La tecnología y digitalización educativa: ¿estafa o panacea?

sábado, 28 de noviembre de 2020

Desde que que los docentes hacemos uso de las famosas TIC, allá por el siglo pasado, hemos podido contemplar, experimentar, trastear, aprender o desechar múltiples herramientas tecnológicas o digitales que nos han permitido soñar en un tipo diferente de docencia. Somos muchos los que hemos creído a pies juntillas en las infinitas bondades del software y hardware que íbamos añadiendo a nuestras aulas de un modo errático en ocasiones o a golpe de las modas del momento.


Estamos en un momento donde, al igual que en otros ámbitos económicos, acusamos el monopolio de los GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon) en los centros educativos; donde estas corporaciones son ya omnipresentes en los dispositivos de nuestros profesores y alumnos. En su día también algunos protestábamos por el monopolio de Microsoft y su Windows, o a causa de los altos precios de sus licencias. Por entonces, también algunos sorteábamos estos pagos a través del software libre, pese a la oposición de los amantes del Office y sus costumbres arraigadas. 


El trepidante avance e inmersión de la tecnología en el aula, junto a conexiones cada vez más veloces en la mayoría de los centros educativos, nos han vuelto dependientes de los servicios de estos GAFA. Unas empresas multinacionales que dicen ofrecer soluciones a la miopía educativa de niños, jóvenes y docentes. No podemos ignorar las posibilidades que tenemos ahora en comparación a hace dos décadas, o el fascinante acceso a la información y las virguerías que ahora podemos diseñar en nuestras clases. Hace no tantos años, el profesorado ejercía la docencia básicamente a través de un libro de texto, una pizarra y, como mucho, un retroproyector, un VHS y algunos instrumentos, en su mayoría mecánicos, para aquellos que trabajan en talleres. ¡Qué complicado era encontrar buenos materiales audiovisuales o acceder a bibliografía especializada en algunas materias técnicas!


Ahora, la situación es bien diferente para los docentes que acceden a la profesión o para aquellos que se ven obligados a actualizar sus competencias técnicas si no quieren ser declarados oficialmente profesaurios. Paradójicamente, ahora hay quien presume de ser profesaurio y andar adosado a una tiza blanca. Ahora todos debemos tener unas competencias digitales mínimas imprescindibles no solo para entender el mundo digital en el que convivimos sino también para acceder a las herramientas que son ya de obligada utilización en las escuelas: plataformas educativas, sistemas de gestión del aprendizaje, dispositivos móviles, etc. 


No seré yo quien proclame la inutilidad de esas competencias básicas digitales del profesorado. Lo que no podemos es condicionar la enseñanza, al igual que hicimos en su día con las famosas capacitaciones en inglés y esos títulos de B2 o C1 exigidos a mansalva, con la obligación de superar nuevos certificados (la titulitis española) que acrediten la supuesta aptitud digital de nuestros docentes. Estamos a tiempo de repensar hacia dónde queremos ir en compañía de la tecnología. Todavía, pese al monopolio tecnológico, podemos decidir cuándo y cómo debemos introducir las nuevas tecnologías en la escuela. No debemos estar sujetos a las campañas comerciales de aquellos que pretenden, lógicamente, vender lo máximo posible a un sector educativo que acusa frecuentemente ser pasto de los experimentos y rutas sin destino definido. Más aún ahora, que, con la excusa de la pandemia y la maldita semipresencialidad, tenemos prisa en quedarnos descolgados.


La fiebre digitalizadora no debe arrasar indiscriminadamente a todos los centros y etapas educativas: como esas aulas de educación infantil donde las tabletas o los portátiles pretender ser la panacea; o esos colegios de educación primaria que piensan sustituir sus libros en papel por los mismos contenidos pero a través de una pantalla; o aquellos centros de secundaria que se creen muy avanzados por permitir que sus alumnos envíen tareas por una plataforma con acuse de recibo pero que no se replantean otras cuestiones a nivel pedagógico. El modelo de escuela se ha dejado al albur de esta calentura tecnológica, que ha desdeñado o postergado otras muchas facetas vitales para la educación y que debieran situar a la escuela como un referente que ofrece algo bien distinto a lo que se respira en los mercados o en las redes sociales: artes, ciencias, lectura, naturaleza y ganas de saber y adquirir conocimientos. 


En Formación Profesional la visión debiera ser bien distinta. Estamos obligados a que nuestro alumnado se titule con las competencias profesionales lo más actualizadas posibles. En los ciclos formativos es imprescindible que los profesores y alumnos accedan y aprendan a moverse en un entorno digital para mejorar su empleabilidad y la competitividad y eficiencia de las empresas y centros de trabajo donde vayan a ejercer profesionalmente. También es innegable que esa digitalización no puede plantearse, como todas la mejoras que proyecta la administración, como un sálvese quién pueda donde cada docente hace lo que buenamente puede a costa de su enseñanza o su vida personal.


Sin embargo, y volviendo al título inicial de este artículo, ¿todo vale con tal de digitalizar el ejercicio diario de nuestra profesión docente? ¿somos ahora más eficientes que antaño? ¿podemos atender mejor ahora a nuestros alumnos? ¿aprenden más? ¿estamos ahora estresados laboralmente por cuestiones administrativas y por la formación continua indispensable? ¿o pasamos demasiadas horas frente al ordenador y menos conversado o enseñando en contraposición a ese modelo imperante que nos deja solos ante una pantalla en casa e incluso dentro del aula?


No tengo respuesta a todas esas cuestiones. Sí me planteo que nuestros alumnos requieren más feedback permanente y menos respuestas automatizadas. Asimismo, confirmo que muchos docentes han asumido la necesidad de ser competentes digitalmente a expensas de ser mejores enseñantes o sufrir estrés por no llegar a completar todas las tareas añadidas a la enseñanza actual. Somos de las pocas profesiones donde la tecnología no nos ha convertido en profesionales más eficientes: trabajamos con personas, una materia prima que no siempre se puede moldear y que no entiende de tiempos estandarizados. 



photo credit: Tatiana El-Bakri Metro-1 via photopin (license)

Educar durante la pandemia desde la exigencia

domingo, 15 de noviembre de 2020

Los tiempos que corren parece que no hacen mella en muchos de nuestros conciudadanos. Puede que no estemos sufriendo una Tercera Guerra mundial, pero me parece, de lejos, la peor situación que han vivido la mayoría de las generaciones actuales. Aún así, es fácil observar cierta dejadez laboral y académica: los quejosos de siempre poniendo palos en las ruedas sin aportar nada valioso; seguimos soportando a esos indignados solo con sus derechos pero no con los ajenos; o aquellos otros que siguen desempeñando su trabajo a la mínima expresión posible.


No suelen ser mayoría. Pero no está de más recordar, sobre todo a nuestros alumnos (ya que el resto de adultos no creo que varíe su dinámica), que es tiempo de esforzarse al máximo. No podemos permitir, pese a la compleja educación semipresencial que algunos soportamos, que el alumnado se escude en los impedimentos que supone asistir menos a clase y organizar su trabajo individual desde su domicilio. En Formación Profesional estamos obligados a recordarles la exigencia del mundo profesional y la necesaria autonomía personal que muchos trabajadores desarrollan con responsabilidad mientras teletrabajan. 


Cabe igualmente recordarles que la situación económica es muy desfavorable, sin paños fríos, que pueden y deben esforzarse al máximo para estar bien preparados para su próxima inserción laboral. Que todo pasará. Los derechos laborales y los del estudiante siguen siendo los mismos, independientemente de la situación actual o futura, pero no podemos consentir abusos, dejadez o pereza, mientras hay profesionales desbordados por la contingencia actual; por no hablar de las miles de personas que sufren mental y físicamente los efectos de una pandemia que algunos solo miran de reojo o únicamente reaccionan cuando les afecta personalmente. 


Nuestra labor, como docentes y educadores, pasa también por despertar esa conciencia que algunos tienen dormida. Con nuestro trabajo diario, y me consta del denuedo de muchos, somos ejemplo para los más jóvenes e incluso para aquellos que trabajan (y cobran) como si prestaran un favor al resto de los mortales. Seguro que en la aulas tenemos muchos ejemplos que pueden dar testimonio del padecimiento actual personal o profesional en sus casas, mientras otros solo protestan por un exceso de deberes o tener que corregir más exámenes. 


Quizás, con el trajín actual y reorganización continua del curso, no es momento de mucha innovación educativa. Sin embargo, estoy seguro de que es tiempo de dar lo mejor de uno mismo, siempre que la salud lo permita, y redoblar los esfuerzos para que nuestros alumnos no pierdan conocimientos y competencias que seguro precisarán en ese porvenir que se antoja más incierto que nunca. Que no sea por no haberlo intentado, desde la autoexigencia. 


educar durante la pandemia desde la exigenciaphoto credit: mingusmutter No tot anirà bé via photopin (license)
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