Estas y otras preguntas nos las podríamos hacer los que, rodando los cuarenta, aún, si Dios quiere y el sistema de pensiones nos obliga, estaremos dando clase con casi setenta tacos a las espaldas. Eso si no lo impide un conflicto bélico a causa de Gibraltar, un hundimiento del sistema de pensiones ocasionado por alguna lengua autonómica o una indigestión de aceite de palma que facilite un retiro temprano obligado.

El profesorado actuará en equipo como un pelotón ciclista, aprendiendo y enseñando siempre de modo consensuado, apoyándose en los colegas, entrando y saliendo del aula a discreción. Profesores tetralingües con un C4, hiperespecializados e hipervalorados por la sociedad en su conjunto. La crème de la crème.
Respecto a los alumnos, se acabará el fracaso escolar, será un privilegio estudiar pasadas las dieciocho primaveras a causa de la escasez de mano de obra como consecuencia de un cambio demográfico que obligará a muchos jóvenes a emplearse a los dieciséis años. Ser poeta será una profesión proscrita. Viviremos de programar robots que recojan niños de la escuela, lleven a ancianos al trabajo y doblen series eslavas de televisión de pago.
Al menos cobraremos todos un magnífico salario como en la época romana, no en sal, si no en créditos para realizar nuestras compras en Google o en Amazon.
"Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus"
(Pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo)
Virgilio.
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