OJALÁ NO ME JUBILARA COMO DOCENTE

domingo, 4 de junio de 2023

 

OJALÁ NO ME JUBILARA COMO DOCENTE

Estamos acostumbramos a oír a compañeros ansiosos por llegar a esa fecha que calcula el INSS sujeta a los vaivenes de nuestros políticos. Colegas deseosos de llegar a ese día señalado tras el cual no volverán a pisar un aula. Docentes, con distinto grado de agotamiento o ánimo, que llevan mejor o peor el intenso trabajo que supone ocuparse de decenas de chavales a los que al menos triplicas la edad. 

 

Porque la docencia, aún siendo elegida por vocación, agota cuando curso tras curso, un año detrás de otro, supone lidiar con novedades de todo tipo, y con esos alumnos que merecen un trato singular con vistas a que su aprendizaje y sus oportunidades académicas y profesionales no se vean comprometidos. Y cuando se acerca la hora del júbilo, algunos tienden a ver el presente y futuro de los educandos cada vez más negro, mientras otros mantienen la esperanza en una juventud que siempre ha sido distinta a la de sus predecesores. Cuestión de carácter, supongo. 

 

Dejar alguna huella, en esos miles de alumnos que han pasado por tu pizarra, no es tarea fácil. Damos lecciones a largo plazo y solo en ocasiones sabemos de la repercusión de las mismas. Con los años te das cuenta de lo que realmente importa; de que detrás de cada chico o chica hay una persona con sus preocupaciones, desequilibrios, posibles y distintos grados de madurez. Que está muy bien eso de llegar a la excelencia, pero que muchos necesitan de ese impulso que les ayude a caer del árbol de las inseguridades. 

 

Y la docencia, pese a que no hay máster alguno ni marco de competencia que lo certifique, es una labor para optimistas. La enseñanza necesita entusiasmo y una mirada ilusionante. Bastante fatalismo y crispación supuran las redes sociales, los medios de comunicación o la política, para pisar el aula con esa misma amargura.  Como diría Karl Popper, es obligatorio ser un docente optimista. O como explica Juan Luis Arsuaga, sobre este mismo filósofo: "no tenemos derecho a decir a nuestros hijos que han nacido en un mundo horrible cuando hay tanta gente que merece y podría ser ayudada". Y los alumnos merecen de nuestro optimismo al menos hasta el día que nos toque ser pensionistas. 

 

Otro tema, no menos importante, es si tenemos las fuerzas suficientes para llevar a cabo esta profesión a una edad avanzada. Ocupar veinticinco horas lectivas semanales a cierta edad con la energía requerida no es una tarea siempre asequible. El retraso creciente de la edad de la jubilación debiera contemplarse con alternativas a lo que supone la intensidad del aula: labores de acompañamiento a docentes noveles, tutorización de alumnos, formación del profesorado, orientación, etc. La antigüedad puede aportar activos muy valiosos en los centros educativos.


En cualquier caso, y volviendo al tramposo título de esta entrada, ojalá no me jubile todavía. Esperamos con ansia un día lejano, que se acerca inexorablemente, pero no disfrutamos de lo que nos ofrece una profesión compleja a la par que rejuvenecedora. Tener cada año a un montón de jóvenes dispuestos a escucharte es también un privilegio. Mantener sus oídos abiertos es nuestra misión. Ahora mismo, solo pienso que, cuanto más lejos tenga la jubilación, supuestamente más años de vida y profesión me quedan por delante. Disfrutémoslos. Sigamos dando buenas lecciones. Ya llegará el merecido descanso.


Foto de Giorgio Trovato en Unsplash

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