Reflexiones y deseos educativos: del 2020 al 2021

jueves, 31 de diciembre de 2020

Si en algo nos hemos puesto todos de acuerdo es en las ganas que tenemos de volver a la vida normal anterior a este fatídico 2020. No hemos sido, como viene siendo la norma, capaces de consensuar una nueva ley educativa. Tampoco tenemos todos la misma percepción ante el riesgo ni adoptamos las medidas necesarias (y recomendadas por las autoridades sanitarias) para prevenir la expansión de la pandemia. Las diferencias en torno a la visión sobre lo que debe significar la escuela continúan patentes entre los que ensalzan los conocimientos técnicos de los docentes por encima de todo y aquellos que destacan la importancia de las metodologías o la pedagogía; como si no fueran todas áreas interdependientes y hablásemos de la educación como una ciencia exacta. 


Soy poco optimista sobre lo que nos cambiará esta pandemia. La profesionalidad la han demostrado los de siempre, los que no se quitan de en medio, tanto en el sector educativo como en cualquier otra área profesional. Los que han primado el interés general sobre los particulares. La importancia que tiene un proyecto educativo común sigue ausente en los discursos habituales. Sigue prevaleciendo la comodidad ante cualquier otro tipo de sacrificio; incluso ahora que la gente se juega la salud, no somos capaces de pasar unas fiestas sin celebraciones. No hemos cambiado esa mirada cortoplacista, alimentada del estrés continuo de querer hacer un buen trabajo, por una visión de futuro puesta en la educación integral de nuestros alumnos. Una educación que permanezca, sin prisas, para todas las generaciones, presentes y venideras, que no dependa del maestro o profesora que te haya caído en suerte.


Queremos que nos escuchen a los docentes y cuenten con nosotros en las tomas de decisiones, en los medios de comunicación, así como buscamos el respeto de la sociedad, de los alumnos y sus familias; sin embargo, seguimos demostrando poca escucha y empatía con los profesionales de la medicina que ahora mismo sufren interminables listas de esperas y la agonía de sus pacientes mientras otros debatimos si almorzar dentro o fuera de una cafetería, o mientras la Administración debate sobre los purificadores o las pruebas de diagnóstico. 



El "cada uno a la suyo" lleva tiempo calando en la sociedad. Necesitamos proyectos ilusionantes más allá de las palabras de los políticos de turno. Esta crisis sanitaria es una buena oportunidad para valorar todo aquello que ahora no disfrutamos en las aulas: las sonrisas, la cercanía física, las celebraciones con compañeros y alumnos, las salidas fuera del centro educativo, las reuniones multitudinarias... Incluso podemos valorar ese sueldo estable que disfrutamos mientras otros sufren las consecuencias económicas en sus carnes. Hemos dado por sentadas muchas cosas, pretendiendo que las mejoras podían ser infinitas, tanto en sueldos como en horarios. Pero la memoria del ser humano es muy endeble, dentro de nada estaremos de nuevo discutiendo sobre una hora más o menos de trabajo o ese céntimo adeudado, en lugar de tratar lo importante, lo que nos urge y aquello que puede suponer cambios trascendentes en la vida de otros.


Con la que está cayendo, algunos siguen pensando que es imposible que ellos tengan ese número que premia con el desempleo o la enfermedad. Muchos son inconscientes y siguen soñando con frases rotuladas en tazas de café con leche. La escuela se vuelve también fantasiosa si nuestro mensaje principal es el "querer es poder" o "persigue tus sueños". El esfuerzo y la preparación son fundamentales para tener opciones en la vida, además de una dosis de fortuna y no jugar muchos números con nuestra amiga la imprudencia. Aprendamos de nuestros mayores, de su entrega en otros tiempos, de su prudencia y falta de necesidad de ese espectáculo permanente al que sometemos nuestras vidas en las redes sociales como adolescentes despiadados. 


A nivel de la Formación Profesional seguimos oyendo cantos de sirena sobre la reforma que está por venir y que supondrá, supuestamente, miles de plazas nuevas de FP, la actualización de los títulos, atención especial a la digitalización y sostenibilidad; junto a un incremento presupuestario y una nueva ley de Formación Profesional. Las reformas serán bienvenidas siempre que cuenten con los centros educativos y sus docentes, y disfrutemos, los que estamos a pie de aula, de algún tipo de mejora a la hora de desarrollar nuestro trabajo: ¿actualización de medios materiales? ¿horarios que permitan acometer proyectos educativos de calado? ¿disminución de la ratio de alumnos por clase? ¿eliminación de las enormes diferencias de las condiciones laborales entre CCAA o red pública y concertada? ¿digitalización planificada y con recursos para todos?


Esta desdicha tiene sus horas contadas. No sabemos cuando sonará la alarma, pero podemos ir soñando ya con esa clase donde se pueden reconocer, sin mascarilla, a todos los alumnos. Podemos soñar con clases meramente presenciales, sin turnos y donde la tecnología sea solo una herramienta para ser más diligentes o creativos. Incluso está a nuestro alcance soñar con un 2021 donde los conflictos habituales dejen paso a la colaboración, la reflexión y un humanismo solidario en la escuela. 

photo credit: Riccardo Palazzani - Italy Diventiamo amici? via photopin (license)

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