¿PROHIBIR O PERMITIR LA TECNOLOGÍA DIGITAL EN EL AULA?

jueves, 28 de septiembre de 2023

 

la tecnología digital en el aula

 

El pantalón de campana ha vuelto y, como no, también lo tenían que hacer los tecnófobos educativos. Ante la desidia o claudicación paterna y materna sobre el uso personal de los dispositivos digitales, es la escuela la que vuelve a ser acusada como responsable de ese mal empleo de nuestros distractores favoritos. Y parte de culpa seguro que tenemos. 

 

Es fantástico educar en el asombro y, sobre todo, tratar de salir de esas rígidas aula en las que aún acostumbramos a trajinar con el aprendizaje fingiendo emociones. Sin embargo, no debiera andar reñido ese continente digital, donde habitan demasiado tiempo (no solo) nuestros jóvenes, con esa atmósfera escolar donde caben sus intereses y esos conocimientos valiosos que aspiramos a transmitir. Pero nos gustan los bandos. O página 137, ejercicios del 1 al 14, o investiga en internet y apáñate con el classroom. Queremos ser docentes actuales pero a su vez no pasarnos de la raya como un teachtoker insensato; que lo de antes siempre fue mejor, o eso dicen algunos. Y así andamos haciendo equilibrios sin conocer del todo el pantanoso terreno de la enseñanza actual.

 

Ya no hay aulas del siglo XIX, pero tampoco aulas del futuro (excepto esos centros de muestra para alimentar rencores). Seguimos necesitando asientos y escritorios, pero lo que más importa son las ideas, el sentir y saberes del profesor de turno. Y la tecnología puede molestar. Tal vez porque nunca acabamos de controlarla del todo; o quizás porque somos forasteros digitales en un planeta donde los indígenas hablan una lengua distinta como mero pasatiempo. Migrantes y nativos que no sacan provecho de una tecnología que nos une si hacemos buen uso de ella. En FP, por ejemplo, la tecnología para enseñar y aprender, es ineludible para garantizar la adquisición de competencias relevantes. No importa el oficio, un analfabeto digital lo tiene complicado.

 

Los tecnófilos digitales caímos en las redes de la utopía educativa donde creíamos que la curiosidad abundaría por fin en las aulas. Ayudamos a introducir dispositivos sin ton ni son en todas las etapas educativas. No pensamos lo suficiente en el cómo ni para qué. No medimos la repercusión en el aprendizaje. Nos dejamos llevar por modas, multinacionales y esa ilusión por cambiar lo que sufrimos como estudiantes. Los pedagogos o la investigación educativa tampoco ayudaban mucho al respecto. Demasiados mantras y recetas simples que apreciaban las herramientas digitales para fuegos de artificio o como catálogo comercial destinado a familias deseosas de innovación para sus retoños. Nos hemos sabido alcanzar todavía la utopedia de Antonio Rodríguez de las Heras.

 

¿Y cómo se cura este desasosiego digital? Hay quienes desean optar por un dieta draconiana a base de solo lápiz y libro de texto. Todos queremos ser ahora los hijos de los gurús de Silicon Valley, aunque vivamos en un piso de Tomelloso. Parece no importar la edad ni la condición social. Carecemos de prospecto y nos servimos de titulares de prensa para recetar más o menos tecnología. Con la Inteligencia Artificial acabará pasando lo mismo si no nos planteamos previamente sus límites, control, buen uso y principios educativos que buscamos respetar. Lo de siempre: faltan mentes preclaras en las altas esferas educativas. Demasiado ruido. Y mira que hay buenas nueces...


Sin embargo, pese a los maledicientes de lo digital, la tecnología posee su espacio en la escuela. Al igual que lo tienen las demasiado escasas salidas del centro educativo para acercarse a esa otra realidad menos frecuentada: naturaleza, bibliotecas, museos, teatro, arte... Lo digital es la excusa perfecta para reflexionar sobre su uso, y no un soporte para simular una educación novedosa. La tecnología nos permite asombrar al alumno cuando descubre que no todo son tiktoks, haters, fakes o vídeos satisfactorios. Los dispositivos nos ayudan a idear y crear gracias a un software cada vez más amable con el usuario. Ya no es necesario ser un técnico informático para aventurarte con aplicaciones que te hacen de tu aula un lugar conectado con el mundo o un espacio de conversación con horario a tu medida. 

 

Pero, para todo ello, seguirá haciendo falta mucha pedagogía, mucho diálogo con alumnos y compañeros, y mucho bajarse del burro para no eternizar las fobias y adoraciones del pasado. Necesitaremos desandar algunos senderos digitales y volver a otros espacios más favorables con el aprendizaje. Pero, sin duda, no podemos perder la ocasión de viajar de la mano de ese navegador conectado a experiencias motivadoras que nos transportan a lugares donde otros soportes no llegan. 

 

Esto es una opinión más, pero los factos debieran tener más peso:




LA EVALUACIÓN FORMATIVA EN FP

lunes, 25 de septiembre de 2023

 

LA EVALUACIÓN FORMATIVA EN FP

 

Aplicar la evaluación formativa en Formación Profesional puede parecer complicado cuando venimos de una cultura donde la calificación es lo que más importa tanto a docentes como alumnos. Ser capaces de llevar a cabo una evaluación continua donde lo que merece la pena es la mejora continua del proceso de aprendizaje implica un cambio de prioridades en nuestra enseñanza. A nivel de FP, donde la incidencia futura de las notas finales no suele ser demasiado relevante, tenemos una oportunidad para destacar el qué, cómo y cuánto aprendemos, sobre una calificación que es la protagonista habitual de la vida del estudiante. 

 

Es por tanto deseable comenzar a desterrar viejas costumbres donde una infinidad de anotaciones, medias aritméticas o ponderadas en hojas de cálculo, dan lugar a un numero entero que pretendemos que haga justicia al esfuerzo y nivel de aprendizaje desarrollado por el alumno. Hacemos lo que podemos para ser objetivos pero acabamos redondeando a ojo para obtener esa obligada calificación final. Sin embargo, ¿evaluamos para que aprendan más o utilizamos la evaluación como un premio o castigo a lo que nos dicta nuestro criterio? Algunos hacemos más o menos exámenes, con o sin libro de texto, con mayor o menor número de actividades, casos prácticos o proyectos, pero... ¿buscamos el progreso permanente de las competencias técnicas y personales del estudiante?

 

Como profesionales sabemos que nuestra labor docente no será jamás evaluada con una calificación (con la excepción de las oposiciones a profesorado); nadie nos marcará con un cinco o un ocho por ejercer nuestro trabajo. Así suele ocurrir con el resto de profesiones. En teoría, todos estamos interesados en mejorar nuestra enseñanza; nos formamos, cooperamos con los compañeros, escuchamos o leemos materiales que nos estimulan al cambio. Es impensable que un directivo o inspector educativo nos puntúe en alguna de nuestras clases. Aunque, tal vez, dentro de esa cultura de evaluación formativa, debiéramos ser capaces de aceptar las apreciaciones o juicios (no una cifra) de otros compañeros con más experiencia o conocimientos técnicos en cuestiones sobre las que tenemos escasa o nula formación. Quizás, la endogamia o esa docencia acostumbrada a la individualidad, son causantes de ese susceptibilidad ante la crítica ajena. ¿A quién le gusta que le corrijan?

 

Al menos, cuando tratamos con jóvenes alumnos, como son los que abundan en las aulas de FP, tenemos la oportunidad de que entiendan esas correcciones y esa retroalimentación (feedback) como un medio fundamental para que mejoren sus capacidades. Permitir las reentregas, sin perder de vista unas fechas límite, dando tiempos y espacios para que enriquezcan sus tareas es el mejor modo de promover esa evaluación formativa deseada y deseable. Por ello, cuando diseñamos proyectos o retos, ya sea a nivel individual, en parejas o formando equipos de trabajo, es necesario establecer unos criterios de evaluación (o calidad) que ayuden al estudiante a determinar qué es trabajo bien hecho. Unas listas de comprobación (checklists) bien elaboradas por parte del docente son una herramienta evaluadora útil para repasar junto a los alumnos el nivel de calidad alcanzado. 

 

También tenemos la posibilidad de ofrecer buenos (o malos) ejemplos a nuestros alumnos para que les sirvan de guía y autoevaluación. No debemos tener miedo a que se copien o se inspiren en las muestras entregadas. La creatividad no desaparece cuando ofrecemos multitud de ejemplos o materiales de apoyo al estudiante. Siempre es provechoso alimentar la mente con otras creaciones y conocimientos contrastados de distintos autores. También es valioso ofrecer actividades que supongan un desafío exigente donde ellos mismos sean conscientes de sus capacidades y de los logros obtenidos sin necesidad de una aprobación externa. 


Es imprescindible quitarse la obsesión por alcanzar todos los contenidos del currículo. Bien sabemos que un tema mal dado es garantía de un olvido fácil. ¿No deberíamos seleccionar y destacar lo más valioso o fundamental del currículo? Vale la pena programar un mayor tiempo de calidad en aquellas competencias o aprendizajes que vamos a poder evaluar formativamente. Esto nos obliga a dedicar más tiempo al diseño de las tareas que a esas correcciones que tanto nos agobian. Ofrecer comentarios sobre aquellos aspectos mejorables de las tareas o exámenes de los alumnos debe ser algo habitual a lo largo del curso; siempre que tengamos en mente que esas sugerencias deben ser tenidas en cuenta para una posterior entrega. Al igual que debemos reforzar aquello que están haciendo bien. 


Evidentemente, uno de los puntos débiles que encontramos es la escasez de tiempo para ofrecer ese feedback requerido; pero no debemos obsesionarnos en ofrecer a todo un asesoramiento por escrito. Un comentario oral, ademas de la autonomía del alumno cuando es capaz de leer y entender los criterios de evaluación ofrecidos, son una ayuda inestimable para una eficiente evaluación formativa y formadora. Que la alumna o alumno sean capaces de tomar sus propias decisiones, autoorientándose para aprender, es también un objetivo clave de nuestra enseñanza profesional. Es imposible dar comentarios de todas las entregas, por lo que es aconsejable ofrecer una retroalimentación más concienzuda de algunas partes, otra más superficial y otra que sea a través de los compañeros (coevaluación y trabajo cooperativo). 


A la larga nos toca dar esa nota final o evaluación sumativa como la normativa exige. Sin embargo, está en nuestras manos ofrecer al alumnado, por parte del equipo docente, una forma de evaluación que incida en la responsabilidad individual del estudiante a través de ese trabajo constante que es lo que realmente se valora en un puesto de trabajo. Tratemos de evitar los atracones a la hora de entregar prácticas o actividades; busquemos esa cultura donde lo que más importa es alcanzar unos estándares mínimos y unos resultados de aprendizaje que diferencian al profesional excelente. Todo ello no quita que el alumnado conozca al detalle la fórmula para su calificación final de cada evaluación o del curso; tratando que no sea este el asunto principal de nuestro módulo. Daremos preferiblemente las notas siempre al final de cada proyecto o etapa de aprendizaje.


Esto parece fácil de plantear por escrito pero no tan sencillo en la realidad del aula. Creo que nos interesa, poco a poco, ir introduciendo prácticas en este sentido. Si logramos sensibilizar a los claustros de Formación Profesional al respecto, ofreciendo las herramientas que faciliten su implantación y el sentido de estos cambios, acabaremos sin duda mejorando el aprendizaje de nuestros alumnos. La investigación educativa al respecto nos ofrece muchas claves para su introducción en las aulas. Muy recomendable la lectura del libro: Integrar la evaluación formativa en la enseñanza (Embedding formative assessment): Técnicas para usar a lo largo de toda la trayectoria escolar. Autores: Dylan Wiliam, Siobhán Leahy. Editorial Aptus. 

 

En FP conocemos que uno de los éxitos de esta etapa radica en la implicación de los estudiantes en su propio aprendizaje. Con la evaluación formativa incidimos en la propuesta de programar actividades para el aprendizaje que conecten con su mundo y con el entorno real profesional; buscamos que el esfuerzo permanente y la retroalimentación ayuden a comprender y saber donde está un trabajo bien hecho. Y, de paso, cambiar a un modelo donde la escucha y el intercambio de criterios entre el docente y sus alumnos sea una práctica habitual.

CÓMO INFLUYES EN LOS JÓVENES DOCENTES

domingo, 17 de septiembre de 2023

 

como influyes en los jóvenes docentes

La naturaleza manda y el ímpetu juvenil de los primeros años como docente suele ir menguando conforme pasan los años. Si la salud te respeta es más fácil mantener intactos los motivos por los que comenzaste a trabajar; más aún si la vocación y la ilusión eran parte de esos primeros cursos. Ahora, con unos cuantos lustros a la espalda, ya eres uno de los viejos del lugar; un señor o señora en toda regla; un tipo que podría ser el padre o madre de esos jóvenes que cada año te escudriñan para saber qué tipo de profe eres. Empiezas a estar de vuelta de todo. Y aún no te das cuenta de tu influencia sobre los compañeros y compañeras que te rodean. 

 

Sin embargo, ahí están esas nuevas filas de profesores que, como tú, tienen la oportunidad de encauzar su vida profesional en el desafiante mundo de la enseñanza. Y sí, es una ocasión, estimado joven docente: Porque si sientes la docencia solo como una salida laboral más, seguramente no acabe llenándote, a pesar del sueldo decente y unas vacaciones generosas. Sin los motivos adecuados para dedicarte a la educación puede que acabes quemado según gire el aire cada curso; o puede que no aguantes las impertinencias consabidas de la muchachada; o puede que acabes con esa estrechez de mira que acompaña a los que solo ven obligaciones y no disfrutan de esas vidas en crecimiento que nos escuchan. Y todas esas posibilidades son admisibles, pero puede también que acaben llevándote a la indolencia o a la queja permanente. El sistema, los jefes, los alumnos... serán responsables de ese resquemor profesional. Todos menos tú. Una amargura que acabarás compartiendo.

 

Y ahí andas caminando por el pasillo del centro educativo, sabiéndote dominador del terreno de juego. Pocos se atreven a llamarte la atención por muchos desaguisados que cometas. Cierras las puertas del aula y allí no hay VAR ni cámaras (afortunadamente) que subsanen los errores o faltas cometidos. Eso de la mejora permanente quedaba muy bien en los manuales de calidad; pero ahora, ¡que otros se dediquen a ello!; que cada cual se preocupe de sus privilegios. ¿Aquello del bien común qué era? 

 

Y así continúa pasando un curso tras otro. Parece que no eres sabedor de lo mucho que cala esa actitud tuya para con los alumnos y tus compañeros. Ese postularte cuando es necesario. Ese no censurar el trabajo u opinión formada de un colega. Ese saber rectificar cuando metes la pata. Ese compartir recursos propios y dar crédito al trabajo de los demás. Ese tener claro que el alumno es lo primero y entender sus circunstancias. Ese no quitarse de en medio aprovechando la norma y a costa de un compañero. Ese buen carácter cuando la coyuntura no es la más idónea. Ese aportar e implicarte en tu centro pese a la saturación que arrastramos todos en mayor o menor medida. O ese pedir ayuda cuando la necesites. La ansiada congruencia.

 

Bien sabemos que, por mala costumbre, los docentes somos pésimos trabajadores en equipo. A todos nos place dar clase a nuestro aire, sin dar explicaciones a nadie. El problema sobreviene cuando animaos a los alumnos a empatizar, a coordinarse, a coevaluarse, a darse feedback... Todo ello daría para un nuevo y extenso artículo. En todo caso, replanteemos nuestra docencia junto a nuestros más y menos jóvenes compañeros. Ojalá todos tengamos la suerte de apropiarnos de las mejores cualidades de los profesores que nos precedieron y acompañaron en esta larga carrera. Yo he tenido esa fortuna, aunque me queda mucho por mejorar.


Con la tecnología de Blogger.

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