Nos encontramos en tiempos de transición donde discutimos por el tema de los deberes, el fracaso escolar o mezclamos todo ello con la necesidad de ser competentes en la economía actual. Los docentes clásicos o innovadores parece que toman uno u otro bando. Los aficionados a las TIC ya no somos tan extraños y hemos acabado tomando posiciones más pragmáticas de las que algunos pensaban. Nos tropezamos con demasiados planteamientos que a menudo nos distraen del quehacer diario o nos impiden mejorar nuestra docencia de un modo auténtico. A todo ello sólo falta añadirle los cambios normativos y la aceleración que demandan los jóvenes en cualquier ámbito.
No se trata ahora de lamentarse con aquello de que cada vez los alumnos vienen peor preparados, pero sí tal vez, de proclamar y exigir un mayor esfuerzo en el fomento de la lectura y en tiempos y espacios de silencio y concentración en las aulas. No se trata de gamificar o no, mindfulnear o no, si no más bien motivar desde bien pequeños en el aula a través de contenidos con los que conecte el alumno insistiendo en la lectura y en la resolución de problemas de cualquier índole. Tenemos chavales muy capaces pero con un compromiso o decisión demasiado superficiales con los que se necesita mucho trabajo personalizado o diversificado en el aula.
La escuela es el lugar perfecto para trabajar todas estas competencias, ya que en casa no todas las familias tienen las mismas posibilidades, intereses o prioridades en la formación de sus hijos. No podemos pretender tener alumnos interesados en la ciencia, la técnica, el arte o la escritura, después de pasar una escolarización obligatoria con la que no conectan o con un entorno personal que no ayuda a ello. Aquí sí debiera actuar la neurociencia tratando de conectar e inspirar a los alumnos en cualquier área académica independientemente de su dificultad. ¡Qué difícil eso de inspirar o exhalar cada día atención, empatía, asombro, alegría, curiosidad...!
El problema, al menos en la Formación Profesional, está en la falta de recursos profesionales para atender al alumnado menos motivado o con diferentes necesidades educativas. En las etapas de estudios voluntarios, es cada vez más frecuente, sobre todo en los ciclos formativos de grado medio, tratar con alumnos desmotivados con un elevado absentismo o proclives al conflicto dentro del aula. En la FP debiéramos poder centrarnos en la formación técnica del alumno, además de preocuparnos de cada alumno como persona, pero el sistema de acceso o los cambios generacionales nos están abocando cada vez más a una formación donde lo prioridad es persuadir al alumno o "convencerle" a través de las calificaciones en el último término.
Para no seguir desesperando con los problemas habituales, habrá que seguir tomándose las cosas con más calma, pero a su vez exigiendo mucha más concentración en las tareas que realizamos en el aula y valorando en mayor medida a los alumnos que se molestan en leer, escuchar y trabajar junto con los compañeros. Buscar la complacencia del alumno es fácil, más aún en unos tiempos donde darle a un Me gusta es demasiado barato y donde lo complicado está en proponer y compartir experiencias positivas y negativas como docentes. Sólo hay que ver la futilidad del uso de las redes o el uso del WhatsApp como un patio de corralas donde todo es intrascendente o pasajero para adolescentes y adultos.
Supongo que mis alumnos algo aprenden en mis clases, sin embargo, lo que más me interesa es que el alumno sea consciente de la necesidad de aprender constantemente, sin importar la experiencia ni los títulos acreditados. Aquello de "Sólo sé que no sé nada" sigue igual de vigente. Y eso también nos lo podemos aplicar los docentes en la escuela: ¡cuánto nos queda por conocer!
Seguiremos, pese a los sinsabores, buscando el modo de despertar esas ganas de conocimiento.
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