BUENOS O MALOS PROFESORES DEL SIGLO XXI

miércoles, 4 de octubre de 2023

 

buenos o malos docentes del siglo xxi

 

Es oír hablar sobre los cambios de la educación del siglo XXI y se me cortocircuitan las neuronas que me quedan. Si a su vez se menciona el pensamiento crítico o nuevas pedagogías, ya empiezo con la sudoración. Pero si además se alude a una enseñanza competencial y a una evaluación diferente, me pongo en situación de alerta máxima. Y no porque no crea en una programación por competencias, en una evaluación formativa, ni en la necesidad de fomentar el espíritu crítico del alumnado o en aplicar metodologías que busquen abrir el apetito por el conocimiento de nuestros jóvenes. No.

 

Me pongo en guardia por las incoherencias que todavía seguimos arrastrando en ciertos discursos educativos. Y ya van unos cuantos años con la misma cantinela; los fieles amantes del método tradicional (o aquellos que no buscan complicarse la vida docente) lo tienen fácil con esta política de lavado de cara. Tan solo hace falta añadir un par de frases a la programación y aludir a esa supuesta modernidad educativa en la que se va a sumergir nuestro centro para ilusionar a colegas o familiares de alumnos. Pero la realidad es luego más tozuda. Un cursillo de supuestas nuevas metodologías no provoca esa transformación deseada y a la altura de lo que requieren los estudiantes. Adolecemos de autoexigencia pese a las carencias y a esa ratio adecuada que solo llegará con la oportunidad del problema demográfico. Y la política educativa ofrece metas pero no renueva más allá del articulado bienintencionado del BOE. Todo acaba descansando sobre las espaldas de los docentes implicados y de la fortuna de toparte con uno o una de ellos. No obstante, lograr la etiqueta de buena profesora o buen profesor, no debiera depender únicamente de esa implicación personal. La mejora profesional tiene más recorrido del que creemos.


Podemos haber avanzado en algunos aspectos, sobre todo a nivel de sensibilización sobre la necesidad de la inclusión, una buena orientación o las causas y consecuencias del fracaso escolar. Sin embargo, pese a la cantinela sobre la nueva educación que acompaña a los tiempos actuales, no dejamos atrás muchas prácticas heredadas. Tal vez, todo se reduciría a preguntarnos más constantemente: ¿cómo pueden aprender mejor nuestros alumnos? Quizás, a la vez que nos hacemos esta pregunta, debiéramos de tratar de responderla con conocimientos y formación específica; más allá de lo que nos dicta la experiencia o el amimefuncionismo. Hay quien se jubila, haciendo prácticamente lo mismo, tras décadas de docencia. Y aquí, la investigación educativa y una pedagogía rigurosa, como no puede ser de otra manera, son las que pueden ofrecer resultados. Porque, aunque el camino sea largo y sinuoso; una digitalización adecuada, la evaluación formativa, la practica espaciada, la evocación o un trabajo cooperativo bien diseñado; son buenos compañeros de viaje. ¿Los tenemos en nuestra agenda escolar?

 

La prueba de una educación exitosa no es la cantidad de conocimiento que el alumno se lleva de la escuela, sino su apetito por saber y su capacidad de aprender. Si los alumnos salen del liceo con un deseo de conocimiento y alguna idea de cómo adquirirlo y usarlo, la escuela habrá hecho un buen trabajo. Muchos egresan de la educación secundaria con su apetito asesinado y la mente cargada de trozos no digeridos de información. Un buen director se reconoce por el número de asignaturas valiosas que se niega a incorporar en la malla. (Sir Richard Livingstone, 1941)

Una mirada desdeñosa sobre el alumno, por su edad o inmadurez lógica, no ayuda tampoco para nada. En este caso, más que innovación educativa, necesitamos generosidad docente. Podemos echar balones fuera y seguir mentando a esos progenitores ausentes o a una sociedad disoluta de la que también formamos parte. Pero luego, en el aula, somos nosotros la autoridad legal (y supuestamente moral); permitimos o maleducamos a conveniencia y según queramos mayores o menores enredos (salvando las graves excepciones). La omisión es una excelente fábrica de ineducados. Ya cansa el discurso de las felices épocas pretéritas donde reinaban supuestamente los modales y la erudición. Sin eliminar, de ningún modo, las exigencias debidas a una administración educativa a menudo ineficiente e injusta con sus presupuestos.


En definitiva, si tuviéramos más competencias sobre cómo enseñar y mejorar el aprendizaje de nuestros alumnos, y a su vez modificáramos esa mirada a veces derrotista acerca del panorama actual, podríamos cambiar más velozmente y de forma sustancial nuestra docencia. La profefobia, la desmotivación del profesorado y esa poca valoración que percibimos de la sociedad (ver Educo Barómetro 2023) requieren buenas herramientas que nos ayuden a afrontar la complejidad inherente a la educación y a los tiempos que nos han tocado vivir. Seamos fieles a nuestra época y saquemos provecho a esa ciencia, cultura y experiencia que atesoramos en la enseñanza. No se trata de ser buenos o malos docentes, sino de ser mejores. Sin duda, podemos cambiar el guion.

1 comentario:

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