LA IMPORTANCIA RELATIVA DE LOS TÍTULOS Y CERTIFICADOS PROFESIONALES

domingo, 16 de abril de 2023

La de trabajar me la sé y la mayoría de jóvenes acabarán, sin remedio, teniéndosela que saber. Disculpad el uso del lenguaje juvenil. Otro cantar es la necesidad y la proliferación, proporcionalmente crecientes, de todo tipo de títulos y certificados para validar nuestra capacidad profesional o las competencias mínimas que de nosotros demanda el mercado del trabajo. Y no es cosa nueva. Desde la aparición de los créditos de libre configuración universitaria, donde unas horas de formación en macramé se validaban para licenciarte, la oferta formativa ha evolucionado hasta el absurdo. Por no hablar de los cientos de cursillos de toda índole que puntúan en los procesos de concurso-oposición o para obtener complementos salariales por formación. Lo de aprender queda en un segundo plano.


Y el problema no es la oferta formativa. Lo preocupante de este asunto es la fiebre por poseer títulos o certificados, sin límite alguno, para superar a cualquier potencial competidor de un puesto de trabajo. Mientras tanto seguimos colaborando en el negocio de títulos impresos en papel mojado que lucen bien en el currículum. Porque, ¿se cursan para aprender o por simple exigencia del guion? Y esta trama parece no tener fin. Afortunadamente, cada vez son más los jóvenes con una educación superior (FP grado superior, grado, máster o doctorado universitario): en el año 2021 en España un 41,1% de los hombres y un 52,1% de las mujeres de 30 a 34 años alcanzaban este nivel de formación. Y claro, ¿cómo diferenciarnos en un mercado laboral saturado a la vez que sobrecualificado en determinados puestos? A lo mejor nos hemos pasado de frenada con aquello de la formación permanente para toda la vida; y la cantidad en estas cuestiones no parece significar mayor calidad o sustancia. 


La congestión en la demanda de educación superior ha provocado un acceso cada vez más costoso a través de altas notas de corte; el problema de los números clausus se ha agravado al igual que se ha incrementado la laxitud en la expedición de títulos para atraer a una clientela ávida de certificados académicos. Las notas de corte para acceder a la universidad siguen al alza (ver tabla 4.2.6 de este informe del sistema universitario español), al mismo ritmo que el número de sobresalientes en bachillerato se incrementa. Y no creo que sea por la evolución de la especie. De nuevo nos topamos con una burbuja calificadora que no va ligada a un mayor aprendizaje (supuestamente deseado) sino a obtener una plaza que, en el caso de no ser lograda, habrá que terminar abonando.


Y así suma y sigue con ese arsenal de títulos que necesitamos para ocupar cualquier empleo: certificados de idiomas, de digitalización, de voluntariado, de prácticas no laborales; o esos nuevos certificados de profesionalidad que corren el riesgo de convertir en un galimatías el actual sistema de Formación Profesional. Veremos quién gestiona todo ello (sin ser a costa del profesorado) y si no caemos en el mercadeo de unidades de competencias y módulos formativos. El tiempo dirá. 

 

Podemos apiadarnos de aquellos que se dedican a la selección de personal. Filtrar al mejor candidato entre esa marea de polititulados debe resultar cada vez más costoso. Pese a que, a la larga, los que se venden mejor o aquellos que rezuman normalidad, terminan obteniendo habitualmente las mejores oportunidades. Mucha digitalización y marca personal, pero el contacto físico, cara a cara, con el tiempo, nos pone a todos en su sitio (ya seas taker, giver o matcher). Por no incidir en aquello de que el mejor predictor del éxito profesional es que tus padres tengan dinero. Ya sabíamos, aunque algunos deseen ignorarlo, que solo el esfuerzo y los títulos no garantizan el progreso laboral. Suelen ser condición necesaria pero no suficiente. 


Además, todos esos certificados que en teoría deben evidenciar conocimientos y capacidades a título personal, hay que acompañarlos de mucha educación. Una educación de difícil certificación. Ahí quedan todos esos saberes que acostumbramos a considerar inútiles y que no venden tanto a nivel profesional; o aquellos que de un modo informal atesoramos a lo largo de una cada vez más larga vida laboral y que disfrutan tus alumnos, compañeros, clientes o empleadores. Sin mencionar esa ristra de competencias blandas que no hay título que las convalide. Ojalá, la inquietante inteligencia artificial, nos estimule a valorar lo que es invisible a los ojos. Ya lo dijo Antoine de Saint-Exupéry.

 

LA IMPORTANCIA RELATIVA DE TÍTULOS Y CERTIFICADOS PROFESIONALES

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