UNA EDUCACIÓN SOFISTICADAMENTE IMPERFECTA

jueves, 18 de enero de 2024

 


Empezamos el año, que no el curso, y cuesta vislumbrar mejoras significativas en nuestra profesión; no hay señales halagüeñas de que enseñar sea menos desafiante que en aquel pasado ilusorio donde todo era mejor. Aquí seguimos dando clase, tratando de ser escuchados y de que perdure algún fragmento de nuestro mensaje diario en el disco duro de nuestros jóvenes alumnos. La inmadurez sigue igual de verde que entonces, al igual que lo rancio obnubila los sentidos y acabamos departiendo sobre lo secundario.

 

Continuamos con esa formación informal del profesorado donde (casi)todos procuramos hacerlo lo mejor que podemos en el aula dependiendo de la dosis de paciencia que no hayamos agotado. Ocurrencias bien intencionadas nos sobran, pero luego está el aula donde si no hay cierta disposición y afectos la jornada se vuelve interminable. Estudiantes que no escuchan, conflictos personales, correcciones eternas, dificultades particulares y... ese maremágnum de normas, procedimientos y novedades que nunca hay tiempo para absorber con sentido porque nos enredan en una docencia con altibajos exagerados (a nivel de carga lectiva y responsabilidades) a lo largo del año.   

 

Demasiados días donde el agotamiento da paso a malas caras y respuestas fuera de lugar. Demasiados mensajes optimistas donde sonreír parece la respuesta a todos los males. Demasiados consejos no solicitados y recetas empaquetadas con el filtro que nos interesa. Demasiados estudiantes que no saben lo que les interesa porque no hemos tenido tiempo para preguntárselo. Escolares quejosos consecuencia de adultos irritados con pocas razones. Muchos egos para una educación que requiere discreción y sencillez y menos presunción de títulos o ganancias extraordinarias. Mucha mala política educativa interesada en titulares y en no molestar demasiado a los protestones habituales pese al malgasto corriente.  


Aspiramos a sobrevivir lo mejor que podemos. Dedicamos más tiempo a despotricar que a sugerir mejoras en aras del bien común. Nos sentamos con la mirada puesta en el reloj y con la mano manchada de una tiza que compite con ese inteligente artificial que lo único que no logrará será robarnos el puesto; acabaremos siendo el único dispositivo que el estudiante no podrá desconectar cuando le interese. Ya empiezan a escasear esos perfiles humanos de una población envejecida que requiere sustitutos comprometidos hacia una sociedad donde el sentido de pertenencia no cotiza al alza. Pronto se valorará más el contacto personal, pero auténtico, en un mercado a rebosar de títulos digitales difíciles de filtrar. 


Sin embargo, pese a la intensidad de lo que nos ocupa, nos quedan las caras de aquellos alumnos que se sorprenden cuando aprenden algo nuevo. Mantenemos todavía momentos de complicidad con esos chicos y chicas espejos de lo que fuimos y que son nuestro colágeno mental y corporal. Conservamos intacta la necesidad de seguir aprendiendo para enseñar algo mejor. La capacidad de renovarnos es ilimitada. Y la autonomía profesional, para bien y para mal, es amplia. Con fortuna, nos dejarán seguir centrados en lo que más importa y no tanto en lo que nos interesa. Con algo de suerte podremos focalizar los esfuerzos en dar, sin regalar, una buena base de conocimientos, competencias y valores a todos y cada uno de los que nos aguantan un día tras otro. Ojalá no perdamos la sensibilidad. En todos los sentidos.

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