El éxito del mensaje de Ken Robinson con su libro "El elemento" planteaba la necesidad de seguir aquello que te apasiona para ganarte la vida. A pesar de las críticas y alabanzas a este mensaje, aún hoy en día continuamos planteando esa dicotomía, que nos incomoda, entre vocación y empleabilidad. Difícil trabajo tienen los orientadores. Tal vez, como docentes, no ayudamos lo suficiente a nuestro alumnado a resaltar en aquellas cualidades que mantienen en barbecho. Por distintas razones (número elevado de estudiantes, escaso tiempo, falta de cultura al respecto) no verbalizamos esas aptitudes o talentos que individualmente cada uno de ellos atesora.
Con facilidad descubrimos las carencias más evidentes o el éxito sobresaliente de aquellos alumnos que despuntan por los extremos. Sin embargo, es menos frecuente explorar y destapar las habilidades personales o aquellas artes en las que cada uno de ellos destaca. La predominancia, en principio sensata, de una evaluación objetiva, nos lleva a centrarnos en las competencias y contenidos que todos los estudiantes debe agenciarse; sin ahondar en las especificidades que a nivel individual pudieran relucir. Se suponía que la inclusión y la diversidad venía a enmendar este entuerto; pero nos hemos quedado en tratar de solventar los casos más complejos, de la mano de los especialistas, dejando de lado al estudiante medio que puebla mayoritariamente las aulas.
Los procedimientos y la burocracia no son necesarias para alentar al alumno. Todos somos capaces de resaltar las cualidades que cada joven posee en mayor o menor medida. Probablemente, muchos chavales jamás han recibido un halago o felicitación por su forma de ser, sus cualidades personales o sus inclinaciones profesionales. No podemos ni debemos tomar decisiones académicas o laborales en el nombre de los alumnos o sus familias, pero sí es posible reforzar y elevar las motivaciones que muchos no encuentran para su futuro de vida. Destacar en qué son buenos, además de corregir sus carencias, es un ejercicio sencillo que podríamos automatizar en nuestra práctica docente. De manera informal pero como una responsabilidad necesaria. Seguramente, incorporar esta práctica ayude a insuflar la energía que muchos chavales requieren durante su paso, más o menos anodino, por el sistema educativo. Sin importar sin son buenos o malos estudiantes, mejores o peores en su comportamiento, impertinentes o juiciosos. ¿La educación no era inclusiva?
Y, de paso, lograr uno de los objetivos de nuestra labor. Como dice Meirieu:
...nuestro trabajo consiste en convencer a nuestros alumnos, contra toda fatalidad, de que un futuro diferente es posible. Un futuro en el cual, gracias a que habrá conseguido aprender, podrá comprender mejor y comprender el mundo, y así asumir, prolongar y subvertir su propia historia.
Foto de Robby McCullough en Unsplash
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