MI FORTUNA PERSONAL

lunes, 10 de junio de 2024

 


 

La educación se forja con el ejemplo. Tanto para bien como para mal todos somos fruto de la educación que recibimos; a pesar de las miserias o virtudes innatas que no hemos merecido pero que nos han sido concedidas. Evidentemente, desde casa vamos recibiendo varias capas de pintura que luego mediatizarán nuestro trato con los demás e incluso nuestra inserción en un empleo. Sin embargo, algunos necesitan recibir ese color desde la escuela cuando en casa no sobran pinceles o tintura; pese a que todos también resultamos salpicados por el conocimiento y los valores que nos transmiten docentes y compañeros de pupitre. Y aquí el destino también entra en juego. A pesar también de la erosión de toda una vida.


Mi fortuna personal, hasta ahora, ha sido ese ejemplo recibido que incluso me empequeñece cuando razono sobre mis carencias en comparación a la entrega de mis padres. Desgraciadamente, mi padre nos ha dejado hace poco tiempo. Los creemos eternos, pero hay que pensarlos cada día. Aún así, puedo dar gracias por haberlo disfrutado casi ochenta años. Me quedo con ese tiempo ganado y con ese ejemplo y desprendimiento generoso recibido como hijo. No soy dado a publicar nada acerca de mi vida personal ni detallar aventuras o desventuras familiares. Ni en ese espacio ni en otras redes sociales. El pudor también lo he heredado y validado como una virtud en un mundo donde la ostentación de experiencias, amores o labores, parece de obligado cumplimiento. Pero hago aquí la excepción por que la ocasión lo merece. Un modesto homenaje a la figura de mi padre así lo requiere.


Con el tiempo, los desengaños vitales suelen ir in crescendo. No ocurre tanto con la figura paterna o materna que comienzas a entender y valorar en su justa medida. Cuando eres padre cambias el filtro de tu perspectiva. Si además eres profesora o maestro, aún te das más cuenta de la diversidad que puebla este mundo donde no todos partimos con las mismas cartas ni los mismos afectos. Sin embargo, el paso del tiempo también nos hace olvidar esa fortuna o infortunio padecido, o aquellos valores e ideales que nos movían cuando todavía estábamos creciendo. Para bien y para mal.

 

Mi fortuna inmaterial, aunque también la tangible, viene de él. Probablemente no encuentre a nadie tan íntegro y preocupado por el bienestar de su familia; pese a que ello le conllevara una ocupación excesiva y un desgaste personal. El cuidado y la atención, el esfuerzo por ser justo y prudente para evitar riesgos, o esa necesidad de no perder el control también han sido una enseñanza en cuanto a no ser un insensato despreocupado por los demás o carecer de escrúpulos con tal de medrar. Ayudar sin buscar el reconocimiento o dar sin esperar rendimientos. Su ética seguro que nos ha marcado a todos sus hijos, familia e incluso a aquellos amigos que le querían. A pesar de los errores y fallos que contemplan toda una vida. De eso no hay quien se libre. 

 

Por fortuna, ahora la vida no se contempla alrededor de un empleo que todo lo monopoliza. Los más jóvenes, no tanto los que merodean mi generación de boomers, han sido más inteligentes a la hora de buscar ese disfrute. Aún así, ese legado de esfuerzo, implicación, autonomía y perseverancia, siguen siendo valores que te diferenciaban antes y que ahora lo continúan haciendo en cualquier contexto. El ejemplo educa y te da esa capa necesaria para aguantar las inclemencias e impactos no previstos. La cultura del esfuerzo parece hoy día un constructo, pero no es más que un eslogan para vendernos que, si no eres un desahogado rentista, te toca pencar inevitablemente. Y eso, si tienes suerte, también lo comienzas a intuir en casa. No hace falta marketing. Aunque demasiados factores incontrolables sobrepasen esa cultura y ese esfuerzo a los menos afortunados. 

 

La buena ventura también me ha permitido estar junto a él hasta su último suspiro. La entereza y el buen ánimo espero que también se hereden. Al igual que el deseo de ser ecuánime y pedir disculpas por esos errores que a todos nos pesan. Has cumplido hasta el fínal. ¡Qué suerte la mía! Yo no seré capaz de igualarlo, aunque el modelo lo tengo claro, ya que la mejora a veces nos viene grande pese a las buenas intenciones. Mi queridísimo padre, Juan Boluda, me deja un vacío que solo podré llenar con anhelos hacia mis propios hijos. Incluso con esa ética que, sin quererlo o poderlo evitar, también acabas trasladando al aula. Hay vidas que no se entienden sin ese desprendimiento y amor por los demás. Y mi sino me concedió una de ellas. Ahora, sin consuelo ante la ausencia, me toca a mí hacer los deberes: cuidar de los otros como conmigo lo hicieron. Gracias por leer hasta el final y perdonad la desnudez sentimental.

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