Según la RAE, Simplificar: Hacer más sencillo, más fácil o menos complicado algo.
A menudo nos complicamos nosotros mismos las obligaciones docentes. Una de las responsabilidades del profesorado, habitualmente la menos grata, nos obliga a evaluar a cada uno de nuestros estudiantes. Ahora, con el nuevo sistema de Formación Profesional, y con esa evaluación formativa que no siempre tenemos clara, nos hemos enzarzado con esos múltiples resultados de aprendizaje (RA) y criterios de evaluación (CE) que en teoría deben ir ligados a una serie de unidades didácticas y que podemos ponderar y calificar según nuestro criterio profesional. Hasta aquí todo bien.
El problema aparece cuando en lugar de centrarnos en el aprendizaje y en qué nos aportan los RA, cómo alcanzarlos y de qué forma podemos actualizarlos para que nuestros alumnos sean más competentes en su sector, centramos nuestros esfuerzos en diseñar una programación y una evaluación que justifique cada paso de una forma exhaustiva y mediante un sinfín de porcentajes. ¿Son necesarias esas hojas de cálculo donde se cruzan multitud de datos que el alumnado comprenderá con dificultad y que a muchos docentes les ocasionan inseguridad? Dudo que de este modo vayamos a mejorar la enseñanza.
Volvamos al concepto de evaluación formativa. Su introducción en la FP tiene sentido cuando convierte la información sobre el aprendizaje en acciones de mejora aquí y ahora, fomentando la autorregulación del alumnado y haciendo que la enseñanza responda a las necesidades reales que van surgiendo en el aula. Sin embargo, como es habitual, nos focalizamos en esa otra evaluación, la sumativa, donde interesa una calificación final que se obtienen a través de una serie de fórmulas más o menos complejas. La nota de toda la vida y por la que más preguntan nuestros queridos alumnos.
Así que ahora, y para no variar, andamos enfrascados en cómo se obtiene esa calificación final de cada módulo teniendo en cuentas los distintos RA que lo componen; en lugar de ese modelo "clásico" donde se califica normalmente a partir de las notas obtenidas en cada evaluación y en función de una serie de unidades didácticas o temas clasificados por contenidos. Ahora, un error de conceptual o simplemente por comodidad, nos lleva a camuflar esas unidades didácticas para luego simplemente renombrarlas o esconderlas tras esos RA que nos exige el currículo oficial. Cuando, en teoría, debiéramos transitar hacia un modelo donde la calificación del módulo se obtenga a través de la valoración ponderada de cada uno de los RA que lo forman y que a su vez contienen esas unidades didácticas mencionadas. De este modo normalizaríamos los currículos oficiales de esta FP que transita desde los grados A hasta los grados E.
La normativa y el lenguaje educativo poco ayuda al docente. Consultando esta guía para elaborar el proyecto curricular de un ciclo formativo en la Comunitat Valenciana, y a pesar de la buena intención, puede resultar desesperante como ayuda para configurar la evaluación del ciclo o módulo correspondiente. Si nos metemos a programar la evaluación de un ciclo, trabajando de un modo intermodular, la complejidad es aún mayor. Por todo ello, es imprescindible simplificar porcentajes y fórmulas, centrando nuestro tiempo en el diseño de tareas, pruebas, prácticas o instrumentos que faciliten tanto la evaluación formativa como la sumativa. Podemos para ello plantear una auténtica evaluación formativa y continua que facilite información al estudiante para su progreso personal. No es conveniente mantener esa parcelación de los módulos donde incluso se suspendía a un estudiante por no superar un tema. Las evidencias (pruebas, ejercicios, portafolios, tareas...) acumuladas a lo largo del curso certifican el logro de los aprendizajes necesarios de cada módulo y ciclo formativo.
En mi opinión, debemos pasar a un modelo donde de una forma clara, tanto los docentes como el alumnado, puedan ver cómo se obtiene su nota poniendo en valor los aprendizajes obtenidos. Debemos ser capaces de seleccionar los contenidos más valiosos relacionados con cada RA para no convertir la programación en una carrera simulada donde sabemos que nadie va a ser capaz de llegar a la meta. Ahora, con la disminución de la carga horaria de muchos módulos profesionales, es todavía más improbable alcanzar esos RA que solíamos delegar en unos libros de texto imposibles de terminar. Las normas están para ser cumplidas, pero considerando su espíritu para que no acaben siendo un mero trámite de cara a la galería.
La nueva FP nos incita a ser capaces de coordinar módulos e introducir esas otras competencias que se añaden o transforman con el tiempo: digitalización, la sostenibilidad, el emprendimiento, la comunicación o ese pensamiento crítico que no siempre sabemos cómo trabajar en el aula pese a la importancia que le concedemos públicamente. Aunque también indica que es necesaria una dotación de recursos. No nos liemos con esas décimas y porcentajes que bien sabemos no son relevantes para alcanzar aprendizajes. Deberíamos perder el tiempo, aún más escaso el próximo curso, replanteándonos el trabajo en equipo de los docentes junto a la actualización y/o estudio de los módulos asignados. Si bien para ello hacen falta pautas claras y comunes para evitar incongruencias y quebraderos de cabeza del profesorado. Simplifiquemos.
Foto de Maxwell Dugan en Unsplash
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