Utilizando metafóricamente la frase del poeta inglés John Donne, ningún hombre es una isla por sí mismo, creo que un buen centro educativo no debieran ser oasis perdido en el panorama actual de la enseñanza. Desafortunadamente, no abundan las escuelas donde los estudiantes muestren una satisfacción plena o una realización con lo que hacen la mayoría de esas 30 horas semanales. Supongo que se repite la misma historia cada generación. Los Z o los boomers no tenemos un relato escolar demasiado distinto, por mucho que algunos se empeñen en negarlo o a pesar de esas insularidades de carácter excepcional.
Hoy en día, tal vez por un exceso de exigencia y la creciente oferta educativa, resulta todavía más difícil seleccionar un centro en busca de esa escuela sugerente, afectuosa y estimulante. La competencia entre los centros educativos ha desembocado en una pugna por ofrecer unos servicios adicionales muy similares entre sí; donde los idiomas, lo digital o las instalaciones son los reyes del mambo. Si hablamos de Formación Profesional el mantra recae forzosamente en la FP Dual, el programa Erasmus+ o las posibilidades de emprendimiento; además de unas instalaciones que puedan suplir el renombre que ofrece la experiencia acumulada de otros centros; por no mencionar el manido reclamo de una innovación educativa de imposible medición. Lugares comunes que hacen difícil esa selección de centro en un rico desierto. Pero todos queremos conocer donde se encuentra ese oasis anhelado más allá de una colección de imágenes sugerentes en Instagram o un vídeo seductor en YouTube.
Podemos navegar por las webs de los centros educativos, sus redes sociales, hacer visitas presenciales... Todo con el fin de tratar de acertar en esta árida búsqueda. ¿Y cómo atinar? La respuesta, pese a las dudas que tenemos con las evaluaciones que hacen los estudiantes (Los efectos perniciosos de la evaluación docente de Francisco J. Abad), podemos encontrarla en esa subjetividad que ofrecen los alumnos que han pasado por sus aulas. Pese a que unos valorarán las calificaciones obtenidas, otros el trato recibido, algunos lo que han aprendido, o incluso las facilidades académicas percibidas. Preguntar al alumno con cierta frecuencia y en profundidad nunca ha estado de moda. Conocer cómo es su experiencia en el centro, más allá de los likes o las estrellitas que nos puedan conceder, debiera ser una tarea regular tanto en la búsqueda de centro como en la autovaloración de las escuelas y su profesorado.
No nos queda otra que consultar a ese adolescente o joven sobre cómo ha sido su aprendizaje, el interés que han despertado por el conocimiento, las herramientas que ha obtenido para afrontar el futuro, el apoyo que ha encontrado, etc. No es congruente llenarnos la boca de transformación educativa o innovación cuando las rutinas escolares siguen manteniéndose, casi literalmente, en muchas aulas de nuestro país. Conseguir que estas clases no sean islas y se mantengan comunicadas para extender esa renovación del paisaje educativo siguen siendo igual de necesario que siempre. No nos quedemos solo con esas frases habituales que resuenan a hueco en los foros educativos. Cambiemos la mirada, agrandemos los oasis y pasemos a la acción junto a alumnos y compañeros.
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