LOS BUENOS CENTROS EDUCATIVOS PARECEN ISLAS

jueves, 20 de abril de 2023

Utilizando metafóricamente la frase del poeta inglés John Donne, ningún hombre es una isla por sí mismo, creo que un buen centro educativo no debieran ser oasis perdido en el panorama actual de la enseñanza. Desafortunadamente, no abundan las escuelas donde los estudiantes muestren una satisfacción plena o una realización con lo que hacen la mayoría de esas 30 horas semanales. Supongo que se repite la misma historia cada generación. Los Z o los boomers no tenemos un relato escolar demasiado distinto, por mucho que algunos se empeñen en negarlo o a pesar de esas insularidades de carácter excepcional.


Hoy en día, tal vez por un exceso de exigencia y la creciente oferta educativa, resulta todavía más difícil seleccionar un centro en busca de esa escuela sugerente, afectuosa y estimulante. La competencia entre los centros educativos ha desembocado en una pugna por ofrecer unos servicios adicionales muy similares entre sí; donde los idiomas, lo digital o las instalaciones son los reyes del mambo. Si hablamos de Formación Profesional el mantra recae forzosamente en la FP Dual, el programa Erasmus+ o las posibilidades de emprendimiento; además de unas instalaciones que puedan suplir el renombre que ofrece la experiencia acumulada de otros centros; por no mencionar el manido reclamo de una innovación educativa de imposible medición. Lugares comunes que hacen difícil esa selección de centro en un rico desierto. Pero todos queremos conocer donde se encuentra ese oasis anhelado más allá de una colección de imágenes sugerentes en Instagram o un vídeo seductor en YouTube. 


Podemos navegar por las webs de los centros educativos, sus redes sociales, hacer visitas presenciales... Todo con el fin de tratar de acertar en esta árida búsqueda. ¿Y cómo atinar? La respuesta, pese a las dudas que tenemos con las evaluaciones que hacen los estudiantes (Los efectos perniciosos de la evaluación docente de Francisco J. Abad), podemos encontrarla en esa subjetividad que ofrecen los alumnos que han pasado por sus aulas. Pese a que unos valorarán las calificaciones obtenidas, otros el trato recibido, algunos lo que han aprendido, o incluso las facilidades académicas percibidas. Preguntar al alumno con cierta frecuencia y en profundidad nunca ha estado de moda. Conocer cómo es su experiencia en el centro, más allá de los likes o las estrellitas que nos puedan conceder, debiera ser una tarea regular tanto en la búsqueda de centro como en la autovaloración de las escuelas y su profesorado. 

 

No nos queda otra que consultar a ese adolescente o joven sobre cómo ha sido su aprendizaje, el interés que han despertado por el conocimiento, las herramientas que ha obtenido para afrontar el futuro, el apoyo que ha encontrado, etc. No es congruente llenarnos la boca de transformación educativa o innovación cuando las rutinas escolares siguen manteniéndose, casi literalmente, en muchas aulas de nuestro país. Conseguir que estas clases no sean islas y se mantengan comunicadas para extender esa renovación del paisaje educativo siguen siendo igual de necesario que siempre. No nos quedemos solo con esas frases habituales que resuenan a hueco en los foros educativos. Cambiemos la mirada, agrandemos los oasis y pasemos a la acción junto a alumnos y compañeros. 

 

LA IMPORTANCIA RELATIVA DE LOS TÍTULOS Y CERTIFICADOS PROFESIONALES

domingo, 16 de abril de 2023

La de trabajar me la sé y la mayoría de jóvenes acabarán, sin remedio, teniéndosela que saber. Disculpad el uso del lenguaje juvenil. Otro cantar es la necesidad y la proliferación, proporcionalmente crecientes, de todo tipo de títulos y certificados para validar nuestra capacidad profesional o las competencias mínimas que de nosotros demanda el mercado del trabajo. Y no es cosa nueva. Desde la aparición de los créditos de libre configuración universitaria, donde unas horas de formación en macramé se validaban para licenciarte, la oferta formativa ha evolucionado hasta el absurdo. Por no hablar de los cientos de cursillos de toda índole que puntúan en los procesos de concurso-oposición o para obtener complementos salariales por formación. Lo de aprender queda en un segundo plano.


Y el problema no es la oferta formativa. Lo preocupante de este asunto es la fiebre por poseer títulos o certificados, sin límite alguno, para superar a cualquier potencial competidor de un puesto de trabajo. Mientras tanto seguimos colaborando en el negocio de títulos impresos en papel mojado que lucen bien en el currículum. Porque, ¿se cursan para aprender o por simple exigencia del guion? Y esta trama parece no tener fin. Afortunadamente, cada vez son más los jóvenes con una educación superior (FP grado superior, grado, máster o doctorado universitario): en el año 2021 en España un 41,1% de los hombres y un 52,1% de las mujeres de 30 a 34 años alcanzaban este nivel de formación. Y claro, ¿cómo diferenciarnos en un mercado laboral saturado a la vez que sobrecualificado en determinados puestos? A lo mejor nos hemos pasado de frenada con aquello de la formación permanente para toda la vida; y la cantidad en estas cuestiones no parece significar mayor calidad o sustancia. 


La congestión en la demanda de educación superior ha provocado un acceso cada vez más costoso a través de altas notas de corte; el problema de los números clausus se ha agravado al igual que se ha incrementado la laxitud en la expedición de títulos para atraer a una clientela ávida de certificados académicos. Las notas de corte para acceder a la universidad siguen al alza (ver tabla 4.2.6 de este informe del sistema universitario español), al mismo ritmo que el número de sobresalientes en bachillerato se incrementa. Y no creo que sea por la evolución de la especie. De nuevo nos topamos con una burbuja calificadora que no va ligada a un mayor aprendizaje (supuestamente deseado) sino a obtener una plaza que, en el caso de no ser lograda, habrá que terminar abonando.


Y así suma y sigue con ese arsenal de títulos que necesitamos para ocupar cualquier empleo: certificados de idiomas, de digitalización, de voluntariado, de prácticas no laborales; o esos nuevos certificados de profesionalidad que corren el riesgo de convertir en un galimatías el actual sistema de Formación Profesional. Veremos quién gestiona todo ello (sin ser a costa del profesorado) y si no caemos en el mercadeo de unidades de competencias y módulos formativos. El tiempo dirá. 

 

Podemos apiadarnos de aquellos que se dedican a la selección de personal. Filtrar al mejor candidato entre esa marea de polititulados debe resultar cada vez más costoso. Pese a que, a la larga, los que se venden mejor o aquellos que rezuman normalidad, terminan obteniendo habitualmente las mejores oportunidades. Mucha digitalización y marca personal, pero el contacto físico, cara a cara, con el tiempo, nos pone a todos en su sitio (ya seas taker, giver o matcher). Por no incidir en aquello de que el mejor predictor del éxito profesional es que tus padres tengan dinero. Ya sabíamos, aunque algunos deseen ignorarlo, que solo el esfuerzo y los títulos no garantizan el progreso laboral. Suelen ser condición necesaria pero no suficiente. 


Además, todos esos certificados que en teoría deben evidenciar conocimientos y capacidades a título personal, hay que acompañarlos de mucha educación. Una educación de difícil certificación. Ahí quedan todos esos saberes que acostumbramos a considerar inútiles y que no venden tanto a nivel profesional; o aquellos que de un modo informal atesoramos a lo largo de una cada vez más larga vida laboral y que disfrutan tus alumnos, compañeros, clientes o empleadores. Sin mencionar esa ristra de competencias blandas que no hay título que las convalide. Ojalá, la inquietante inteligencia artificial, nos estimule a valorar lo que es invisible a los ojos. Ya lo dijo Antoine de Saint-Exupéry.

 

LA IMPORTANCIA RELATIVA DE TÍTULOS Y CERTIFICADOS PROFESIONALES

MÁS ALLÁ DE LAS SOFT SKILLS: LA ÉTICA PROFESIONAL

domingo, 2 de abril de 2023

Las soft skills son la coartada perfecta para arengar al alumnado sobre la importancia de ciertas cualidades personales que van más allá de las competencias técnicas. Esas competencias blandas son parte del argumentario educativo; las añadimos en nuestras programaciones con el fin de que los estudiantes sean conscientes que ser bueno en el trabajo implica distintas competencias y actitudes tanto a nivel técnico como humano. Pero hay conductas o posturas que marcan también no solo la profesionalidad de uno sino la huella personal que dejamos en nuestro entorno laboral. Y aquí entra en juego la ética profesional. Ser profesionales no solo técnicos.


Hay quien cree que un comportamiento adecuado pasa solo por mantener unas normas básicas de educación. Pero este asunto es mucho más complejo y revelador. Todos hemos compartido trabajo con personas que saben estar, que no despiden soberbia en sus opiniones, que se adaptan, que no racanean con la dedicación cuando trabajan en equipo, que aportan lo que saben sin frenar al resto, que no malmeten ni murmuran como norma, que tienen siempre una buena palabra para con los demás, que piensan con frecuencia en el bien de la organización, etc. Todas estas virtudes pueden ser innatas o adquiridas pero no por ello debemos de dejar de darles la importancia debida en el aula y tratar de dar el mejor ejemplo posible. O luego no podremos quejarnos. 


Incluso los malos ejemplos son también una oportunidad de aprendizaje: ponentes que hablan más de sus supuestos méritos que del trabajo que realizan; personas que no agradecen las oportunidades ofrecidas y desaparecen sin dejar rastro; los que ponen pegas pero no aportan alternativas viables para el interés común; los que exprimen las normas de un modo oportunista para sacar réditos personales; los desleales con la empresa o con los compañeros; los que venden humo o inflan sus currículums sin sonrojo; los calculadores que abusan de los derechos laborales; o los que sencillamente solo están presentes de boquilla pero no se remangan cuando toca. 

 

Quizás sea hora de recuperar esa ética en el trabajo que nos ayuda a reflexionar sobre nuestros comportamientos y actuaciones en el contexto profesional, más allá de esas soft skills tan valiosas como enrevesadas para ser enseñadas. Replantearse las convicciones personales es un sano ejercicio que es más fácil de contemplar cuando nos rodeamos de colegas ejemplares. Hablar de trabajo en equipo, flexibilidad, resiliencia, empatía, curiosidad, colaboración, adaptabilidad, gestión del tiempo... puede parecer un juego de mesa sin manual de instrucciones. Y trabajando la ética, pese a la intangibilidad que aporta, salimos todos ganando. Citando al filósofo Javier Gomá: "Solo podemos ser profesionales si antes somos ciudadanos".


Ahora que se avecinan cambios, con el próximo Real Decreto que ordenará el nuevo sistema de Formación Profesional, podemos haber perdido la ocasión de resaltar la importancia de la ética profesional, el conocimiento humanístico e incluso los derechos laborales en beneficio de la digitalización y sostenibilidad. ¿Son todas ellas incompatibles? La democracia, el pensamiento crítico y la inclusión pasan, sin duda alguna, por valorar las cuestiones éticas relacionadas con cada profesión. Proponer con honestidad y rigor unos principios éticos supone mejorar la calidad técnica y humana de nuestros futuros técnicos y profesionales. Pese a la ausencia de la ética en este borrador, espero (con poco optimismo) que se contemplen unos mínimos valores éticos para que todo no quede, como es habitual, a la voluntad del docente de turno. Pongamos de moda la ética. 


MÁS ALLÁ DE LAS SOFT SKILLS: LA ÉTICA PROFESIONAL

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