LOS MALOS ALUMNOS

jueves, 11 de mayo de 2023

Si eres mal enfermo necesitarás la comprensión de tu médico. Sin embargo, si eres mal alumno no resulta tan evidente el remedio. Es alta la probabilidad de que tu caso personal acabe relegado en el jaleo habitual del aula. Puede que no existan recursos suficientes para ser atendido, sea cual sea la causa de tus dificultades, o que seas una molestia para el resto de compañeros por tu conducta o rezagamiento habitual. Y tendrás el sambenito del mal estudiante, el impertinente, el movidito, el contestón, el enjugazado (qué palabrita), el de ACI, el maleducado...Y pocos preguntarán qué te pasa, qué problema tienes o no entenderán esa adolescencia o inmadurez sobrevenida pero previsible a tu edad.


Luego vendrán quienes afirmen que esto que ocurre ahora son cosas de la modernidad actual, que antes todos éramos estudiantes estupendos, maravillosos y educadísimos. Que la comprensión y la armonía campaba por esas aulas de tiza cuadrada y tarima. La palabra disrupción no existía, parece ser. Ni los vándalos, impertinentes o gandules. 

 

Hay quien no parece darse cuenta de que la educación es para todos. Y más aún para quienes no estimamos que la merecen. Lo que no quita que ofrezcamos atención a los que en silencio pasan, curso tras curso, una escolarización discreta. Pero son los que más incordian, los que menos comprenden, los que más suspenden, aquellos que más recursos requieren. No podemos dejarlos a su buena o mala suerte familiar y personal. Las buenas escuelas brillan por su atención prioritaria a los alumnos que más lo necesitan. Los buenos estudiantes suelen progresar de forma autónoma pese a que también requieren de aliento y afecto como todos. No podemos tacañear con la empatía, a no ser que nos hayamos confundido en la elección profesional.


Puedes tener genio, afabilidad, ternura, carácter, sentido del humor, sobriedad, ironía o rectitud. Cada uno aportamos una personalidad distinta en la aulas con la que también transmitimos y educamos; por mucho que ahora algunos deseen una escuela mera transmisora de conocimientos. Podemos dejar huella e influir, como adultos, sobre unas personas que están en crecimiento y que absorben y sienten con mayor pasión que nosotros. Muchos están más horas con sus profesores que con su padre o madre. Incluso puede que nos escuchen o hablen más que a ellos. Merecen conversaciones, consejos, apoyo y todo eso que nos quita un estresante estilo de vida. 

 

Y la escuela, pese a los maldecidores de leyes educativas o los agoreros de la innovación educativa, sigue como casi siempre. Continuamos corriendo para acabar un sinfín de temas que son vistos superficialmente, mientras fingimos que todo lo comprenden pero no damos abasto con las correcciones y esos porcentajes que ponderamos a ojo. No hay tiempo para pensar en qué estudiar, en qué trabajar, qué lecturas criticar, sobre qué podemos conversar, descubrir el mundo y la cultura, quiénes somos... Y se multiplican las jornadas infantiles y juveniles interminables donde la única pausa es una pantalla inseparable. Todo se centra en una serie de calificaciones, en avanzar por cada etapa educativa sin demasiados daños colaterales, o en aterrizar donde las circunstancias, el esfuerzo o las capacidades han querido que te poses.  


Disfrutar de una escuela amable, considerada y afectuosa con todos es una obligación que tenemos como sociedad y un deber de nuestra condición docente. Luego ya podremos discutir de currículos, didáctica o tecnología.  

 

LOS MALOS ALUMNOS

2 comentarios:

  1. Soy docente
    Totalmente de acuerdo con lo que dice este señor

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  2. Un artículo muy interesante.
    Muchos despachos de equipos directivos deberían estar empapelados con estas palabras.
    Esa praxis Prehistórica de muchos docentes, que pierden el control ante alumn@s disruptivos debería de ser extinguida, y sería más oportuno que se dedicaran laboralmente a otras cosas.
    No hay cosa peor para un alumno disruptivo estar escolarizado en un centro donde las medidas tomadas son las expulsiones.
    Hay docentes que hablan de inclusión pero no predican con el ejemplo.

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