Cada uno cuenta la película según su punto de vista. No necesitamos que nos hagan spoiler para saber si fuimos buenos o malos estudiantes; si pencamos lo suficiente para sacar el curso sin problemas o si nos dedicamos a deambular por las aulas para no desencantar a nuestros progenitores o evitar conflictos. Ahora (como siempre) el profesorado se queja de la inmadurez de los chavales, de la excesiva complacencia del profesorado o de los padres y madres malcriadores. Parece que en ese cercano ayer no hubo lugar al despiporre con los aprobados y las calificaciones no se engordaban con dietas caras.
Pero eso fue antes de ayer. Ahora somos unos 47 millones de personas en España frente a los pocos más de 30 millones que había en los años sesenta del siglo pasado. Todo ha cambiado mucho desde entonces. Tanto a nivel de masificación en las aulas, como la filosofía educativa reinante o el nivel de recursos disponibles. Sin embargo, seguimos protestando de los alumnos que nos han tocado en suerte. Mala o buena, según como lo veamos. Y atendemos poco a las causas y a los remedios para que nuestros estudiantes sean mejores de lo que nosotros, según cada promedio particular, fuimos. Tendemos a recetar las mismas soluciones que nos ofrecieron antaño y según la película que vivimos: la del buen, mal o regular estudiante (no confundir con "El bueno, el feo y el malo").
¿Y qué podrían hacer nuestros jóvenes estudiantes para mejorar? ¿Y qué significa mejorar? La mayoría optará por el sentido de obtener buenas calificaciones; otros se conformarán con no suspender; y los menos preferirán hablar de motivación por el aprendizaje y descubrimiento de sus talentos. Incluso habrá quien se incline por la búsqueda del equilibrio emocional y la adquisición de herramientas para afrontar la vida adulta y ser mejor persona. Y creo que todo es factible y deseable. Y comprensible.
Sin embargo, a mi parecer, deberíamos comenzar con no quitar las ganas por aprender; así como no desmotivar a esos críos motivados que conforme avanzan los cursos van cayendo en el desengaño de un sistema educativo que abarca un exceso de contenidos con los que no encuentran una relación directa en sus vidas. Pese a los que creen que vivimos en páramos escolares alejados del libro de texto y los exámenes convencionales. Siempre me he preguntado porque no se aprenden más ciencias naturales en nuestros parques, porque no se conoce más la historia del arte a través de nuestro entorno urbano, o porque no se lee a mansalva en nuestros centros educativos. Supongo que habrá centros que así lo hagan, pero me temo que no son la norma. Y en FP, una feliz anomalía en el sistema educativo, corremos también el riesgo de teorizar en exceso sin atender a la práctica indispensable de cada oficio. Otro asunto, que merece muchas más líneas, es la digitalización descontrolada.
Entiendo las dificultades que afrontamos. Sin duda es necesaria la exigencia, esa que algunos demandan como si hubiera quien gustase vivir en el caos, pero es aún más innegable que los alumnos requieren una atención personal y unos recursos a la medida de nuestros requerimientos. Si hay carencias en la lectoescritura, como solemos lamentar, ahí tenemos mucho margen de mejora en todas y cada una de las etapas educativas. Porque, ¿hacemos individual y colectivamente algo al respecto? Lo mismo con las competencias numéricas. Luego está la falta de conocimientos sobre cómo estudiar mejor. Avanzar de las típicas técnicas de estudio o de los métodos que creemos funcionan a nuevas formas que sabemos a ciencia cierta que son eficaces (muy útil la guía para estudiantes de Héctor Ruiz Martín).
Aún así, seguiremos probablemente con nuestra crítica peliculera, aportando datos u opiniones en un debate educativo poco centrado y que tiende al desencuentro. Continuaremos como figurantes con limitada capacidad de cambio, más allá de nuestro ámbito inmediato, y alabando o despotricando de la cartelera que nos ha tocado vivir a nosotros y a los nuestros. Espero, al menos, aportar alguna posibilidad de cambio para esos estudiantes que merecen ser protagonistas de sus propias vidas. Y sean mejores personas, además de estudiantes.
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