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¿CABE EL AMOR EN LA FP?

domingo, 2 de marzo de 2025

 

AMOR Y FP

 

Hay ocasiones que se produce algo cercano a la cuadratura del círculo. Incluso cuando menos te lo esperas. Los que gustamos de leer artículos o ensayos pedagógicos (no se puede ser perfecto) arrastramos a menudo una visión idealizada de la educación. Se nos puede tachar de ilusos, románticos o idealistas. Sin embargo, me considero una persona fundamentalmente pragmática. ¿Y qué tiene que ver el amor y la FP con todo esto? ¿Cabe el amor en la escuela? Algo chirría.

 

Daniel Pennac, en "Mal de escuela" lo expresó muy bien:

Una palabra que no puedes ni siquiera pronunciar en una escuela, un instituto, una facultad o cualquier lugar semejante. 

–¿A saber? 

–No, de verdad, no puedo… 

–¡Vamos, dilo! 

–Te digo que no puedo. Si sueltas esta palabra hablando de instrucción, te linchan, seguro. 

–… 

–… 

–… 

–El amor.

 

O en ese otro precioso libro de Paulo Freire, "Cartas a quien pretende enseñar", donde afirma:

Pero es preciso sumar otra cualidad a la humildad con que la maestra actúa y se relaciona con sus alumnos, y esta cualidad es la amorosidad sin la cual su trabajo pierde el significado. Y amorosidad no sólo para los alumnos sino para el propio proceso de enseñar.


En tiempos donde enfrentamos el conocimiento frente a las emociones; donde el resultadismo es el antónimo perfecto de la sensibilidad; donde los grises no forman parte de la gama de colores escolares; parece haber caído en desuso la búsqueda de la memorabilidad en las experiencias de aprendizaje (como muy bien señala Fernando Trujillo a lo largo de su extensa bibliografía respecto a los activos de aprendizaje). Y el amor es, sin duda alguna, algo que perdura y trasciende cuando se experimenta en la escuela. No es necesario quitar un gramo de esas competencias que harán de nuestros alumnos unas personas preparadas para enfrentarse a un mundo laboral. Justo todo lo contrario. Si logramos embarcar al alumnado en proyectos que supongan un reto personal, donde el docente inspire y comparta sus conocimientos, tendremos más probabilidad de que todos aprendan. A pesar de no ver los resultados a simple vista, de los desencuentros o la falta de motivación con la que reñimos, vale la pena buscar el sentido a lo que hacemos.

 

El amor, el cariño, el afecto, la sensibilidad o la ternura, son los mejores activos en un panorama actual donde los valores morales parecen mutar a la ley del más fuerte como un signo de rebeldía al sistema. Libertad malentendida, abuso de los derechos y una escala de valores que vacila (en todos los sentidos). Sí, los tiempos están cambiando. Ojalá en el sentido que cantaba Bob Dylan en su famosa canción (muy recomendable la recién estrenada película sobre su vida):

Come writers and critics
Who prophesize with your pen
And keep your eyes wide
The chance won’t come again
And don’t speak too soon
For the wheel’s still in spin
And there’s no tellin’ who that it’s namin’
For the loser now will be later to win
For the times they are a-changin’
Venid escritores y críticos
Que profetizáis con vuestra pluma
Y mantened los ojos bien abiertos
La ocasión no se repetirá
Y no habléis demasiado pronto
Pues la ruleta todavía está girando
Y no ha nombrado quién será el elegido
Porque el perdedor ahora será el ganador más tarde
Porque los tiempos están cambiando

 

Estas líneas vienen a colación de la reflexión personal y pública que hizo de forma maravillosa una alumna en el pasado Congreso de FP de la Comunitat Valenciana; donde concluyó que la palabra que mejor representaba el proyecto de voluntariado sobre la Dana que hemos llevado a cabo en el aula, es el AMOR.

¿SON IDIOTAS LOS ESTUDIANTES?

domingo, 29 de septiembre de 2024

 


 

Justo ahora hace casi un año reflexionaba sobre la imbecilidad del alumnado. De nuevo me ha venido a la cabeza, no sé si por la altura del curso en el que nos encontramos, una parecida percepción sobre la idiotez (ojo la amplitud del término) asociada a los jóvenes estudiantes. Quizás olvidamos algunos (no me atrevo a hablar en boca de nadie) la cantidad de gilipolleces y fantasmadas arrastradas desde nuestra juventud más temprana. Con los años, y con mucho camino andado, podemos ser capaces de mirar de reojo la cantidad de tiempo perdido en banalidades, las decisiones equivocadas, las estupideces dichas o la falta de aprovechamiento de ciertas oportunidades por ser un mentecato.

 

Tal vez la verdadera idiotez sobreviene cuando con los años no somos capaces de cambiar y transformar todo ese cretinismo o nos creemos inmunes al despropósito. Evidentemente, si con los años no sabes apreciar los sentimientos, las relaciones personales, el conocimiento, el tiempo disponible, la estabilidad laboral, la salud, la familia..., te debes haber perdido algo. Lo que no podemos pretender es que nuestros jóvenes alumnos tengan ahora esas mismas percepciones. No es difícil entender que una juventud que recibe tantos impactos distractores a través de las redes sociales, de la mano de unos dispositivos con datos casi infinitos, se pierda entre toda esa nadería que solo busca clics. Música, romance, humor, deportes, cotilleo, violencia o sexo están virtualmente en cualquier lugar con cobertura y hay gente forrándose con este invento. No pretendamos que se enganchen de igual modo a los clásicos de la literatura o al arte contemporáneo. Ahí no hay negocio.

 

Como docentes tenemos, ahora más que nunca, mucho trabajo por delante al respecto. No debiéramos seguir culpando al docente de la etapa precedente de la formación de estos supuestos ignorantes. No me atrevo a comparar el nivel educativo de cada nueva generación que pasa por las aulas, pero es evidente que la incultura y la falta de curiosidad campan excitadas por los algoritmos. Ofrecer conocimiento compitiendo con tanto pasatiempo digital es toda una odisea. No podemos competir ni abogar por esa destrucción ilusoria de las pantallas; sin embargo, es posible ofrecer cultura de modo que, como las estalactitas, vaya lentamente dejando poso en sus cabezas y corazones. 

 

El tema siete u ocho de la programación será importante; pero, quizás, la oportunidad de visitar museos, bibliotecas, ver otro cine o acudir al teatro, o incluso leer una novelo o un ensayo en el aula, no son materias menos relevantes para muchos jóvenes que no encuentran atractivas estas opciones o no han tenido la ocasión de disfrutarlas en casa. Incluso, sucede en ocasiones, que hay estudiantes más leídos o cultos que esconden sus intereses para no desentonar en el paisaje escolar. Sacar punta de estos alumnos y ayudar al resto a crecer intelectualmente mediante otro tipo de propuestas me parece fundamental para su educación. Salvarnos de la necedad no tiene precio, como diría el anuncio. Y todos tenemos una faceta que ayudaría, de un modo u otro, a aportar esa erudición que escasea. Educar con el ejemplo no debe ser muy innovador pero es altamente efectivo.


Hacer el idiota a cierta edad tiene disculpa. Asunto distinto es preguntarnos qué hacemos como docentes para que las simplezas a las que llevan la edad y la sociedad de consumo no se perpetúen con los años. Debemos perdonar ese desconocimiento o desinterés y no echar balones fuera buscando culpables en anteriores etapas educativas o en una educación basada en competencias. Y no es tarea fácil.

LA COMPETENCIA INFORMACIONAL DEL ALUMNADO DE FP

jueves, 19 de septiembre de 2024

 


 

 

Como comentaba en un anterior artículo, sobre la oportunidad que puede suponer el módulo del proyecto intermodular, me parece vital trabajar en el aula las competencias informacionales: con el fin, como señala Azahara Cuesta, de identificar, localizar, evaluar, organizar, comunicar y emplear la información de manera efectiva, tanto para la resolución de problemas como para el aprendizaje a lo largo de la vida; más allá de las habilidades para utilizar las TIC en el proceso de búsqueda y de comunicación de la información; teniendo en cuenta el desarrollo de actitudes éticas en la cadena informacional y la capacidad de examinar y comprender las fuentes documentales. No es poca cosa.

 

Incluso ahora, en un momento en que cualquier tipo de dato oficial y verídico se discute o rechaza, es importante que el alumnado base sus opiniones en información contrastada y proveniente de fuentes de información de calidad y confianza. Los famosos factos, o aquellos datos fundamentados en estudios o en la evidencia científica, deben formar parte de su cultura informacional tanto a la hora de emitir opiniones como para tomar decisiones de índole académica y profesional. Algo que no anda reñido con cuestionar la realidad y buscar certezas.


Ofrecer estos datos, trabajarlos con ellos y debatir al respecto de los mismos sin caer en la tertulia de bar, es de interés para ese alumnado que queremos que adquiera la capacidad crítica que tanto se demanda en multitud de foros pero que parece disolverse a la hora de cultivarla. ¿Qué actividades proponemos para elevar este pensamiento crítico? Evidentemente, no se trata de adoctrinar ni hacer comulgar a los estudiantes en nuestras propias suposiciones o ideologías, sino más bien que se pregunten el por qué de las cosas y que no hablen sin conocimiento de causa. Es habitual escuchar comentarios basados en falacias, datos anecdóticos o simples creencias arrastradas por lo que se difunde en las redes sociales o en las conversaciones domésticas. 

 

Para estos casos, además de seleccionar buenas fuentes de información que ayudan a sostener opiniones o teorías, más allá de nuestros gustos o tendencias, podemos también hacer uso de la inteligencia artificial como medio de contraste. Un estudio reciente parece indicar que la teorías conspirativas de las personas pueden ser contrarrestadas a través de chatbots de IA que refutan los argumentos con evidencias. Tal vez la IA generativa puede resultarnos útil para desmontar fakes, sesgos o la conspiranoia que tan fácilmente se contagia. Un ejemplo personal para un negacionista del cambio climático realizado con Gemini: https://g.co/gemini/share/3eeafc4e643e 

 

En cualquier caso, podemos acudir a las fuentes originales (que también puede suministrar la IA) que conocemos como docentes y debatir con lecturas, vídeos o podcasts con información relevante y de calidad contrastada. Todo sea por seguir formando a esos jóvenes que, como consecuencia de la edad, suelen ser escépticos con los medios oficiales o presa fácil de influencers que solo influyen en búsqueda de la monetización de clics. Los medios de comunicación tradicionales, con los informativos en televisión, la radio o la prensa escrita, no son tampoco compañía habitual de los más jóvenes. Parece que incluso la actualidad ha dejado de tener interés en favor del entretenimiento continuo de las redes sociales u otras ocupaciones menos informativas. En esta arena tenemos la oportunidad de dar la batalla contra el desconocimiento. Las actividades culturales, el acercamiento a cualquier tipo de expresión artística, son también posibilidades que podemos contemplar en las aulas de FP como un medio de acrecentar esas otras competencias que conforman nuestra personalidad.


Más lecturas, buenas fuentes seleccionadas, prensa, artículos; plantear con frecuencia debates y conversaciones con el alumnado, junto una gran dosis de paciencia para dialogar; son necesarios para provocar la reflexión y combatir todos esos prejuicios u opiniones sin fundamento que arrastra no solo la juventud actual.


Foto de Egor Vikhrev en Unsplash

SER NORMALES CON LOS ALUMNOS

miércoles, 29 de mayo de 2024

 



Más allá de las competencias digitales o de la cacareada necesidad del conocimiento de metodologías activas, hay actitudes llenas de sentido común o comportamientos presumiblemente normales que, incluso en un tiempo donde nos llenamos la boca con terminología inclusiva, parecen brillar por su ausencia. Me refiero al trato hacia el alumnado. Observo con cierta pena la mirada despectiva hacia chicos o chicas que, por el hecho de ser personas inmaduras o con poco interés para ciertos adultos, no son tenidos en cuenta o tratados con el aprecio debido.


Todo esto viene a colación de un comentario de una alumna; así como a ciertas opiniones escuchadas en conversaciones domésticas. Nada científico, desde luego. Leo con simpatía las siguiente líneas de una alumna valorando el curso actual: "(...) es genial tanto dentro del aula como fuera cuando deja la bici". La anécdota, obviando la dudosa genialidad de un servidor, viene de la importancia que le da el estudiante a ser saludado o iniciar una conversación informal fuera del aula. Puede parecer (o tal vez lo sea) una idiotez esta anécdota, pero si la encajamos con otras situaciones donde el alumno se nos torna invisible en cuanto cruza la puerta de su clase, o donde normalizamos los comentarios despectivos o desafortunados hacia estudiantes con problemáticas o comportamientos complejos, tal vez no sea para ellos tan irrelevante una actitud amable y considerada en público o en privado. Por mucho que sea el incordio, la falta de educación o la paciencia infinita a la que nos obliga a menudo la enseñanza.


En los estudios postobligatorios, como es en la Formación Profesional (a excepción de la FP Básica), damos por supuesto una voluntariedad en la asistencia y unas ganas por aprender por parte del estudiante. Sin embargo, bien sabemos que la realidad es bien diferente; en las aulas nos encontramos personas más o menos maduras, con distintas edades o recursos personales, con motivaciones y capacidades diversas. Lidiar con esa marabunta es complejo y difícil de llevar si no empatizas con esas mentes dispersas con prioridades habitualmente ajenas a nuestra realidad familiar o profesional. Y no hablo de permisividad ni dejadez de funciones, ni mucho menos. Me quedo con intentar recordar esa misma simpleza que nosotros un día traspirábamos cuando no éramos tan serios ni responsables como ahora. Además, ese incordio martilleante no quita de ningún modo un buen trato.


Hay docentes que, sin conocer cómo son dentro del aula, puedes casi asegurar, por su trato o comentarios, qué tipo de profesionales son; sin entrar a valorar sus competencias técnicas ni esas titulaciones que engordan nuestros currículums y alimentan egos. En un mundo laboral donde la tendencia es acreditar todo tipo de competencias y resultados de aprendizaje, tal vez no sea tan difícil remarcar la necesidad de tratar con normalidad a los demás, sin suficiencia y con un lenguaje afectuoso, desde la exigencia pero con el respeto debido. Y si metemos la pata, como suele ser también normal, disculparnos sin problema alguno. No importan los certificados, las canas ni el linaje. Ser normales con los demás, aunque pueda sonar políticamente incorrecto, es hoy día un valor añadido. Por suerte, he tenido, y tengo cerca, buenos modelos de esa normalidad. 

 

Foto de Ihor Malytskyi en Unsplash

HABLAR MAL DEL ALUMNO

lunes, 26 de febrero de 2024

 

hablar mal del alumno

Un buen indicador de la profesionalidad del docente está en la forma de referirse hacia su alumnado. No se trata de valorar las filias o fobias de cada uno, ni medir la mayor o menor bondad que cada uno atesora. La forma habitual que tenemos de calificar o adjetivar a los estudiantes, cómo valoramos sus acciones personales o académicas, o qué palabras utilizamos para dirigirnos hacia ellos dice más de nosotros que de ellos mismos. Y no me refiero a las formas, que pueden ser más o menos coloquiales o correctas según el entorno en el que estamos hablando. A casi todos se nos ha podido ir la lengua en alguna ocasión o no somos lo políticamente correctos que debiéramos. 

 

Afortunadamente, en las aulas no es habitual encontrar situaciones donde el desconsiderado o inoportuno sea el docente. Tal vez los alumnos, por inmadurez o falta de educación familiar, son más propensos a faltar el respeto hacia sus compañeros o profesores. Sin duda, hemos pasado de una escuela donde el temor reinaba en las aulas a estar en un contexto más laxo y cercano que favorece las impertinencias. Difícil equilibrio. En estos casos, como docentes, no nos queda otra que educar con todo lo que conlleva este término; porque no solo instruimos sino que constantemente tenemos la oportunidad de valorar aquellos actos que consideramos moralmente adecuados o inapropiados. Aún así, seguimos dando por sentados muchos de estos comportamientos, como si ser una persona correcta e instruida viniera de fábrica en nuestros jóvenes o niños. 

 

Sin embargo, el objeto de este artículo alude hacia la forma de hablar que utilizamos en público para referirnos a nuestros estudiantes, aún no estando ellos presentes. Hacer comedia o ridiculizar cualquiera de sus actuaciones no tiene excusa alguna. Tal vez nos pueden resultar graciosas ciertas respuestas o comportamientos e incluso nos sonríamos con la boca pequeña con las ocurrentes contestaciones de algunos; pero nunca es apropiada la chanza sobre aquellos para los que trabajamos. La burla o las odiosas comparaciones sobre la juventud actual tampoco son justas ni aportan nada en un contexto bien diferente al que tuvimos en nuestra época. Además de la desmemoria que solemos padecer, sin caer en la cuenta que no siempre fuimos esas personas formales y diligentes que ahora somos...

 

Al final, un truco infalible para saber cómo hablar sobre nuestros alumnos, es imaginar cómo me gustaría que hablaran sobre mí o sobre mis hijos; independientemente de las idioteces, las insolencias, la ineptitud o la ignorancia que suele venir de serie por edad o procedencia de esa valiosa materia prima con la que ocupamos nuestras jornadas lectivas. Ser bienhablado, cuando mencionamos a un alumno o alumna, también es educativo.


Foto de Dmitry Vechorko en Unsplash

FP A MEDIDA DEL ALUMNADO

martes, 23 de enero de 2024

 

FP A LA MEDIDA DEL ALUMNO

La FP es una etapa compleja en muchos aspectos, y uno de ellos está relacionado con la diversidad de alumnos que nos encontramos en las aulas. La creciente demanda de estudios de Formación Profesional tiene como consecuencia, además de grupos más numerosos, una extensa variedad de estudiantes que provienen de otros ciclos formativos, de estudios reglados tipo la ESO o el Bachillerato, titulados universitarios o personas que vienen del mundo laboral buscando un cambio de sector o una certificación profesional. Una amalgama en toda regla. 


Según el último estudio de CaixaBank Dualiza, 1 de cada 3 estudiantes que finaliza la ESO estudia FP, pero solo un 62,74% de los estudiantes en el curso 2021-2022 finalizaron sus estudios de Formación Profesional. Tal vez, estos porcentajes son una muestra más de la dificultad añadida que nos encontramos en aulas con estudiantes que presentan motivaciones dispares o necesidades variopintas por cuestiones personales. Alrededor de un 8%, sobre el total de FP, son estudiantes extranjeros y un 1,59% tienen discapacidad y trastornos graves. En definitiva, el maremágnum que hay en las aulas, por diversos motivos, precisa una atención más específica en cada nuevo curso.

 

Luego, si nos fijamos en otros datos estadísticos del Ministerio de Educación, FP y Deportes, relativos al seguimiento educativo posterior del alumnado de FP, podemos destacar que: de los graduados en FP Básica en 2020-2021, el 58,8% accede a un ciclo de FP Grado Medio en 2021-2022; el 50,2% de los graduados en FP Grado Medio en 2018-2019 inició un Ciclo Formativo de Grado Superior en los tres años siguientes; o que el 25,5% de los graduados en FP Grado Superior en 2018-2019 cursan estudios universitarios en los tres años siguientes. Observamos de nuevo una gran disparidad a la hora de continuar estudios o buscar salida en el mercado laboral. 

 

De nuevo, la labor orientadora es más necesaria que nunca tanto antes de comenzar un ciclo formativo como al final del mismo; incluso durante su formación, en aquellos casos donde se abandona prematuramente la titulación cursada. Todo ello también nos lleva a plantearnos la atención que damos en las aulas, no solo en cuanto a la formación en competencias técnicas sino también a la hora de transmitir esas otras competencias personales y sociales que suelen ser las más costosas de trasladar al alumnado. Pero, ¿estamos debidamente preparado para ello? El fortalecimiento necesario de los servicios de orientación específicos para los centros de FP es una buena medida (en aquellas comunidades autónomas que así lo contemplan), pero el resto de recursos de atención a la diversidad o una gestión del aula con estudiantes de muy diferentes perfiles, no puede hacerse solo con el sentido común que se nos supone; se precisa una formación específica al respecto. 

 

Por el momento, seguiremos tratando de dar esa formación a medida para cada uno de esos perfiles que abundan en las aulas: aquellos que estudian por obligación, los que toman la FP como una vía para otros estudios, los que están porque no sabían qué hacer, los faltos de motivación personal o valoración de sí mismos, los que buscan un trabajo, los que quieren reciclarse o reinventarse, los disruptivos o los atentos, los responsables o los indolentes, o los que exigen aprendizajes frente a los que solo quieren que el curso pase cuanto antes. 

 

Ante esta disparidad de actitudes, intenciones o capacidades, no nos queda otra que mantener un espíritu constructivo donde el diálogo y la paciencia son nuestros mejores aliados. Es sencillo quemarse en un ambiente escolar que suele caldearse con frecuencia y donde la exigencia profesional es alta si quieres que todos tus alumnos aprendan. Encontrar esos equilibrios en el aula, donde la tolerancia y el respeto caben, y sin necesidad de amargarse la existencia diaria a la par que tratamos de cumplir con las responsabilidades propias, hacen de la docencia una ocupación imprevisible, por no decir inefable.

IGNORANCIA PROFESIONAL Y EJEMPLARIDAD DOCENTE

lunes, 11 de diciembre de 2023

 

IGNORANCIA PROFESIONAL Y EJEMPLARIDAD DOCENTE

 

Damos por sentadas muchas normas de cortesía o de elegancia en el trato profesional. Queremos creer que cualquiera tiene ese sentido común a la hora de relacionarse o comunicarse con los demás en un entorno laboral. El casi extinto módulo de RET (Relaciones en el Entorno del Trabajo) así como el de FOL, incluidos transversalmente en todos los ciclos formativos de Formación Profesional, tienen entre sus objetivos facilitar la comunicación en un entorno profesional o tener una actitud positiva hacia la búsqueda o desempeño de un empleo. Esperemos que no se pierdan estos propósitos en los nuevos módulos de la FP que viene. 


Es difícil abordar ciertos asuntos que nos pueden parecer de sentido común o que debieran haberse tratado desde la familia o en cursos anteriores. Sin embargo, a menudo resulta inevitable tratar de abordar cuestiones relativas a esa corrección antes mencionada para guiar el comportamiento y no meter la pata en ciertas situaciones (entrevistas laborales, comunicación digital personal, reuniones profesionales, etc.). Aunque suene anecdótico, no es raro conocer casos de personas que se enfrentan a un primer trabajo o prácticas con una vestimenta inadecuada o con falta de aseo, gente que no atiende o devuelve llamadas o correos electrónicos laborales, empleados que no saludan o se despiden adecuadamente, que toman o dejan un trabajo sin la debida cordialidad o incluso exhalan suficiencia desde que acceden a su puesto.


Como mencionaba en un artículo anterior, el ejemplo y la filosofía de vida de aquellos que nos acompañan a lo largo de nuestra vida profesional, trasciende mucho más de lo que nos pensamos. A pesar de toda la empatía que podamos atesorar, no hay quien no se vea influenciado negativa o positivamente, por esa falta de actitud de los que nos rodean y que a menudo recriminamos al alumnado. Disfrutar de un ambiente constructivo y estimulante es toda una fortuna en cualquier entorno laboral. Porque algunos han confundido esa popular resiliencia, y el saber decir que no, con un "porque yo lo valgo", caiga quien caiga. Conversar, aportar, crear, añadir, debatir, y enseñar, se pueden hacer desde el afecto y la profesionalidad. Sin miedo a tomarse los conflictos de un modo personal y sabedores de nuestras torpezas.


Afortunadamente, es mayoría el profesorado que se responsabiliza y preocupa por ser coherente con esa huella educativa que dejamos. Los que nos dedicamos a la docencia, bien sabemos que no solo transmitimos conocimientos sino que también aportamos referencias morales. Por eso, la figura del docente, es insustituible en cualquier sistema educativo que se precie. Ni la formación online ni cierto tipo de academias ofrecen esa valor añadido que un profesor o profesora ejemplar trasladan. No somos infalibles ni omnipotentes, ni podemos (ni debemos) pretender ser todos como la profesora de Diarios de la calle, pero es posible aspirar a trascender no solo a través de nuestra materia. 

 

La ignorancia, a cierta edad, es totalmente disculpable; y adelantarnos a la inexperiencia de los estudiantes es una de nuestras misiones. Otro asunto, más peliagudo, se nos presenta cuando abordamos esas otras relaciones del entorno profesional donde la mirada vital, la disposición, las creencias o la energía personal son harto complicadas en este maremágnum terrenal donde la vulgaridad y la excelencia habitan. 


El hombre selecto o excelente está constituido por una íntima necesidad de apelar de sí mismo a una norma más allá de él, superior a él, a cuyo servicio libremente se pone. Recuérdese que al comienzo distinguíamos al hombre excelente del hombre vulgar diciendo que aquél es el que se exige mucho a sí mismo, y éste, el que no se exige nada, sino que se contenta con lo que es y está encantado consigo. Contra lo que suele creerse es la criatura de selección, y no la masa, quien vive en esencial servidumbre. No le sabe su vida si no la hace consistir en servicio a algo trascendente. Por eso no estima la necesidad de servir como una opresión. Cuando ésta, por azar, le falta, siente desasosiego e inventa nuevas normas más difíciles, más exigentes, que le opriman. Esto es la vida como disciplina –la vida noble-. La nobleza se define por la exigencia, por las obligaciones, no por los derechos. Noblesse oblige.

La rebelión de las masas
Ortega y Gasset

LA INCLUSIÓN EDUCATIVA ES RENTABLE

martes, 30 de mayo de 2023

 

LA INCLUSIÓN EDUCATIVA ES RENTABLE

Cuando hablamos de incluir al alumno supuestamente debiéramos referirnos al significado que la RAE otorga al término: Poner a alguien dentro de un conjunto, o dentro de sus límites. Ese alguien que engloba a todos y cada uno de los alumnos que tenemos en clase, nuestro conjunto, y dentro de esos límites que marcan una ratio, una forma de acceso, una etapa educativa, una localidad o una edad determinada.

 

Y la inclusión nunca ha sido una moda. Todos conocemos escuelas que invitaban (e invitan) a sus jóvenes estudiantes a darse de baja de colegios o institutos por falta de nivel o a causa de un comportamiento inadecuado. Ahora, al igual que está pasando con el feminismo, hemos llegado a caricaturizar un término, la inclusión, que simplemente nos recuerda que la escuela no debe dejar nadie atrás. El buenismo sin herramientas específicas, los mensajes simplistas, la polarización en todos los ámbitos o la adoración del pasado, pueden haber influido en una malentendida inclusión. El esfuerzo por incluir siempre ha sido una opción necesaria y adoptada por educadores y docentes aún cuando no figuraba en las leyes educativas. 


Evidentemente, requerimos recursos específicos para atender muchas de esas necesidades especiales que conlleva una aula diversa donde cuando no fallan las capacidades cognitivas de uno, la salud mental de otros se desmorona, o la inmadurez de otra se refleja en comportamientos disruptivos. Y la mayoría hacemos lo que podemos, mejor o peor, a pesar de esos medios escasos o inexistentes. Sin embargo, la intención cuenta, y, a pesar de la ineficacia e ineficiencias del sistema educativo, la mirada que ponemos sobre cada uno de nuestros alumnos es vital. Lo que no quita que sigamos demandando servicios de orientación profesionales, atención psicológica y formación pedagógica para abordar determinadas problemáticas. 


Es fácil hablar de incluir cuando no tienes a un chaval incapaz de sentarse durante más de treinta minutos a una silla; o mientras no tienes a una chica totalmente abstraída a causa de problemas personales; o si no sufres una mayoría que solo piensa en terminar la jornada escolar, salir al patio y buscar el móvil para desconectar de la rutina escolar. Lo de (casi)siempre. Y la dureza de la docencia no está en reproducir nuestros conocimientos, sino en ser capaces de transmitirlos a todos y cada uno de los alumnos, sin perder la paciencia, desde el respeto y sin cejar en el empeño; pese a los fracasos, desagradecimientos, abandonos y conflictos que surgen. Empatía y profesionalidad deben ir de la mano. 


Pese a que hablar de inclusión rentable parezca un oxímoron, no podemos dejar de recordar todos esos chicos y chicas que, tras una trayectoria escolar complicada, consiguieron, gracias al acompañamiento de sus docentes, finalizar unos estudios y emplearse dignamente. Por no hablar de aquellos que encontraron motivos para seguir estudiando y regenerar sus expectativas personales y profesionales. No hay mayor rentabilidad que lograr, como decía Philippe Meirieu en "Carta a un joven profesor", convencer a nuestros alumnos contra toda fatalidad y subvertir su propia historia.


Foto de Justice Amoh en Unsplash

¿LOS JÓVENES NO SALEN DE CASA?

viernes, 19 de mayo de 2023

 

LOS JÓVENES NO SALEN DE CASA

La efectos secundarios de la postpandemia o la creciente atracción por la vida hogareña pueden ser alguna de las causas del inmovilismo que atenaza a muchos jóvenes. El confort digital que conlleva que prácticamente todos los hogares con hijos tengan acceso a Internet puede ser otro motivo para atrincherarse en un dormitorio que necesita no mucho más que un ordenador personal. Empezamos a correr el riesgo de importar una especie de hikikomori donde jóvenes y no tan jóvenes opten por una vida envasada al vacío. 

 

Como docentes, y como escuela, tenemos mucho que decir al respecto. Animarles a perder el miedo a lo ignorado o a vencer la falsa comodidad de su cuarto o entorno inmediato puede no entrar dentro del currículo pero es seguro una buena enseñanza. Los tiempos en los que solo queríamos huir de casa han pasado a mejor vida. La conectividad disponible 24/7 no invita a salir ni obliga a desconectarse de una familia que solía ser vista como desfasada. Ya hemos normalizado que cada uno de los habitantes de una casa disponga de varios dispositivos de uso privativo en su dormitorio. Las casas se parcelan alrededor de puntos de conexión. ¿Para qué salir del cuarto si nadie me incordia ni agobia?


Como enseñantes o profesores tutores tenemos cierta obligación moral para que aprendan a abrir los ojos. El arte, la música, la literatura o el cine son buenas aliadas para encontrar una ocasión donde hablar de otras culturas, otros países,  gente aventurera, nuevos paisajes, etc. Son muchas las novelas que podemos recomendar para que sientan esa curiosidad necesaria para lanzarse a conocer otras realidades. Por no mencionar películas fascinantes o incluso cuentas en las redes sociales o canales en YouTube que incitan a explorar otras geografías: chavales como YoSoyPlex o las clásicas guías de Lonely Planet  y las expediciones de National Geographic. Afortunadamente, siempre les queda la opción de solicitar una plaza con un programa Erasmus+ o un voluntariado europeo para abrir la mente con nuevos proyectos fuera del domicilio habitual. Aunque no hace falta comenzar como un Shackleton...


La sensación de peligro permanente, en una sociedad no más insegura que hace décadas, también hace mella en unas familias que sobreprotegen con todos los medios a su alcance; de nuevo la hiperconexión nos limita los movimientos con geolocalizadores y aplicaciones para comunicar cualquier contratiempo insignificante. Un whatsapp sin responder puede ser un drama hoy en día. La tecnología nos ha facilitado infinidad de trámites que antes eran tediosos, así como nos permite organizar cualquier ruta dejando todo bien atado de antemano; la comodidad nos impide aventurarnos y la incertidumbre no se tolera como antaño. Cuestión aparte son las dificultades económicas propias de la edad que se solían suplir con menores miramientos hacia las incomodidades de salir de casa con un presupuesto ajustado.

Además, nuestra capacidad de asombro se ha ido reduciendo. ¡Qué importante es conocer las odiseas que han sufrido otros jóvenes viajeros o personajes históricos y contemporáneos! A la vuelta de cada andadura nos damos cuenta de que casi todo permanece como lo dejamos. Nos perdemos mucha vida anhelando continuidad.


El confort que nos ofrece lo conocido es una traba habitual para no plantearse los enredos que ocasionan viajes y nuevas aventuras personales. Es necesario darles un empujón, si las circunstancias lo permiten, para emprender esas andanzas de las que seguro no se arrepentirán. La juventud y el atrevimiento deben seguir yendo de la mano. Todo no pueden ser peripecias virtuales o en realidad aumentada y bajo techo. Las experiencias vitales que reciben estudiando o trabajando en el extranjero son tan valiosas como cualquier acción formativa. Sigamos animándoles a conectar con lecturas, aventureros, migrantes y planes que les aporten mundología.


Foto de Mantas Hesthaven en Unsplash

LOS MALOS ALUMNOS

jueves, 11 de mayo de 2023

Si eres mal enfermo necesitarás la comprensión de tu médico. Sin embargo, si eres mal alumno no resulta tan evidente el remedio. Es alta la probabilidad de que tu caso personal acabe relegado en el jaleo habitual del aula. Puede que no existan recursos suficientes para ser atendido, sea cual sea la causa de tus dificultades, o que seas una molestia para el resto de compañeros por tu conducta o rezagamiento habitual. Y tendrás el sambenito del mal estudiante, el impertinente, el movidito, el contestón, el enjugazado (qué palabrita), el de ACI, el maleducado...Y pocos preguntarán qué te pasa, qué problema tienes o no entenderán esa adolescencia o inmadurez sobrevenida pero previsible a tu edad.


Luego vendrán quienes afirmen que esto que ocurre ahora son cosas de la modernidad actual, que antes todos éramos estudiantes estupendos, maravillosos y educadísimos. Que la comprensión y la armonía campaba por esas aulas de tiza cuadrada y tarima. La palabra disrupción no existía, parece ser. Ni los vándalos, impertinentes o gandules. 

 

Hay quien no parece darse cuenta de que la educación es para todos. Y más aún para quienes no estimamos que la merecen. Lo que no quita que ofrezcamos atención a los que en silencio pasan, curso tras curso, una escolarización discreta. Pero son los que más incordian, los que menos comprenden, los que más suspenden, aquellos que más recursos requieren. No podemos dejarlos a su buena o mala suerte familiar y personal. Las buenas escuelas brillan por su atención prioritaria a los alumnos que más lo necesitan. Los buenos estudiantes suelen progresar de forma autónoma pese a que también requieren de aliento y afecto como todos. No podemos tacañear con la empatía, a no ser que nos hayamos confundido en la elección profesional.


Puedes tener genio, afabilidad, ternura, carácter, sentido del humor, sobriedad, ironía o rectitud. Cada uno aportamos una personalidad distinta en la aulas con la que también transmitimos y educamos; por mucho que ahora algunos deseen una escuela mera transmisora de conocimientos. Podemos dejar huella e influir, como adultos, sobre unas personas que están en crecimiento y que absorben y sienten con mayor pasión que nosotros. Muchos están más horas con sus profesores que con su padre o madre. Incluso puede que nos escuchen o hablen más que a ellos. Merecen conversaciones, consejos, apoyo y todo eso que nos quita un estresante estilo de vida. 

 

Y la escuela, pese a los maldecidores de leyes educativas o los agoreros de la innovación educativa, sigue como casi siempre. Continuamos corriendo para acabar un sinfín de temas que son vistos superficialmente, mientras fingimos que todo lo comprenden pero no damos abasto con las correcciones y esos porcentajes que ponderamos a ojo. No hay tiempo para pensar en qué estudiar, en qué trabajar, qué lecturas criticar, sobre qué podemos conversar, descubrir el mundo y la cultura, quiénes somos... Y se multiplican las jornadas infantiles y juveniles interminables donde la única pausa es una pantalla inseparable. Todo se centra en una serie de calificaciones, en avanzar por cada etapa educativa sin demasiados daños colaterales, o en aterrizar donde las circunstancias, el esfuerzo o las capacidades han querido que te poses.  


Disfrutar de una escuela amable, considerada y afectuosa con todos es una obligación que tenemos como sociedad y un deber de nuestra condición docente. Luego ya podremos discutir de currículos, didáctica o tecnología.  

 

LOS MALOS ALUMNOS

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