Los profesores de FOL bien conocen el funcionamiento de la popular pirámide de Maslow -una teoría demasiado trillada en mi opinión- donde se argumenta que las personas tenemos una serie de necesidades básicas que al ser satisfechas pasamos a buscar la satisfacción de otras superiores hasta llegar a la autorealización. No sé si alguno lo ha logrado y ya está autorealizado como docente, pero sí tengo claro que nuestro trabajo requiere una dosis de motivación muy alta para estar en el aula con toda la intensidad que se requiere; no perder los nervios, seguir actualizado, no caer en la rutina y el tedio o no estar deseando volver a casa para perder de vista la escuela.
Siempre nos quedan los recursos fáciles de automotivación; disfrutamos un empleo más o menos estable y un salario decente en comparación con los millones -sí, millones- de personas que están en situación de desempleo o en clara precariedad laboral o vital. Aún así, supongo que todos somos algo inconformistas, o más bien de fácil desánimo: ¿será la naturaleza humana -tendente a la languidez puntual o crónica cuando nos acostumbramos a las cosas- junto al estrés que supone tratar de hacer bien tu trabajo y llegar a todo, que no es poca cosa cuando te responsabilizas de varios grupos, materias o alumnos con peculiaridades y diferentes motivaciones?
También nos queda -para seguir motivados- buscar la satisfacción en esos momentos puntuales que se dan cuando te cruzas con algún alumno o alumna al que le van bien las cosas, que tiene un futuro claro, o al menos ha decidido con ilusión tomar un camino académico o profesional. Siempre es una buena inyección de optimismo o energía para la semana o el mes en curso.
Sin embargo, está la soledad del aula, que algunos disfrutan en un silencio escandaloso, y que a la larga es un martirio si no sabes salir de él a través del trabajo o amistad de tus compañeros. Cerrar las puertas del aula, hacer lo que te venga en gana, día tras día, también acaba hastiando hasta al más independiente. Nuestro trabajo cobra sentido cuando logramos trabajar en grupo, pese a nuestras múltiples diferencias o naderías, sacando un proyecto adelante y logrando que los alumnos se involucren en el aula y fuera de ella. Otro suministro de energía.
Luego siempre nos quedará quejarnos de los horarios, de los grupos que nos han tocado, de los eternos trámites burocráticos o de los sinsabores de la evaluación. Aún así, no hay otra que asumir los baches laborales y emocionales con la mejor haztitud posible, porque lo de buscarse un coach no acabo de verlo, y doparse, menos todavía.
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muy buen artículo, gracias! comparto la opinión... aunque si, un coach espiritual, no estaría de más..
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