MACROAULAS Y MACROHORARIOS

jueves, 13 de enero de 2022
Cientos de horas en debates televisivos. Ríos de tinta en la prensa. Ahora toca polemizar acerca de las macrogranjas, ese palabro que se arrojan unos contra otros sin importar razones, incongruencias o criterios científicos. El debate educativo queda para más adelante: cuando se apruebe una u otra ley, se la restrieguen los de una bancada a la de enfrente y arranque una nueva polémica para arañar votos y enfrentar a los curritos. Las lenguas, las creencias y los suspensos son siempre un buen forraje. 


Los franceses, mientras tanto, si es menester, convocan una huelga del profesorado apoyado por las direcciones y asociaciones de padres; hartos todos de protocolos inaplicables, demandando medios y respeto a los enseñantes. Aquí, no se nos ocurrirá discutir sobre los protocolos; ahora estamos ante un sálvese usted mismo, mida usted su dióxido de carbono, elija su test favorito, coja la mascarilla que le apetezca (las de rejilla incluídas) y autoconfínese cinco, siete o catorce días. A su gusto, que no hay control. 

 

Tampoco nos sofocaremos si algunos seguimos con macrohorarios lectivos, curso tras curso, padeciendo las ínfulas sobre internacionalización, digitalización, ecologismo y lo que sea preciso según nos reclamen. Más trabajo al mismo precio es un negocio redondo para la Administración. Aquí tampoco se asoman los sindicatos o patronales, no sea que empeoremos el cuadro educativo. Desgraciadamente, somos afortunados en comparación con países no demasiado lejanos. Pero los bóvidos venden más. 


Otros sufren también las macroaulas con ratios que contaminan, no por el metano de sus usuarios sino por la congestión que sufren los estudiantes y la falta de atención debida. Puede que sea el momento de reclamar alumnos ecológicos para que disfruten también de los cuatro metros cuadrados que cada pollo dispone por ley en su granja. No pedimos llegar al nivel de las terneras de Kobe, pero no irían mal inversiones para todos los centros educativos, sin discriminación alguna, para ofrecer esa enseñanza de calidad que cada nueva ley orgánica pregona. 

 

El aula del futuro sigue a años luz. Algunos todavía se ilusionan con cambiar la decoración o pintar tres paredes. Las macroaulas del pasado dentro de nada serán vintage, añoradas por los amantes de la tarima y los silencios de los corderos. Somos maestros del reciclaje infinito, verdes como los pupitres. Mientras tanto, el macrocosmos educativo continuará silenciado en los medios, rogando que no acabemos siendo meros criadores enfrentandos con la parentela por no saber pastorearnos a nosotros mismos. 

 

Photo by gryffyn m on Unsplash

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