Algo parecido podría ocurrir con la Formación Profesional. ¿Por qué no paramos cada cierto tiempo para evaluar la enseñanza, analizar la docencia, prevenir los errores que pudiéramos estar cometiendo y tomar medidas destinadas a mantener actualizados nuestros centros y profesorado? La constante urgencia con la que vivimos, curso tras curso, nos impide tomar muchas de esas medidas que, probablemente, repararían muchas de esas cadencias y carencias que arrastramos cada curso.

Vivimos demasiado sujetos a acciones puntuales que no llegan a transformar esa FP prestigiosa que luego se quiere vender en los medios de comunicación de cara a los alumnos, sus familias y las empresas empleadoras. Los parches son buenos cuando no hay otro remedio y navegamos en alta mar, donde suceden contrariedades y debemos solventarlas con ayuda de la experiencia y los medios de los que disponemos en cada momento. Incluso con esos apaños seguimos timoneando con incierto rumbo franco, capeando temporales y arribando a buen puerto.
El temporal se agrava cuando debemos formar a los alumnos y además, con el mismo barco, mantenido a duras penas, y una tripulación similar, experimentada pero agotada, es necesario atender nuevas obligaciones distintas de la navegación. Se nos exige dar respuesta a la inclusión, la digitalización, la FP dual, el bilingüismo, retos, metodologías, innovación, el emprendimiento, los erasmus, etc. Todo ello sin perder de vista la actualización técnica de unos módulos que, en muchos casos, acaban abandonados a la suerte de un libro de texto o a unas fotocopias enmohecidas. ¿Y por qué no paramos? ¿Por qué no se dan los cauces, herramientas y medios para parar, varar el barco; mantener, revisar y reparar todo aquello que sea necesario?
Esta varada resultará baldía si no es reposada pero intensa, contando con todo el profesorado, liderada por la dirección, auspiciada por la Administración, y teniendo como meta una transformación que no suponga un coste en la docencia sino un motivo para aprender y una razón para seguir trabajando con (aún) más ánimo. Parar dos o tres semanas completas, cada cierto tiempo o cada equis cursos, debiera ser una rutina obligatoria para realizar todas estas tareas de formación continua, digitalización, planeamiento de proyectos, trabajo en equipo, o puesta a punto de aquellas innumerables tareas que dejamos pendientes por falta de tiempo y perspectiva. Creo que es bastante evidente que no habrá mejora alguna si no hay formación del profesorado, además de los recursos materiales, ratios y un límite de horas lectivas proporcionado e igual en todos los centros educativos y comunidades autónomas.
Mientras tanto seguiremos surcando por el sistema educativo tratando de no irnos a pique, ni de que llegue ese momento donde se diga de la FP: "a ese no le salva ni la caridad"1. Nos vemos en la mar.
1. Aquí, la caridad a la que nos referimos no es precisamente la virtud que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Se alude a la quinta ancla, llamada caridad, que antiguamente llevaban los navíos de gran porte estibada en la bodega, aunque en disposición de usarla si llegaba un caso apurado. Estos buques llevaban a proa, trincadas por la parte de fuera del costado, cuatro anclas; y si llegado un caso extremo no resultaban suficientes para sujetar la nave y librarla del peligro de irse al garete o encallar, era preciso recurrir a la caridad, que era la mayor de todas y de más peso. Fuente.
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