No sé si habremos perdido el oremus, pero seguimos dando tumbos en lo que concierne a nuestra práctica educativa o incluso respecto a los objetivos últimos de la educación que nos ocupa. Los frikis de la tecnología no han desaparecido, sin embargo parece que hace ya algún tiempo cedieron el turno a los frikis de la innovación. Esas TIC ahora monopolizadas por los grandes gigantes de la tecnología, han dado paso a un oligopolio de personajes y empresas que crean tendencia e influyen (a menudo desacertadamente) en la formación o prácticas docentes a incluir en la mayoría de centros educativos. Solo hace falta pegarse un garbeo por la oferta formativa de algunas organizaciones.
"Vivimos tiempos simultáneos de furor científico y adoración al charlatán", expone Rodrigo Santodomingo en este artículo de El diario de la educación. No puedo estar más de acuerdo con esta afirmación; parece que el centro educativo o el docente que no flipea, gamifica, hace escape rooms o monta vídeos ocurrentes, no merece un hueco en el panorama innovador educativo. ¿Dónde están las bibliotecas escolares, los clubs de lectura o incluso las experiencias científicas en un entorno natural? Afortunadamente, también se respira cierto interés por la investigación científica en el ámbito educativo, así como por el estudio de prácticas pedagógicas contrastadas. Incluso, ante tanta desinformación, fake news o intentos de manipulación política, surgen demandas de una mayor competencia crítica de nuestros alumnos que solo puede alcanzarse a través de un trabajo intenso y motivador de la comprensión lectora en las aulas.
Si consiguiéramos que los anglicismos de turno tuvieran el mismo éxito que la lectura de algunos títulos de pedagogos o sociólogos de referencia, probablemente, cambiaría nuestra mirada hacia la educación y, por defecto, esa imagen que trasladamos a unas familias y alumnos influenciadas por los titulares de unos medios de comunicación que ponen el acento en una educación utilitarista o centrada en el show del momento.
Las tablets, los móviles, los portátiles parece que pierden terreno en las aulas de las edades más tempranas tras los últimos estudios que desaconsejan su implantación antes de los diez años (y se quedan cortos, en mi opinión). “Los niños aprenden de las relaciones humanas y de las experiencias reales, no de las pantallas” como sostiene Catherine L'Ecuyer en un artículo reciente. Aun así, la inmensa mayoría de centros educativos de infantil o primaria tratan de congraciarse con las familias que demandan una educación "actual" para sus hijos con cachivaches e inglés por doquier. ¿En serio hace falta meter más pantallas, vídeos o aplicaciones en las aulas de los más pequeños? ¿No tenemos suficientes en casa?
Otro de los problemas, a mi parecer, es que se compran toda clase de "innovaciones" para cualquier etapa educativa. Parece no importar si estás preparándote el Bachillerato, cursando un ciclo formativo, en sexto de primaria o sacándote el título de la ESO. Seguimos corriendo el riesgo de saturar a un alumnado con prácticas o herramientas que pueden servir para momentos puntuales pero que aportan poco a un cambio educativo necesitado de más recursos, menor congestión de contenidos y un trabajo colegiado de sus docentes basado en la experiencia, en el propio contexto y en la reflexión educativa.
Incluso, ahora los estudiantes universitarios comienzan a demandar un profesorado menos tradicional o unas hiperaulas que parecen algo muy lejano en la actual escena universitaria. Las ya populares "metodologías activas" se demandan en una universidad que, al igual que en la Formación Profesional, requieren de espacios y tiempos para ese trabajo conjunto del profesorado con el fin de realizar cambios en la evaluación y en la forma de enseñar en el aula.
De este modo, y en el panorama actual, seguimos dando bandazos. Con unos tratando de aplicar esas "nuevas metodologías" pero con falta de tiempo, recursos o apoyo de jefes o compañeros; otros evocando a una innovación con tintes sensacionalistas; algunos más buscando transformar su aula y mejorar la enseñanza con el método prueba y error; y muchos dejándose llevar por la vorágine de una cotidianidad que invita poco a la reflexión de adónde queremos ir.
photo credit: wuestenigel Concept For Action and Reaction in Business With Newton's Cradle via photopin (license)
"Vivimos tiempos simultáneos de furor científico y adoración al charlatán", expone Rodrigo Santodomingo en este artículo de El diario de la educación. No puedo estar más de acuerdo con esta afirmación; parece que el centro educativo o el docente que no flipea, gamifica, hace escape rooms o monta vídeos ocurrentes, no merece un hueco en el panorama innovador educativo. ¿Dónde están las bibliotecas escolares, los clubs de lectura o incluso las experiencias científicas en un entorno natural? Afortunadamente, también se respira cierto interés por la investigación científica en el ámbito educativo, así como por el estudio de prácticas pedagógicas contrastadas. Incluso, ante tanta desinformación, fake news o intentos de manipulación política, surgen demandas de una mayor competencia crítica de nuestros alumnos que solo puede alcanzarse a través de un trabajo intenso y motivador de la comprensión lectora en las aulas.
Si consiguiéramos que los anglicismos de turno tuvieran el mismo éxito que la lectura de algunos títulos de pedagogos o sociólogos de referencia, probablemente, cambiaría nuestra mirada hacia la educación y, por defecto, esa imagen que trasladamos a unas familias y alumnos influenciadas por los titulares de unos medios de comunicación que ponen el acento en una educación utilitarista o centrada en el show del momento.
Las tablets, los móviles, los portátiles parece que pierden terreno en las aulas de las edades más tempranas tras los últimos estudios que desaconsejan su implantación antes de los diez años (y se quedan cortos, en mi opinión). “Los niños aprenden de las relaciones humanas y de las experiencias reales, no de las pantallas” como sostiene Catherine L'Ecuyer en un artículo reciente. Aun así, la inmensa mayoría de centros educativos de infantil o primaria tratan de congraciarse con las familias que demandan una educación "actual" para sus hijos con cachivaches e inglés por doquier. ¿En serio hace falta meter más pantallas, vídeos o aplicaciones en las aulas de los más pequeños? ¿No tenemos suficientes en casa?
Otro de los problemas, a mi parecer, es que se compran toda clase de "innovaciones" para cualquier etapa educativa. Parece no importar si estás preparándote el Bachillerato, cursando un ciclo formativo, en sexto de primaria o sacándote el título de la ESO. Seguimos corriendo el riesgo de saturar a un alumnado con prácticas o herramientas que pueden servir para momentos puntuales pero que aportan poco a un cambio educativo necesitado de más recursos, menor congestión de contenidos y un trabajo colegiado de sus docentes basado en la experiencia, en el propio contexto y en la reflexión educativa.
Incluso, ahora los estudiantes universitarios comienzan a demandar un profesorado menos tradicional o unas hiperaulas que parecen algo muy lejano en la actual escena universitaria. Las ya populares "metodologías activas" se demandan en una universidad que, al igual que en la Formación Profesional, requieren de espacios y tiempos para ese trabajo conjunto del profesorado con el fin de realizar cambios en la evaluación y en la forma de enseñar en el aula.
De este modo, y en el panorama actual, seguimos dando bandazos. Con unos tratando de aplicar esas "nuevas metodologías" pero con falta de tiempo, recursos o apoyo de jefes o compañeros; otros evocando a una innovación con tintes sensacionalistas; algunos más buscando transformar su aula y mejorar la enseñanza con el método prueba y error; y muchos dejándose llevar por la vorágine de una cotidianidad que invita poco a la reflexión de adónde queremos ir.
photo credit: wuestenigel Concept For Action and Reaction in Business With Newton's Cradle via photopin (license)