Tratar de motivar a nuestro alumnado es un asunto recurrente para el profesorado de cualquier etapa educativa. Ahora, parece que volvemos a enfrentar la disciplina frente a las emociones, retornando al mismo punto de partida donde solo nos queda mantener un ambiente monacal u optar por un sucedáneo de parque de bolas. Sin embargo, en educación todo es mucho más complejo; la mano izquierda, el sentido común, aderezado de los recursos que nos debiera dar una buena formación docente, son siempre buenos aliados que nos garantizan un ambiente ideal para enseñar a esos jóvenes que pueblan nuestras aulas.
En las aulas de Formación Profesional tenemos una diversidad creciente: desde los más jóvenes alumnos en la FP básica hasta adultos de cierta edad que buscan actualizarse a través de una formación reglada que les ofrece un título oficial. Estos últimos, habitualmente más maduros, no tienen problemas con la motivación; poseen motivos de sobra para estar atentos en clase y aprender lo máximo posible con el fin de encontrar un buen empleo. Cuestión diferente son los estudiantes de ciclos formativos de grado medio o superior que todavía no han definido sus intereses o que están creciendo aún a nivel personal.
Los problemas se acentúan con estos otros perfiles con un alto grado de inmadurez o con ciertas dificultades personales o sociales que influyen en su comportamiento y seguimiento del curso. Tenemos multitud de chicos y chicas disruptivos, con ansiedad, distraídos, con poca autoestima, o, simplemente con una mala experiencia educativa en sus años de escolarización obligatoria. La experiencia o las percepciones nos podrían indicar que estamos peor que nunca, y que además, el nivel educativo tiende a empeorar año tras año. Pero nos faltan datos además de percepciones.
Podemos analizar los últimos informes PISA publicados en 2023 que nos indican un empeoramiento en comparación con los resultados de 2015: España ha caído 15 puntos en matemáticas, 22 puntos en lectura y ocho puntos en ciencias. En comparación con los resultados de 2012, España ha caído 11 puntos en matemáticas, 14 puntos en lectura y 11 puntos en ciencias. Aunque, por otro lado, este mismo informe señala: "En España, los adultos de más edad (entre 55 y 65 años) mostraron un nivel de competencia inferior al de los jóvenes de 25 a 34 años en lectura, matemáticas y resolución adaptativa de problemas. En lectura, los adultos de 55 a 65 años obtuvieron 18 puntos menos que los de 25 a 34 años (media de la OCDE: 30 puntos menos). Las brechas competenciales entre los adultos de más edad y los más jóvenes podrían reflejar efectos del envejecimiento, pero también diferencias en la calidad y la cantidad de la educación y la formación entre generaciones."
Por tanto, no todo es blanco y negro, a pesar de las deficiencias que arrastra el sistema y que no son motivo de análisis en este artículo. Lo que sí es seguro es que cada generación es fruto de sus circunstancias. En la actualidad, si analizamos el Informe de juventud en España (Injuve, 2024), podemos conocer algo mejor las distintas preocupaciones o problemáticas que tienen nuestros jóvenes y que se resumen en los siguientes puntos en la actual coyuntura:
- Minoría demográfica Vs envejecimiento del país.
- Diversidad creciente.
- Cualificación al alza y menor abandono escolar
- Precariedad vital multidimensional.
- Salud mental en crisis.
- Valores (igualdad, sostenibilidad, familia y amistad)
- Brecha y tensiones de género.
- Identidad digital y alfabetización desigual.
- Sentimiento de incertidumbre y reivindicativa.
- Individualismo pragmático con solidaridad.
- Trayectorias “zig‑zag” hacia la adultez tardía.
Bien sabemos que los problemas de salud mental son crecientes (la soledad no deseada y ansiedad autopercibida alcanza cuotas preocupantes) o que ahora hay más población extranjera en las aulas, así como que el ocio pasa por estar conectado a Internet en cualquier lugar y momento. Pero, ¿qué hacer en el aula ante este panorama? Como profesionales no nos queda otra que adaptarnos sin perder de vista los motivos de siempre que deben dar sentido a la educación: que todos nuestros alumnos y alumnas aprendan para poder labrarse un futuro digno. Ahora bien, para afrontar del mejor modo nuestra enseñanza en el aula y en un contexto complejo, nos podemos ayudar de la psicología del comportamiento y de las estrategias que algunos investigadores nos confirman que son útiles y no requieren demasiados cambios profundos.
Os recomiendo la lectura del libro "Hábitos para una escuela exitosa", de Harry Fletcher-Wood, que nos señala la importancia de las rutinas escolares, la importancia de descomponer las tareas en pasos simples, dividir la clase en tiempos diferenciados y utilizar modelos o ejemplos en aquellas actividades que deben llevar a cabo los alumnos. Simplificando, demasiado quizás, debemos buscar captar la atención a través de pequeños sprints de dificultad creciente, donde el profesorado sea capaz de evaluar y retroalimentar a sus alumnos a través de distintos instrumentos. Este libro va en consonancia de una evaluación formativa que, en Formación Profesional, es uno de los ejes del nuevo sistema a la hora de programar los módulos profesionales o plantear proyectos intermodulares. Es necesario utilizar distintos instrumentos de evaluación (checklists, coevaluación por pares, cuestionarios, rúbricas, evocación, etc.) donde el alumnado además de demostrar su aprendizaje y competencias, sea cada vez más autónomo contando con nuestro apoyo y diseño de unas rutinas en el aula.
En definitiva, como docentes, podemos motivar al alumnado desde distintas acciones que encajan muy bien con esa evalución formativa y la necesidad de establecer rutinas con objetivos específicos, estimulantes y alcanzables:
- Demostrar la importancia y dar valor inmediato de lo que van a aprender.
- Presentar referentes de quien quieren ser: docentes, compañeros, personalidades, ídolos…
- No destacar las malas conductas del grupo, enfatizar los cambios y progresos de los alumnos.
- Establecer prácticas gradualmente más exigentes.
- Establecer plazos de entrega cercanos, automatizar recordatorios desde las plataformas, checklists.
- Miniretos por clase: entregable / evidencia y feedback inmediato
- Cambiar el contexto en el aula: evitar distractores, parejas de trabajo
- Normas y consecuencias claras, feedback privado
- Retos colaborativos y con éxito compartido
- Retos con responsabilidad económica real
Seleccionar y profundizar en alguna de estas acciones, según sean nuestros objetivos como docente, puede ayudarnos a mejorar el clima del aula y, más que dar motivos al alumnado, facilitar su atención a pesar de sus inquietudes o de una edad que no acompaña a la hora de ponerse a trabajar durante varias horas seguidas cada día. El tiempo nos pone a todos en el sitio, pero, con nuestra ayuda, el tránsito de los estudiantes hacia la vida profesional puede ser más llevadero.
Cito a Meirieu, como así me gusta hacer al final de algunas presentaciones dirigidas al profesorado, porque además de técnicas es fundamental inspirar cierta esperanza hacia esas personas que comienzan a buscar motivos para crecer:
"...nuestro trabajo consiste en convencer a nuestros alumnos, contra toda fatalidad, de que un futuro diferente es posible. Un futuro en el cual, gracias a que habrá conseguido aprender, podrá comprender mejor y comprender el mundo, y así asumir, prolongar y subvertir su propia historia".
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