En tiempos de incertidumbres parece que ni el sentido común es materia de acuerdo entre los sensatos. Ya era difícil llegar a acuerdos o tener la misma visión de lo que debe suponer la Educación y nuestra práctica docente, como para ahora pretender resolver esta excepcional situación de formación a distancia en total armonía.
Nos apuntamos al carro de lo que nos iba a transformar esta pandemia, de que debíamos parar y reflexionar sobre nuestra enseñanza, de que nada volvería a ser como antes. Y ya no compro nada de eso. Antes lo dudaba, ahora me reafirmo. Es una opinión personal más. Porque sigo observando que pretendemos trasladar a casa el mismo sistema que seguíamos antes de la alerta sanitaria; tan solo aderezado por una plataforma, una conexión permanente (quien la tenga) más unas lecciones y ejercicios que poco tienen en cuenta la autonomía o las particularidades de cada alumno. Incluso las videollamadas parecen haber pasado a mejor vida. Qué predecibles somos.
Y todo sigue igual. Las recomendaciones de las autoridades educativas de profundizar en contenidos anteriores son ya agua pasada. Han tenido el mismo efecto que los avisos de las cajetillas de tabaco. Hay que avanzar, no nos coja no sé que tren. No sea que el libro de texto de turno o esos viejos apuntes acaben caducando en casa muertos de risa. Sigamos todos en casa añadiendo algo de estrés para mantener ocupados a los niños, ya que los jóvenes van a la suya como es lo normal, y nosotros, los docentes, perpetuando el sistema, caiga quien caiga. Sin contar el empantallamiento, sin apenas filtros, al que están sometidos ahora los más pequeños.
Y mira que me siento afortunado. Tengo una profesión que disfruto. Unos alumnos que aprecio y que me motivan a diseñar experiencias de aprendizaje significativas para ellos. Es incomparable, a nivel de esfuerzo, nuestra tarea a la que muchos profesionales sanitarios, fuerzas de seguridad, dependientes, cajeros... siguen viviendo con estrés y riesgo para ellos y sus familias. Aún así, aquí seguimos nosotros, cara al ordenador gran parte del día, por responsabilidad.Tratando de atender a una minoría que sigue demandando conocimiento y buscando despertar a una mayoría aletargada en una preocupante situación que viven ya con hastío.
No creo que sea tiempo de discutir sobre el libro de texto, la teleformación o los deberes. Me parece más adecuado buscar alternativas para conectar con los alumnos a través de aprendizajes significativos y con tareas que desarrollen la autonomía del alumnado; diseñadas pensando que será posible interactuar con cada uno de con ellos, corregirles y evaluarles. Seguimos sin tener clara la evaluación, pero seguimos simulando la programación con el piloto automático puesto; casi siempre con la mejor intención y gracias a una mayoría de docentes que siguen, como ya era habitual, buscando el mejor modo de llegar a sus alumnos. Los que se quitaban de en medio siguen ahora haciéndolo; continúan sufriéndolos alumnos, madres, padres y compañeros. Sobre todo esos primeros. Son pocos, no sé si cobardes, pero deshonestos.
Ya nos hemos pegado el empacho inicial y nos queda un mes mínimo de clases a distancia. Dosifiquemos la dieta, poca comida rápida y más platos caseros; algo de ejercicio físico y todo aderezado de afecto para que sepan mejor los guisos. Cada uno con su toque personal. Ojalá en septiembre sigamos todos con buena salud. Esta es mi única receta al título de este artículo.
QUÉ HACER O NO HACER EN LA EDUCACIÓN CONFINADA
jueves, 23 de abril de 2020
Con la tecnología de Blogger.
Menos mal que al menos por aquí nos podemos encontrar. Este mensaje es solo de alegría por ese motivo.
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