Las soft skills son la coartada perfecta para arengar al alumnado sobre la importancia de ciertas cualidades personales que van más allá de las competencias técnicas. Esas competencias blandas son parte del argumentario educativo; las añadimos en nuestras programaciones con el fin de que los estudiantes sean conscientes que ser bueno en el trabajo implica distintas competencias y actitudes tanto a nivel técnico como humano. Pero hay conductas o posturas que marcan también no solo la profesionalidad de uno sino la huella personal que dejamos en nuestro entorno laboral. Y aquí entra en juego la ética profesional. Ser profesionales no solo técnicos.
Hay quien cree que un comportamiento adecuado pasa solo por mantener unas normas básicas de educación. Pero este asunto es mucho más complejo y revelador. Todos hemos compartido trabajo con personas que saben estar, que no despiden soberbia en sus opiniones, que se adaptan, que no racanean con la dedicación cuando trabajan en equipo, que aportan lo que saben sin frenar al resto, que no malmeten ni murmuran como norma, que tienen siempre una buena palabra para con los demás, que piensan con frecuencia en el bien de la organización, etc. Todas estas virtudes pueden ser innatas o adquiridas pero no por ello debemos de dejar de darles la importancia debida en el aula y tratar de dar el mejor ejemplo posible. O luego no podremos quejarnos.
Incluso los malos ejemplos son también una oportunidad de aprendizaje: ponentes que hablan más de sus supuestos méritos que del trabajo que realizan; personas que no agradecen las oportunidades ofrecidas y desaparecen sin dejar rastro; los que ponen pegas pero no aportan alternativas viables para el interés común; los que exprimen las normas de un modo oportunista para sacar réditos personales; los desleales con la empresa o con los compañeros; los que venden humo o inflan sus currículums sin sonrojo; los calculadores que abusan de los derechos laborales; o los que sencillamente solo están presentes de boquilla pero no se remangan cuando toca.
Quizás sea hora de recuperar esa ética en el trabajo que nos ayuda a reflexionar sobre nuestros comportamientos y actuaciones en el contexto profesional, más allá de esas soft skills tan valiosas como enrevesadas para ser enseñadas. Replantearse las convicciones personales es un sano ejercicio que es más fácil de contemplar cuando nos rodeamos de colegas ejemplares. Hablar de trabajo en equipo, flexibilidad, resiliencia, empatía, curiosidad, colaboración, adaptabilidad, gestión del tiempo... puede parecer un juego de mesa sin manual de instrucciones. Y trabajando la ética, pese a la intangibilidad que aporta, salimos todos ganando. Citando al filósofo Javier Gomá: "Solo podemos ser profesionales si antes somos ciudadanos".
Ahora que se avecinan cambios, con el próximo Real Decreto que ordenará el nuevo sistema de Formación Profesional, podemos haber perdido la ocasión de resaltar la importancia de la ética profesional, el conocimiento humanístico e incluso los derechos laborales en beneficio de la digitalización y sostenibilidad. ¿Son todas ellas incompatibles? La democracia, el pensamiento crítico y la inclusión pasan, sin duda alguna, por valorar las cuestiones éticas relacionadas con cada profesión. Proponer con honestidad y rigor unos principios éticos supone mejorar la calidad técnica y humana de nuestros futuros técnicos y profesionales. Pese a la ausencia de la ética en este borrador, espero (con poco optimismo) que se contemplen unos mínimos valores éticos para que todo no quede, como es habitual, a la voluntad del docente de turno. Pongamos de moda la ética.
0 COMENTARIOS:
Publicar un comentario
Disculpa las molestias si se demora la publicación de tu comentario. Se revisan para evitar el spam habitual. Muchas gracias.