Bueno, malo, listo, corto, aplicado, tonto, espabilado, inútil, vago, trabajador, desganado, formal, flojo, obediente, gamberro, maleducado, estudioso, torpe, talentoso... Estas y otras etiquetas las adjudicamos a menudo gratuitamente a los alumnos curso tras curso. ¿Aporta algo encasillarlos? ¿Es profesional calificar al alumno, más aún en público, sin profundizar en su singularidad y situación personal?
Me pregunto también cómo nos sentaría, como profesor/a (y persona), que nos etiquetaran habitualmente utilizando algunos de los adjetivos antes mencionados. Hablamos mucho de empatía y asertividad; consecuentemente podríamos comenzar desechando etiquetas y clasificaciones con las que prejuzgamos sin conocer realmente al alumno. Por mucho que digan, nuestra labor trasciende la mera transmisión de conocimientos y calificación numérica del educando.
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ETIQUETANDO ALUMNOS Y PROFESORES
jueves, 25 de junio de 2015
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