HABLAR MAL DEL ALUMNO

lunes, 26 de febrero de 2024

 

hablar mal del alumno

Un buen indicador de la profesionalidad del docente está en la forma de referirse hacia su alumnado. No se trata de valorar las filias o fobias de cada uno, ni medir la mayor o menor bondad que cada uno atesora. La forma habitual que tenemos de calificar o adjetivar a los estudiantes, cómo valoramos sus acciones personales o académicas, o qué palabras utilizamos para dirigirnos hacia ellos dice más de nosotros que de ellos mismos. Y no me refiero a las formas, que pueden ser más o menos coloquiales o correctas según el entorno en el que estamos hablando. A casi todos se nos ha podido ir la lengua en alguna ocasión o no somos lo políticamente correctos que debiéramos. 

 

Afortunadamente, en las aulas no es habitual encontrar situaciones donde el desconsiderado o inoportuno sea el docente. Tal vez los alumnos, por inmadurez o falta de educación familiar, son más propensos a faltar el respeto hacia sus compañeros o profesores. Sin duda, hemos pasado de una escuela donde el temor reinaba en las aulas a estar en un contexto más laxo y cercano que favorece las impertinencias. Difícil equilibrio. En estos casos, como docentes, no nos queda otra que educar con todo lo que conlleva este término; porque no solo instruimos sino que constantemente tenemos la oportunidad de valorar aquellos actos que consideramos moralmente adecuados o inapropiados. Aún así, seguimos dando por sentados muchos de estos comportamientos, como si ser una persona correcta e instruida viniera de fábrica en nuestros jóvenes o niños. 

 

Sin embargo, el objeto de este artículo alude hacia la forma de hablar que utilizamos en público para referirnos a nuestros estudiantes, aún no estando ellos presentes. Hacer comedia o ridiculizar cualquiera de sus actuaciones no tiene excusa alguna. Tal vez nos pueden resultar graciosas ciertas respuestas o comportamientos e incluso nos sonríamos con la boca pequeña con las ocurrentes contestaciones de algunos; pero nunca es apropiada la chanza sobre aquellos para los que trabajamos. La burla o las odiosas comparaciones sobre la juventud actual tampoco son justas ni aportan nada en un contexto bien diferente al que tuvimos en nuestra época. Además de la desmemoria que solemos padecer, sin caer en la cuenta que no siempre fuimos esas personas formales y diligentes que ahora somos...

 

Al final, un truco infalible para saber cómo hablar sobre nuestros alumnos, es imaginar cómo me gustaría que hablaran sobre mí o sobre mis hijos; independientemente de las idioteces, las insolencias, la ineptitud o la ignorancia que suele venir de serie por edad o procedencia de esa valiosa materia prima con la que ocupamos nuestras jornadas lectivas. Ser bienhablado, cuando mencionamos a un alumno o alumna, también es educativo.


Foto de Dmitry Vechorko en Unsplash

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