INCONVENIENTES PROFESIONALES DEL CHÁNDAL

jueves, 5 de marzo de 2020
No es mi intención abrir ninguna sección de moda o estilismo en este blog, ni aún menos tratar de asesorar sobre su vestimenta a los futuros profesionales que tejerán las relaciones laborales de las próximas décadas.

Sirvan estas líneas para mostrar mi desafección hacia esa prenda, llamada chándal, vocablo que no puede siquiera presumir de un fragante origen etimológico: parece ser que, en el siglo XIX, los comerciantes de ajo (marchand d'ail) llevaban en París, en el mercado de Les Halles, unos suéteres de lana que pasaron a denominarse des chandails de laine. Al menos, la etimología de la palabra, apunta a una procedencia profesional y comercial (como la rama que a mi me ocupa).

chándal profesionalEl chándal se ha descubierto una indumentaria comodín para cualquier ocasión. Ha dejado de ser aquella ropa con la que algunos se desayunaban los domingos por la mañana para recoger la prensa o pasear al can de la casa; luego vino a ser pieza fundamental de pandillas juveniles urbanas y aditivo obligado en modernos videoclips musicales; y  ahora, no hay aula que se precie de ser innovadora que no albergue una mayoría de estudiantes chandaleros entre sus pupitres. Ya no es una prenda que te distinga socialmente, para bien o para mal, si no una forma de vida que apuesta por el confort y por esa supuesta elegancia si el chándal viene con la incrustración tamaño XXL del logo de una marca supuestamente prestigiosa. Siempre supuestamente; porque tiene delito la cosa.

No pretendo discriminar a los estudiantes por su vestimenta. Dios me libre. Tampoco olvido las pintas que en los años noventa se permitían algunas tribus urbanas hoy en extinción. Tampoco quiero recordar el peinado que sobrellevábamos cuando aún conservábamos todo el cabello. Sin embargo, esas tribus, ahora en extinción, dotaban de cierta personalidad a sus seguidores. Ahora, el chándal, es apto para cualquier ocasión: salir con los amigos, ir a clase, pasear con la pareja, trappear, tapear, hacer flipped classroom en casa o competir en unas Olimpiadas. Cualquiera es merecedor de un chándal.

No me olvido de las zapatillas de deportes, tenis, playeras o deportivas que, escoltan tanto a un chándal de Rosalía como a un vestido de alta costura; calzado producido a bajo coste en fábricas asiáticas y por las que se pagan fácilmente dos billetes verdes (aproximadamente dos salarios mínimos en Bangladesh). Unas zapatillas que antaño disfrutábamos exclusivamente haciendo deporte y con un único par que pasaba a mejor vida solamente cuando estaba a punto de desintegrarse o el pie había crecido dos números. Era normal casarse y tener hijos y seguir utilizando las mismas zapatillas y chándal que te compraron tus padres siendo estudiante. Eso sí era reducir, reutilizar y reciclar...

En mi particular batalla contra el chándal como prenda profesional, tengo a mis clases "amenazadas" con una rebaja de un punto en cualquier presentación oral a la que se personen con chándal. Que nadie se lleve las manos a la cabeza ni esgrima el pin neandertal: jamás he llevado a cabo esta advertencia ni la he contemplado por escrito en rúbrica alguna. Es tan solo un acicate homeopático. No he tenido más remedio, pese a la presión recibida y ser tildado de vejestorio, que tomar esta drástica medida antes que algún colega decida pasarse al bando del atuendo deportivo; sin abarcar, por supuesto, a los compañeros de la familia profesional de actividades físicas y deportivas que llevan con garbo sus propias prendas.

¿Dónde queda esa elegancia, ese saber estar, esos mocasines lustrosos y pantalones con pinzas con los que acudías a tu primer empleo ataviado con camisa de manga larga pese a los treinta seis grados centígrados que soportábamos dentro y fuera del centro de trabajo? ¿Dónde queda el estilo de esas filas de escritorios de jóvenes enchaquetados en aulas en blanco y negro aptos todos para un anuncio actual de Nespresso? No me atrevo aún, no sea me suponga una baja laboral, a pedir una foto del interior del armario de uno de mis jóvenes alumnos; apuesto a que esos muebles soportan al menos media docena de chándales con capucha entre sus perchas, listos para engalanar las aulas.

El siguiente paso, al que os animo me acompañéis, es demandar a las autoridades educativas y responsables de la Formación Profesional, autonómicas y estatales, que incluyan en la futura LOMLOE la prohibición expresa del uso de chándal en horario lectivo, excepto durante educación física, así como se modernice el currículo de FOL para que no se permita el inicio de la FCT a cualquier alumno que acredite una foto de su CV con esta dichosa prenda.


PD. Disculpad si he herido alguna sensibilidad (sirva como atenuante que este post ha sido perpetrado en casa vestido con chándal).

photo credit: theirhistory It would only end in a soaking. via photopin (license)

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