Si a todo ello le añadimos las modas educativas del momento junto a la necesidad de no perder comba y mantenerse actualizado, tratando de satisfacer las demandas de las familias o las empresas y buscando cumplir los requisitos de titulaciones exigidos por la administración; nos encontramos ante una complicada decisión.
Los equipos directivos buscan además una formación que motive, que a su vez tenga impacto real en el aula, de carácter práctico y si es posible con esa "innovación" que ahora debe aderezar cualquier decisión. Con el problema añadido de la singularidad de nuestra profesión: cada docente tiene necesidades diferentes y prioridades diversas.
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Es necesario ese aprendizaje común para seguir creciendo como centro educativo, para seguir desarrollando una cultura de aprendizaje que incluya el trabajo cooperativo entre los docentes, entre los alumnos y entre los alumnos y los docentes. Sin embargo, como mencionaba anteriormente, es precisa una reflexión pausada del claustro, a nivel individual y grupal, así como de los equipos directivos de cada centro. Es necesario tener claro qué tipo de competencias buscamos desarrollar y cómo deseamos que aprendan nuestros alumnos.
Aunque para ello, para esa necesaria reflexión, son imprescindibles los tiempos y espacios (artículo personal al respecto) donde los docentes podamos encontrarnos con calma y sin la mirada puesta en el comienzo del curso escolar, la documentación exigida, los materiales del aula, las últimas aplicaciones informáticas que hay que actualizar o un horario demasiado corto e intenso para pensar en común y sosegadamente.
Para la formación individual del profesorado, atendiendo las particularidades de cada docente, es necesario considerar previamente cuáles son esas necesidades propias y ver si se pueden satisfacer a través de los docentes del mismo centro educativo o de otros centros cercanos o similares al nuestro. Porque cada profesor tiene unas necesidades específícas a nivel de su área académica o técnica, su idiosincracia y sus habilidades digitales o personales. Para estos casos, la figura de un orientador de docentes no sería una mala idea, pese a que cada uno de nosotros solemos tener claras nuestras fortalezas o dónde cojeamos profesionalmente y buscar activamente la formación precisa.
Para articular cualquiera de estos dos tipos de formación solemos siempre recurrir a formadores externos, pero no debemos olvidar que las reuniones conjuntas y previamente preparadas, la conversación y el intercambio de opiniones con los colegas de la misma etapa escolar, ciclo o área, los acuerdos y el consenso al comienzo del curso; son igual o más válidos que cualquiera de esas sesiones formativas.
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