Con este post comienzo una serie de artículos sobre libros relacionados, directa o indirectamente, con la educación. Trataré de extraer las enseñanzas que me aportan estas lecturas y cómo aplicarlas a nuestra tarea docente.
"La brújula de Shackleton" de Jesús Alcoba González puede parecer el típico libro sobre un explorador y las enseñanzas que sacamos del líder de una azarosa expedición. Y no es así. Su autor en esta obra va más allá del relato histórico que narra las aventuras y desventuras de Ernest Henry Shackleton y su tripulación a bordo del Endurance. Alcoba analiza la figura de este famoso explorador a través de una serie de cualidades personales con las que logra concluir de manera exitosa una expedición imposible. Unas cualidades que identifica con las diferentes posiciones de una brújula: desde el Sur, hacia donde partió inicialmente, hasta el Norte, ya de regreso del rescate final.
Otra peculiaridad de este libro son los diferentes ejercicios prácticos, con base científica, que propone al final de cada capítulo con el fin de reflexionar o identificar nuestras cualidades personales. Una buena manera de reafirmar esos puntos débiles, de los que somos más o menos conscientes, y que necesitamos trabajar en nuestra vida personal y profesional.
Las cualidades atribuidas a Shackleton pueden servirnos de reflexión para con nuestros alumnos: rumbo, regeneración, enfoque, dureza, constancia, energía, mentalidad y conexión. Recomiendo vivamente la proyección del documental que dramatiza esta expedición desde sus inicios. No obstante, la figura de Shackleton nos sugiere también una reflexión sobre nuestra labor docente. Una tarea educadora que nos exige, además de unos conocimientos técnicos, unas habilidades para la convivencia, orientación y liderazgo de nuestros alumnos.
En este libro podemos descubrir la importancia, avalada por estudios científicos, de fijarnos unos objetivos que dirijan el rumbo de nuestra vida. Unos objetivos que nos motiven intrínsecamente sin perder de vista la necesidad de reinventarnos constantemente. Como docentes no podemos vivir sólo de buenos propósitos, necesitamos pasar a la acción sin abandonar nuestra actualización permanente.
La regeneración también hace mención a la cualidad de superarnos ante las adversidades. Unas adversidades que en la educación se plasman en aspectos organizativos del centro, alumnos con dificultades, política educativa, etc. Aquí entra la resiliencia: nuestra capacidad para afrontar todas estos obstáculos. Una capacidad que nos permite adaptarnos predispuestos a solventar estos problemas. Una capacidad que requiere una alta automotivación y autoprendizaje a lo largo de la vida. Un optimismo vital muy necesario en nuestros centros educativos.
Como docentes también necesitamos tener claro el enfoque, nuestros objetivos y fines: ¿cuál es nuestra misión como educadores? Necesitamos ver nuestra tarea a largo plazo, no centrada en unos contenidos, si no en unas competencias y habilidades personales y profesionales. Sería conveniente reflexionar más sobre nuestra labor, incluso, buscar tiempos de meditación personal y con los alumnos para mejorar nuestra percepción de la realidad.
Tener fuerza de voluntad, o la dureza personal, son cualidades difíciles de vislumbrar cotidianamente en una sociedad acostumbrada a adelantos tecnológicos. Los recursos materiales, formación personal o tipo de alumnado que disfrutamos, son considerablemente más favorables que en otras partes del mundo. Aún así, nos falta a menudo energía o fuerza de voluntad para afrontar los problemas habituales o adversidades puntuales que sufrimos cada curso. Tener claro porque hacemos las cosas, nuestra misión y valores, ayudan a continuar pese al agotamiento diario. La constancia y la perserverancia son buenos socios cuando estamos a punto de tirar la toalla en momentos de desespero o fatiga mental.
La constancia, el orden, la organización, saber planificar... habilidades bien necesarias para llevar adelante el curso. Es preciso mantener a los alumnos ocupados y activos con tareas que constituyen aprendizaje por si mismas. El tedio que supone soportar a unos docentes, durante casi seis horas al día, se sobrelleva mejor si alternamos la clase magistral con otras metodologías activas. Ello no está reñido con mantener ciertas rutinas que ayudan al alumno a establecer unos hábitos de trabajo y estudio.
El ritmo y el estrés que llevamos los docentes a lo largo del curso requieren mucha energía por nuestra parte. La falta de tiempo para preparar clases, la burocracia, la atención a los alumnos, la formación permanente, etc. nos exigen una entrega y un esfuerzo que a menudo nos supera. El ejercicio físico, la nutrición y el sueño son factores que influyen en nuestra energía diaria. Luego está la energía emocional que se compone de la autoconfianza, el autocontrol, las habilidades sociales, la paciencia, la confianza, el buen humor o el disfrute. Una energía emocional que también nos ayuda a sobrellevar el agotamiento diario. El libro también alude a la energía espiritual que se apoya en la pasión, el compromiso, la integridad y la honestidad como valores que nos impulsan en las dificultades cotidianas.
La mentalidad. Considerar que somos profesionales con una gran capacidad de crecimiento es razón de mejora personal. No conformarse, pese a los contratiempos, y tratar de salir de la zona de confort, implica un crecimiento indudable de nuestras competencias docentes. El optimismo es necesario para comprender que muchos sucesos negativos son temporales, mientras que nuestros éxitos se deben a unas capacidades personales que son permanentes. Este optimismo es imprescindible para nuestro día a día en el aula: ¡es contagioso!
La última habilidad, para mi tal vez la más importante, es la conexión. Ser capaces de establecer conexiones con los alumnos, preocuparse por ellos, buscar los talentos de cada uno o mantener una relación cálida dentro del grupo, es un seguro para el éxito del curso. El contagio emocional está demostrado y nosotros también podemos ser portadores de afectividad, alegría y buen humor.
Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht