos adultos, jóvenes y niños, tenemos el cacao servido.


El último Estudio Internacional para el Progreso de la Comprensión Lectora (PIRLS, Progress in International Reading Literacy Study en inglés), recién publicado, puede ser interpretado desde una óptica optimista (como suelen hacer nuestros gobernantes) o puede ser leído desde la frustración que supone seguir como país en el furgón de cola (pese a nuestros puntos fuertes en algunos aspectos) en la comprensión lectora. Pero podemos consolarnos con que alemanes, holandeses o neozelandeses están a un nivel semejante. Y eso que estamos hablando de un estudio realizado sobre alumnado de 4º de Educación Primaria; niños y niñas que tienen una edad donde todavía se mantiene alto el gusto por la lectura y en un momento vital donde los móviles u otros dispositivos digitales no forman parte de sus vidas, a pesar de los esfuerzos de introducirlos en las aulas sin medir su impacto en el aprendizaje. 

 

No somos solo víctimas de la política educativa; somos también cómplices de un sistema que premia la grandilocuencia de proyectos (siempre en formato vídeo, por supuesto) y la utilización de cualquier novedad tecnológica poco contrastada. Aulas del futuro, nuevas metodologías, la digitalización, el multilingüismo... todo tiene su cabida y sus adeptos más o menos informados o con mayor o menor fundamento. Pero, salvando excepciones gracias a claustros convencidos o docentes entusiastas, los libros y el fomento a la lectura no son una prioridad en los centros educativos. La inversión en bibliotecas escolares, el gasto en novedades dirigidas a niños y jóvenes, o el personal dedicado a estos menesteres librescos, son incomparablemente menore que los dedicados a otras partidas escolares. Con una pequeña parte de la inversión pública en el famoso Plan Digital de Centro, podríamos hacer maravillas... Lo realmente renovador es montar un plan de fomento a la lectura que trascienda y se mantenga a lo largo de los años. 


En la ESO, en el Bachillerato, en la Formación Profesional, o incluso en la Universidad, se hace cada vez más cuesta arriba el estímulo por la lectura. Los enemigos de la misma crecen. Son pocos (o más bien pocas) los estudiantes que mantienen un hábito lector; pese a la buena salud de la literatura infantil y juvenil. Son minoría los padres o madres que tienen la lectura como una afición compartida que valoran igual que las actividades deportivas o los idiomas. Por eso mismo, la escuela debe ser un espacio donde se respiren libros impresos en papel; donde se recomienden lecturas; donde se fomenten las préstamos gratuitos de libros electrónicos; donde la biblioteca escolar trascienda al resto de espacios y sea omnipresente desde la escolarización infantil. 

 

En tiempos de estulticia artificial toca alimentar la inteligencia natural de esos futuros ciudadanos que decimos querer que sean críticos y juiciosos.


Foto de Johnny McClung en Unsplash

LAS COMPETENCIAS Y TRABAJOS DEL FUTURO EN LA FP

lunes, 15 de mayo de 2023
Como cada cierto tiempo, los informes sobre los trabajos y competencias que el futuro demandará, proliferan por las redes a través de organismo o entidades que pretenden adivinar qué nos deparará el mercado laboral en los próximos años. La labor de pitoniso es bien difícil en los tiempos que corren; más todavía con la vertiginosa irrupción de una desafiante Inteligencia Artificial (IA) que parece removerá los cimientos de los negocios y sus empleos. Cuando creíamos que estaba todo controlado, manejando con cierta soltura los dispositivos móviles, manejando internet o atentos al big data, nos han devuelto a la casilla de salida. 

Sin embargo, no está de más estar atentos a los posibles cambios que se avecinan, teniendo en cuenta la cada vez más necesaria actualización de los títulos de una Formación Profesional que requiere estar a la última. Para muestra del acierto de predicciones pasadas tenemos la publicación de la revista The Futurist, en febrero de 1984, de un artículo titulado "Carreras emergentes: ocupaciones para la sociedad postindustrial", escrito por el psicólogo y consejero de carreras S. Norman Feingold. Las tendencias que Feingold  rastreaba en ese momento incluían el avance de las tecnologías de información y comunicación que estaban mejorando la productividad de la oficina, así como las oportunidades creadas por los avances médicos y los desafíos asociados con la escasez de recursos. Las carreras emergentes que identificó, como consejero genético, gerente de hotel oceánico y técnico en inteligencia artificial, se desarrollarían a partir de áreas de carrera preexistentes y serían posibles a través de avances en tecnología, cambios en el medio ambiente y otras megatendencias. Parece que casi acertó de pleno, hace ya 40 años... 

 

Ahora nos toca desgranar las tendencias, las competencias y futuros empleos que, en el reciente informe sobre el futuro de los trabajos ("The Future of  Jobs Report 2023"), las mayores empresas a nivel global entienden que se producirán como consecuencia de los cambios tecnológicos, geopolíticos, sociales y medioambientales.  


En relación a las competencias clave que se espera los docentes desarrollen, no hay demasiadas novedades sobre lo venimos escuchando en los últimos tiempos:


 1. Habilidades digitales y técnicas: en el uso de tecnologías avanzadas como la inteligencia artificial, el aprendizaje automático y la realidad virtual para poder integrarlas en su enseñanza. 

2. Habilidades blandas: la resolución de problemas, la creatividad, la colaboración y el pensamiento crítico para poder fomentar el aprendizaje permanente entre el alumnado. 

 3. Conocimientos especializados: en áreas como la tecnología, las ciencias, las matemáticas y las habilidades técnicas para poder ofrecer una educación más personalizada y adaptada a las necesidades de cada estudiante. 

4. Comunicación efectiva: habilidades en la comunicación efectiva para poder transmitir información compleja de manera clara y concisa a sus estudiantes. 

5. Adaptabilidad: capaces de adaptarse rápidamente a los cambios en el entorno educativo y laboral para poder ofrecer una educación relevante y actualizada. 

 

Y me gustaría lanzar una pregunta (no retórica) al respecto de estas competencias clave de los docentes: ¿existe realmente una planificación al respecto? Tengo la sensación de que los discursos (sobre todo en política educativa) se focalizan en unos lugares comunes pero vacíos donde la palabrería nos impide avanzar y concretar para cada una de las titulaciones de FP en las que trabajamos. 


También se pronostica un crecimiento sustancial de empleos para profesorado de Formación Profesional (Vocational Education Teachers) que acompañaría a una demanda creciente de puestos de trabajo relacionados con la sostenibilidad, la inteligencia artificial, la tecnología, la digitalización y la sostenibilidad. Por el contrario, trabajos administrativos, en contabilidad, de secretariado, cajeros, empleados de servicios postales o taquillas, o de entrada de datos, irán disminuyendo conforme avance la digitalización. 

 

Observamos también, según este informe, que la formación de los trabajadores, las plataformas digitales y las apps, el análisis de big data, la realidad aumentada y virtual o la computación en la nube, el procesamiento de texto, voz e imágenes, el internet de las cosas y la IA, van a impactar positivamente en la creación de empleo en el sector educativo y en esa transformación anunciada repetidamente.

 

A nivel de competencias profesionales, tanto en para los profesionales del sector educativo como para los trabajadores de otros sectores económicos, vemos que las habilidades cognitivas (atención, memoria, razonamiento, aprendizaje...) siguen siendo las más demandadas, seguidas de la eficacia personal, las competencias tecnológicas, el trabajo en equipo y las habilidades de gestión o dirección. 

 

En relación al reciclaje y actualización profesional (reskilling and upskilling) vemos también un cambio significativo en comparación con años anteriores. El pensamiento analítico y creativo, la Inteligencia Artificial y el big data, el liderazgo y la influencia social, la resiliencia, flexibilidad y adaptabilidad, o la curiosidad y el aprendizaje continuo, son los puntos clave hacia donde giran las estrategias de las empresas; adquiriendo menor importancia otras competencias relacionadas con las destrezas manuales, las habilidades sensoriales, la lectoescritura y las matemáticas, o el multilingüismo. 

 

Muy interesantes también las perspectivas de rotación de trabajadores por sectores (labour market churn); así como los empleos donde se espera mayor creación de nuevos empleos o mayor destrucción de trabajo. Unos datos interesantes para analizar detalladamente las consecuencias de los cambios tecnológicos, sociales, económicos y medioambientales, en las distintas familias profesionales que nos ocupan. Si no adaptamos las distintas titulaciones a estos cambios, así como actualizamos las competencias que necesitan tanto el profesorado como los estudiantes, será complicado mejorar su empleabilidad y expectativas personales. 

 

Políticas para retener el talento del profesorado, la planificación de una carrera profesional docente y una gestión estratégica de la formación de los profesores, son claves para hacer frente a los cambios; no a los que se avecinan sino a los que ya estamos experimentando. Sin obviar la necesidad de actualización de unos currículos desfasados junto a unos libros de texto también anticuados; y la obligación de desechar modas educativas y ocurrencias que no trascienden ni transforman la Formación Profesional que precisamos. Además de una nueva Ley, vamos a necesitar mentes preclaras que conduzcan la FP al ritmo y con el cuidado que los tiempos y nuestra comunidad educativa merecen. El desafío lo exige.

 

LAS COMPETENCIAS Y TRABAJOS DEL FUTURO EN LA FP

LOS MALOS ALUMNOS

jueves, 11 de mayo de 2023

Si eres mal enfermo necesitarás la comprensión de tu médico. Sin embargo, si eres mal alumno no resulta tan evidente el remedio. Es alta la probabilidad de que tu caso personal acabe relegado en el jaleo habitual del aula. Puede que no existan recursos suficientes para ser atendido, sea cual sea la causa de tus dificultades, o que seas una molestia para el resto de compañeros por tu conducta o rezagamiento habitual. Y tendrás el sambenito del mal estudiante, el impertinente, el movidito, el contestón, el enjugazado (qué palabrita), el de ACI, el maleducado...Y pocos preguntarán qué te pasa, qué problema tienes o no entenderán esa adolescencia o inmadurez sobrevenida pero previsible a tu edad.


Luego vendrán quienes afirmen que esto que ocurre ahora son cosas de la modernidad actual, que antes todos éramos estudiantes estupendos, maravillosos y educadísimos. Que la comprensión y la armonía campaba por esas aulas de tiza cuadrada y tarima. La palabra disrupción no existía, parece ser. Ni los vándalos, impertinentes o gandules. 

 

Hay quien no parece darse cuenta de que la educación es para todos. Y más aún para quienes no estimamos que la merecen. Lo que no quita que ofrezcamos atención a los que en silencio pasan, curso tras curso, una escolarización discreta. Pero son los que más incordian, los que menos comprenden, los que más suspenden, aquellos que más recursos requieren. No podemos dejarlos a su buena o mala suerte familiar y personal. Las buenas escuelas brillan por su atención prioritaria a los alumnos que más lo necesitan. Los buenos estudiantes suelen progresar de forma autónoma pese a que también requieren de aliento y afecto como todos. No podemos tacañear con la empatía, a no ser que nos hayamos confundido en la elección profesional.


Puedes tener genio, afabilidad, ternura, carácter, sentido del humor, sobriedad, ironía o rectitud. Cada uno aportamos una personalidad distinta en la aulas con la que también transmitimos y educamos; por mucho que ahora algunos deseen una escuela mera transmisora de conocimientos. Podemos dejar huella e influir, como adultos, sobre unas personas que están en crecimiento y que absorben y sienten con mayor pasión que nosotros. Muchos están más horas con sus profesores que con su padre o madre. Incluso puede que nos escuchen o hablen más que a ellos. Merecen conversaciones, consejos, apoyo y todo eso que nos quita un estresante estilo de vida. 

 

Y la escuela, pese a los maldecidores de leyes educativas o los agoreros de la innovación educativa, sigue como casi siempre. Continuamos corriendo para acabar un sinfín de temas que son vistos superficialmente, mientras fingimos que todo lo comprenden pero no damos abasto con las correcciones y esos porcentajes que ponderamos a ojo. No hay tiempo para pensar en qué estudiar, en qué trabajar, qué lecturas criticar, sobre qué podemos conversar, descubrir el mundo y la cultura, quiénes somos... Y se multiplican las jornadas infantiles y juveniles interminables donde la única pausa es una pantalla inseparable. Todo se centra en una serie de calificaciones, en avanzar por cada etapa educativa sin demasiados daños colaterales, o en aterrizar donde las circunstancias, el esfuerzo o las capacidades han querido que te poses.  


Disfrutar de una escuela amable, considerada y afectuosa con todos es una obligación que tenemos como sociedad y un deber de nuestra condición docente. Luego ya podremos discutir de currículos, didáctica o tecnología.  

 

LOS MALOS ALUMNOS

LA AUTOCOMPLACENCIA DE LA FP

sábado, 6 de mayo de 2023

La FP se vende sola hoy en día. Los esfuerzos de la administraciones para fomentar esta etapa siguen dando sus frutos con un aumento de matrículas mientras disminuyen las de otras enseñanzas postobligatorias (bachillerato y grados universitarios). El carácter práctico de los estudios, así como la alta empleabilidad que aportan muchos ciclos formativos, son factores clave de este éxito; sin obviar la amenidad de unas titulaciones que, al contrario de en otras etapas, no logran conectar con los estudiantes o no son seducidos para seguir aprendiendo.  


A menor edad se supone menor madurez personal. Esa inmadurez también ayuda a que aquellos que no desean estudiar tras finalizar la educación obligatoria no vean otra salida más que hacer una FP si no quieren quedarse fuera de un mercado laboral exigente y todavía más precario para los menos preparados. Otra de las razones del éxito de la FP. Aún así, las administraciones públicas deberán seguir esforzándose para promover esta etapa entre los más jóvenes desencantados o sin apoyo; pero sin olvidar que el profesorado necesita nuevos recursos para conectar con su alumnado y afrontar las actualizaciones técnicas, así como reordenar una organización escolar mastodóntica a la medida del desafío que supone esta demanda creciente. No es suficiente con abrir nuevas titulaciones; poner parches con la sustitución y renovación de un profesorado cada vez más escaso, fugaz e inadecuado a su puesto; o aprobar una nueva ley con mayores exigencias para los centros educativos pero con una financiación desigual e injusta. Por no mencionar una FP Dual que avanza a distintos ritmos según el planteamiento de cada comunidad autónoma. 

 

Aún así, todo ese éxito de la FP puede acabar anestesiado con la autocomplacencia que se respira. No podemos pensar que somos la única solución a un fracaso escolar demasiado elevado; que la formación que ofrecemos es suficiente para un mercado laboral voluble y desigual; o que las competencias técnicas facilitadas son suficientes para personas que tienen toda la vida por delante. Tenemos además un grave problema cuando titulamos a muchos estudiantes que luego no quieren trabajar en su sector profesional: ¿a qué se debe ese desapego hacia ciertas ocupaciones? Habría que investigar mucho más al respecto y ofrecer soluciones no solo por el lado del sector educativo sino también por parte de las empresas. Algo falla cuando tenemos casi un 30% de paro juvenil y a la vez tenemos empresas que no encuentran empleados en determinados puestos. Por no hablar de los puestos de trabajo que ya comienzan a amortizarse con la irrupción de una Inteligencia Artificial que puede hacernos replantear el sentido de algunas titulaciones o la necesidad de impulsar otras que no son necesariamente dependientes de su uso (empleos y técnicos manuales, cuidadores, creativos o artesanos). 


Una formación superior presupone una mayor preparación para el mundo del trabajo. Cada vez necesitamos mayores esfuerzos para ofrecer esta formación actualizada a las demandas del mercado laboral; ya no solo debiera bastar con el manual de turno y un examen multirespuesta. Ahora tenemos el reto, no solo de estar atentos para incorporar los cambios digitales y tecnológicos del sector, sino también de formar jóvenes con criterio, autoexigentes, conocedores de sus derechos e inclinados hacia el conocimiento y la cultura. No sirve una FP expedidora de títulos que no se ponen en práctica o que forma ciudadanos sin luego unas oportunidades justas y apropiadas. En nuestra mano está abrir los ojos y capacitar a los jóvenes ante las dificultades y complejidad del empleo; pero los planes educativos, la normativa laboral y la colaboración con las empresas deben facilitar unas condiciones que inviten, a nuestros estudiantes de FP, a permanecer en los puestos de trabajo a los que van encaminados.


LA AUTOCOMPLACENCIA DE LA FP

LOS BUENOS CENTROS EDUCATIVOS PARECEN ISLAS

jueves, 20 de abril de 2023

Utilizando metafóricamente la frase del poeta inglés John Donne, ningún hombre es una isla por sí mismo, creo que un buen centro educativo no debieran ser oasis perdido en el panorama actual de la enseñanza. Desafortunadamente, no abundan las escuelas donde los estudiantes muestren una satisfacción plena o una realización con lo que hacen la mayoría de esas 30 horas semanales. Supongo que se repite la misma historia cada generación. Los Z o los boomers no tenemos un relato escolar demasiado distinto, por mucho que algunos se empeñen en negarlo o a pesar de esas insularidades de carácter excepcional.


Hoy en día, tal vez por un exceso de exigencia y la creciente oferta educativa, resulta todavía más difícil seleccionar un centro en busca de esa escuela sugerente, afectuosa y estimulante. La competencia entre los centros educativos ha desembocado en una pugna por ofrecer unos servicios adicionales muy similares entre sí; donde los idiomas, lo digital o las instalaciones son los reyes del mambo. Si hablamos de Formación Profesional el mantra recae forzosamente en la FP Dual, el programa Erasmus+ o las posibilidades de emprendimiento; además de unas instalaciones que puedan suplir el renombre que ofrece la experiencia acumulada de otros centros; por no mencionar el manido reclamo de una innovación educativa de imposible medición. Lugares comunes que hacen difícil esa selección de centro en un rico desierto. Pero todos queremos conocer donde se encuentra ese oasis anhelado más allá de una colección de imágenes sugerentes en Instagram o un vídeo seductor en YouTube. 


Podemos navegar por las webs de los centros educativos, sus redes sociales, hacer visitas presenciales... Todo con el fin de tratar de acertar en esta árida búsqueda. ¿Y cómo atinar? La respuesta, pese a las dudas que tenemos con las evaluaciones que hacen los estudiantes (Los efectos perniciosos de la evaluación docente de Francisco J. Abad), podemos encontrarla en esa subjetividad que ofrecen los alumnos que han pasado por sus aulas. Pese a que unos valorarán las calificaciones obtenidas, otros el trato recibido, algunos lo que han aprendido, o incluso las facilidades académicas percibidas. Preguntar al alumno con cierta frecuencia y en profundidad nunca ha estado de moda. Conocer cómo es su experiencia en el centro, más allá de los likes o las estrellitas que nos puedan conceder, debiera ser una tarea regular tanto en la búsqueda de centro como en la autovaloración de las escuelas y su profesorado. 

 

No nos queda otra que consultar a ese adolescente o joven sobre cómo ha sido su aprendizaje, el interés que han despertado por el conocimiento, las herramientas que ha obtenido para afrontar el futuro, el apoyo que ha encontrado, etc. No es congruente llenarnos la boca de transformación educativa o innovación cuando las rutinas escolares siguen manteniéndose, casi literalmente, en muchas aulas de nuestro país. Conseguir que estas clases no sean islas y se mantengan comunicadas para extender esa renovación del paisaje educativo siguen siendo igual de necesario que siempre. No nos quedemos solo con esas frases habituales que resuenan a hueco en los foros educativos. Cambiemos la mirada, agrandemos los oasis y pasemos a la acción junto a alumnos y compañeros. 

 

LA IMPORTANCIA RELATIVA DE LOS TÍTULOS Y CERTIFICADOS PROFESIONALES

domingo, 16 de abril de 2023

La de trabajar me la sé y la mayoría de jóvenes acabarán, sin remedio, teniéndosela que saber. Disculpad el uso del lenguaje juvenil. Otro cantar es la necesidad y la proliferación, proporcionalmente crecientes, de todo tipo de títulos y certificados para validar nuestra capacidad profesional o las competencias mínimas que de nosotros demanda el mercado del trabajo. Y no es cosa nueva. Desde la aparición de los créditos de libre configuración universitaria, donde unas horas de formación en macramé se validaban para licenciarte, la oferta formativa ha evolucionado hasta el absurdo. Por no hablar de los cientos de cursillos de toda índole que puntúan en los procesos de concurso-oposición o para obtener complementos salariales por formación. Lo de aprender queda en un segundo plano.


Y el problema no es la oferta formativa. Lo preocupante de este asunto es la fiebre por poseer títulos o certificados, sin límite alguno, para superar a cualquier potencial competidor de un puesto de trabajo. Mientras tanto seguimos colaborando en el negocio de títulos impresos en papel mojado que lucen bien en el currículum. Porque, ¿se cursan para aprender o por simple exigencia del guion? Y esta trama parece no tener fin. Afortunadamente, cada vez son más los jóvenes con una educación superior (FP grado superior, grado, máster o doctorado universitario): en el año 2021 en España un 41,1% de los hombres y un 52,1% de las mujeres de 30 a 34 años alcanzaban este nivel de formación. Y claro, ¿cómo diferenciarnos en un mercado laboral saturado a la vez que sobrecualificado en determinados puestos? A lo mejor nos hemos pasado de frenada con aquello de la formación permanente para toda la vida; y la cantidad en estas cuestiones no parece significar mayor calidad o sustancia. 


La congestión en la demanda de educación superior ha provocado un acceso cada vez más costoso a través de altas notas de corte; el problema de los números clausus se ha agravado al igual que se ha incrementado la laxitud en la expedición de títulos para atraer a una clientela ávida de certificados académicos. Las notas de corte para acceder a la universidad siguen al alza (ver tabla 4.2.6 de este informe del sistema universitario español), al mismo ritmo que el número de sobresalientes en bachillerato se incrementa. Y no creo que sea por la evolución de la especie. De nuevo nos topamos con una burbuja calificadora que no va ligada a un mayor aprendizaje (supuestamente deseado) sino a obtener una plaza que, en el caso de no ser lograda, habrá que terminar abonando.


Y así suma y sigue con ese arsenal de títulos que necesitamos para ocupar cualquier empleo: certificados de idiomas, de digitalización, de voluntariado, de prácticas no laborales; o esos nuevos certificados de profesionalidad que corren el riesgo de convertir en un galimatías el actual sistema de Formación Profesional. Veremos quién gestiona todo ello (sin ser a costa del profesorado) y si no caemos en el mercadeo de unidades de competencias y módulos formativos. El tiempo dirá. 

 

Podemos apiadarnos de aquellos que se dedican a la selección de personal. Filtrar al mejor candidato entre esa marea de polititulados debe resultar cada vez más costoso. Pese a que, a la larga, los que se venden mejor o aquellos que rezuman normalidad, terminan obteniendo habitualmente las mejores oportunidades. Mucha digitalización y marca personal, pero el contacto físico, cara a cara, con el tiempo, nos pone a todos en su sitio (ya seas taker, giver o matcher). Por no incidir en aquello de que el mejor predictor del éxito profesional es que tus padres tengan dinero. Ya sabíamos, aunque algunos deseen ignorarlo, que solo el esfuerzo y los títulos no garantizan el progreso laboral. Suelen ser condición necesaria pero no suficiente. 


Además, todos esos certificados que en teoría deben evidenciar conocimientos y capacidades a título personal, hay que acompañarlos de mucha educación. Una educación de difícil certificación. Ahí quedan todos esos saberes que acostumbramos a considerar inútiles y que no venden tanto a nivel profesional; o aquellos que de un modo informal atesoramos a lo largo de una cada vez más larga vida laboral y que disfrutan tus alumnos, compañeros, clientes o empleadores. Sin mencionar esa ristra de competencias blandas que no hay título que las convalide. Ojalá, la inquietante inteligencia artificial, nos estimule a valorar lo que es invisible a los ojos. Ya lo dijo Antoine de Saint-Exupéry.

 

LA IMPORTANCIA RELATIVA DE TÍTULOS Y CERTIFICADOS PROFESIONALES

MÁS ALLÁ DE LAS SOFT SKILLS: LA ÉTICA PROFESIONAL

domingo, 2 de abril de 2023

Las soft skills son la coartada perfecta para arengar al alumnado sobre la importancia de ciertas cualidades personales que van más allá de las competencias técnicas. Esas competencias blandas son parte del argumentario educativo; las añadimos en nuestras programaciones con el fin de que los estudiantes sean conscientes que ser bueno en el trabajo implica distintas competencias y actitudes tanto a nivel técnico como humano. Pero hay conductas o posturas que marcan también no solo la profesionalidad de uno sino la huella personal que dejamos en nuestro entorno laboral. Y aquí entra en juego la ética profesional. Ser profesionales no solo técnicos.


Hay quien cree que un comportamiento adecuado pasa solo por mantener unas normas básicas de educación. Pero este asunto es mucho más complejo y revelador. Todos hemos compartido trabajo con personas que saben estar, que no despiden soberbia en sus opiniones, que se adaptan, que no racanean con la dedicación cuando trabajan en equipo, que aportan lo que saben sin frenar al resto, que no malmeten ni murmuran como norma, que tienen siempre una buena palabra para con los demás, que piensan con frecuencia en el bien de la organización, etc. Todas estas virtudes pueden ser innatas o adquiridas pero no por ello debemos de dejar de darles la importancia debida en el aula y tratar de dar el mejor ejemplo posible. O luego no podremos quejarnos. 


Incluso los malos ejemplos son también una oportunidad de aprendizaje: ponentes que hablan más de sus supuestos méritos que del trabajo que realizan; personas que no agradecen las oportunidades ofrecidas y desaparecen sin dejar rastro; los que ponen pegas pero no aportan alternativas viables para el interés común; los que exprimen las normas de un modo oportunista para sacar réditos personales; los desleales con la empresa o con los compañeros; los que venden humo o inflan sus currículums sin sonrojo; los calculadores que abusan de los derechos laborales; o los que sencillamente solo están presentes de boquilla pero no se remangan cuando toca. 

 

Quizás sea hora de recuperar esa ética en el trabajo que nos ayuda a reflexionar sobre nuestros comportamientos y actuaciones en el contexto profesional, más allá de esas soft skills tan valiosas como enrevesadas para ser enseñadas. Replantearse las convicciones personales es un sano ejercicio que es más fácil de contemplar cuando nos rodeamos de colegas ejemplares. Hablar de trabajo en equipo, flexibilidad, resiliencia, empatía, curiosidad, colaboración, adaptabilidad, gestión del tiempo... puede parecer un juego de mesa sin manual de instrucciones. Y trabajando la ética, pese a la intangibilidad que aporta, salimos todos ganando. Citando al filósofo Javier Gomá: "Solo podemos ser profesionales si antes somos ciudadanos".


Ahora que se avecinan cambios, con el próximo Real Decreto que ordenará el nuevo sistema de Formación Profesional, podemos haber perdido la ocasión de resaltar la importancia de la ética profesional, el conocimiento humanístico e incluso los derechos laborales en beneficio de la digitalización y sostenibilidad. ¿Son todas ellas incompatibles? La democracia, el pensamiento crítico y la inclusión pasan, sin duda alguna, por valorar las cuestiones éticas relacionadas con cada profesión. Proponer con honestidad y rigor unos principios éticos supone mejorar la calidad técnica y humana de nuestros futuros técnicos y profesionales. Pese a la ausencia de la ética en este borrador, espero (con poco optimismo) que se contemplen unos mínimos valores éticos para que todo no quede, como es habitual, a la voluntad del docente de turno. Pongamos de moda la ética. 


MÁS ALLÁ DE LAS SOFT SKILLS: LA ÉTICA PROFESIONAL

CONDUCTISMO, ARITMOMANÍA Y EVALUACIÓN DEL ALUMNO

miércoles, 29 de marzo de 2023

Lo del palo y la zanahoria es una práctica que debe tener un origen prehistórico. A nivel educativo probablemente no habrá docente que en algún momento no haya ejercido tan socorrida estrategia. El problema con esto del conductismo, normalmente utilizado con poca ciencia, es hacer de su práctica una herramienta habitual para con los alumnos. La ahora denostada (por algunos) pedagogía, o su hermana la psicopedagogía, hace tiempo que nos muestran distintas opciones más allá de los premios, los castigos, los positivos, los negativos, los ceros o los dieces... como norma general a cualquier edad y en cualquier etapa educativa. 

 

Es fácil hablar de ello cuando delante de nosotros tenemos estudiantes inapetentes de conocimiento o que muestran desgana y desatención sea cual sea la temática de la clase. Quitar puntos, bajar la nota final y registrar mil y una anotaciones de cada momento disruptivo suele servir para poco más que lavar nuestra conciencia ante un problema que parece irresoluble. Sin embargo, atajar estas eternas y crecientes dificultades que encontramos con los alumnos, debiera decidirse justificadamente desde el conocimiento  de cómo funciona el aprendizaje y cómo debiéramos evaluar para enseñar mejor. Y, hasta la fecha, poco hemos hecho al respecto; más allá de protestar por cada ley educativa promulgada y poco leída. Leyes que interesan, mayoritariamente, para saber cuándo se repite curso, cómo se ponen las notas, cómo se recupera y qué contenidos o competencias se añaden o eliminan. Queremos saber qué burocracia de cifras y datos nos va a incordiar en cada ocasión.

 

A la postre, por mucho ruido distractor que se origina en estos debates sobre la nueva o clásica educación, acabamos con un libro de texto o apuntes propios, ordenando actividades a peso, sobrevalorando las cuestiones formales y evaluando como se ha hecho "toda la vida". Algunos se aventurarán a diseñar proyectos o retos educativos, con mayor o menor éxito, pero también evaluando como casi siempre y tratando de conducir al estudiante por el buen camino. Porque hemos hecho que la nota sea lo que importe desde la infancia y a cierta edad es difícil la marcha atrás. Seguimos con el conductismo simplón al que nos han (hemos) acostumbrado. 


Para más inri, la llegada de las hojas de cálculo nos permiten operar con infinidad de calificaciones para obtener con fórmulas, más o menos sencillas, esa nota final temida por el alumno. Los cuadernos impresos del profesor van pasando a mejor vida y la aritmomanía del Conde Draco crece entre los docentes. Toda para que el alumno se acabe preocupando tan solo de ese número entero final que nuestra habilidad numérica ha sido capaz de obtener. ¿El resto de datos para qué importa? Alguno incluso se autocuestiona... Aunque seguramente, con ayuda del ojímetro, nuestro margen de error hubiera sido mínimo. ¿Y qué hacemos?

 

En primer lugar, entiendo que conviene una reflexión sosegada sobre el asunto y buscando alternativas que justifiquen cualquier decisión. La formación de calidad al respecto suele escasear. Sin embargo, tenemos mucha literatura para ir avanzando (aconsejo este libro sobre la evaluación formativa) en un cambio que destierre el conductismo omnipresente y desarrollemos la significatividad. Podemos hacer entender al alumno de que su día a día, sus tareas entregadas, sus lecturas, sus correcciones... no están programadas para que dependan de una nota final; que todo el trabajo que se hace en el aula se hace con el fin de su aprendizaje; que habrá temáticas sobre las que no verán su utilidad o encontrarán incomprensibles, a la vez que sin interés para su edad; que deben esforzarse no solo para no repetir curso sino para conocer y desarrollarse; que el favor se lo hacen a sí mismos y que las notas tienen su relevancia pero no son el objetivo cuando uno comienza su escolarización. Pero eso se respira desde bien pequeños en una escuela que cuida a sus docentes para que cuiden y quieran a sus alumnos.

 

No voy a discutir la complejidad o la necesidad de unas calificaciones finales, más aún en etapas postobligatorias. Los dichos numerus clausus son la consecuencia de una limitación de plazas que tiene mal arreglo más allá de la ampliación de vacantes. En la Formación Profesional ya hace tiempo que comenzamos a sufrir las consecuencias de un aumento de demanda al igual que lo sufren los estudiantes que se dirigen a la universidad. Todo ello sigue acelerando esa espiral inflacionista de notas donde los sospechosos mediocres de los cincos o seises han ampliado su espectro a los sietes y ochos. La bolsa de valores académicos sufre el acoso de madres, padres y alumnos en busca de esa fatídica o esperanzadora nota media de acceso. Todo gira en torno a los números. Cualquier décima es apelable. Y el que puede acaba pagando otras salidas por las notas no alcanzadas.


Si, como parece ser, las trampas se democratizan con el uso de la inteligencia artificial (se acaban los encargos bajo pago), ahora los trabajos y tareas con ayuda del ChatGPT se tornarán un factor adicional para acentuar esa escalada de notas donde solo importa figurar con una nota excelente. Tal vez acabemos en aulas con únicamente estudiantes sobresalientes... Ojalá estas nuevas tecnologías nos obliguen a replantearnos los deberes escolares, las correcciones, las entregas, la importancia de la lectura, la necesidad del razonamiento, el debate,  la ética, la atención y una escuela donde vayamos a aprender y no solo a pasar de curso u obtener esa nota media para unos estudios futuros y un empleo incierto. Ojalá. 

 

conductismo, aritmomanía y evaluación del alumno


Todo para lo que NO sirve la Inteligencia Artificial en educación

domingo, 26 de marzo de 2023

Ante el maremagnum que ya se avista sobre el uso de la Inteligencia Artificial en la educación, valdría la pena poner (para variar) algo de cordura antes de tratar de implementarla o atosigar al profesorado sobre su uso. No sea que nos ocurra lo mismo que con la fiebre de implementación de tabletas, pizarras digitales interactivas o cualquier otra formación digital que caduca al poco tiempo de ser implementada. Pero, ante todo, tener claro todo lo que NO será capaz de llevar a cabo ese ente, denominado Inteligencia Artificial (IA), en nuestras aulas y con nuestros alumnos. Al menos hasta que nos tornemos cíborgs o evolucionemos como especie. 

 

La IA nunca será capaz de alternar estrategias de enseñanza según el día, la hora, la motivación de los estudiantes o la materia de cada clase. Adaptarse y flexibilizar la hora de clase, midiendo el ambiente de clase, está solo al alcance de docentes humanos. Por no hablar de captar la atención, promover el diálogo y escuchar con verdadero interés las preocupaciones de los estudiantes. Dudo que podamos disponer de una inteligencia artificial que evite la disrupción, los conflictos, el desapego a la escuela o la pesada mochila (no solo física) que porta cada alumno. 


La IA no debería tampoco ser decisiva en la evaluación y promoción de un alumno. Hay ciertos imponderables que, tan solo el docente, su tutor o tutora, son capaces de valorar pese a la ayuda que puedan ofrecernos los datos cocinados por algún software de inteligencia artificial. Los peligros que conllevan estos programas pueden perpetuar los sesgos sociales de origen como un efecto secundario de esa eficiencia a la que aspiramos con el uso de algoritmos.


La IA, al igual que los buscadores actuales, ofrece respuestas y soluciones a (casi) todo aquellos que le planteamos. Sin embargo, todo el razonamiento que hay detrás de cada aportación, no puede ser asimilado sin lecturas o un estudio previo. La IA es eficiente solo si deseamos formar autómatas como mano de obra principal. La distopía puede estar más cerca que nunca con una reducida franja de la población bien educada, en las artes y la ciencias, sin un uso intensivo de la tecnología; y una mayoría ofuscada con una formación exclusiva en el uso de herramientas digitales para colaborar en el mantenimiento de esa automatización imperante que nos acecha. 

 

La IA no educa o deseduca. Poner la responsabilidad de la educación en unos algoritmos diseñados por corporaciones empresariales no parece una buena idea. Y la moral importa. En tiempos de desinformación, donde es fácil creernos cualquier tipo de publicación manipulada, es necesario ese nuevo realismo que combate las estupideces de las redes gracias a la filosofía o el arte. Si permitimos programar con IA, evaluar solo con IA o segregar con IA, acabaremos embruteciendo a la población. La originalidad y la autenticidad en la creación de contenidos acabará siendo algo extraordinario.  

 

La IA no ofrece el afecto que se merecen los alumnos. Nada sustituye el aliento o el consuelo del docente. Sin el apoyo personal y la compañía del profesorado perpetuaríamos un modelo basado únicamente en la eficiencia donde la inclusión pasa a un segundo plano. Los cientos de datos (muchas veces inútiles) de nuestras hojas de cálculo calificadoras serán poca cosa en comparación a los millones de datos que cada estudiante producirá a lo largo de su trayectoria educativa. Citando a Freire, en sus "Cartas a quien pretende enseñar", las cualidades de un docente son insustituibles por máquina alguna: la humildad, la amorosidad, la valentía, la tolerancia, la competencia, la capacidad de decidir, la seguridad, la ética, la justicia, la tensión entre la paciencia y la impaciencia, la parsimonia verbal... 

 

La IA solo será fructífera si nos permite eliminar esa burocracia educativa que nos impide atender mejor al alumnado. Si nos echa una mano para crear o diseñar tareas que son costosas en cuanto al tiempo que precisan: elaboración de exámenes, tests, comunicados, ejercicios, prácticas, etc. Solo si la inteligencia artificial nos aporta ese tiempo insuficiente del que ahora disponemos para atender a cada alumno y alumna, será realmente transformadora la IA a nivel educativo. La ilusión o el asombro por estas nuevas tecnologías no pueden empañar el sentido último de la educación: la humanización de las personas. 

 

Todo para lo que NO sirve la Inteligencia Artificial en educación

Los jóvenes son más sensatos (que los adultos) con las redes sociales

jueves, 23 de marzo de 2023

Puede que ha llegado el momento en que las nuevas generaciones hacen un uso más sensato de las redes sociales, o al menos más comedido, que sus progenitores. El desatado uso que hacen algunos adultos de sus redes parece confirmarlo. Mientras, los más jóvenes, adolescentes incluidos, muestran reparo a la hora de publicar (fuera de sus círculos) cada paso que dan o cada suceso, de mayor o menor importancia, que acaece en sus vidas. Pese a las excepciones y disparates a cualquier edad.

 

Tienen claro que no es necesario publicar cada momento de asueto con sus amigos, cada fiesta a la que acuden, cada aniversario que celebran o cada visita instagrameable. Algunos ya optan por cerrarse las cuentas de algunas redes sociales, una vez sufrida la toxicidad de las mismas, o por convertirse en meros espectadores de las simplezas que subimos el resto de mortales. Ven incluso con malos ojos la publicación de las imágenes de menores por parte de sus padres, o la crónica habitual de las efemérides privadas. ¿Para qué? Se preguntan con cordura. 

 

Ya sabemos del peligro de robo sobre nuestras viviendas cuando publicamos dónde nos encontramos en cada momento; las amenazas de los depredadores sexuales de menores que pululan por las redes; las consecuencias nefastas en la empleabilidad por un perfil "descuidado"; o las secuelas mentales por el abuso en la conexión a las redes. Pero ahí seguimos, cada día, metiendo la pata para el gozo de extraños o la vergüenza ajena de los propios. No es raro el hecho de que aumenten las cuentas falsas o anónimas por muy distintos motivos. 

 

La parte positiva de las redes sociales, a nivel profesional, es la que hace aguas. Son minoría los que cuidan y alimentan un buen perfil digital con fines meramente laborales. Crear contenidos útiles en tu área técnica, compartir recursos valiosos para otros colegas o comentar con mesura las publicaciones de compañeros de profesión, son campos con mucha posibilidad de crecimiento. Pocos son los jóvenes estudiantes o recién titulados que miman su identidad digital haciendo un uso profesional de redes como LinkedIn o sacan partido a su presencia en Twitter, Instagram o TikTok. 

 

Prevenir el robo de tiempo que nos ocasionan las redes sociales no debería ir reñido con la utilidad profesional por hacer un buen uso de las mismas. Los más jóvenes deben ser formados y sensibilizados al respecto como una herramienta diferenciadora más a su alcance. Pese a que ya puedan darnos lecciones de un uso discreto de las redes sociales personales.

 

Los jóvenes son más sensatos (que los adultos) con las redes sociales

¿Curación de contenidos, creatividad o autonomía en el diseño de proyectos para el aprendizaje?

lunes, 20 de marzo de 2023

Es algo tramposa la pregunta que da título a esta entrada. Realmente, ni la creatividad, ni la autonomía debieran ir reñidas con el aprendizaje del estudiante. Todo lo contrario. Tal vez equivocamos conceptos cuando pretendemos formar alumnos creativos y capaces de resolver cualquier reto que les propongamos sin tener en cuenta su mucho o poco bagaje técnico o académico. Incluso podemos pecar de optimistas pretendiendo que cualquier joven alumno puede, de forma totalmente autónoma, resolver una tarea determinada sobre la que no ha trabajado previamente, gracias a la curación de contenidos, a través de lecturas, clases, prácticas, talleres...


Muy reveladoras las ideas de Ron Berger al respecto del trabajo por proyectos; explicadas estupendamente en un artículo del blog de Juan G. Fernández: Todos (los proyectos) incluyen mucho tiempo de lectura y escritura, además de la investigación. La idea es que puedan dar sentido a ese material, aprendiendo nuevo vocabulario y a través de diversos formatos. (...) Necesitamos dedicar tiempo a admirar modelos, encontrar inspiración en ellos, y analizar sus fortalezas y debilidades.  

 

En resumidas cuentas, ya debiéramos de tener claro que cualquier tarea o proyecto que lanzamos a nuestros alumnos, necesita de esa famosa curación de contenidos que todo docente realiza para enriquecer y favorecer el aprendizaje del estudiante. Más allá del libro de texto, tenemos una gran variedad de recursos imprescindibles para que el alumno o su equipo de trabajo resuelvan de un modo óptimo el desafío planteado: materiales digitales, invitar a otros profesionales, visitas fuera del aula, etc. Algo ideal en cualquier ciclo formativo de FP, pero seguro que también indispensable esa curación en otras etapas educativas: ESO, bachillerato, universidad... Lo de exigir una investigación, sin ese andamiaje que procura el docente, suele resultar en un producto (y proceso) muy mejorable.


Todo este diseño de tareas, además del acompañamiento en el aula, es una tarea del profesorado esencial y tremendamente valiosa para favorecer ese aprendizaje deseado. Para ello, al igual que pedimos creatividad a los alumnos, debemos entrenarnos y dedicar tiempo para armar esas situaciones de aprendizaje donde se trabajen adecuadamente las competencias que aspiramos adquieran. Así como fomentamos el trabajo en equipo de los alumnos, y los docentes precisamos asimismo trabajar en equipo habiendo preparado previamente los materiales necesarios; es imprescindible, para alimentar la creatividad y autonomía del estudiante, mucha investigación y trabajo previo del docente. Sobrevivir a base de ocurrencias, sin añadir reflexión, experiencias ajenas o lecturas de todo tipo, asegura la mediocridad de las actividades planificadas. 

 

El profesorado, como el alumno, necesita además un ingrediente extra que va más allá de la obligación de realizar un trabajo y calificarlo para cumplir con el currículo. Este elemento nos lo facilita el convencimiento de que podemos trabajar de un modo distinto en el aula; a través de proyectos o tareas que conectan con la realidad del estudiante y nos ofrecen la oportunidad de ser creativos eliminando los límites que nos autoimponemos en la programación habitual. La mala noticia es que requiere un trabajo previo exigente. Sin embargo, nos da la oportunidad de aprender gracias a esa investigación previa del equipo docente y merced a esos recursos materiales y personales que seleccionamos para enriquecer unos proyectos excelentes. Disfrutar de todo el proceso del diseño y ejecución de un proyecto, pese a los obstáculos y derrotistas, es un estímulo para seguir enseñando. 


¿Curación de contenidos, creatividad o autonomía en el diseño de proyectos para el aprendizaje?

¿QUÉ PODEMOS MEJORAR COMO DOCENTES?

lunes, 13 de marzo de 2023

La educación es compleja y no admite simplezas. La mejora de la enseñanza no solo requiere de años de experiencia, pese a algunos discursos. Enseñar con los mismos recursos de siempre sin replantearse constantemente la propia labor es un camino seguro hacia la mediocridad. Y mira que nos gusta criticar las prácticas ajenas sin pararnos a meditar sobre las propias. Y esa crítica solo debiera venir desde el conocimiento y atesorando una experiencia rica de esfuerzo y preocupación por enriquecer el aprendizaje de nuestros alumnos. Las ocurrencias son una losa.

 

Ya son muchos años en el aula, y muchas las correcciones, pruebas, errores y replanteamientos de la propia docencia. Hemos vivido muchos vaivenes en los últimos lustros, y ahora, parece que todo es culpa de una mala ley educativa (que parte de la disensión, como es habitual) y nosotros solo somos títeres descabezados sin posibilidad de réplica ni progreso profesional. Son multitud los que esperan, y no con la boca pequeña, una jubilación merecida; e incluso crecen los desencantados con la enseñanza como modo de vida. Y voy al grano, que me desvío. 

 

¿Qué podríamos mejorar cómo docentes? Más allá de la falta de recursos, tanto personales como materiales, y de la consabida inequidad que sufren muchos estudiantes, entiendo que el margen de mejora personal siguen siendo muy amplio. Pese al desaliento que nos intimida. Un buen plan de formación permanente (sin experimentos ni veleidades) podría remediar muchas de las carencias que arrastramos, así como rebajar ese fracaso escolar, desatención en las aulas y aversión a la escuela. Y aprendiendo más, lo que no es tarea fácil. De momento, me atrevo a enumerar algunos de esos elementos o acciones que, como docentes, podemos reconsiderar para evolucionar en nuestro trabajo diario; así como añado algunos enlaces con recursos que me parecen de interés:

 

  • La importancia de la lectura. La sitúo en primer lugar y no aleatoriamente. Entiendo que, todos y cada unos de los miembros del claustro, debieran dar hoy día una relevancia especial a la lectura en el aula y fuera de ella. Si la escuela no se erige como el promotor de esta actividad, estamos perdidos ante un mundo digital que irremediablemente copa nuestras vida en todas las etapas. Son demasiados los estudios que confirman la importancia de la lectura para el progreso académico y esa falta de pensamiento crítico que tanto nos gusta pregonar. Sin embargo, ¿es una prioridad de nuestros centros y de la política educativa? ¿Podemos enseñar a amar los libros? Y, de paso, cumplir las leyes educativas e incentivar posibles pactos al respecto. Quizás así nos quejaríamos menos de las pantallitas...
  • Metodologías. El guirigay metodológico, pese a los desaciertos o su mala adecuación, sigue siendo vital para afrontar la enseñanza. Todos debiéramos tener claro que la enseñanza no es un mundo de extremos. Nos puede gustar la instrucción directa y alternar la misma con métodos donde el estudiante participe y se responsabilice de su aprendizaje teniendo en cuenta su etapa educativa. Implicar al estudiante a través del diseño de actividades que conecten con su entorno y las motivaciones propias de su edad debiera es una oportunidad que no debemos desaprovechar. Salir más del aula, y del libro de texto, es esencial para conectar con ese alumno que tiende a la desatención continua. La significatividad del aprendizaje es posible, a pesar de las dificultades, a través de esas llamadas metodologías activas que no pueden ser algo residual en la escuela. Y la exigencia no tiene que ir reñida con esa diversidad. 
  • Aprender a estudiar. Saber cómo se aprende mejor y cómo debe afrontar el estudio el alumnado debiera ser una tarea continua a lo largo de, al menos, toda la educación obligatoria. Seguimos encontrándonos con los atracones de estudio la última semana, la lectura compulsiva y repetitiva de libros de texto y apuntes, así como la ineficacia en la organización y gestión del tiempo de preparación de exámenes. La evocación, la práctica espaciada y la comprensión de lo estudiado, son elementos valiosos que pueden ser enseñados si los conocemos adecuadamente. Lo de aprender a aprender no es tan solo un lema manido y malinterpretado.
  • La evaluación. Dichoso y conflictivo asunto. La evaluación a través de infinidad de tareas e ítems obteniendo una calificación final y numérica mediante el uso de una media aritmética y ponderada es el pan nuestro de cada día. La transformación de la evaluación sumativa hacia un modelo formativo donde el alumno aprenda de sus errores, sea capaz de mejorar las entregas (permitiendo las reentregas), disponga de modelos de los que aprender y el número obtenido no sea el único y último objeto de la materia, no debiera ser una panacea ni un tema a ventilar por la idea tradicional que tenemos del aprendizaje. 
  • La disciplina. La sensación de descontrol en la aulas parece ir en aumento. Los niños, adolescentes y jóvenes tienen, como es natural, inquietudes y comportamientos distintos a los de los adultos; tratar de dirigir o solventarlos con medidas (o castigos) que rozan la ocurrencia o heredadas desde hace décadas, sin el asesoramiento de los orientadores o psicólogos escolares, es un desatino. Simplificar el diagnóstico y el tratamiento entre endurecer o no las medidas, hace un flaco favor a nuestros alumnos y, por consiguiente, al ambiente escolar que anhelamos. Podemos ser más positivos
  • Escuchar. La empatía, la comprensión y el interés por nuestros alumnos es un útil básico del docente. No somos psicólogos, pero tenemos la capacidad de entender a ese joven o niña que un día fuimos. La paciencia (infinita) es agotadora y necesaria para establecer ese diálogo necesario con jóvenes con ideales, afectos e inclinaciones muy distintas a las nuestras. Conocerlas significa llevárnoslos un poco a nuestro bando. Luego ya están esos otros problemas, más complejos, a los cuales solo podemos aportar comprensión y escucha. Humanidad a fin de cuentas
  • Digitalización. Es innegable la necesidad de ser competente a nivel digital, tanto para poder preparar a nuestros alumnos como para saber aprovechar las ventajas que nos ofrece la tecnología. Tenemos claro que las herramientas TIC son un medio sobre el que ya no debemos gastar mucho tiempo; las curvas de aprendizaje son cada vez más bajas y nuestra preocupación debiera recaer más en cuestiones relativas a la seguridad de los datos, las amenazas informáticas, el buen uso de los dispositivos o el filtrado de información. Didáctica y digitalización deben ir de la mano, sin duda; aunque diferenciando siempre por edades y niveles educativos. Los proyectos educativos con la colaboración calculada de recursos digitales son una oportunidad. 
  • Referentes. Buscar, leer y escuchar atentamente a esos colegas que tenemos dentro y fuera de los centros educativos, y que pueden aportarnos otras perspectivas y modos de hacer. Acercarse a los que proponen y no están instalados en el reproche u ocupados solamente en las trivialidades de la vida escolar. La amargura es contagiosa, al igual que la esperanza y las ganas de trabajar por un proyecto común capaz de mejorar o cambiar la vida de cada uno de los que ocupan un pupitre escolar. La ósmosis funciona en los centros educativos y es un motivo importante para acudir cada día a nuestro centro de trabajo.


Seguir haciendo lo de siempre es ayudar a perpetuar el error. El inmovilismo y la crítica gratuita hacia nuevas prácticas docentes o hacia las conclusiones que aporta la investigación educativa no transforma ni ayuda en nada al aprendizaje. Desde luego que hay experiencias valiosas de los docentes que nos preceden y de las que podemos seguir aprendiendo; pero no situarse en el contexto actual y no aprovechar el conocimiento nuevo que nos ofrecen los datos e investigaciones, dentro de una realidad cambiante, supone un desperdicio que no podemos permitirnos. Quizás la mirada es lo que más debiéramos fijar, sin importar la época. Mirar a cada alumno y alumna como una persona con capacidades por descubrir y desarrollar; con cualidades personales por madurar; y con necesidades distintas que contemplar.

 

mejorar como docente

Foto de Redd F en Unsplash

LOS PROFESORES NO LEEMOS

lunes, 6 de marzo de 2023

Esto no es clickbait. Porque realmente los docentes no leemos o leemos muy poco. Que no se enfade nadie. Y no hablo de novelas de ficción, cómics o revistas. Raros son los profesores que tienen como hábito lecturas sobre educación. Ya ni siquiera pueden llamarse lecturas pedagógicas; no sea que acabes enfrentado con algún compañero alérgico a esa disciplina. El tiempo, las leyes y ese futuro líquido que nos derraman en el rostro no ayudan a la ocupación lectora y de reflexión profesional que debiera acompañarnos a lo largo de nuestra carrera. 

 

¿Cuántos libros recomendamos o nos recomiendan otros colegas? ¿Cuántas lecturas de reflexión educativa aparecen en nuestros buzones de correo? La normativa, los cara a la galería, las quejas sobre los alumnos, las prisas recurrentes... son las noticias de nuestro particular día de la marmota. Eso sí, que si los alumnos ya no leen, ni piensan, ni razonan. Como si los adultos no tuviéramos nada que ver al respecto. Como si todo fuera culpa de unos padres y madres enfrascados en pagar facturas o lidiar con unos hijos que no saben lo que quieren ni a lo que pueden llegar. ¡Viva la competición! Como si nosotros, los docentes, fuéramos perfectos y tuviéramos una venda en los ojos que nos impide ver a uno de nuestros hijos o hermanos en ese chaval problemático o ensimismado en el aula. Cuidado que me molestan. ¿Y yo no estoy para eso? 

 

Y vendrá el aula del futuro, el pupitre del siglo XXII y la última tecnología para distraernos de lo que realmente importa. Y todo sin reflexión ni lecturas. Mucho TikTok, likes y cientos de tareas en ese Teams o Classroom que aletarga a propios y extraños. A docentes y a estudiantes. Trabajo cumplido y en septiembre más, pero no mejor. Y los másteres y la formación del profesorado parecen seguir el mismo atajo. Todo es innovación manida. ¿Dónde quedan las lecturas de referentes educativos? ¿Dónde andan los debates y la crítica a intelectuales, filósofos, sociólogos, maestros o pedagogos de distintas cuerdas? Con suerte, la humanidad y sensibilidad de algunos acaba completando ese vacío de pensamiento o falta de profesionalidad. O, como mucho, en algunas redes sociales te tropiezas con alguna rara avis que comparte escritos sustanciosos (y no comerciales) sobre nuestro rico mundo educativo. 


Podemos echar la culpa de todo a la ley educativa del momento; a la falta de presupuesto; al compañero; a la dirección o al articulista del momento. E incluso a nosotros mismos (poco habitual). Pero leer ayuda a cambiar la mirada. Leer ayuda a no solo mirar de reojo el calendario en búsqueda de festivos o vivir cada día esperando salir de clase. Y en eso nos parecemos a los alumnos. Coincidimos en el drama de una obra que se representa en un aulario donde, en lugar de sentirnos protagonistas, parecemos figurantes que cobran por horas. Y así se nos pasa la vida; contando días cotizados y lecciones superadas; esperando una mejora que nunca llega a pesar de esos jóvenes que cada curso tenemos la oportunidad de acompañar. 

 

Cuidad a esos chalados que quieren leer en los claustros. Defended los espacios de lectura y reflexión que ayudan a renovar las miradas. Perdamos más el tiempo leyendo, pensando y compartiendo textos. Recomendemos ensayos, experiencias educativas e incluso novelas, cine o podcasts que nos ayuden a frenar esa abulia a la que tendemos. Filtremos y critiquemos las modas educativas con el poso del conocimiento clásico y actual. Busquemos tiempos para escribir de lo que leemos. Seamos raros aunque no vendamos. Pero leamos y, sobre todo, compartamos lecturas. La vida docente no es el BOE. 

 

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