La inercia diaria nos ciega. Estar agradecidos a esa aula que nos acoge con sus cuatro paredes más o menos templadas no es nuestro fuerte. Olvidamos pronto aquel día que no teníamos empleo o sufríamos uno en condiciones tristes. Nos pasa como con la salud: no se valora hasta que no se pierde. Aún así siempre encontramos pegas allí donde laboramos. Nos faltan equipos, horas disponibles, aire acondicionado, alumnos aplicados, conectividad, formación especializada, compañeros cómplices... Y cuando todo se va al traste nada de eso importa.
Los medios de comunicación nos han embotado con tragedias lejanas a las que asistimos impasibles con escasa capacidad de influencia. Pero cuando te toca de cerca empatizas al instante; pese a que el tiempo se encarga de formar un película con la que proteger esa normalidad devaluada. Nos damos cuenta de la desgracia de otros frente a la propia fortuna: hogares arrasados, negocios fulminados, vidas perdidas... En primera persona, sin una pantalla de por medio, todo cambia. Germinan las buenas raíces que todos tenemos para atender al que más lo necesita mientras dejamos de lado las simplezas que nos despistan.
Y la desmemoria brotará de nuevo. Volveremos a pensar solo en lo que nos afecta. Ya tenemos bastantes preocupaciones domésticas. Daremos clase pensando en el próximo verano. La inmovilidad educativa desesperará a unos mientras que a otros les atosigarán los cambios. Como siempre. Parece no haber remedio ni tal vez lo necesitemos. Sin embargo, convendría no olvidarnos de todos esos jóvenes que han perdido un lugar donde vivir y aprender rodeados de los suyos. Las autovías serán importantes, pero aún más lo es que vuelvan a tener un espacio, unos docentes y un material escolar mínimo para continuar con su preciada educaciión.
No nos olvidemos de los padecimientos de tantísimas personas que,
pese a la suerte de vivir en un país con recursos, necesitan nuestro
apoyo y aliento durante los largos meses venideros. Además de exigir a
las autoridades pertinentes, mantengámonos con la mente avizora para
colaborar de cualquier modo con aquellos que ahora solo andan con lo
básico (o incluso menos). ¿Dónde queda esa guardia que me incordiaba o ese alumno irritante? Ojalá todo fuera eso. Aparquemos el olvido por una larga temporada y mostremos esa buena cepa que tanto agradecen los que ahora sufren las consecuencias de la tragedia de la dana en Valencia. Hay muchísimo por hacer. No nos olvidemos de ellos.
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