Debemos ser minoría los docentes que en esta época del año aún nos seguimos asomando a las redes; ya sea a curiosear entre debates estériles con acalorados antipedagogos en Twitter; navegando entre frases etéreas "motivadoras" en LinkedIn; o visitando los escaparates personales que Instagram o WhatsApp nos brinda con fines terapeúticos y poco educativos. Pero el tiempo corre siempre en nuestra contra. En menos de tres semanas volveremos a los centros y unos pocos días después a las aulas donde nos espera (¿afortunadamente?) un panorama similar al curso anterior pese a las leyes low cost de turno o los decretos last minute.
Casi seguro que el próximo curso seguiremos debatiendo sobre la idoneidad de los móviles -cuarenta años después del lanzamiento comercial del primer Motorola-, acerca de las competencias versus la memorística (¿en serio están reñidas?), si la vocación docente es lo que más importa como profesional o si denigramos el conocimiento con tanta moda educativa insulsa. Probablemente el tema estrella, además de la controvertida LOMLOE, lo tendremos con la certificación de las competencias digitales docentes tras años de un plurilingüismo metido con calzador y del que: ¿se conocen resultados? A ver si la (auto)crítica nos conecta con el alumno y esa sociedad desconcertada con la escuela.
Espero que todas las nuevas obligaciones que nos vengan dadas sean con el único fin de mejorar el aprendizaje del alumno. Aunque nos equivoquemos de tanto en tanto. Deseo que la innovación educativa venga de la mano de aquellos que desean hacernos mejores profesionales y que la colaboración (y no solo la discusión) inunde redes y claustros ahogados en rutinas y faltos de aliento. Tenemos la fortuna de sumergirnos en una profesión en la que, como en el río de Heráclito, cada curso cambia a los que nos escuchan desde sus pupitres con más o menos disposición para aprender; pero con un reto vital que nos ofrece la posibilidad de trascender de algún modo en sus vidas. Nada igual a otras ocupaciones.
Confío que a partir de septiembre el mundo no sea tan necio para repetir los horrores de conflictos anteriores que tanto sufrimiento ocasionan. Las persépolis, los cuadernos ucranianos y rusos, los cuentos de las criadas, o los herederos son fundamentales en las aulas, como una novela, a pesar de las competencias o la altura de los contenidos. Que el día a día no engulla lo trascendental y logremos dejar un poso denso en el futuro de nuestros alumnos. Luego ya vendrán las evaluaciones formativas y esa investigación educativa que nos ayuda a enseñar mejor.
Al menos me propongo el nuevo curso ser más consciente de las prioridades que don Santiago Grisolía nos proponía: “Lo importante en la vida no son los trabajos, los honores o el dinero, sino lo que uno puede hacer por los demás”. Ojalá las controvertidas redes sociales, donde conviven asiduamente los jóvenes e incluso algunos docentes que buscamos algo nuevo que aprender, se contagien de estas palabras y dediquemos tiempo a lo que realmente importa.
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