PUDOR DOCENTE

jueves, 27 de enero de 2022

La palabra pudor suena a término antiguo, desafasado, propio de tipos del pasado siglo. Hay quien asocia la modernidad a la exhibición permanente, al "es que yo soy así" y "si quieres, puedes". Los que predicamos en el joven desierto de las aulas, donde los famosos y sus chándales son motivo de adoración, sonamos a disco de vinilo rayado. ¿Será el pudor cosa de boomers reaccionarios?

 

El comportamiento pudoroso, como indica la RAE, hace referencia a una actitud personal honesta, modesta y recatada. ¿Es eso rancio? Otros tres adjetivos que parecen en desuso ante la avalancha de bonitos rótulos en inglés, cargos rimbombantes y redes sociales con centenares de seguidores pero con cuatro gatos auténticos como real followers. Donde el sígueme y te sigo, dame al like y dórame la píldora entre emoticonos es lo más chill (si se dice así ahora...).


La estulticia humana hace que publiquemos datos personales en cualquier sitio, sin querer y queriendo. El ego nos invita a dar detalle de cada acontecimiento privado aunque no nos suponga ningún beneficio profesional. La falta de vergüenza propia nos anima a desvelar intimidades, compartir el albúm de fotos personal o radiar donde nos encontramos en cada festivo. En tiempos donde la identidad digital debiera ser cuidada al extremo es frecuente encontrar todo tipo de publicaciones por supuestos modelos profesionales que, además, trasladan esa imagen de "éxito" a la chavalería y dan lecciones de prestigio, siempre presunto, para alcanzar la gloria. La confundida libertad de expresión con el derecho a la tontería mientras los demás sufrimos vergüenza ajena.

 

Habrá quien determine que es un problema de millennials, viejenials o tontenials. No lo creo. El problema se agudiza con aquellos que antes ya eran soberbios e imprudentes y disponen ahora de todos los medios para campar a sus anchas y magnificar simplezas íntimas. Desde los estados de Whatsapp, a las historias de Instagram, los tiktoks... tenemos innumerables herramientas para alimentar la impudicia con etiquetas de #supercool. Las cápsulas de pudor ya no se recetan ni siquiera en los centros educativos. Las prescripciones actuales pasan por contar tu vida, éxitos fantasmales y miserias incluídas, para ser cercano y cualquiera vea que eres imprudente pero auténtico. 

 

Al final va a ser cierto aquello de que los políticos son reflejo de la sociedad. Esperemos que no ocurra lo mismo con los docentes. 

 

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PALABRAS PROFESIONALES

sábado, 22 de enero de 2022

Si hay algo inadmisible e inexcusable a nivel docente es la utilización de un vocabulario denigrante hacia el alumno, ya sea en público o en privado. Dirigirse hacia el alumno a través de calificativos que tachan de anormal o "cortito" a un chaval, dice mucho de la calidad humana y profesional de un docente. Si en caliente no tiene excusa, menos la tiene aún en frío; cuando en alguna reunión puedes oír risotadas o esas gracias sin gracia hacia ese alumno que no llega. 

 

En tiempos donde las redes sociales y la mensajería instantánea son el nuevo boletín oficial del estado; donde la imagen camufla los hechos con frases grandielocuentes; donde se valora la persuasión de los jóvenes (y mayores) inmaduros a través de la propia estampa; continúa siendo intolerable esa falta de sensibilidad con el vocabulario. Algunos, no sé si muchos o pocos, estamos hartos de la titulitis, del escaparate narcisista, del quejido si luego no cumples, de la incongruencia profesional que destilan las palabras. Desencantados de la inacción de quienes siempre tienen razón o se acogen a los derechos y a su articulado, pero nunca exigen el cumplimiento escrupuloso de los deberes que acogen al alumno o que facilitan el trabajo de los compañeros. 


Siempre, pese al exhibicionismo actual, han pesado más los que trabajan como hormigas, dando el callo aunque caigan chuzos de punta; ofreciendo lo mejor sin amiguismo o sin buscar prebendas envueltas de humo. También en educación. Los imponderables, los intangibles con los que trabajamos como docentes no siempre pueden medirse en procedimientos de calidad. Sin embargo, las palabras se pueden calibrar todo lo que deseemos. Luego, el corporativismo nos silencia por no entrar en conflicto, pese a la vergüenza ajena que padeces y a la mirada agria de unos pocos que debieran haberse decantado por la acuicultura o el mundo del espectáculo. ¿Debemos transigir con ese lenguaje y la banalidad permanente en el entorno escolar?

 


 

Es curioso que, en tiempos donde se busca tanto la protección de datos, inundemos las redes de imágenes y palabras poco profesionales con frivolidades de la vida cotidiana y personal, empujando a los alumnos (menores incluidos) a seguirnos y darle a un me gusta tu careto y la frase de tu tazón de café con leche. El problema se agrava con una escuela o sistema cómplice que favorece no solo la banalidad, sino también la pérdida de tiempo como un meme reciclado. Una escuela que debiera ser dique de contención de esa tromba digital que adormece al público de todas las edades. Un dique que podemos construir con hechos y palabras sinceras, con sentimientos y profesionalidad; con contenidos preciosos no solo esteticamente.

 

Los centros educativos no están para calificar ni colgar sambenitos. La escuela debe ser un espacio para dar oportunidades, que algunos desgraciadamente rechazarán, pese a la escasez de recursos y las trabas que encontramos cada curso. La escuela debe respirar palabras de aliento, de escucha; pese a los impertinentes que aún están creciendo y buscando su espacio. Recordar la finalidad de la escuela nos da motivos para no caer en la fatiga profesional o poner en marcha un piloto autómatico en busca de la jubilación soñada. La escuela necesita gente ilusionada, implicada en un proyecto común, con lo pies en la tierra, cargada de palabras amables y sabedora de que la larga andadura valdrá la pena. Y no solo a uno mismo.


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MACROAULAS Y MACROHORARIOS

jueves, 13 de enero de 2022
Cientos de horas en debates televisivos. Ríos de tinta en la prensa. Ahora toca polemizar acerca de las macrogranjas, ese palabro que se arrojan unos contra otros sin importar razones, incongruencias o criterios científicos. El debate educativo queda para más adelante: cuando se apruebe una u otra ley, se la restrieguen los de una bancada a la de enfrente y arranque una nueva polémica para arañar votos y enfrentar a los curritos. Las lenguas, las creencias y los suspensos son siempre un buen forraje. 


Los franceses, mientras tanto, si es menester, convocan una huelga del profesorado apoyado por las direcciones y asociaciones de padres; hartos todos de protocolos inaplicables, demandando medios y respeto a los enseñantes. Aquí, no se nos ocurrirá discutir sobre los protocolos; ahora estamos ante un sálvese usted mismo, mida usted su dióxido de carbono, elija su test favorito, coja la mascarilla que le apetezca (las de rejilla incluídas) y autoconfínese cinco, siete o catorce días. A su gusto, que no hay control. 

 

Tampoco nos sofocaremos si algunos seguimos con macrohorarios lectivos, curso tras curso, padeciendo las ínfulas sobre internacionalización, digitalización, ecologismo y lo que sea preciso según nos reclamen. Más trabajo al mismo precio es un negocio redondo para la Administración. Aquí tampoco se asoman los sindicatos o patronales, no sea que empeoremos el cuadro educativo. Desgraciadamente, somos afortunados en comparación con países no demasiado lejanos. Pero los bóvidos venden más. 


Otros sufren también las macroaulas con ratios que contaminan, no por el metano de sus usuarios sino por la congestión que sufren los estudiantes y la falta de atención debida. Puede que sea el momento de reclamar alumnos ecológicos para que disfruten también de los cuatro metros cuadrados que cada pollo dispone por ley en su granja. No pedimos llegar al nivel de las terneras de Kobe, pero no irían mal inversiones para todos los centros educativos, sin discriminación alguna, para ofrecer esa enseñanza de calidad que cada nueva ley orgánica pregona. 

 

El aula del futuro sigue a años luz. Algunos todavía se ilusionan con cambiar la decoración o pintar tres paredes. Las macroaulas del pasado dentro de nada serán vintage, añoradas por los amantes de la tarima y los silencios de los corderos. Somos maestros del reciclaje infinito, verdes como los pupitres. Mientras tanto, el macrocosmos educativo continuará silenciado en los medios, rogando que no acabemos siendo meros criadores enfrentandos con la parentela por no saber pastorearnos a nosotros mismos. 

 

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¿CÓMO INTERESAR AL ALUMNO?

miércoles, 12 de enero de 2022

Tal vez, uno de los objetivos más complicados como docentes, a menudo subestimado, es tratar de buscar el interés del alumno por nuestra materia. A pesar de la introducción masiva de internet en las aulas, incluso ante esa supuesta invasión de nuevas metolodogías a lo largo y ancho del país (y la ojeriza de algunos), no creo que predominen los estudiantes motivados y con elevado interés por el aprendizaje. Aún con el desigual esfuerzo realizado por profesorado, entiendo que la situación no ha variado mucho respecto a las últimas décadas. 

 

Si nos comparamos con los tiempos de la E.G.B., ciertamente idealizados, disponemos de más medios materiales y unos ratios algo mejores. Aún así, pese a los agoreros: los libros de texto, los deberes, la repetición de contenidos y la poca conexión con el mundo cercano al alumno, parecen perpetuarse hoy en los centros educativos (salvando las excepciones). La escuela se ha convertido en una peonza que, por inercia, gira perpetuamente dibujando una trayectoria errática. 


Al igual que con los servicios bancarios, las citas médicas o las compras online, el profesorado ha caído en la trampa del "sírvase usted mismo". Nos hemos atrapado en multitud de experiencias educativas presumiblemente transformadoras y bienintencionadas que han hecho poco más que ocuparnos a trompicones del alumno; a cambio de más trabajo, algo de frustración y una vuelta a lo de siempre por agotamiento. Además, surgen voces críticas que demandan esa vuelta al conocimiento, como si al resto nos gustara vivir en la ignorancia o deslumbrados por los fuegos de artificio. Y la moral parece que sigue bajando. 


Para más inri, añadimos debates sobre la conveniencia del uso de dispositivos sin medir la mejora o disminución del aprendizaje, cúando son necesarios o cuándo son ineficaces. Seguimos dudando a golpe de titulares de prensa o de simples opiniones que trasladan experiencias particulares. ¿No deberían haber ya estudios suficientes para saber a qué edad o en qué actividades son provechosas las nuevas tecnologías? ¿No quereremos alimentar el espíritu crítico? ¿Dónde queda el amor a la lectura, las artes o las ciencias? Tanto marketing que fagocita nuestro salario y luego no sabemos vender nuestra materia en una sociedad cada vez más distraída, que funciona más por imposición que por convencimiento. Muchos likes pero poco les gustan nuestros contenidos. 


Mientras tanto, los adolescentes y los más jóvenes viven perpetuamente mirando la hora para que termine la clase de turno. Seguimos sin saber dar respuesta a la típica pregunta: ¿esto para qué me sirve? O nos falta saber explicarlo o necesitamos cambiar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Todo no pueden ser proyectos ni ludificación, pero tampoco debiera ser todo un libro de texto junto a unos ejercicios y un examen que te califica.

 

Los más sabios, estudiosos o cultos seguirán demonizando la escuela actual ante tanto experimento vaporoso que es carne de las redes pero que sigue sin transformar la educación. Muchas iniciativas puntuales y valiosas siguen perpetrándose en las aulas. Pero al final, como siempre, el alumno y la alumna aprenderán y encontrarán su espacion en la escuela según el docente que les haya caído en suerte. Seguiremos dando tiros al aire, marchando hacia delante o mirando hacia detrás, a ver dónde está o dónde se encontraba la solución a nuestros problemas de siempre. 

 

¿Cómo motivar al alumno? Unos pocos vendrán motivados desde casa. Razones extrínsecas e intrínsecas facilitaran esa motivación deseada: entorno familiar, temor al fracaso, expectativas, intereses personales, madurez... (recomiendo leer "Descubriendo cómo funciona la motivación: las metas") Nosotros, los profesores, disponemos en teoría de más recursos que antaño. Aún así, damos bandazos, desconfiamos de los pedagogos o no queremos perder más tiempo del que nos roba la burocracia y el día a día. La autocrítica no abunda y hacemos pocas paradas para analizar si el alumno respira convenientemente desde su pupitre. Tememos la disrupción y magnificamos la anécdota soñando en aquel pasado que nunca existió donde solo habitaban atentos y diligentes jóvenes.

 

Y tú, ¿cómo les interesas?

 


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LA FP DIGITAL Y VERDE (O AZUL)

lunes, 10 de enero de 2022

El marrón que nos viene encima con la digitalización y la economía verde y azul, sobre la que nos avisan amablemente políticos y legisladores, nos llena de incertidumbre a los que trabajamos en la Formación Profesional. La mayoría de la población tenemos clara la necesidad de un desarrollo sostenible, así como la inevitable digitalización que transforma los distintos sectores productivos y de servicios. Pero, ¿cómo introducimos todos estos conceptos y procesos en cada ciclo formativo?

 

La leyes suelen estar repletas de palabras bienintencionadas, y la futura ley de FP parece también apostar por transformar la oferta educativa tanto a nivel de competencias como estructuralmente. Este año seremos de nuevo espectadores de unos cambios que, sobre el papel, debieran mejorar y actualizar nuestro modelo de FP. Ahora bien, ¿vamos a transformar digitalmente de un modo real los títulos? ¿se va a apostar por una formación práctica y específica del profesorado? Encontrar respuestas a estas cuestiones no es tarea fácil. Necesitamos expertos, además de inversiones, para planificar y adecuar los ciclos formativos a las futuras necesidades que conlleva la digitalización y la economía sostenible; expertos que nos asesoren y conozcan las peculiaridades de los sectores ligados a cada familia profesional. 


Debemos, más allá de aprender  a usar herramientas informáticas básicas, comprender los procesos digitales que se pueden desarrollan en las empresas para mejorar su competitividad. Podemos, más allá de las campañas de reciclaje de desechos, conocer cómo la economía circular puede beneficiar al empleo y las ventas. Si queremos de algún modo transformar la economía española, no es solo a través de nuevos títulos relacionados con el medio ambiente y la informática; sino también afectando a todas las titulaciones que pueden de alguna forma evolucionar y aportar un valor añadido a sus competencias profesionales. ¿Qué y cómo incorporamos estas competencias o resultados de aprendizaje a los currículums de cada ciclo formativo? ¿en la FP básica, grados medios y superiores? ¿o en los certificados de profesionalidad?

 

Es imprescindible conectar a las empresas punteras con los centros educativos. Será necesario también crear más especializaciones (futuros máster de FP) para atender las necesidades del mercado laboral; con la dificultad añadida de disponer de docentes actualizados y con experiencia en temas digitales y en economía sostenible. Los parches no van a ser útiles si queremos abarcar a todos y cada uno de los estudiantes de FP. No es eficaz dejar esta futura y próxima odisea digital en manos de cada docente y de su mayor o menor disposición. Llevamos muchos años viendo venir al lobo y son pocas (y no demasiado afortunadas) las iniciativas que pretenden que la FP evolucione al respecto. 

 

Los populares fondos europeos (Next Generation EU), si se utilizan con cabeza, son una oportunidad única para hacer realidad esa evolución, para dejar atrás las perpetuas necesidades materiales y formativas que la Formación Profesional precisa como parte de la solución al sangrante desempleo y precariedad laboral de los más jóvenes. Ojalá los cambios educativos discurran con serenidad pero con la agilidad tecnológica que requieren los profesionales más relevantes. Y no lleguemos tarde.

 


Photo by note thanun on Unsplash

Con la tecnología de Blogger.

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