LA EVALUACIÓN FORMATIVA EN FP

lunes, 25 de septiembre de 2023

 

LA EVALUACIÓN FORMATIVA EN FP

 

Aplicar la evaluación formativa en Formación Profesional puede parecer complicado cuando venimos de una cultura donde la calificación es lo que más importa tanto a docentes como alumnos. Ser capaces de llevar a cabo una evaluación continua donde lo que merece la pena es la mejora continua del proceso de aprendizaje implica un cambio de prioridades en nuestra enseñanza. A nivel de FP, donde la incidencia futura de las notas finales no suele ser demasiado relevante, tenemos una oportunidad para destacar el qué, cómo y cuánto aprendemos, sobre una calificación que es la protagonista habitual de la vida del estudiante. 

 

Es por tanto deseable comenzar a desterrar viejas costumbres donde una infinidad de anotaciones, medias aritméticas o ponderadas en hojas de cálculo, dan lugar a un numero entero que pretendemos que haga justicia al esfuerzo y nivel de aprendizaje desarrollado por el alumno. Hacemos lo que podemos para ser objetivos pero acabamos redondeando a ojo para obtener esa obligada calificación final. Sin embargo, ¿evaluamos para que aprendan más o utilizamos la evaluación como un premio o castigo a lo que nos dicta nuestro criterio? Algunos hacemos más o menos exámenes, con o sin libro de texto, con mayor o menor número de actividades, casos prácticos o proyectos, pero... ¿buscamos el progreso permanente de las competencias técnicas y personales del estudiante?

 

Como profesionales sabemos que nuestra labor docente no será jamás evaluada con una calificación (con la excepción de las oposiciones a profesorado); nadie nos marcará con un cinco o un ocho por ejercer nuestro trabajo. Así suele ocurrir con el resto de profesiones. En teoría, todos estamos interesados en mejorar nuestra enseñanza; nos formamos, cooperamos con los compañeros, escuchamos o leemos materiales que nos estimulan al cambio. Es impensable que un directivo o inspector educativo nos puntúe en alguna de nuestras clases. Aunque, tal vez, dentro de esa cultura de evaluación formativa, debiéramos ser capaces de aceptar las apreciaciones o juicios (no una cifra) de otros compañeros con más experiencia o conocimientos técnicos en cuestiones sobre las que tenemos escasa o nula formación. Quizás, la endogamia o esa docencia acostumbrada a la individualidad, son causantes de ese susceptibilidad ante la crítica ajena. ¿A quién le gusta que le corrijan?

 

Al menos, cuando tratamos con jóvenes alumnos, como son los que abundan en las aulas de FP, tenemos la oportunidad de que entiendan esas correcciones y esa retroalimentación (feedback) como un medio fundamental para que mejoren sus capacidades. Permitir las reentregas, sin perder de vista unas fechas límite, dando tiempos y espacios para que enriquezcan sus tareas es el mejor modo de promover esa evaluación formativa deseada y deseable. Por ello, cuando diseñamos proyectos o retos, ya sea a nivel individual, en parejas o formando equipos de trabajo, es necesario establecer unos criterios de evaluación (o calidad) que ayuden al estudiante a determinar qué es trabajo bien hecho. Unas listas de comprobación (checklists) bien elaboradas por parte del docente son una herramienta evaluadora útil para repasar junto a los alumnos el nivel de calidad alcanzado. 

 

También tenemos la posibilidad de ofrecer buenos (o malos) ejemplos a nuestros alumnos para que les sirvan de guía y autoevaluación. No debemos tener miedo a que se copien o se inspiren en las muestras entregadas. La creatividad no desaparece cuando ofrecemos multitud de ejemplos o materiales de apoyo al estudiante. Siempre es provechoso alimentar la mente con otras creaciones y conocimientos contrastados de distintos autores. También es valioso ofrecer actividades que supongan un desafío exigente donde ellos mismos sean conscientes de sus capacidades y de los logros obtenidos sin necesidad de una aprobación externa. 


Es imprescindible quitarse la obsesión por alcanzar todos los contenidos del currículo. Bien sabemos que un tema mal dado es garantía de un olvido fácil. ¿No deberíamos seleccionar y destacar lo más valioso o fundamental del currículo? Vale la pena programar un mayor tiempo de calidad en aquellas competencias o aprendizajes que vamos a poder evaluar formativamente. Esto nos obliga a dedicar más tiempo al diseño de las tareas que a esas correcciones que tanto nos agobian. Ofrecer comentarios sobre aquellos aspectos mejorables de las tareas o exámenes de los alumnos debe ser algo habitual a lo largo del curso; siempre que tengamos en mente que esas sugerencias deben ser tenidas en cuenta para una posterior entrega. Al igual que debemos reforzar aquello que están haciendo bien. 


Evidentemente, uno de los puntos débiles que encontramos es la escasez de tiempo para ofrecer ese feedback requerido; pero no debemos obsesionarnos en ofrecer a todo un asesoramiento por escrito. Un comentario oral, ademas de la autonomía del alumno cuando es capaz de leer y entender los criterios de evaluación ofrecidos, son una ayuda inestimable para una eficiente evaluación formativa y formadora. Que la alumna o alumno sean capaces de tomar sus propias decisiones, autoorientándose para aprender, es también un objetivo clave de nuestra enseñanza profesional. Es imposible dar comentarios de todas las entregas, por lo que es aconsejable ofrecer una retroalimentación más concienzuda de algunas partes, otra más superficial y otra que sea a través de los compañeros (coevaluación y trabajo cooperativo). 


A la larga nos toca dar esa nota final o evaluación sumativa como la normativa exige. Sin embargo, está en nuestras manos ofrecer al alumnado, por parte del equipo docente, una forma de evaluación que incida en la responsabilidad individual del estudiante a través de ese trabajo constante que es lo que realmente se valora en un puesto de trabajo. Tratemos de evitar los atracones a la hora de entregar prácticas o actividades; busquemos esa cultura donde lo que más importa es alcanzar unos estándares mínimos y unos resultados de aprendizaje que diferencian al profesional excelente. Todo ello no quita que el alumnado conozca al detalle la fórmula para su calificación final de cada evaluación o del curso; tratando que no sea este el asunto principal de nuestro módulo. Daremos preferiblemente las notas siempre al final de cada proyecto o etapa de aprendizaje.


Esto parece fácil de plantear por escrito pero no tan sencillo en la realidad del aula. Creo que nos interesa, poco a poco, ir introduciendo prácticas en este sentido. Si logramos sensibilizar a los claustros de Formación Profesional al respecto, ofreciendo las herramientas que faciliten su implantación y el sentido de estos cambios, acabaremos sin duda mejorando el aprendizaje de nuestros alumnos. La investigación educativa al respecto nos ofrece muchas claves para su introducción en las aulas. Muy recomendable la lectura del libro: Integrar la evaluación formativa en la enseñanza (Embedding formative assessment): Técnicas para usar a lo largo de toda la trayectoria escolar. Autores: Dylan Wiliam, Siobhán Leahy. Editorial Aptus. 

 

En FP conocemos que uno de los éxitos de esta etapa radica en la implicación de los estudiantes en su propio aprendizaje. Con la evaluación formativa incidimos en la propuesta de programar actividades para el aprendizaje que conecten con su mundo y con el entorno real profesional; buscamos que el esfuerzo permanente y la retroalimentación ayuden a comprender y saber donde está un trabajo bien hecho. Y, de paso, cambiar a un modelo donde la escucha y el intercambio de criterios entre el docente y sus alumnos sea una práctica habitual.

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